jueves, 23 de abril de 2009

Sobre los héroes tabernarios y otros oprobios del fútbol


A veces es mejor no ganar. No así. No de esa forma. No con la coreografía de la magulladura ni con los modales de un tabernario oponente. De los héroes, como de los dioses, los hombres esperaban lo que no eran capaces de esperar de sí mismos.

La guerra no les convertía en asesinos, les envolvía en otro vestido, el del héroe del que siempre se espera la hidalguía en lugar del arrabal; la compasión para el vencido en vez de la humana revancha, o sencillamente la cremallera del silencio como forma de humildad.

Y eso, justamente eso, no ocurrió esta semana en el césped del Santiago Bernabéu. En el Olimpo de Castellana, la diosa no cantó la cólera de Aquiles; al contrario, la desafinó. Y de la furia no sólo quedó la cartulina roja, sino el agrio puñetazo del espejo. De los héroes, como de los dioses, los hombres esperan lo que no esperan de sí mismos.

De los héroes esperábamos guerras dignas. Y si cambiamos a Aquiles, el más veloz de los guerreros de Troya, por un zaguero de pies ligeros, fue para quitarle a la guerra toda la sangre –y el oprobio- que la historia había vertido sobre ella. Hacer de la victoria una demostración, no una carnicería sentimental.

Y puede que incurra en el desvarío de comparar al enloquecido Pepe, el medio campo portugués del Madrid, con Teseo. Pero en el reino de Minos, sea el césped de juego o el laberinto de Creta, uno siempre quiso pensar en el minotauro como adormecido perdedor y no como magullada bestia en manos de Teseo, aunque así fuese. Aún así, en algún bolsillo habrá quedado el ovillo rojo que habría de reponernos de algunas victorias, esas victorias que no deberían ocurrir. No así.

viernes, 17 de abril de 2009

Sevilla and beyond

Diez centímetros de tacón, ocho de peineta. Todo es negro y se ciñe al cuerpo. Es jueves de luto, y en Sevilla las mujeres caminan con oscura coquetería. Las acompañan, a veces, hombres con peinado y zapatos de torero. Parecen recién salidos de una pastelería, a punto de ser colocados sobre un pastel. En la mesa del bar donde bebemos, un plato de boquerones se enfría. Pido una cerveza más. Aún es pronto.

No hay paso en ninguno de los dos sentidos de la avenida Miraflores. Dos manzanas más abajo, un hombre con capirote negro atraviesa la calle; lleva prisa y los pies descalzos. Más allá, dos costaleros se enderezan las fajas y un trompetista se abrocha los botones dorados, lustrosos, de su chaqueta.

"Ole, ole, ole por los pasos de Sevilla", grita una mujer de ojos demasiado maquillados. Su hija le riñe, varias veces, pero a ella no le importa, vuelve a gritar mientras mueve sus manazas y bebe un largo trago de cerveza."Ole, ole, ole por los pasos de Sevilla".Desde los balcones, un par de niños vestidos de traje y corbata escupen hacia abajo. En la acera de enfrente, chicos llenos de piercings y dorados anillos hacen fila frente a los locales cerrados. Llevan pantalones de deporte, sudaderas blancas y mucha gomina en el cabello. Custodian con igual celo su moto y la descotada chica –también llena de argollas y anillos- que está sentada en ella.

La Macarena será la primera en salir; aún faltan quince minutos. En ese momento será tarde dos veces: a las doce, cuando termine el día, y a las doce y un minuto, cuando empiece La Madrugá. Seis cofradías, doce pasos y más de 14.000 nazarenos, todos en la puta -o la santa- calle, porque aquí, en Sevilla, todo ocurre hacia afuera, con las ventanas y el pecho abierto, cual un melodrama entrañable. Aquí todo excede, todo parece más de lo que es. La lógica de la representación y su enternecedora ceremonia.

"¡Macareenaaaaaaaaaaaaa!", grita una mujer al ver pasar a la virgen. "¡Guapa, guapa, guapa!", responden en coro, al otro lado. Lo dirán más veces de aquí que acabe su paso. Han venido a eso. ¿Hemos? venido a eso. Los nazarenos avanzan con el mismo paso de balancín de la imagen que veneran, así pasarán toda la noche, hasta que venga el día, and beyond.

Amanece como si nadie les hubiese tocado la fe. La luz saca a relucir cosas que la noche esconde. Huele a sudor, incienso y vela consumida. Huele a cerveza, a pipas y a cualquier cosa que hierva bajo el sol. Bajo los capirotes, veo ojos rojos. Ojos jóvenes, ancianos, cansados, enfermos. Ojos que son ojos. El Cristo de los gitanos arranca saetas espontáneas pero también otras de mayor postín. “¡Alesia! ¡Alesia, hija! Que la saeta la está cantando Perejil, ¡Perejil!”, a lo que su hija, un voluminoso esperpento de unos seis o siete años, contesta: “¿Pero es famoso?”. “¡Claro, Alesia!”. No muy convencida, el crío responde: “¿Pero sale o no en la tele?”.

Y justo cuando estoy a punto de darme por vencida, a unos pocos minutos de sentir que ese cristo se parece al que he visto hace diez minutos, y el de diez minutos antes, y al de diez minutos antes de esos diez minutos, un puñado de pétalos de rosas cae desde una azotea. Caen, rojas, rojísimas, bajo el sol de las doce. Caen sobre el paso de la virgen de las Angustias. “¡Ole, Ole, Ole por los pasos de Sevilla!”, escucho con el corazón hecho una alfombra.

sábado, 11 de abril de 2009

7


"(...) Ay, nada puede intimidarte, poeta,
Ni el viento en los alambres. Sí,
(...)
Mañana será el día
Del enfrentamiento. Te ruego
Levanta la cabeza
Pero que haga sentido
Lo que escribes".
Yolanda Pantin, El hueso pélvico

P.S. Y tí, ¿aún te queda sangre en las venas? Porque a mí sí.


martes, 7 de abril de 2009

En el nombre del sampler, el beat y el espíritu Ladytron

Broken glass is luxury
Friendly fires are alchemy
Ladyrtron. Soft power
In the whirlpool, we'll go deeper
In this world that's getting cheaper
I wanna ride on a white horse
Goldfrapp
Gire a la derecha a 50 metros, luego gire inmediatamente a la izquierda, a la izquierda; luego gire a la izquierda a 50 metros. Me entretengo un rato presionando el botón del GPS, para escuchar su voz androide y femenina. Depressive turntablism, pienso. Enciendo la luz de cruce izquierda. Tic-tac-tic-tac-tic-tac, pero no cambio de canal. Presiono el botón, otra vez. Gire a la derecha a 50 metros. Gire a la derecha, a la derecha, a la derecha ¿Por qué los mensajes grabados tienen siempre voz de mujer? ¿Quién las apresó en el sitio donde están? ¿por qué sus voces caen, bobas, como lluvia?
Me acomodo en el asiento. Cambio a la sexta marcha y admito sentir pena por ella, por esa voz de satélite que no consuela ni conduce a ninguna parte. Cambio la marcha, otra vez. Doy vueltas alrededor de una rotonda. Gire a la derecha en la próxima salida; gire a la derecha en la próxima salida. Gire a la derecha...
En la salida de la M30 hacia la A3 comienza la lluvia y desde entonces no para. Tarareo canciones que saben a dientes rotos. Es tarde. Los balcones encendidos parecen tristes. Aprieto de nuevo el botón, pero nada cambia de aspecto. Es la noche, soy yo, conduciendo hacia ninguna parte.
La noche repite, repite, repite.
Mañana, lo juro, traeré el Ipod.
Quizás, con suerte, mi voz comience a dar coces en alguna dirección.

jueves, 2 de abril de 2009

Meditaciones sobre un cenicero (Gombrich syndrome)


Nueve en punto. A la redacción le crecen barbas cansadas y vaqueros estropeados. Moquetas verde eléctrico y rosa elektro convierten la nave en un granero para que pasten decoradores de Apple. El señor director saca a pasear su bigote; el columnista benjamín hace lo propio con sus camisetas raídas. El fútbol ronca en las teles. Todo está nuevo, todo parece nuevo. Los pronósticos parecen estar confirmados. En el baño, maquillan a una Venus anoréxica y dos calles más abajo, en la parada del 107, una colilla de cigarro toma decisiones. Quince minutos después la pobre sigue ahí, extinta, como un despojo de cigarro abandonado a su propia suerte.

No debí haberla dejado ahí, tan sola la pobre.