Veintidós de diciembre, tres de la mañana. Cruzaba con mi padre el Puente de Triana, en Sevilla, cuando vi en una de sus barandas un candado inscrito con el nombre de una pareja y una fecha. Vane y Mario. Septiembre 2009. Me acerqué. El objeto en cuestión estaba cerrado a cal y canto.
El asunto respiraba un tufillo carcelario, un no sé qué, una cursilería que habría quedado en óxido y mal gusto de no ser porque, a medida que avanzaba, comencé a notar que Vane y Mario se convirtieron en Pilar y Curro; Paco y Mary; Concha y Chema. Se trataba de un brote de amor… o celopatía. Los nombres estaban escritos, algunos, con rotuladores. Otros se habían tomado el trabajo –y la alevosía- de grabarlos.
A medida que mi padre y yo dábamos cuenta del paseo, comenzamos a notar cómo el puente padecía una especie de salpullido. A un candado se unían dos, a veces tres. A uno alguien encadenaba otro más pequeño, entonces uno ya no sabía si lo que veía era un hijo fruto del tiempo -es decir, que la pareja había vuelto para adosar al vástago con aquella coqueta ofrenda de ferretería-, o si se trataba más bien de una orgía cívica en la que cada quien busca su sitio como puede. “¿Raro no?”. Sí raro.
Dejé pasar los días preguntándome qué fiebre era ésa, de dónde provenía aquel contagio, aquella manía por dejarlo todo tan bien atado. Mientras, abajo, un río corre libre hacia cualquier lado, la gente se empeña en atarse a un monumento asegurándose no sé yo qué tipo de rara posteridad.
Dejé pasar los días preguntándome qué fiebre era ésa, de dónde provenía aquel contagio, aquella manía por dejarlo todo tan bien atado. Mientras, abajo, un río corre libre hacia cualquier lado, la gente se empeña en atarse a un monumento asegurándose no sé yo qué tipo de rara posteridad.
De ser todo esto cierto, la gente estaría entendiendo el afecto como una inevitable y contagiosa cerradura (encadenarse en la intemperie, y más aún frente a un Castillo que fue de la inquisición), una invitación a la custodia mutua o la policial costumbre de encerrarse con llave.
Volví a pasar a los dos días, con el firme propósito de quitarle hierro al asunto. Me fumé un par de cigarrillos, para tomarme con calma aquella chatarrería. Para mirarla como se miran esos gestos que suelen ocurrir en las ciudades… los insultos de los lavabos, las inscripciones en los bancos de los parques, los grafitis en los vagones de los metros. Pero no. No conseguí aflojar la cuerda.
Para resolver el origen del brote, busqué en Google… La respuesta no tardó más de un segundo en aparecer. Y la fiebre obtuvo pronta explicación. Federico Moccia tenía que ser. No seré yo quien rocíe de gasolina el nombre de este buen hombre. No seré yo quien juzgue sus libros de empalagosos y oportunistas títulos. Que lo haga, por favor, gente más culta y preparada.
El asunto en cuestión –el de los candados en el puente- se puso de moda a raíz de una escena del libro Ho voglia di te ('Tengo ganas de ti', Ed. Planeta), escrito por el señor Moccia. En él, una pareja se jura amor en el Puente Milvio de Roma, donde coloca un candado y tira luego las llaves al río.
La imagen literaria se esparció cual estornudo, especialmente entre lectores adolescentes, que –supongo- dejarían los vampiros y correrían a las ferreterías y los Leroy Merlin para repetir el performance de los enamorados de Moccia.
Fumo con ansiedad, consciente de que mañana ya no me dejarán hacerlo en ningún local público. Fumo mientras pienso en estos tiernos arrebatos. Hubo ingenuidades entrañables, el prohibido prohibir entre ellas. Y me parto la cabeza preguntándome qué fascinación encuentra la gente en atar al ser querido, como si de una oveja se tratara, a una cerradura. ¿Quién sabe?
No lo entiendo. Ha de ser el mono anticipado. Que mañana ya no me dejarán fumar en el bar. Que no podré pensar estas cosas mientras arrojo humo cual chimenea. Que me pondrán otra regla que no pedí. Que las fiebres son muchas y no llevan lógica. Que los afiebrados ya no sueñan. Que en la televisión hay demasiados programas de bricolaje. Que la gente teme a las turbulencias y quiere saberse quieta, inmóvil, para quererse… ¿mejor?
11 comentarios:
muy buena la crónica...y esas parejas, cuando no estén ya juntos, irán a quitar el candado? o pensarán en lo-que-pudo-haber-sido cada vez que lo vean bien amarrado en el puente?
Es cierto Chase, en el fondo, todo fracaso es también un cerrojo. Imagínate, entonces, cómo se complica ese puente. Eran mejor los ahogados, ¿no? Al menos navegaban hacia algún lugar...
La primera vez que vi esto fue en Vilnius. Allí me comentaron que era una vieja tradición rusa. Tras leerte se me desvirtua, me languidece y entristece un poco.
Doctor Letra confío en que se trate de algo más antiguo... porque mi investigación no fue nada seria. Puente de Triana + Candados no es nada metdológicamente fiable.
Y ahora que lo menciona, no estaría mal buscar la verdadera razón detrás de esto. Lamento languidecerle o entristecerle la historia. De verdad. Quizás haya que darle la vuelta. Quizás estamos muy apocalípticos.
Ariana: aprovecho, unos cuantos mensajes más abajo, para disculparme. Te llamé Chase, confundiéndote con una amiga que se llama Adriana. Perdona la confusión. UN abrazo y muchísimas gracias por visitar Crónicas.
Y es bastante metafórico lo de cerrar el candado y arrojar la llave. Como si con un objeto, que no tiene ninguna conexión directa con la relación.. se pudiese controlar el fin o la interrupción, de naturaleza espontánea, de una relación.
Y la llave, hundiédose, cada vez más lejos del candando, que es la relación, como perdiendo el elemento que permite la salida. Despidiéndose del poder de decisión para caer en hábito del "amor eterno".
PD: Están buenas tus crónicas.
Patricio: vengo de visitar Humor Literal. Me pude reír muchísimo con Gerbo. Hubo imágenes que me encantaron, entre ellas Hilo Conductor. ¿Has pensado en acumular todos los resguardos de los tickets con los que pagas el súper y empapelar algo?
Gracias por la visita! Nunca se me había ocurrido lo de los tickets, igual el que está en mi blog está modificado, ese tipo de tickets son los que firmás y devolvés. Saludos!
Es verdad Patricio, ¡esos son los tickets que se devuelven! Ahh, no. Pero así se completa el ciclo, como las botellas de Coca Cola y los billetes de Cildo Meireles. MIra... http://www.latinart.com/spanish/faview.cfm?id=621
Pues tengo que decir que no me parece mal expresarse a través del candado... a la final es justamente el libre albedrío lo que nos hace grandes y cuando me mantengo con mi pareja es porque DECIDO APOSTAR POR NOSOTROS y me parece una manifestación de amor preciosa ese uso que le doy a mi libre albedrío...
Creo que ese concepto de "libertad" está sobrevalorado, se es libre aún en pareja, si no te sientes así, pues entonces no estás con la indicada. Justamente me siento más libre porque a pesar de que sé que cuando quiera me puedo ir, decido LIBREMENTE quedarme, cada día vuelvo y vuelvo a apostar, todavía me lo merece y espero que como esos candados, me lo siga mereciendo siempre...
Laura, ¡cuánto tiempo! QUé gusto leerte en este blog. Tienes razón con el libre albedrío, totalmente. Siempre se es libre, en pareja o sin ella. Aún así, no puedo evitarlo: ese enjambre de cerrojos imponen, y no por su belleza estética o su originilidad urbanística.
Pero bueno, ¨no haré yo un tratado sobre las relaciones humanas, eso se lo dejo a Ítalo Calvino. Yo me limito al oxidado objeto a la intemperie como cursi amago del compromiso.
Menos mal que existen visiones distintas sobre un mismo asunto, ¿verdad, Laura?
Publicar un comentario