lunes, 16 de noviembre de 2009

Gracias Loriga por los favores recibidos


Ayer, sábado 14 de noviembre, en la quinta planta del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Ray Loriga hizo dos cosas importantes. La primera, desmontó en mí la idea de que el autor de Tokyo ya no nos quiere se trataba tan sólo de un creído y tatuado escritor. Loriga tiene mirada presidiaria, sí. También debo admitir que está tatuado casi hasta los nudillos, sí vale ¿y qué?, pero lo de creído puedo írmelo tragando. Pienso mientras le escucho.

Con un lenguaje extremadamente sencillo, Loriga fue capaz de explicar una obra que hasta ahora había devorado, siempre, con una ceja en alto. ¿La razón? Pues una alergia involuntaria. Pensaba, tal y como la crítica parecía describirlo, que Loriga se trataba de uno de esos eternamente "jóvenes escritores" que se creen que tienen a Dios agarrado por las barbas sólo porque supieron descifrar en lengua española las claves de un Coupland o un Wallace.

Pero no, el tío no es lo que hasta entonces le atribuí. Loriga se reveló a sí mismo como un hombre que envejece y se reserva el derecho de ser un poco menos estúpido cada día. Eso, lo primero. Lo segundo que hizo ayer, aún más importante, me despoja de mi hartazgo y apoya la teoría del bostezo. Sí señor.

En el post pasado no pude contenerme y empecé a arrojar piedras contra el guardarropa de una literatura pesimista, opaca y enaltecedora de la mierda por la mierda, la heroína por la heroía o el desencanto por el desencanto. Y loriga me dio un dato,y de los buenos, para seguir tirando piedras.

Tal cual y según comentó el autor de Lo peor de todo, una de las razones por las que Jack Kerouac muriese alcohólico y deprimido en casa de su madre no fue la iluminación porrera, mucho menos una conciencia de ser Beat-nick ni qué pamplinas. Todo lo contrario, Kerouac estaba hasta las narices de que su casa estuviese llena de hippies y gentuza. Él sólo quería deslastrarse de la etiqueta, mandar al demonio a los mamarrachos y ser, al fin, un escritor respetable. La etiqueta Beat-nick no lo dejó.

Hoy, domingo, me he puesto a revisar el asunto y me he topado con interesante literatura. Una entrevista de Carolyn Cassady, la esposa de Neal Cassady, con Michael Ventura confirma el dato de Loriga y echa todo por tierra, ¡una vez más!, la parafernalia del desencanto y la resaca. Tanto Cassady como Kerouac estaban hartos de la multitud de hippies que se instalaban frente a sus casas. Keroac, en especial, sólo quería una cosa: ¡escribir!, no ser el apostol de una tribu alucinógena.

"They felt they could, or wanted to, have a fairly conventional home and still be free to be creative. They didn't think of themselves as beatniks. And hippies were such a horror to them - you know, Neal was immaculate. Gosh! You couldn't muss a hair on his head!"Kiss me goodbye - but don't mess the hair!'", dice la viuda a propósito de esa falsa idea . Inlcuso, ella misma refuta a un icrédulo periodista: "These guys were all concerned about the same thing: getting a home, settling down, finances . . . all the trivia of living".

En el reino de los desaparrados y mártires literarios, ¡tenemos derecho al bostezo! Gracias, señor Loriga, por los favores recibidos.

* * *

He vuelto a esta crónica, casi seismeses después de escribirla. He releido lo hasta entonces conocido del escritor de cejas furiosas, brazos tatuados y novelas fulminantes. Comencé por Héores. Seguí con El hombre que inventó Manhattan y Lo peor de todo. Las relecturas siempre me ponen a prueba, este jueves 01 de abril más que ningún otro día.

No sé si al al escritor de cejas furiosas le habrá pasado, pero yo he cambiado desde las primera vez que lo leí. Supongo que él también, desde que los escribió. Cualquiera se daría cuenta porque, leyendo, en ese orden, Ya sólo habla de amor, Trífero, Días aún más extraños, Los oficiales y el destino de Cordelia, habría que ser muy poco observador para no notar que la furia no siempre tiene el mismo aspecto, ni tiene porqué ser furia aunque lo parezca.

Estoy saliendo de una sobreexposición a John Fante, intento salir ilesa del relato de un clavadista en un río Hudson converntido en piscina olímpica y trato de sobrevivir al jueves Santo más frío en años, y aunque no me recupero de ninguno de los tres episodios, estoy aprendiendo a estrenarme en la mirada presidiaria. Pienso, como Sebastián, los pocos derechos que las personas acumulan sobre lo vivido.
Gracias, Loriga, por los favores recibidos.

4 comentarios:

Roberto Echeto dijo...

Sra. Sáinz, no he leído a Loriga aún, pero su comentario es una invitación a acercarse a la obra de ese hombre tatuado.

Un beso, Sra. Sáinz.

Juan Carlos Sainz Borgo dijo...

Excelente aproximación a la madurez literaria...

rolando peña dijo...

KARINA,ESTA CRONICA ME TRAE MARAVILLOSOS RECUERDOS DE PRINCIPIO DE LOS AÑOS 60 EN N.Y.C, POR MEDIO DEL PANA ALLEN GINSBERG CONOCI A JACK KEROUAC, CORSO,ORLOSKY Y MUCHOS MAS,LA VERDAD QUE FUERON MOMENTOS LUMINOSOS......WOW...PARA MI FUE EL GRAN DESCUBRIMIENTO DE UNA AMERICA MARAVILLOSA....." GRACIAS KARINA POR LOS FAVORES RECIBIDOS "

La KSB dijo...

Ja ja ja Príncipe, es que usted sí que ha vivido.