Sábado (4 días antes). Siete de la tarde. Ya no visito librerías que de antemano sé que estarán cerradas. Ahora camino largas distancias. No tengo rutas fijas. Las que tenía me las aprendí de memoria. Agoté el repertorio Retiro- Neptuno-Cibeles- Recoletos-Atocha-Tirso y sus alrededores. He tenido que innovar. Ahora sólo procuro no llegar lo suficientemente lejos como para tener que gastar una munición del bonobús para la vuelta. Hace frío y las cosas no están para gastar pólvora en zamuros. Este sábado no he llegado tan lejos, no lo suficiente. Me detuve en Recoletos, con la intención de golpearme con una pandilla de jubilados y parados para ver Los acuchilladores, de Cailebotte. No llegué siquiera a la puerta de la Fundación Mapfre. Había demasiados. No iba a pegarme con nadie. La realidad es que ellos me golpearían a mí. Paso de peleas con dentaduras postizas, llevo las de perder. Me devolví a casa y me tragué dos partidos seguidos de la liga. Un estupendo y siempre armónico Barcelona, aunque con un patoso Ibrahimovich, contra un digno Valladolid dispuesto a no hacer el ridículo, y luego un surrealista 3 a cero del Deport contra el Athletic. Me fui a dormir pensando (no tengo ni idea de porqué) en la lesión de Filipe Luis, un jugador del Deport que se destrozó el tobillo en el primer tanto. Me metí a la cama haciéndome a la idea de su pie papilla y preguntándome si harían ruido esos huesos al crujir. Me lo imaginé, de pronto, quejándose de su peroné pulverizado, fumándose un María Mancini junto a Hans Castorp. Me dejé de estupideces y me puse un par de calcetines. Terminé de leer Encerrados con un mismo juguete, de Marsé y apagué la luz. [Tina Climent me da dolor de cabeza, ganas de llevar las uñas pintadas de rojo y probar una piruleta]. Martes (4 días después). Ocho de la tarde. He intentado, sin resultado, volver a ver Los acuchilladores. Somos demasiados parados y jubilados en esta ciudad. Deberíamos retarnos a duelo o declararnos la guerra. Pero paso de peleas con dentaduras postizas y, sinceramente, pertenezco a una tribu demasiado espoliada como para luchar por un territorio tan descastado como un museo o una cafetería. Vuelvo a casa. Pongo en limpio las preguntas de una entrevista que debo hacer mañana. Vuelvo sobre algunas páginas marcadas de la novela que ha escrito el autor objeto de la entrevista. Hago una última radiografía del entrevistado. Sus gustos musicales me son familiares, excepto por un nombre. Hace más de 120 minutos que inicié la búsqueda y escuché la canción que sigue sonando en el Itunes del ordenador. Desde entonces no puedo parar de escucharla. Es mejor que los María Mancinis de Filipe Luis y Hans Castorp y Los acuchilladores secuestrados por los jubilados, al menos no tengo que golpearme con nadie para disfrutarlo. No sé si mejor que el fútbol, pero considerando que estamos en el descanso de la Champions, que tampoco hoy hay copa del Rey, ni liga y que Un viaje de invierno, de Juan Benet, me da miedo, esto comienza a convertirse en una nana. Me gusta Esplendor en la hierba, me refiero ahora a la canción de Chinarro, no al poema. Los jubilados no congestionarán el link. Esplendor en la hierba bajará sin problemas a mi ordenador. Esta vez no vendrán a fastidiarme la tarde. No habrá bastones. No volveré a casa con frío y las manos vacías. Ni siquiera saldré. No tendré que esconder las manos en el abrigo. No habrá portales. Ni semáforos. Click. Esta vez no.
miércoles, 27 de enero de 2010
Estimados Señor Chinarro y María Mancini
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2 comentarios:
Sr. Chinarro, Antonio Luque, mi compañero de tenis. Por cierto, te invito a conocer www.civinova.org; la primera red social cultural en español!!! Un saludooo!!!
Buenoo!!!!
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