Huele a guayaba caliente y combustible. Un aire pegajoso y familiar se apropia de las cosas. La humedad en la piel, el tapón entre las cejas, la presión en la cabeza y un dulce mareo de aterrizaje. Damos tumbos dentro de un autobús. La pista del Prat va y viene, como un empujón de bienvenida. He llegado a una ciudad de costa salada y me siento más cerca de casa. Estoy, desde ahora y hasta que la olvide, en la única ciudad en la que para ser un pez nadie te pide que vengas del mar.
En Barcelona las cosas podrían ocurrir como en los sueños, con los ojos cerrados y sin explicación. Cuadrículas y esquinas chaflán, luego un semáforo. Cuadrículas y esquinas chaflán, luego otro semáforo. Y aunque cada manzana es la misma, ocurren en ellas fachadas absurdas. Las aceras lastiman lo justo y las calles parecen venir de otro lugar. Los edificios se inflaman, se desproporcionan. En lugar de fuentes, crecen lagunas de mosaico. Todo es Gaudí y su bate en la mano, golpeando techos y abollando ventanas. Caracoles y lagartijas se deslizan por las columnas mientras La Sagrada Familia vive de su propia intemperie. La ciudad es un arrecife alucinado. Aquí –insisto- todo ocurre porque así lo dice un orden estrambótico y cotidiano.
Estoy en la parada de un autobús cuyo número no conozco mientras miro las lozas marinas del Paseo de Gracia, esperando a que una ballena reviente el cemento y tumbe las farolas. Camino como puedo: un pie tras otro, con la velocidad de las pesadillas gustosas. Si invado el carril, un ciclista me arrollará con su bici roja, pero si traspaso la línea, tropezaré con los periódicos del quiosco. Moriré de gusto, al pie de esta mañana sin frío.
Hay sol y no llevo abrigo. Hay sol y trepo cuestas con iguanas de cerámica y camisetas del Ché Guevara. Hay sol y me sostengo en un pasamos, mientras gente rubia se fotografía con un lagarto que escupe agua. Hay sol y veo un mar de baldosas rotas y palomas pulgosas sobre mi cabeza. Hay sol y quiero una cámara fotográfica. Hay sol y me parece que sueño. Hay sol y, desde la terraza del Parc Güel, me siento más cerca de casa.
Un enjambre de graffiteros, chicos con dreads, patineteros, pitilleros, españoles que parecen alemanes o alemanes que parecen alemanes se arremolinan en una callejuela. Traquetean sus patines, dejan caer sus pantalones bajo el trasero. Se sienten modernos, en una calle moderna, tras una iglesia reventada con pintadas de aerosol. ¿Por qué si en otro lugar sería igual, aquí luce diferente?
Las paredes blancas del Macba parecen un manicomio precioso y anónimo. Entro y salgo de salas que se parecen a todas las salas de museo. Entro, salgo. Salvador mira un desfile: payasos, vacas, policías, mujeres gordas, guerreros feos. Y aunque ya estamos en el comienzo de la rambla, no hemos notado que la comparsa de carnaval -¿estamos aún en día de disfraces?- quedó atrás. Justo antes de llegar a Santa María del Mar, un grupo de gente baila con dragones de papel que arden. ¿De dónde viene todo lo que miro? Del mismo lugar del que vienen el mar, las biciletas y los sueños.
4 comentarios:
A propósito de soles...
Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.
Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.
Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.
La Jaula, A.P.
1958
KARINA,ESTUPENDO TU BLOG,TE FELICITO......SALUDOS DESDE LOS TRISTES YEXITANTES TROPIKOS...ROLANDO PEÑA
KARINA,ESTUPENDO TU BLOG,TE FELICITO......SALUDOS DESDE LOS TRISTES Y EXITANTES TROPIKOS...ROLANDO PEÑA
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