domingo, 3 de diciembre de 2017

Medellín, mon amour (cuando no existía Netflix)




"Porque los muertos no hablan. Porque los muertos están muertos, y no se ven"
Antonio Ungar. De ciertos animales tristes

Sesenta padres nuestros le costó a Patricia entrar a España. Por más que intento sacar la cuenta, no me da. A dos padrenuestro por minuto, el funcionario de inmigración se habría demorado 15 minutos sólo en ella. De ser lo suficientemente creyente y ágil, podría haber rezado tres padrenuestros por minuto, lo que haría bajar el tiempo. Pero ella insiste y se planta en sus sesenta. Sí, sesenta padrenuestros. “Lo que pasa, mami, es que eso fue hace doce años, cuando todas las que llegaban de Colombia venían a trabajar de putas”.

No sé si Patricia venía desde Medellín con la idea de trabajar como tal, o si era sólo una suposición del funcionario, lo cierto es que pasó el control. “Y lo peor es que el hij’ueputa ése de inmigración se asomaba por el mostrador, me veía y decía: pero es que con 25 años, y de Colombia, ¿me va a decir que no viene a trabajar como prostituta?... Hiju’eputa, ése”, refunfuña con su acento paisa y sus ojos delineados. Salir de Colombia, lo que se llama salir, no fue del todo fácil. Una prima, que se había venido a Málaga cuatro años antes, la convenció de cruzar el charco.

De asistente administrativo en una inmobiliaria “gringa” en Medellín, con 500.000 pesos de sueldo, Patricia había pasado a ganar 100.000 haciendo cualquier cosa. “Debía a todo el mundo: al lechero, al de la mazamorra, la hipoteca de mis papás. Así que dije, bueno, lo intento… Y lo peor es que Medellín estaba que brillaba en esos años, gracias a Pablo, mami”. El tan familiar Pablo al que se refiere como si de un primo se tratara, es Pablo Escobar Gaviria (1941-1993), el mismísimo jefe del cartel de Medellín (en los años de aquella conversación, el pujante 2007 español,  no existía Netflix y el patrón, el más sanguinario de los delincuentes travestidos en prohombres, no había conseguido enamorar todavía a los españoles como lo hizo  con su irrupción en las series de pago).

En palabras de Patricia, Pablo es prácticamente un prócer. “Le dio plata a la gente pa’ que acomodara la entrada de Medellín y le pusiera suelo de cemento a las casas; agarró a los pelaos que no trabajan y les dio trabajo… Eso sí, era narcotraficante, pero él ni mataba, ni le ponía los cuernos a su mujer ni le dejaba meterse nada a la gente que trabajaba con él. Él lo decía muy claro: yo produzco lo que los americanos quieren consumir, pero usté no se meta esa mierda”. Según Patricia, el entierro de Escobar -ella lo sigue llamando Pablo- fue apoteósico.

A Pablo –vamos, a Escobar-, ella lo vio más de una vez. Fue personalmente a conocerlo a una calle de Medellín en la que, a veces, cuando andaba de político, se ponía a saludar gente, repartir cochinos –cerdos–  y regalar casas. “Es que ese hombre era bueno, imagínese que hay quien dice que él sigue vivo, porque a mucha gente en Medellín le siguen llegando ayudas, que si cochinitos bebés pa’ los del campo, que si plata pa’ la familia del enfermo… Yo creo que debe ser su familia, que sigue ayudando a la gente que tanto lo quiere. Aunque hay gente que dice que está vivo”.

“Ya tengo doce años acá mi amor. Me casé, tengo una hija. ¡Y hasta soy española!”, dice Patricia con ínfulas de empresaria. Se remueve en su silla, se incorpora, busca un cuenco con agua tibia mientras camina dando golpes de avispa con la cintura. Está inquieta, le gusta escucharse. El alquiler del local, más el sueldo de las otras dos, le da una suma alta, pero ella compensa. “Como aquí, mi amor, en ningún lado”. "¿Volver? No mami", me dice. Ella a Colombia no regresa, excepto de vacaciones.

En tres años han matado a su hermano, su tío y su primo, todos por arma de fuego, en Medellín. “Esos hiju’eputas me mataron a mi hermano pa’ robarlo, a mi tío pa’ quitarle el camioncito… Y a mi primo, bueno, a ese sí, porque estaba metido en vainas de droga”. ¿Volver?, “¿pa’ qué mi amor? Con esa racha de muertos, ¿pa’ qué? Dígame reina, ¿volver, pa’ qué?”. Antes de terminar, se pone de pie, fantasea con Medellín y su bandeja paisa. Patricia titubea, mira a los lados y vuelve. “Pero sabe,¿mami? De verdá, que no le miento, ese Pablo sí que era buena gente m’hija. Ése sí m’hija, ése sí”.

Se cumple el aniversario de su muerte este diciembre. El tiempo ha pasado.

Sí. 


-->