jueves, 8 de diciembre de 2011

Castilla y León para forasteros tropicales. Lección uno: hombres que habitan un paisaje (y a los que no entiendo)

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Tres hombres beben vino agrio, en una taberna de humores, también agrios. Dos riberas, por favor. Un hombre de chaqueta de punto y piel percudida sirve dos copas. La botella tiene una etiqueta de las bodegas Protos. Pero el ácido tinto no se parece, ni por asomo, a un Protos. La ha rellenado con vino a granel, supongo.

Un pesado y espeso vapor a huevo cocido y aceitunas en vinagre carga el aire. En la barra, un ejemplar del Norte de Castilla está abierto en la sección local, en la página impar donde una noticia narra la historia de la filicida de Parquesol. En el mostrador, unos boquerones de raro aspecto se ahogan en un vinagre espeso, amarillo. Levanto la mirada. Una cortina maromera de las que se usan en las puertas de las casas separa la estancia de los servicios.

Afuera, hace frío. La mayoría de las casas, algunas de piedra o ladrillo, otras de adobe, tienen las ventanas cubiertas con persianas pesadas como párpados. Dos niños juegan con una pelota en medio de la estrecha callejuela. A estas horas de la tarde, las siete, sólo hay dos bares abiertos en los alrededores de la Plaza del Cosso.

En uno, unos chicos juegan en un estropeado futbolín. Llevan chándales y playeras. Su cabello luce tieso. Pinchos moldeados con fijador y paciencia. Algunos lucen pendientes de circones en cada oreja. Del otro lado de la calle está este otro establecimiento, el solitario bar al que he decidido entrar y en el que he pedido un vino que no bebo. Es el bar Vidal y en su interior, sólo tres hombres beben mientras yo miro, con cierta reserva ese vino raro.

A los cinco minutos de estar dentro, un cuarto bebedor se une al grupo. Lleva gorra, chaleco y bastón. Tendrá, supongo, unos ochenta años. El encargado del bar, a quien de lejos puedo verle la mugre concentrada en el surco de sus arrugas, sirve otra copa, también agria, de vino. De los cuatro bebedores, uno lleva anillos de oro en el meñique de cada mano. Viste además una cadena, también de oro. El otro, vestido con un jersey azul marino, pide una cerveza. Una mujer mayor entra a comprar lotería de Navidad. Se hace con un décimo y se marcha.

Reparto la mirada entre unos platos de cerámica con inscripciones. “Recuerdo de Peñafiel”, dice uno. “Recuerdo de Ávila”, el otro. En la barra, los bebedores charlan. No sé de qué hablan. Creo que de un burro que ha echado a correr.

-“¿Un burro?”

- “Que sí, que sí, que un burro”.

-“Un burro”, dice ahora con entonación afirmativa el cantinero que antes preguntaba.

-“Que sí, un burro”, responde el de los anillos.

-“Que sí. Que el burro se fue pa’ allá, y corrió”.

El cuarto bebedor permanece ajeno pero atento. He escuchado la palabra burro cinco veces y aún no entiendo qué es lo que ha ocurrido con el équido que tantos problemas parece haber dado a quien narra la historia.

Intento llevarme la copa a los labios, pero el olor me recuerda porqué no he tocado mi copa. Junto a una máquina de café que no parece hacer sacado café en años, una alacena exhibe latas de conservas, algunas jarras de vidrio con enormes y rancios pepinos que flotan en algo parecido, también al vinagre. En la televisión, dan la sexta, una película de navidad, creo.

Pido la cuenta, mi copa sigue intacta. La conversación también. Una delgada capa de grasa añeja y algo de polvo recubre las botellas de whisky, orujo, pacharán, licor de almendras… Dos euros cuarenta por dos vinos.

Salgo a la calle fría. Los chicos de los chándales ahora caminan hacia una plaza. Los niños que jugaban al fútbol siguen jugando al fútbol. El aire fresco despeja el agrio humor del bar Vidal al que he entrado y del que he salido sin entender nada. El frío condensa un raro rocío en los automóviles aparcados. En una hora echan el fútbol. Camino hacia el coche, con la certeza de que me pierdo de algo. Una pieza que conecte a unos hombres con otros. Un hilo que haga sentido, que borde los gestos duros de sus habitantes. Un hilo, a lo Teseo, que me lleve de vuelta a la línea con la que cielo gana terreno a la oscura tierra labrada.

4 comentarios:

camino roque dijo...

"hombres que habitan un paisaje" hermosa frase!

no soy de descripciones. las suelo saltar fácilmente. pero este hilo tenía sentido para entender el paisaje de aquellos que lo habitan.

me ha parecido un texto muy bueno

La KSB dijo...

Gracias Camino. Yo todavía estoy digiriendo el material que recolecté en estos días y, si te soy sincera, me siento como una boa que se ha tragado un venado.

Antonio Díez dijo...

creo que en el cuarto párrafo falta una palabra, "pelo" o "tupé" quizás... por lo demás un relato soberbio de la monotonía castellana... abrazo, salud!

La KSB dijo...

Muchas Gracias ANtonio. En efecto, faltaba la palabra cabello o pelo. Un abrazo