domingo, 10 de julio de 2016

Morir en verano: Casta Diva para corazones broncos


Hace unos años ya, acaso por imitación, escuchaba con especial obsesión Madame Butterfly. Siempre he dicho que ami madre le debo las cosas esenciales, la ópera es una de ellas. Con el paso de los años, he aprendido a rebelarme en su ley. He conseguido, de a poco, ampliar el repertorio. Así que sustituí a Puccini por la Norma de Bellini, una tragedia romántica que a mí se antoja una metáfora de las expectativas incumplidas. Algo así como la catedral doméstica del arsénico que Emma Bovary levantó sobre sus comisuras, pero con una hornacina que Flaubert no llegó a conceder a su bella suicida: la esperanza de que seremos capaces de resistir al derribo.

Inserta en el primer acto, Norma acoge una pequeña joya: Casta Diva. Esta aria sido utilizada en comerciales de perfume, películas e incluso para espantar el terror que genera el vacío en los lobbies de algunos hoteles. La versión más conocida la interpretó María Callas, quien la popularizó en el repertorio lírico tras la segunda Guerra Mundial, esos años en los que miles de personas sorbieron su sopa de huesos y muertos.Aquel mundo lleno de fosas debió encontrar en Casta Diva un abrevadero para la culpa; ese desamor que genera la barbarie en quienes han conseguido sobrevivir guareciéndose entre los cuerpos de los que ya no viven.

La versión más conocida la interpretó María Callas, quien la popularizó en el repertorio lírico tras la segunda Guerra Mundial

Por eso la cantamos: para desangrarnos en cada arpegio. Cantamos con la misma intensidad con la que comemos y besamos; con la que concedemos y abofeteamos; con la que gritamos y callamos. Vivimos desgarrando; demoliendo. Nos hemos hecho paquidermos de trompa triste, seres de jaula. Criaturas que pastan en un ascensor de cristal y derriban el mundo cuando intentan un abrazo. Somos bestias de corazón bronco. Somos esa mujer rota que canta en la Scala de Milán. Por eso cuando corremos vamos al lugar arrancado: a la enorme sabana de la que nunca debimos salir. Cuando cantamos, huimos hacia la tierra.

Vestida con un imponente modelo de noche palabra de honor –ay, hueso de mis huesos-, dueña de un collar de piedras preciosas que le acordona la garganta cual bella y suntuosa soga, María Callas interpreta Casta Diva. Despojada de carnes, enflaquecida por amor y vanidad; por miedo a no ser querida -y a la vez por unas ganas locas de serlo-,  la Callas se deja la voz en el desamor de Norma y en el suyo. También en el de quienes volvemos a esta grabación defectuosa de Youtube para llorar a gritos.

Norma pide a la luna otras cosas. Implora algo que la sujete en el huracán doméstico del engaño, esa otra muerte de los afectos.

En Casta Diva, Norma eleva una plegaria a la luna. Y aunque la impulsa la pasión por Polión (su marido, un procónsul romano que ama a otra mujer) quien escucha detenidamente –con  la atención que desarrollan los corazones llagados- podrá percibir de qué forma cuando Norma canta, no pide amor. O no solo amor. Norma pide a la luna otras cosas. Implora algo que la sujete en el huracán doméstico del engaño, esa otra muerte de los afectos.

Cuando canta a la luna, esa escena romántica por antonomasia, Norma pide claridad. Pide fuerza y pide paz. Norma pide lo que buscamos todos en las cintas del gimnasio, en el vértigo de los andenes y los fármacos.  Norma pide esa templanza que apuramos en la última gragea de un bote que ya estaba vacío. Cuando canta, Norma pide la fuera que obra el milagro de las familias y las gestas. Norma pide eso que hace posible las cosas que duran para siempre.

 ¡Casta Diva, que plateas
estas sacras antiguas plantas,
a nosotros vuelve el bello semblante
sin nube y sin velo!
Templa, oh, Diva
templa estos corazones ardientes,
templa de nuevo el celo audaz,
Esparce en la tierra esa paz
que reinar haces en el cielo.
Fin al rito, y el sacro bosque
sea limpiado de los profanos.
Cuando el numen airado y hosco
exija la sangre de los romanos
desde el druídico santuario
mi voz tronará.

Mientras escribo estas cosas que no pagan la renta, el reloj del ordenador marca las siete de una tarde de verano. Un día bronco de muertes y resurrecciones que casi llega a su fin. Un día acordeón en el que cupo por igual  el oleaje de las copas de una noche extinta y los buenos días de un pan abrasado en el plato del desayuno. Son las siete de la tarde y escucho la voz de la Callas.  Mientras las aspas del ventilador mueven el vapor infernal del día, percibo incendio en Casta Diva. Acaso porque algo mío se quema en su sonido.

En el verano, todos los días son un incendio. Escrito con la caligrafía limpia de esa letra quebrada, esa uve que invita al abismo y laresurrección, el verano está hecho para la combustión. Para arder en la paila de la primera vez y el eterno regreso a la ración recalentada de lo que fue nuestro corazón cuando descubrimos el mar. El verano es el tiempo de las fiestas, las comilonas y los excesos. Es la temporada en la que las vestales salen a hacer la compra para comerse a Orfeo a dentelladas.  Son los días en los que las la vida ocurre exagerándose, para parecer más vida.

En verano, la muerte resulta –como la voz de Norma- atronadora, porque la impulsa la vida en su carrera loca hacia el final. 

En verano, la muerte resulta –como la voz de Norma- atronadora, porque la impulsa la vida en su carrera loca hacia el final. En verano mueren los amores, las esperanzas, las personas, los toreros, los niños, los plazos. Mueren los matrimonios. Las promesas que nos hemos hecho. El temple que se nos ha ido por el desagüe de la ducha o en el lento ombligo de una tripa caída. El verano es pudrición y caducidad. Es pura belleza de lo que llega a su fin.  Es la paz que Norma ansía y pide a gritos a la luna. Porque Norma no quiere que Polión vuelva a quererla, sino que sea el de antes. Norma canta para corregir el tiempo. Reclamando ese prodigio, se pide a sí misma. Invoca la rueda maluca del eterno retorno.

El verano es incendio.  Ese tiempo que imprime  en la piel las marcas de un fuego que arrasa y renueva. El estío y el hastío. La uve quebrada: muerte y resurrección

El verano incumple expectativas bellamente. Es la vida que se pudre con las cerezas y las borracheras. Es la estación que nos arropa y derriba. Es ese tiempo que imprime  en la piel las marcas de un fuego que arrasa y renueva. Lucimos morenos porque venimos del chapuzón en la paila a la que vamos a purgar lo que el invierno ha hecho con nosotros. Del verano me gusta el exceso y las óperas cantadas por la Callas, también la sensación del superviviente. De quien ya solo espera que los días se enciendan con la brisa caliente que desatan los vasos con hielo y rodajas de limón cortadas por la mitad.

Escribo mirando el collar de la Callas. Lo miro con codicia y tristeza. Imagino el peso de cada diamante sobre su garganta lastimada y su corazón chamuscado. En la voz de la Callas, el verano se responde a sí mismo. Se revela como realmente es: expansivo, de la misma forma en que lo son las pasiones y el pesimismo. El verano. Una estación iniciática, a la manera de Pavese. En verano, como en las páginas de aquella novela escrita por el suicida más solitario, desgarramos la entrepierna y el corazón, nos preparamos –desde muy pronto- para el mundo crepuscular que nos ha sido concedido.

Cada año que llegamos a él nos descubrimos distintos: un poco más viejos y carbonizados. Nos descubrimos merodeando nuevas formas del incendio. Del estío y el hastío. Por eso Norma. Por eso Casta Diva.  Para pedirle a la luna que nos temple. Que haga de nosotros un clavo ardiente. Para esperar, acaso, que en el camino hacia la muerte todo vaya a mejor.





3 comentarios:

francisco aranguren dijo...

Cómo decía Gil de Biedma sólo hay dos épocas interesantes, la juventud y la vejez: la edad madura es un aburrimiento. Así el verano, puro bochorno y pudrición entre la primavera y el otoño

Javier dijo...

Precioso... Leyéndolo y escuchando a la Callas... Sublime. Gracias y si escribes así a las 7 de la tarde de un soporífero verano... Cómo lo haras a la luz de la Luna.

Javier dijo...

Precioso... Leyéndolo y escuchando a la Callas... Sublime. Gracias y si escribes así a las 7 de la tarde de un soporífero verano... Cómo lo haras a la luz de la Luna.