viernes, 21 de mayo de 2010

86 (en Barcelona)


Yo conté 86, pero debían ser muchas más. Los chuck andaban rojos, de su cuenta, haciendo piel contra las baldosas. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Bajo el agua, todas las columnas saben un poco a sal y uno llega a oler mar donde no hay siquiera espuma. Y si llevas los ojos puestos en los adoquines, llegas a cualquier sitio pensando que se trata de la plaza de la Virreina. Se te olvida, también, que las piedras salpican y que es tan fácil enamorarse de las farolas como a las chiquillas treparse a los cuellos de los colgados.

Y ya no sé si lo que piso son algas, guayabas –¿no os he dicho que me huele así esta ciudad?- o corazones que alguien barre a mis espaldas. Porque ciertas calles, como los corazones, no se caminan, se rastrillan locamente hasta hacer sangre en el cemento. He dicho que conté 86. Ochenta y seis columnas, catedrales, catalanes, vestidos, calesas, turistas, mujeres altas, hombres borrachos, camareros tatuados, fuentes inmunodeprimidas. Conté 86, pero debían ser muchas más. Muchas más serpientes, caracolas, bicicletas, sobres de azúcar, paquetes de tabaco, rieles de tren, guayabas, bailarinas, cervezas.

Ayer estuve en Barcelona. Conté el número de catalanes que hacen falta para dinamitar una catedral, la cantidad exacta de libros que hacen falta para derrumbar una estantería, los coches que despeinan una autovía en la madrugada, las estaciones que separan Poble-Sec del resto del mundo, el número de veces que un balón evita una portería y ya no sé qué más porque me apetece enumerar otras cosas. El cargador del móvil agita la oscuridad con una luz necia de aparatito. La miro insistir desde la cama. Llevo una cuenta absurda mientras mi corazón tartamudea estas cosas con la luz apagada.

Yo conté 86. Ochenta y seis columnas. Pero si en verdad eran ésas ¿Entonces por qué le llaman la Sala de las cien columnas a esa columnata del Parc Güel? Para llamarse así deberían ser muchas más. Muchas, muchas más. Miro alrededor. El móvil titila. Mi corazón tartarmudea. Las farolas se dejan querer, los colgados también. Los chuck siguen rojos, y de su cuenta. La ciudad sala parques y virreinas. Esto es lo que pasa si llevas los ojos pegados a los adoquines. Esto es lo que pasa.

Te da por pensar, de más.

2 comentarios:

Adriana dijo...

si, a mi las baldosas del suelo simepre me estan hablando tambien...

DINOBAT dijo...

Los humanos les ponemos números a las cosas...y luego olvidamos.