domingo, 30 de noviembre de 2008

Modo nieve



When the world stops for snow
When you laugh
Im inside
Paper Bag. Goldfrapp


Corre, rápido. Cuanto más mejor. El corazón latiendo despista, deshiela, desarma; dice cosas que estás por saber. Que siga. Que siga latiendo. Bum. Bum. Bum. Así no tendrás frío; será tu pecho el que lo deshaga de un empujón. No pares de correr, de lo contrario te perderás lo mejor.

El suelo, las montañas, la carretera hinchada de nieve, los árboles, las manos, los zapatos, las ramas, las hojas, los troncos: todo duerme, tranquilo, bajo una alfombra blanca de hielo y polvo. En modo nieve, el milagro existe. Tocar, oler, respirar, habitar; estar y despertar. En modo nieve, todo parece la voz de Alison Goldfrapp.

Y mirándoles desde abajo, parecería que los pinos crecen para llevarle la contraria al hielo. Atrás, las montañas gruñen, ¿o silban? No lo sé. Quiero seguir pensando que son dinosaurios; bellos durmientes, bajo la nieve.

¿Has dejado de correr? Te dije que no; no pares. Corre, otra vez. Hunde los pies. Sumerge las manos. Rasca, rasca, rasca la nieve. A ver qué encuentras. Mira las huellas de tu propio paso. Has ido de un árbol a otro. Sin darte cuenta, ya eres autor.

Caminar sobre la nieve es como escribir. Que tu paso parezca un verbo; que el gesto de tu cuerpo quede impreso como caligrafía y te reconcilie con la página en blanco. ¿Sabes por qué? Porque más nunca tendrás miedo.

No volverás a temer al silencio de los papeles. Vendrá el viento y moverá las cosas. Vendrán tus pasos a hundirse en la nieve. Alguien los leerá, de principio a fin, como quien recorre una historia. Por eso corre. Cuanto más mejor.

Aquí arriba todo es blanco. Todo está a tu alrededor; en tu alrededor; dentro y fuera de ti. En modo nieve ya no tengo miedo. La página no está vacía, sólo está en blanco.

viernes, 28 de noviembre de 2008

La mujer invisible


En la acera de Francisco Silvela con Eraso vive una mujer invisible. Apoya sus rodillas sobre un cojín azul rey. Viste falda oscura, larga coleta y pesadas ojeras. No se mueve nunca, o casi nunca, y aunque lo hiciera, nadie lo notaría. Quizás por eso no sonríe, ni grita; no gruñe ni maldice. Quizás por eso se siembra en el cemento como un poste cabizbajo. Son las nueve de todos los días y su cara acude, puntual, dándose por vencida, dejándose hacer por el viento frío, resignándose a su transparencia. Que sus uñas estén sucias, su bufanda sobada por el sudor y los ojos hundidos en el fondo de la acera, no nos distingue la una de la otra. En esta acera sólo florecen las papeleras. Pero nos da igual, ¿cierto?
En Francisco Silvela con Eraso, vive una mujer invisible. Los viandantes apenas la notan, no necesitan esquivarla si quiera. Ella está ahí, ocupadísima en no existir. Una moneda cae y estropea un poco más el vaso de cartón vacío. Yo sigo, ocupadísima, caminando invisible hacia ningún lugar

jueves, 20 de noviembre de 2008

Una monja en el congreso


Una cosa son los «hijos de puta» y otra los hijos del Señor. Algo que Bono parecía no tener muy claro hasta ayer, cuando llamó a reconsiderar una propuesta que él mismo, en contra de la línea del PSOE, había apoyado para ser votada en el pleno: la colocación en el congreso de una placa en honor a la madre María Maravillas Pidal y Chico de Guzmán, beata y monja perseguida durante la guerra civil.

La moción, presentada por Jorge Fernández Díaz, del PP, vicepresidente tercero y miembro del Opus Dei, pretendía honrar la memoria de una religiosa nacida en las dependencias del edificio. ¡Albricias! La idea surgió apenas una semana después del bochornoso aforo del que había hecho gala la Cámara Baja: apenas 60 disputados, de 350. ¡Ah, picarones! No váis cuando toca interpelar a Solbes, pero sí para honrar a una monjita.Pero no todo quedó allí.

El apoyo de Bono para votar la propuesta levantó polémica entre las filas de un PSOE que se ha rasgado las vestiduras al hablar de laicidad del Estado y la memoria histórica, y que ahora parecía indirectamente dispuesto a deshacer su discurso. No faltó quien dijese que, de darse una placa a esta monja perseguida en la guerra civil, habría entonces que tapizar España entera con los nombres de todos aquellos que pasaron por algo similar.

Las cosas fueron a más. Aparecieron los que, para sostener la tómbola, defendían no la religiosidad de Maravillas sino su estrecha vinculación con lugar: su padre había presidido el parlamento. El parentesco, los hábitos y la persecución parecían elementos suficientes para encaramar a la religiosa junto al Rey y la sufragista Campoamor.

Como si fuera poco, a eso se sumó el descuido de Bono, quien en un desliz de naturalidad y chanceo con otros diputados del PP., llamó «hijos de puta» a sus insensibles compañeros de partido, negados a votar semejante homenaje. Bono ignoraba que los medios, como Dios, están en todas partes. Así que la información no tardó en llegar a la opinión pública.

Pero las aguas volvieron a su cauce y los diputados a sus puestos de trabajo. En medio de una crisis económica de cuidado, el aumento del paro, la negativa de aumentar o no las tropas en Afganistán, todos los partidos, celosos paladines del consenso y la armonía, esquivaron el avispero clerical y dijeron lo que Cristo: «Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».

martes, 18 de noviembre de 2008

La femonología del peluche. Parte II


En plena crisis de los mercados, 20 sujetos se reúnen para refundar el capitalismo. Sirvan o no sus pastas con té y macroeconomía, han pasado por alto el verdadero hoyo mundial: la crisis del discurso, en su modalidad iliquidez histórica. Una especie de índice asociado a la autoridad moral de la que dispone un individuo para hacer uso de la historia; le pertenezca o no.

De él tiran todos: el Gobierno; las personas jurídicas; los particulares; las víctimas y los victimarios; los intelectuales y escritores - ¡Viva la novela histórica!-. En ese mercado del pasado, hay pocas referencias: el olvido se cotiza tan alto como la efeméride. Por eso no habría sido extraño que alguien, el sábado pasado, en Washington, hubiese intentado un juicio contra Adam Smith.

Novelas históricas, guerras revisitadas, jueces omni-competentes, revanchismos generacionales al más puro estilo Almudena Grandes e hipotecas intelectuales, estas últimas las más peligrosas: porque aceptan por aval cualquier chapuza. La fenomenología del peluche, un performance deconstructivo. En ese lenguaje se apoltronan ciertos proveedores de discurso.

En sus Benévolas, el francés Jonathan Littel narra el holocausto a través de la historia de Maximilian Aue, un oficial de la SS cuya crueldad llega a confundirse -y hasta justificarse- con hastío. El libro se convirtió en el Harry Potter de los hornos de gas, con todo y Premio Goncourt .«La cultura no nos protege de nada, los nazis son la prueba», dijo entonces el benjamín europeo acurrucándose en las faldas de Fukuyama.

En boca de estos tipos -Littel y los que como él cotizan al alza del índice histórico - el mundo parece un asunto que hay que pasar por alto. Mejor construir verdugómetros donde la culpa sea frívola y coleccionar huesos para conseguir la fama.

En medio de una crisis de los mercados, 20 sujetos se han reunido para sacar al mundo de una bancarrota que no es la única ni la peor. Cual subprime ideológica, la fenomenología del peluche aparece como síndrome light que desnutre al auditorio. La mayor iliquidez discursiva en años. Una hipoteca intelectual que acepta por aval cualquier chapuza. El sábado pasado, veinte sujetos se han reunido para resolver una crisis que ya estaba ahí.

martes, 11 de noviembre de 2008

De la épica y otras pinacotecas futboleras


A la derecha, el siete blanco sostiene el balón como si de las llaves de Breda se tratara. La batalla aún no termina. Ha de ser el minuto 40 de algo que a veces parece un correcalle. Kameni, rodilla en tierra -cual vencido y un poco más moreno Nassau- no piensa entregar nada; no tan rápido.
Muy distinto del general de los holandeses (a la izquierda, a punto de la genuflexión), el arquero del Español forcejea con el balón que acaba de estropear el marcador –dos a favor de los merengues-. Raúl, el capitán del Madrid, no le concede siquiera el gesto que Spínola tuvo para con el derrotado. No intenta izarlo ni levantarlo en buena lid para mitigar su humillación. Spínola quiere ser un vencedor deferente. Raúl sólo quiere que el portero saque, y cuanto antes mejor.
Como en el lienzo de Velázquez, hay un campo -de fútbol o batalla- donde todo es simétrico, donde el vencido y el vencedor, repartidos a ambos lados de una línea, habitan un lugar continuo. Y si las gradas fueran puntas de lanza o humaredas de combate, sería exactamente igual. El centro es el mismo. La llave o el balón; da igual. Tú, espectador, sólo te queda la grada, una polis deferente que siempre verás, pagando entrada, al otro lado del lienzo. El fútbol, oh Dios, el fútbol; esa otra ciudadanía a control remoto.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Un post baby boomer en La Casa Blanca



Barack Obama no es blanco, pero tampoco negro. No lo es su tono de piel, tampoco su discurso. Su victoria no es racial. Su posición claramente antibelicista tras ocho años de una costosísima guerra –más de un millón de muertos- podrían, también, explicar las simpatías en medio de la tempestad. Pero su victoria tampoco tiene que ver con la guerra, al menos no con una en concreto. La victoria de Obama es un asunto generacional.

El 44 presidente de los Estados Unidos no es negro, tampoco musulmán. No es africano pero tampoco norteamericano. Obama es una grieta en la que confluyen el fin de un siglo y el comienzo del otro. En su ensayo “Los Estados Unidos de Obama”, Eliot Weinberger escribió para el London Review, con respecto al duelo Clinton-Obama durante las primeras demócratas: “Ambos, en estilo y circunstancia, suponen la lucha de dos tiempos, uno el siglo XX, el otro el comienzo del XXI”.

En una lucha generacional, poco tenía qué decir un veterano de guerra de 72 años como McCain. Un hombre que, a pesar de sus oposición ante Bush, continúa siendo tan republicano como conservador. Obama representa a un siglo demasiado joven para recordar Vietnam, un siglo donde los babyboomers ya no llevan la batuta y en el que Youtube e Internet –dos de las principales plataformas electorales de Obama- han supuesto una segunda democratización tras el advenimiento de la cultura de masas.

En las elecciones del 4 de noviembre, de los 135 millones que acudieron a votar, Obama recibió más de 62 millones de votos, 53% del apoyo, y McCain 46% del universo electoral. ¿Qué significan estos datos si se miran en su contexto? ¿Qué significado tiene que un país que votó en dos ocasiones a George W. Bush desvíe ahora sus simpatías, de forma tan abrumadora, a un demócrata tocado por la polémica dentro de sus propias filas?

En su editorial del 4 de noviembre, el Times de Londres afirma que la crisis de Wall Street no hizo más que agudizar la necesidad que tenía Estados Unidos de encontrar en estas elecciones un líder que, “como Obama, pudiera merecerse el respeto del mundo”. El hallazgo de un líder, sea o no negro, musulmán, católico, en un contexto tan crítico como las elecciones de 2008 suponía, necesariamente, una revisión política.

George W. Bush llega al fin de su segundo mandato con dos guerras en marcha; un plan de rescate de 700.000 millones de dólares y una popularidad del 20%. ¿Acaso puede achacarse la victoria de Obama a la costumbre de un voto castigo? En absoluto. La participación electoral pasó de 56% en 2004 a más de 60% en 2008, la más alta desde 1908 cuando fue elegido el republicano William Howard Taft.. ¿Quiénes abultan la participación de estas elecciones? Los jóvenes y los ciudadanos que nunca habían votado.

El 66% de los nuevos votantes lo hizo a favor de un hombre de 47 años, hijo de un inmigrante africano y una mujer blanca al que líderes negros como Jesse Jackson acusaron de actuar como “blanco”; alguien que en su libro Dreams from my father se revela más cercano a la experiencia del inmigrante que a la del discurso racista, que incluso se define como “post-racial”; un hombre “hecho a sí mismo” capaz de reivindicar a la clase media al llegar a Harvard. Fue a ése, y no a McCain ni a Hillary Clinton, a quien el 66% de los nuevos votantes dieron su confianza. Alguien sin experiencia de gobierno que no debe nada al pasado.

“Mi madre tenía 18 años cuando me tuvo, así que cuando pienso en la generación de los babyboomers pienso en la generación de mi madre. Y ¿sabes?, yo era muy joven en los sesenta. Así que los temas de los derechos civiles, la revolución sexual o la guerra de Vietnam me son lejanos”, dijo Obama en una entrevista con el periodista Andrew Sullivan.

En ningún momento Obama ha hecho a un lado que apenas treinta años antes los negros no pudieran acudir a las universidades u ocupar los mismos asientos de los blancos en los autobuses. Pero tampoco centró su estrategia en ser o no más o menos negro, tampoco en ser o no musulmán, más o menos patriota. A Obama sólo le bastó una sola condición: pertenecer al siglo que corre.