sábado, 4 de septiembre de 2010

Días de barnizado



En la última página de Sueños de Bunker Hill, Arturo Bandini lo ha perdido todo, los favores de su decrépita amante, y casera; el respeto de sus paisanos al volver al pueblo natal que no se rinde a sus pies; el comienzo de una carrera como guionista en Hollywood. Sólo le quedan dos cosas, una máquina de escribir y una frase que no le pertenece. “No era mío, qué diantre, pero por algún lado tenía que empezar”.
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La frase de Fante me viene a la mente en una de las naves del Museo del Prado, mientras me acerco y me alejo de una obra de Joseph Mallord William Turner, El declive del imperio cartaginés (1817), que hace díptico en esquina con otra de Claudio Lorena, Puerto con el embarque de Santa Úrsula (1641). Permanezco en el medio de ambas, casi idénticas entre sí. Experimento un ligero acceso de rabia mientras miro ambos cuadros. Anoto mi nivel de ira –no más de seis- y el nombre de los lienzos.
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Me encuentro justo a la mitad de la muestra Turner y los maestros, una de las pocas exposiciones que se permite la claridad como un atributo del trabajo y la seriedad del curador (comisario) y no como una obviedad de mal gusto que alguien ha decidido suprimir por considerarlo escolar, como suele ocurrir últimamente en las salas de los museos.
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Termino de mirar la exposición, una soberbia muestra en la que queda claro que Turner no fue sólo precursor de los impresionistas –esa mamarracha versión tipo Gombrich que repiten algunas maestras, no profesoras, repito maestras de historia del arte- sino un precursor de la abstracción. Porque al fin y al cabo, todo ser tocado por el genio reduce las cosas a lo esencial.
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Al volver a casa -sigo de mal humor, anoche escribí mucho y mal- busco la página de Bunker Hill que vino a mi mente en medio de la sala. No tengo que revolver mucho. Está pegada con una chincheta en mi biblioteca:

“Si podía escribir una buena frase podía escribir dos, y si podía escribir dos podía escribir tres, y si podía escribir tres podía escribir eternamente. Pero, ¿y si no me salía? ¿Y si había perdido todo mi hermoso talento? ¿Y si se había consumido entre las llamas de Biff Newhouse al golpearme la nariz o de Helen Bownell muerta para siempre? Tenía diecisiete dólares en la cartera. Diecisiete dólares y miedo a escribir. Me senté muy tieso ante la máquina y me soplé los dedos. Por favor, Dios mío, por favor., Kurt Hamsun, no me abandonéis ahora. Me puse a escribir y escribí: ‘La hora ha llegado’, la Morsa dijo, ‘de hablar de muchas cosas: de zapatos, de barcos, de lacre, de reyes y rosas’. Lo miré y me humedecí los labios. No era mío, pero qué diantres, por algún lado había que empezar”.

Y esa es la sensación con la que uno se marcha después de ver Turner y los maestros. Con la idea de que el inglés no sólo está constantemente midiéndose consigo mismo y sus contemporáneos, sino con sus predecesores (Turner invertía muchísimo tiempo y energía en los días de barnizado, es decir, las jornadas de puertas cerradas antes de los salones, en la que los pintores podían dar retoques a sus cuadros e interactuar entre sí).
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Para ello, para superar la peguntosa barnizada, y su propia trampa , Turner decidió –a partes iguales- copiar y citar a los grandes maestros, pero también rectificarles. Aunque parezca que en más de una ocasión copia abiertamente a Claudio Lorena, a Tiziano, a Poussin, Turner se permite la libertad de corregirles, de coger lo que no es suyo para empezar a ser él mismo, para dotar un simple proscenio arbolado con la fuerza de sus brumas y sus ambientes, sus atmósferas. (Sí, la atmósfera es mi estilo, dice en 1840 el británico)
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Lo hizo con Rembrandt, magníficamente (Ver el retrato Jessica, prestado por la Tate Gallery para la muestra, en la cual se representa al personaje del Mercader de Venecia, de Shakespeare). Lo hizo con Canalletto. Y lo hizo, de forma aún más radical con el holandés Van del Velde de quien parece haber extraído la maestría de sus marinas, hoy el tema por el que mejor conocemos a Turner.
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Partir de otro, y no para perder el miedo, sino para llegar mejor a sí mismo. Eso parece hacer Turner a lo largo de 80 piezas que no son eco ni plagio. De haberlo sido, ni The British Institution ni The Royal Academy le habrían llamado a botón “por las demasiadas libertades con las que se tomaba el arte del pasado”.
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Quizás, de no haber aprendido a deshuesar los esqueletos ajenos, Turner no había llegado jamás a Tormenta de nieve (1842) (la escena está vista desde la perspectiva del vapor de una turbina haciendo bocanada), el primer cuadro romántico donde lo mecánico irrumpe con la sutileza que jamás lograría la máquina hasta los intentos del mismísimo Duchamp, en por ejemplo, Desnudo bajando la escalera. Los días de barniz no pasan vano, a pesar de la ira.

5 comentarios:

Marc dijo...

Bravo. Tu mejor post en bastante tiempo, según mi opinión. Bravo. Ya tengo ganas de ir a ver la muestra de Turner. De hecho, y me ruborizo al escribirlo, una vez, hace unos 15 años, paseando por la Tate con una joven inglesa que nunca quiso quererme, me gané al menos un piropo: "you've got turner eyes".
Salut

La KSB dijo...

Marc, ¡eso sí que fue un piropo!
Muchas gracias por su generosa opinión.
¡Salut!

Adriana dijo...

Curiosamente, hace poco estaba leyndo a mi adorado John Adams y explicaba en su autobiografía que para salir de su crisis ams aguda de aridez en las ideas, lo que hizo fue justamente escuchar y reinterpretar a los grandes maestros de final de siglo, pero con su nuevo lenguaje más minimalista. Y a partir de ahi, ya no tuvo nunca más tanto miedo

el link

http://www.earbox.com/W-harmonielehre.html

Roberto Echeto dijo...

Una belleza, Sra. Sáinz. Una belleza.

Esta reflexión es una maravilla: «Partir de otro, y no para perder el miedo, sino para llegar mejor a sí mismo».

Ésa es una lección demoledora que vale como explicación a por qué necesitamos obras de arte (sean literarias, musicales, pops...).

Un beso, Sra. Sáinz.

Ah, Adriana: la gente talentosa nunca debe tener miedo.

La KSB dijo...

Roberto gracias... es casi un acto de fe que le debo al señor Turner. Me ha servido de mucho en estos días. No te imaginas cuánto.

¡Duro contra los malos!