domingo, 13 de junio de 2010

Tipología del pajarito preñado


Protect me from what I want
Jenny Holzer

"Smooth in my hand
Staring at the sea"
The Cure. Killing the Arab


No me hago acompañar por nueve matones. Al otro lado de los torniquetes no he dejado estambre de hilo rojo del que pueda tirar para recordar el camino. Tampoco tendré que matar, creo, ni hacerme matar. Aún así esta mañana la estación tiene algo de perdedero. Pasillos en larga réplica. Una diapositiva atascada de gente en movimiento. Camino, con los audífonos apagados, busco la línea cinco en la estación Diego de León. Cojo la escalera mecánica. Vértigo, buenos días y una charca de monedas a los pies de un trompetista.

Los que caminan van hacia otros lugares. Ventas. El Carmen. Chueca. Gran Vía. Avenida de América. Sostienen pequeños bolsos con almuerzos envueltos en papel de plata. Leen libros que a veces yo no leería y otros que arrebataría para no devolver nunca –qué hace Saki, a veces, en el metro-. Otros doblan diarios. Tropiezan, hieden, suspiran, dormitan. Son corredores sin hilo. No lo necesitan. Se saben el camino de vuelta de memoria.

Llevo años recorriendo galerías subterráneas hechas con saliva de una sola costumbre: llegar. Gente que era de una forma y tuvo la fortuna de ablandarse. A mitad del pasillo que me llevará al andén, una brisa despega mi cabello del rostro. Empuja los mechones por encima de su sitio, levanta faldas, desordena los diarios. ¿Son los frenos de los vagones alborotando las vías, acaso la ventisca de la prisa? Son las ocho de una mañana sin centro en la que todos nos movemos entre réplicas. La brisa sopla fuerte, cada vez más. Y más. Y más. No sé si es un vagón que se acerca o ha partido ya.

Los viajeros de la línea 4 caminan contra la corriente de los argonautas que buscamos la ruta verde. Los que van en dirección Argüelles han desembarcado de golpe, y lo hacen empujados por el aire que barre las galerías de la estación. Yo camino en el medio del enorme corredor, jugando a derribar viandantes con mi rabia invisible.Mis audífonos siguen apagados y en las marquesinas una pareja de abuelos baila sobre una alfombra roja; el cine para los jubilados costará, de ahora en adelante, un euro, todos los martes.

Cierro los ojos y juego. El aire sopla más fuerte y empuja mi cuerpo hacia atrás, hacia el resto del pasillo que ya he recorrido. Pero a oscuras me importa menos la distancia y me concentro en avanzar, a solas, en medio de aquella enorme ventisca. Hay amenaza de tropezar, pero a tientas todo es más dulce. Una controlada y neurótica dosis de inseguridad amplifica los pajaritos preñados que viven en mi cabeza. Unos miligramos de pérdida –la que me invento jugando a las tacitas- hacen distinta, ¿más hermosa, acaso más poética, más gilipollas? mi propia experiencia del mundo.

Avanzo como la hormiga ciega que soy, sólo que esta vez confeccionándome otra oscuridad. Me ayudo, discretamente, con algunas tonterías. Calculo la distancia que hay entre mi cuerpo y la pared. Muevo los brazos, de a poco, barriendo el aire en busca de obstáculos. Aún no tropiezo. Mi rabia se esfuma. Es la primera vez desde que me levanté que me apetece sonreír. p
Pero algo falla en este juego. Algo, desde el comienzo, está mal. Si se detuviese la brisa y la oscuridad continuase, ¿quisiera, aún, reír? Si abriera los ojos para espantar la ventisca, traer de vuelta mi rabia y no encontrara el paisaje del intercambiador, ¿me bastaría calcular la distancia entre el cuerpo y el muro? ¿Mi pérdida haría el mundo, realmente, más hermoso?

Dejaría de ver las galerías de hormigas, los rostros apaleados y los vagones llenos de gente apagada. Pero cada vez que volviese a soplar el viento, ¿me conformaría con el placer del roce de un mechón en la mejilla o ambicionaría volver a mirar los remolinos que hacen las hojas caídas en las calles?

Abro lo ojos frente a una máquina de botellas de agua y golosinas. Me llevo la mano al bolsillo y saco una moneda de dos euros, la última que me queda. Miro el redondel, como lo haría a quien toca lanzar cara o cruz. La devuelvo al bolsillo y me doy la vuelta. Entonces recupero la vista o las escamas, miro la hora y regreso a la columna de hormigas que están por abordar el vagón de la línea 5 en dirección El Carmen. Entro, tropiezo. Vuelvo a ser el pez. El cardúmen de mí misma, dando saltos inútiles fuera del agua.

Llevo los casos puestos y sin música. Saco Sombrero y Mississippi de mi bolso. Doy vueltas a la rueda del Ipod. Música. Artistas. Sr Chinarro + HOLA TODO EL MUNDO. El fantasma de la transición. Play.
Esta mañana, la estación tiene algo de perdedero.
(*) La imagen pertenece a la Web www.madridmemata.es

10 comentarios:

Soraly Resplandor Torcat dijo...

Tal vez es por mi tendencia a buscar sentido y lógica a todo... pero a veces hay textos que no entiendo y otros que me dan algo de miedo. Este está un poco a mitad de camino :(

La KSB dijo...

No sé porqué los textos tienen que tener idea principal, secundaria de ideas de apoyo o contexto. Eso ocurre con los textos de gente seria.
Los textos amateurs, los macramé como estos no tienen porqué tener sentido, o explicaciones. Son galletitas que se hornean en casa. Artesanías, manualidades. Y las manualidades no se interpretan.

Las manualidades ocurren, decoran,ocupan espacio.
:)

Soraly Resplandor Torcat dijo...

Yo es que soy poco dada al ornamento en general. Tengo esa patología tan terrenal de vivir con lo justo. You know that. (¿O será que soy demasiado seria?) :/

Ana dijo...

Más valen los pajaritos preñados que cien volando... ¡no te olvides! ¡muak! :)

Unknown dijo...

me fascinó la metafora de ser el cardumen de ti misma, demasiada fuerza que se deborda hermana. Alguna vez has visto a la orilla del mar, cuando de repente todos en el cardumen voltean al unísonó?, como si todos fueran una sola cosa, una sola idea; o cuando a veces, uno o dos lanzan destellos como al descuido? como jugando a engañarnos... a mi me gustaria ser mi propio cardumen, tener el poder de ser muchos en uno, pero también con la opción de escoger un nuevo rumbo, como un destello...

Adriana dijo...

si es que a mi me importa un comino lo que me estés contando, lo me me encanta es que lo haces deliciosamente.

La KSB dijo...

CRistina, hermana mía, el problema del cardúmen es que su fuerza es como los coletazos, de un golpe. Es un abatimiento de energía. Hermana... hermanita... sis... tite. POr eso es la frase de la gran Jenny Holzer (¿te acuerdas de Jenny Holzer, ¿la que me gustaba tanto?), "progéme de lo que deseo".

La KSB dijo...

Ja ja ja ja ADriana, ¡chócala! Por eso me llevo tan bien con los arquitectos!!!!!

camino roque dijo...

se siente... (algo se ahoga en las tripas)
no soy de palabras, pero las tuyas me han dibujado algo en la piel,
no logro verlo bien. todavía...

La KSB dijo...

Camino: a mí me pasó lo mismo con tu blog, se me vinieron ráfagas a la cabeza. Iré por tu fábricas, muchas veces.