La mujer que
creó a
Robert Capa se llamaba
Gerda Pohorylle. Sepultada durante años bajo el apellido del reportero con el que trabajó codo a codo,
su nombre emulsiona hoy impuntual. En ocasión del centenario de su nacimiento, 1 de agosto de 1910,
Taro volvió a las salas de exposición por su propio pie. Con Taro es muy fácil resbalarse en la
jabonosa escalera de lo femenino.
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Es muy tentador que su trabajo nos parezca mejor que el de Capa como una recompensa por los años de sombra. Pero entenderla sólo para cobrarnos una deuda –
la discreta omisión que le ocasionó ser compañera sentimental del húngaro y el desinterés o la frívola ligereza que eso pudo arrojar sobre su trabajo- es un error. Por eso quiero hablar de Gerda Taro, para sacudirme el síndrome del
Gender studies.
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Si
André Friedmann pasó a la historia como
el fotógrafo que se aproximaba al sujeto incluso hasta el momento preciso de retratar su muerte, Gerda Taro, con su Rolliflex, se acercó al ser humano hasta el
momento exagerado que el ojo humano es incapaz de fijar por sí solo. Y ésa, justamente esa, es su mayor distinción con respecto a muchas otras miradas. No hablo ya de su compromiso político. Me refiero, simplemente, a su fidelidad con lo retratado.
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Las imágenes hechas por ella en Valencia, en 1936, de las víctimas del bombardeo, o de las milicianas recibiendo instrucción en Barcelona, crearon
una estética demorada que la fotografía de guerra no conocía hasta ese entonces. La aparición de las Reflex 35 mm, mucho más ligeras y sencillas de llevar, a diferencia de las pesadas cámaras con trípodes, si bien marcaron un punto de inflexión en el reporterismo bélico, en el caso de Taro suponen sólo una nota marginal.
Sus fotografías están hechas a una distancia mucho más reducida que las de Capa. Su
quemarropa es más arriesgado. Si te acercas tanto como ella, sales mucho más herido, incluso manchado de la sangre que ella ha visto. Es, insisto, su mirada y su corazón miope los que se acercan de otra forma.
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Taro… From hell to eternity
Todavía Gerda Pohorylle, salió de su casa siendo apenas una jovencita. Era menuda, pelirroja, de ojos verdes y corte a lo Garҫon. Nacida en Stuttggart,
llegó a París entre 1934 y 1935. Hitler adelantaba el rearme alemán y comenzaba la partitura de la persecución antisemita. Los primeros campos de concentración, por ejemplo Oranienburg, al norte de Berlín, comenzaron a construirte apenas en 1933.
Taro tenía motivos suficientes para irse.
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En el París de entreguerras, un huraño Duchamp pretendía hacer creer que ya no hacía arte, los aspavientos de las vanguardias perdían volumen y Gerda Pohorylle se las arreglaba para sobrevivir.
Había conseguido un trabajo en la agencia Alliance Photo de María Eisner (que será más tarde una de las cabezas de Magnum Photo) cuando conoció al joven húngaro Endre Friedman, Bandi para ella.
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La principal meta de Gerda Taro era sobrevivir. En ese entonces, a los periodistas se les concedía automáticamente un permiso de trabajo y en consecuencia el permiso de residencia. Si bien es cierto que
con la venta de algunas fotos ella consigue evitar la extradición a la Alemania nazi, su situación, así como la de Capa, distaba de ser cómoda.
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Es entonces cuando propone a Bandi crear al famoso fotógrafo norteamericano Robert Capa. Éste, dicen, ha venido a Europa a trabajar.
Es demasiado famoso para reunirse, así que
vende sus fotos a través de sus representantes: Friedmann y Pohorylle y lo hace al triple del valor que un fotógrafo francés. La estrategia funciona. Al tiempo, ella decide crear su propio alter ego, Gerda Taro (en algunas versiones Gerta Taro). Las primeras fotografías de ambos salierob bajo la marca Capa, lo que hizo que se atribuyesen muchas imágenes suyas al húngaro. Tiempo después, ella registraría su propia firma.
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En 1936, al llegar a la España donde estalla la
Guerra Civil, Gerda Taro tiene apenas 23 años, Capa 26. Juntos avanzan por los principales frentes y ciudades. Barcelona. Córdoba. Teruel. Valencia. Madrid... De esa época provienen los retratos
de las milicianas recibiendo formación, toda una nueva narrativa del reporterismo.
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¿Que eran épicas?, ¿Líricas?,
¿comprometidas? ¿casi propaganda? Sí, eso y mucho más, pero hasta ese momento fueron una visión inédita, inexplorada. No eran sólo un documento de la guerra que ocurría frente a los ojos. Tampoco era un retrato en estudio, donde todo está controlado, medido, donde la emoción justa está prevista: el odio, el miedo, el sufrimiento. No
es ninguna de las cosas, y sin embargo reúne lo mejor de ambas.

Sus imágenes no son sólo hombres matando y dejándose matar. Ella ve la guerra ahí donde siempre ha estado y donde ha matado más gente,
en el día a día. Sus imágenes hechas durante El Segundo Encuentro de Intelectuales en Defensa de la Cultura en Valencia y Madrid en 1937 (la Cibeles ocultándose tras un paredón de ladrillos, la banda de músicos callejeros invidentes), esa capacidad para acercarse... esa miopía en una primera línea donde el fuego es tan mortal como cualquier otro.
Morfina Nuit...
El 22 de julio de 1937, la revista
Regarde publica un reportaje de Taro sobre
la victoria de los nacionales en Brunete. Una de sus fotos es portada de la revista. Quizás demasiado joven, demasiado empeñada en que se le considerase tan importante como a cualquier otro reportero, o simplemente demasiado ambiciosa,
Gerda Taro regresó a la ciudad, a pesar de la orden expresa de que nadie que no fuese del ejército podría estar ahí.
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A pesar del fuerte ataque de la aviación alemana e italiana contra Brunete, Taro reunió suficiente material . Ted Allen, comisario político de la unidad médica del Dr. Bethune, que la acompañó en aquella expedición, intentó disuadirla de aquel despropósito.
Pero Taro siguió haciendo instantáneas desde un hoyo en el que consiguió guarecerse. El general Walter, de las brigadas internacionales, le conmina a irse, cuanto antes. Taro no le hace caso.
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Cuando termina el ataque aéreo y la reportera se da por servida, finalmente abandonan la zona. Pero en medio de la confusión y una nueva escaramuza en el ataque aéreo,
el coche en el que avanzan hacia Valdemorillo se descontrola y Taro pierde el equilibrio. Al caer al suelo, la fotógrafa fue aplastada de la cintura para abajo por un tanque de guerra. Aún vivía cuando llegó al hospital El Goloso, en El Escorial. Después de una intensa noche de morfina, transfusiones e intentos por operarla, murió en la madrugada del 26 de julio de 1937. Tenía 27 años y el
corazón aún miope de quien mira muy de cerca.