sábado, 14 de junio de 2008

El frío de los supermercados


Atravesé el pasillo lentamente, detrás del carrito metálico aún vacío, empujándolo como si se tratara de un peso muerto; siempre al filo del precipicio escondido en las baldosas.
Un hombre cambiaba de sitio los envases, los viejos en la primera fila de la nevera y los recién llegados siempre al final; otro igual, pero más gordo, apilaba paquetes de sal en un estante a medio llenar. Caminé directo, sin detenerme. Llegué al final del pasillo.

Mi carrito metálico aún vacío y yo nos detuvimos en una vitrina a mirar las filas de pescados, unos detrás de los otros, en perfecto orden, todos apilados con su sonrisa de anzuelo. Puse la yema de mis dedos en el vidrio, tratando de tocar sus dientes de miniatura, tratando de mirar de cerca sus vientres flacos atravesados con una cicatriz. Sentí frío, por ellos, por mí.

Volví al carrito metálico, empujándolo con lentitud, huyendo de la coreografía doméstica, de los niños que quieren abrir las galletas sin pagarlas, de las madres que les gritan, arruinando con sus voces el hilo musical de los pasillos. Miré mi carrito. Yo no había escogido nada aún y los niños gritaban a mi alrededor.

Me dirigí hacia una fila de pollos asados que daban vueltas sobre sí mismos. Miré los conejos congelados, las patas ligeramente moradas y una colección de pequeñas extremidades acomodadas en bandejas con encajes verdes. Miré el moledor del que salían listones de carne reblandecida y martillada, los delantales teñidos con el rojo perezoso de la sangre que chorrea de los congeladores.

El sonido de los ductos de aire acondicionado, de las neveras industriales y las cajas registradoras me pareció un viento lluvioso cargado de escarcha. Mi carrito aún vacío y yo nos plantamos como lo hacen los árboles congelados, abandonados a la suerte de los estantes y el silencio de los detergentes. Avancé, como suele hacerse en estos casos, empujando mi carro aún vacío hasta la línea de los torniquetes y los empaquetadores. No miré a nadie más. No pedí, tampoco di paso. Sólo me dediqué a empujar las cuatro ruedas de un carro que dejé abandonado en un estacionamiento vacío.

3 comentarios:

Nohemi Dicuru dijo...

yo habría hecho lo mismo!
en montreal los ancianos hacen mercado en fila, uno tras otro como un circuito...y si haces algo diferente a su circuito te insultan en frances con alguna maldicion catolica!

ECG dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Metalsaurio dijo...

...he llegado a tu blog de casualidad...y me has quitado las ganas de volver al supermercado, jeje!