miércoles, 17 de junio de 2009

(Solía ser) un no-lugar

I want to be flexible
I want To go out
Of my way for you
But enough is enough
Björk. Where is the line with you

Deals we make
Brown paper bag
makes for a hat
when it rains
onyour head
matecheers for that
Goldfrapp. Brown paper bag

Hasta hace unos años, creía en el encanto de los lugares genéricos y el poder de las paredes en blanco. Creía, insisto, en el arrullo de las autopistas desiertas y en el insomnio de los mostradores en los aeropuertos. Pensaba, sí, en los maniquíes hambrientos y los escaparates sin luz en mitad de la noche. El rugido de los aviones desde una ventana, el frío de los supermercados, los botones de los ascensores y la voz de Alison Goldfrapp.

Ahora prefiero lo mismo, pero al borde de esta ventana.
¿Será que podemos traer otras a casa?

viernes, 5 de junio de 2009

Rectificación para un acuario


Fran, esta va por ti chaval. Gracias.

Pregunta mi amigo Fran J. Cristofol si Las Hilanderas -las de Velázquez, no otras- eran simples tejedoras. Y no. Ni lo eran ni podían serlo. Que los periodistas, convertidos en versiones de Aracné, entren en la misma pregunta no me parece descabellado.Incluso, me parece un buen lugar para comenzar una discusión.

Ni tejedores, ni escribidores pero tampoco escritores, ni justicieros, mucho menos paladines de algo que no sea nuestro propio teclado. Periodistas, a secas. ¿No? Sería lo más saludable, lo menos inflamable en estos tiempos de keroseno (que nadie rasque la primera cerilla).

Puede que mi anterior descripción de un mobiliario periodístico, a fin de cuentas una redacción cualquiera, esparciera por ahí la sal de la desilusión. Y no. En el fondo no. Es sólo un paseo barbitúrico, una forma hinchada de mirar.

Pero eso no me impide remover el agua de la pecera, a ver si su ronco sonido marino nos dice algo al oído. Las Hilanderas no eran simples tejedoras, pero tampoco creo que sintieran el deber de aclarar su propio status ante la historia. Nosotros, en el fondo, tampoco tendríamos. Y sin embargo lo hacemos.

A veces nos quedamos en el fondo de la pecera. A veces sólo tragamos y escupimos piedras. A veces, Fran, damos demasiadas vueltas en nuestro propio acuario. Aunque tampoco me apetece afilar el índice contra nada ni nadie. Yo sólo miro lo que me rodea. Sólo eso. Sólo miro.

jueves, 4 de junio de 2009

La soledad de las redacciones

"Can you see them out on the porch?
Yeah, but they don't wave.
But I see them round the front way. Yeah.
And I know, and I know. I don't wanna stay"
Pearl Jam. Yellow Ledbetter

Todo en ellas cruje, como crujen las aletas de los peces bajo el agua: lenta, y sordamente. El día transcurre con la ronquera de las peceras. Va dejándose caer. Empozándose. Y todo con ese olor dulzón y solitario que tienen las cañerías, los hospitales o las bibliotecas. Como si algo, en el fondo, estuviera siempre muriéndose o a punto de hacerlo.

Son raras las redacciones. Lo que ocurre fuera de ellas tiene que encontrar sitio dentro. Por eso, después de pasar por ellas, a la vida parece faltarle pedazos. Para escribirlo todo, toca romper un poco. Fracturar hasta que quepa. Apretar el día contra la rejilla, hasta que el jugo cuele y la pulpa ceda. Lenta y sordamente, con la paciencia del carnicero que ordena filetes en una bandeja.
Avanzo como quien visita una granja. Vacas que dan leche. Pollos que crecen. Gente que produce. Y por qué no artesanos, me pregunto. ¿Por qué? No lo sé. Simplemente no lo sé. Miro los monitores, las máquinas de café. Miro las pequeñeces de los escritorios: las fechorías sentimentales, las pegatinas arruinadas, los libros apilados, los diplomas del uso y la costumbre. Todo ha sido usado ya; o al menos así lo parece.

Son raras las redacciones. En ellas todo se estropea, o está a punto de hacerlo. Y los que escriben lo hacen como quien cose locamente. Miro a mi alrededor. Algo reina. Algo se empoza. Debe ser mi corazón que ha salido a pasear por esta pecera.
Debe ser alguien aprendiendo a ser cardumen de sí mismo.