jueves, 10 de marzo de 2011

La eterna siesta de pistolas y piedras


Hace poco menos de una semana, me enteré por un twitter de Leonardo Padrón -para más y peregrinas señas- de la noticia de la muerte de Lina Ron, una las mujeres más sintomáticas de la historia reciente venezolana. Agitadora para unos, líder social para otros; revolucionaria entregada o cabecilla astuta; ¿opresora o voz de los oprimidos? Todo el mundo tuvo -y tiene- algo qué decir sobre ella, algo qué sentir, más ahora que su muerte -como todas las del chavismo- pasa de boca en boca con ese run run de comidilla, una mueca estropeada de quien censura o reprocha la alegría y se extraña de su propia congoja ante lo que ocurre con la ventolera de la justicia divina. Toda muerte es ejemplarizante, pero la de Lina Ron lo parece mucho más.
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Sobre ella parecía no mandar nada ni nadie. En un momento en el que los mismísimos hermanos Machado debían de estar revolviéndose en su sepulturas después de que el Partido Comunista Venezolano -con su fracturado Movimiento al Socialismo, para rematar- aceptara entrar a formar parte, en bloque, de un Partido Socialista Único, Lina Ron creó su propia agrupación política, Unidad Popular Venezolana. Con esta especie de Junta de Defensa de los Derechos de Fernando VII, pero de Hugo Chávez, Lina Ron fue como candidata a las elecciones por la Alcaldía de Caracas. Desde ahí, la camarada señaló a revolucionarios y traidores.

Edecán de Hugo Chávez, esta mujer se convirtió en guardiana del sustrato popular del Comandante, lista para sacar a fariseos y contrarrevolucionarios del templo de Miraflores. La razón política de Lina Ron desbordaba cualquier límite que no fuese la circunferencia del cañón de su revólver: el que llevaba al cinto y el que tenía alrededor de sus dientes. Esa boca de carmín cremoso y barato, listo para la orden y el improperio. Lina Ron era, a su manera, una Pancho Villa rubia, rodeada de hombres armados, seguida por muchos, quién sabe si por miedo o sentido de la supervivencia. ¿Quién no la vio, acompañada de sus huestes, corretear y agredir periodistas, opositores, curas o simplemente a ciudadanos vestidos de traje por considerarles potenciales conspiradores? ¿Quién más mandaba en el Oeste de Caracas, sino la camarada? ¿Y qué es el Oeste en una ciudad donde el centro no está en el centro? ¿Acaso el todo?

Lina Ron decía ser, o era, la revolucionaria primigenia. Un estallido completo para las páginas de Del buen salvaje... a la buena revolucionaria, con el permiso de Carlos Rangel. Todo en ella parecía brutal, desencajado, exagerado, fuera de dosis... como las grageas que, asumimos, le causaron su rara muerte (aunque oficialmente, la autopsia determinó causas naturales). Y sin embargo algo desentona, algo se parte en pedazos al pensarlo. Los personajes como Lina Ron mueren en su ley. Mueren matando. No así.

Unos pocos días atrás, había hablado de ella con Juan José Olavarría,quien trabajó un perfil de la líder en el libro Lina ron habla (su verdadera historia). Y aunque ahora todo parezca premonitorio -manía de profecía autocumplida-, en ese momento pensé lo que ahora. Que toda violencia encierra una locura, una toxina que mata o libera. Pero el tiempo transcurre y parece que la muerte es el único producto imperfecto que podremos obtener de la tierra que pisamos. O Muertos. O libres... ¿de qué? Si para entonces la muerte nos habrá alcanzado, de nuevo.

Lina Ron. Con ese toque de aquelarre y madre fiera; ángel mediático despachando desde su trono delincuencial. Jinete en el apocalipsis de su motocicleta ¿Cómo entender a esta mujer de gorra calada, chaqueta militar y camisetas de algodón? Primer chicharrón en la paila nacional, Lina Ron fue la estampa bolivariana de aquel nuevo oprobio compensatoria que era hacerse visible por la vía de la precariedad y la violencia. ¿Qué significa, entonces, su muerte?

Decir ahora que Lina Ron era un dechado de heroicas maneras me parece una desfachatez, de la misma manera que me lo parecía cuando vivía. ¡A cuántos no se les iba la baba escribiendo sobre la Charlotte Corday de bastón y plomazo! Y sin embargo, aun muerta, siento que doy vueltas a su nombre como si mirara el cadáver de una leona dormida. No me atrevo a acercarme, no mucho, no demasiado. No vaya a ser que despierte de su eterna siesta de pistolas y piedras.

4 comentarios:

Noemi dijo...

¡Excelente post!!! ¡Chapeau!!!

La KSB dijo...

Muchas gracias... Ahora, una pregunta... ¿qué se dice en la calle de la muerte de Lina Ron?

Noemi dijo...

Bueeeno...En principio te digo que me encantó tu post, porque interpretaste muy bien lo que mucha gente piensa y siente, (incluyéndome a mi), incluso lo que expresas al final.
Tú sabes que mi vida social es limitada, pero en líneas generales te comento que al conocerse la noticia generó incredulidad y sorpresa como toda muerte repentina... Lo que si te digo: mi percepción personal, es que el gobierno, el chavismo, no le dió la importancia que le dió por ejemplo a las muertes de Danilo Anderson y/o William Lara, yo percibí como si hubiera pasado "por debajo de la mesa".Por lo demás, como siempre digo:"Todos nos vamos a morir, todos, la diferencia está en, cómo seremos recordados."

Doctor Letra dijo...

Joder, menudo sorpresoooón, he visto a esta mujer en varios documentales sobre el chavismo y me daba bastante miedo...(comentario insustancial-impulsivo)