domingo, 28 de marzo de 2010

The New Raemon en Madrid o la octava pregunta para una entrevista postal


Un hombre de barba negra y guitarra aparece acompañado por cuatro músicos (*). Todos juntos se hacen llamar The New Raemon, aunque sólo él responde al nombre Ramón. Y no sé si le ha prometido a alguien convertirse en una nueva y mejorada versión de sí mismo, pero desde hace dos años este sujeto que nunca mira el fútbol y quiere dejar de fumar anda por ahí haciéndose llamar “El Nuevo Ramón”. Son las diez menos cuarto de la noche y llevo más de un mes esperándole. Ahí está, en el escenario de la Sala Heineken, transparentándose de palidez bajo una luz seguidora.

Su primer disco como The New Raemon, A propósito de Garfunkel (2008), dicen algunos, lo editó para recuperar a su chica. Eso explicaría por qué Ramón Rodríguez (Barcelona, 1976), el pálido líder de Madee y Ghoul ‘n Ghosts, tomó la decisión de inventarse un nombre con aureola redentora, que sería como decir “de ahora en adelante me llamaré Samuel no lo volveré hacer”. Pero un señor con los ojos almendrados y una barba tan espesa, capaz de escribir canciones inspiradas en las antiguas jugueteras como la Tente (Hundir la flota), sus razones tendrá.

Aunque visitaron Madrid el 26 de marzo de 2010 para promocionar su nuevo disco La dimensión desconocida (2009), Ramón Rodríguez y sus cuatro músicos comenzaron la noche con un chute, La Cafetera, la canción número uno de su primer álbum: A propósito de Garfunkel. He aquí una pausa necesaria para explicar el palabro Garfunkel y su función de gentilicio, es decir, Garfúnkeles, extensivo a desplazados, exilados, repatriados o refugiados existenciales.

Garfunkel. Dícese de … No sé si en efecto tiene algo que ver con los desencuentros del dúo de Folk que formaron Paul Simon y Arthur Garfunkel –si se escucha la canción Tú, Garfunkel, el sentido común sugerirá que en algo tendrá que ver-, pero el asunto da para bastante más. Más que una palabra, Garfunkel supuso un lugar fantástico y enternecedor para la discordia, las rupturas y su repertorio de escayolados sentimentales.

Garfunkel resume la textura y la atmósfera de The New Raemon. Es el sello de un perfecto melancólico capaz de administrar humor en lo patético, como si su voz hiciera más livianas las palabras que al resto nos resulta imposible sostener, incluso callados.
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Eso explica porqué las bocanadas de Garfunkel dan oleaje a todo. A los vagones de metro, las bibliotecas infectas de noche y silencio, las barredoras que cepillan las aceras en las madrugadas, los ordenadores mudos, los tiovivos clausurados bajo lonas y las calles llenas de chicos con camisetas a cuadros, sudaderas con mensajes y tatuadores aburridos.

En la Sala Heineken de Madrid una cachimba imaginaria convierte a la gente en marea, un oleaje que no para en toda la noche. The New Raemon está en el escenario, transparente a veces, azul en otras. Escucho ¡Hoy Estreno! y El fin de la resistencia. Canto como si escapara de los pulmones el humo de todos los cigarros que he fumado desde los doce y los que me fumaré en el resto de esta vida. No le veo bien el rostro, pero Ramón Rodríguez parece un ser que podría vivir en un bosque o entre un plantación de bambú. Creo que tiene demasiado vello en el rostro. ¿Viajarán con él sus dos hijas en su barba?

Canta Fuera complejos y El Saben Aquel Que Diu. Pero la razón que trajo a The New Raemon a Madrid era en realidad su nuevo disco, La dimensión desconocida. Así que cada tanto deja de lado Garfunkel y se dedica al nuevo disco, que contiene temas nuevos y las versiones definitivas de muchos que ya habían circulado en el EP La invasión de los ultracuerpos (2008).

No podría recordar el orden exacto. Os mentiría. La primera canción del nuevo disco que creo haber escuchado en el concierto fue Por tradición, porque es una de mis favoritas de ese album raro, tan british y no britsh, Raemon triste-oscuro-lluvioso, pero que a veces amenaza con volverse feliz, soleado y dar botes con una guitarra como lo hacía unos minutos antes.

Por favor, alza la vista y observa bien que aún no es tan tarde,
es bien fácil.
Te cojo mal no te apetece hablar de nada,
no me darás el brazo a torcer. Esto es un drama.
Caes en el error de dar un valor a lo superfluo.
Me marcharé y aquí estaré cuando despiertes.
Nada más que silencio y joyas y ahora tú te preguntarás dónde estás.
Aquí me encontrarás ausente, aquí me encontrarás,
valiente,
aquí me encontrarás”.

Canto y me siento parte de una afortunada tribu de desdichados taberneros a los que alguien alegra el día. Encaramada en la barandilla que he escogido para ver mejor, me apetece bajar para bailar y cantar, pero sé que si lo hago es probable que no vea nada en el resto de la noche. Permanezco en mi sitio. Sólo me quedaba un cigarrillo y ya me lo he fumado.

Como dije, no estoy segura (*)(*), quizás la primera canción que interpretaron de La dimensión desconocida no fue ésa sino Sucedáneos o La siesta, un tema con el que uno podría viajar conduciendo hasta Sausalito o mecerse en un columpio. Da igual, con el Raemon todo es posible. Hay alguien que insiste en que cante Te debo un baile, una versión en vals del tema de Nueva Vulcano que ha incluido en Cuaresma, un EP –seré redundante, precioso-que editó en febrero de este año.

Pero el nuevo Ramón se resiste. Sospecho que ha olvidado algo en su barba (¿la baldosa?) y por eso no canta la canción que algunos insistimos en pedir. En su lugar, interpreta Tú Garfunkel, un tema que el público entero escogería como himno si en ese momento hubiese que declarar la sala Heineken una República.

La gente no decide lo que ocurre (ni esta ni otras veces). Deja de ser oleaje y alcanza el nivel de marea. Imagino a los tres marineros de Martín Romero, uno con largavista, el otro con guitarra y el tercero, a cargo del timón. El coro de mar aúlla. Y lo hace a todo pulmón. Sospecho que a todos nos ocurre lo mismo y por eso estamos aquí. Porque escuchando las canciones de The New Raemon nos hemos descubierto de pie, mirando el mismo tiovivo clausurado bajo una lona, al tatuador aburrido o la alucinación cotidiana de turno. Todos hemos visto a la bailarina de la plaza de la Virreina y hemos ordenado el desván en Dublín. Todos hemos estado metidos allí, cuerpo a cuerpo, con el chino del oso panda.
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(*) En esta ocasión Luís García Márquez (Bajo y voces), Francis Matas (Batería), Marc Prats (teclados) y Pablo Garrido (Guitarra)
(*) (*) El Setlist completo del concierto (cortesía de Ricardo González) fue: La Cafetera, Sucedáneos, Variables, Estupendamente, Por Tradición, ¡Hoy Estreno!, El Fin de la Resistencia, Mesa Redonda, La Siesta, Dramón Rodríguez, El Cau del Pescador, Fuera Complejos, Mano Izquierda, El Saben aquel que Diu, Tú, Garfunkel, Mil Gracias, Vale por Todo lo bueno

viernes, 26 de marzo de 2010

Si supieras que nunca he estado en Londres, volverías de Tokio



Por ahora lo único que tiene previsto es escribir mejor. Me parece una respuesta lúcida y sensata, una respuesta que me coge por sorpresa. A primera vista, todo en ella me gusta, excepto la marca del tabaco que fuma, pero eso no viene a cuento. Es un detalle lo suficientemente irrelevante como para no escribirlo, pero no puedo evitarlo. Soy fumador y el tipo de tabaco me habla de quien lo fuma. Si consideramos que llevo 45 minutos fumando en una sala blanca, son muchas las cosas que podrías especular mirando un paquete de Nobel.

El resto de esta chica genera un raro magnetismo: las primeras páginas de su novela, la transparencia de lo que cuenta y la forma en que lo hace, sus manos sin anillos y la costumbre confiesa, según ella, de no durar más de un año en ninguna oficina. Me siento peligrosamente identificada con esta mujer de la que en mi vida he escuchado hablar, tanto que comienzo a fumar más de la cuenta. Se llama María Sirvent, nació en 1980 y presenta su primera novela Si supieras que nunca he estado en Londres, volverías de Tokio, recién editada por El Aleph.

Han escogido el Hotel Kafka para presentar la novela. El lugar tiene un tufillo a circo romano, a arena de gladiador amateur caído y destrozado por sus feroces compañeros de taller literario. Hay una fuente de libros y magdalenas en la entrada. Hace muchísimo frío y un patibulario grupo de periodistas hace tiempo mientras se alarga la espera hasta que lleguen más periodistas. La mayoría de ellos lleva americanas oscuras y hacen preguntas que contienen las palabras joven, escritor y generación nocilla. Me apetece tirar de las orejas a uno de los apolillados oradores, que bien podría ser mi abuelo, pero no lo hago. Soy cobarde y fumo demasiado.

El personaje de la novela se llama Ágata Ponce. Es una tierna y entrañable arpía. Acude todos los días a su oficina con el firme propósito de que su jefa la eche a la calle y hace todo lo posible por conseguirlo. O eso dice ella. Mientras tanto, se pasa el día escribiendo simulacros de correos electrónicos a su ex pareja, Jochi, que vive en Tokio.
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En plan Molly Bloom (por lo irrefrenable y precipitado de su monólogo-narración), Ágata teje y desteje una red de fantasías, componendas, conspiraciones, amoríos y flirteos. Insisto, se trata de una jocosa arpía que termina por enternecer o deprimir. Se trata sólo de "leerla-escucharla" allí, anodina, con sus camisas de tirantes, su odio y asco ante el mundo, todo el tiempo tecleando improperios y armisticios frente al ordenador de su oficina, como si en realidad, en lugar de escribirle a Jochi se mirase ante un espejo.

A la presentación de su libro ha venido Ray Loriga, el escritor de brazos tatuados, cejas furiosas y novelas fulminantes. “No es una novela a la moda de nada”, dice el padrino Loriga sobre una historia cuya “apariencia de normalidad” parece la capa de caramelo de una golosina más elaborada. El lenguaje es transparente, con una oralidad de relojería en la que todo funciona como si no costase trabajo alguno poner en marcha el mecanismo. Quizás lo que más repele y atrae de esta novela sea lo verosímil, lo políticamente incorrecto y lo incómodo que podría resultar verse reflejado en una persona como Ágata:
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“Hola, Jochi:
No te lo vas a creer, pero te estoy escribiendo. De un tiempo a esta parte, tu dirección de correo me ha valido para sacar lo mejor de mí misma. Ya no eres un ser humano, sino una amistosa dirección de correo electrónico a la que le cuento mis planes y algún que otro resquemor. To: Jochi. Eso es lo que eres. To: Jochi. Nada más que un botón de enviar. No me acuerdo de tu cara ni de tus manos ni de tu guitarra. Cuando pienso en ti lo único que veo es la opción `guardar en borradores´. Hay que ver cómo has evolucionado de un tiempo a esta parte. Antes ibas a la papelera de reciclaje directamente, así que no te puedes quejar, has encontrado tu sitio”.

Y no se trata de que esta novela sea una epopeya de la mujer abandonada. Un best seller de pobrecita mía de armas tomar o un subproducto Maitena para el verano. O al menos esa no es la impresión que me llevo en una primera y veloz lectura. Hay humor negro, crueldad y suficiente mala leche como para envenenar a una buena parte de los lectores. Pero no creo que se limite a eso. Creo, como dijo el escritor de cejas furiosas que ese día no lo parecían, que Ágata Ponce está terrible y deliberadamente sola. Por eso escribe “para encontrase a sí misma”.

No sé muy bien qué hacer con esta novela. Se me ha cruzado en un momento de sobreexposición a John Fante y el vino de Angelo Musso. Una de las últimas preguntas que le hicieron a María Sirvent antes de que me marchase de allí sin darle un tirón de oreja a ninguno de los periodistas apoltronados en sus sillitas, tenía que ver con cuáles habían sido sus lecturas. Resulta que la chica estaba obsesionada con Roberto Bolaño. Entonces me di cuenta de que ya había escuchado suficiente. No puedo evitarlo. Hay coincidencias, por más triviales y predecibles que parezcan (Bolaño en un pajar) que me ponen nerviosa.
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Sólo me quedaba un cigarrillo. Me lo fumé de camino a la estación de metro Alonso Martínez.

jueves, 18 de marzo de 2010

Enrique Vila-Spider contra los Hikikimoris



Esto comienza sesenta minutos antes. En la esquina de Noviciado con la calle San Bernardo, en un taburete del bar Expres, desde donde le veo cruzar la calle . La última vez que le vi llevaba gabardina y gafas de sol, aunque era de noche, supongo que debía ser por la foto que le había hecho en ese entonces Daniel Mordzinski, cuyo libro se presentaba ese día en Casa de América. Sospecho que Enrique Vila Matas asistió en calidad de retratado y también como un doble de sí mismo.

Hoy, que vuelvo a verle, Enrique Vila Matas no lleva gafas de sol, no parece el doble de nadie y en lugar de sus despeinados mechones grises, lleva el cabello casi blanco y en su sitio. Se me ocurre dejar la cerveza en la barra, abandonar el pesado volumen de cuentos de Faulkner como garantía de pago, caminar hasta la mitad de la calle y saludarle. “No sé si usted me recordará…”. Miro la triste anchoa de la tapa que no me comeré. “Preferiría no hacerlo”.

Sesenta minutos más tarde, en el número 3 de la calle Noviciado, un auditorio entero recibe al catalán, que entra acompañado de Ray Loriga, un escritor de cejas furiosas, brazos tatuados y novelas fulminantes. El madrileño dará inicio a una conversación sobre Dublinesca, la más reciente novela escrita por el hombre que descubrió a los Bartleby y visitó el manicomio de Walser.

Enrique Vila Matas conserva ese aspecto neurótico, entrañable y a la vez indefenso. Podría ser cualquiera de sus personajes. Él mismo, el mejor de todos. Todo en sus movimientos parece ensayado. Su americana, las manos agarrotadas, la mirada fija y nerviosa. Deliberadamente irónico en todo cuanto dice (y deja de decir).

“Este libro no es una acumulación de citas y experiencias. Ocurre por encima de eso”. Loriga es capaz de hablar, por partes, de un libro que da la impresión de resistirse al orden de la expresión oral. (Vila Matas puede ser leído, pero difícilmente contado). En Dublinesca parecen existir tantas capas como cebollas o centros, trozos de lo que ha hecho, desde siempre, Vila Matas: rastrear, no sé si el fin de la literatura, pero sí su huella hacia la desaparición. He aquí, de nuevo, el viaje.

Samuel Riba, un editor jubilado y quebrado, de 60 años, organiza un viaje a Dublín. Convoca a algunos escritores para el bloomsday -el 16 de junio, cuando sucede el Ulises, de Joyce- con el propósito de celebrar un funeral para la literatura, aniquilada por la expansión del mundo digital.

Loriga ilumina la conversación y acerca la bombilla sobre ciertos temas . “Spider, el personaje de la película de David Cronenberg , está presente en el personaje de Samuel Riba. La voluntad del niño que sujeta cosas con hilos también pertenece al editor. Hay una asociación entre el tamaño de la escritura, los hilos de Spider y la escritura de Joyce y la de Samuel Beckett, que es la escritura que lo borra todo”.

Enrique Vila Matas tiene las manos entrelazadas, y puestas como una maraña de dedos sobre la mesa. Todo su blanco cabello sigue en su sitio. (Y a mí me da por seguir viéndole indefenso, como hace una hora desde la banqueta del bar). “El origen de la novela está en Spider, el mundo de Spider me llamó especialmente la atención. De hecho, publiqué un relato de verano sobre Spider, y fue ese relato el que puso en marcha Dublinesca. La tela de araña se parece tanto a ese personaje como al de la novela”. Vila Matas hace una pausa de la que hay que aprovecharse para darle sentido a la crónica, suponiendo que hayáis llegado a este párrafo.

James Joyce fue escogido por Enrique Vila Matas en este libro como el máximo exponente a quien rendir homenaje. De allí que sea uno de los centros del libro y que Loriga -el escritor de cejas furiosas- hable de Spider y la tela de araña, porque es ese recurso (el empequeñecimiento, como la letra de Robert Walser en Doctor Pasavento) con el que Vila Matas se desplazará también hacia Samuel Beckett, pupilo de Joyce.

El tiempo de la novela abarca tres meses: mayo, abril y junio –dice Vila Matas-. Cada mes incluye un libro de Joyce. Mayo sería el Joyce costumbrista de Dublineses, pasando por la cumbre del Ulises, hasta la afonía de Finnegan’s Wake (la última novela publicada por Joyce), que vendría a ser la afonía de Samuel Beckett. Es decir, del esplendor a la miseria deliberada. Ese es el comentario que hace el libro hacia la historia de la literatura”.

No lo ha dicho
, pero Dublinesca sigue siendo sus bitácoras, sus diarios, sus Vilamatadas o Vilamatianismos. Es él, Bela Lugosi, atacando de nuevo. Aunque sigo sintiendo ese impulso del bar, que compruebo nada más comenzar el turno de preguntas. Primero las preguntas jubiladas, luego las impertinencias, de las que sin darme cuenta participo a mansalva.

El hecho de que no sea Anagrama quien edite esta vez a Enrique Vila Matas crea una cierta e inexplicable ansiedad. La costumbre, la plácida costumbre. La tendencia a pastar en el mismo lugar, ese tipo de cosas que el ganado considera parte de su quehacer. Cencerro+hierba+agua. Hay un tipo de ganado que muge, otro que piensa, otro que decide pensar y especular, y otro que especula y escribe al respecto.

No fue buena idea tocar el tema Herralde. El hombre de cejas furiosas no enfureció sus cejas pero sí cambió el semblante y el tono, incluso tomó para sí una pregunta que no le correspondía.

Enrique Vila Matas respondió más calmado. Prefería no hablar de algo que no podía resolverse con una frase. Fue tajante. Nada en su voz pareció impostado o puesto en escena y me arrepentí en el acto de la pregunta.
Yo, que siempre le he comparado con Bela Lugosi, quise convertirlo en Ferenc Dezső Blaskó, conseguir una capa en algún sitio y sacarlo de mis palabras como quien desaparece en un manicomio en medio de la nieve.
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Al llegar a casa redacté un correo electrónico disculpándome. Y pensé que lo mejor hubiese sido hacerlo al momento, o quizás un poco después, entre señoras jubiladas y editores en activo. ¿Bartleby o Hikikimori? No lo sé. “Preferiría no hacerlo”. Pero ya había presionado el botón enviar en el menú de Gmail.
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Ahora tendré que dormir de día y navegar en el ordenador de noche.

martes, 16 de marzo de 2010

El musiú (*) del Sr. Chinarro



Augusto es imbécil, pero me enternece la tarde el musiú con su insolación y sus pendejadas. Que su empleo sea amar a Augusta. Que su muerte sea ahogarse en la costa de Puerto Cabello, en el apellido de esa mujer nacida de las aguas, me parece una fanfarronada del Sr. Chinarro y una maravilla para un Ribera que no es ni del Duero ni es nada, pero que me bebo porque no me queda otra.

Socorrismo es la historia entre Augusto y Augusta. Él, de Valencia, España. Ella, de Valencia, estado Carabobo, Venezuela. Él es un ingeniero. Ella, nunca queda del todo claro, es nadadora, bailadora de flamenco o prostituta, a fin de cuentas, una mujer imponente a la que apetece imaginar contada por Augusto, el babeante musiú que termina viajando a la tierra de esta María Lionza sin danta.

“Para Augusta era un caso frecuente el del tímido distraído, de manera que él pronto sintió que había encontrado un nuevo empleo: amarla, amarla con su cuerpo acostumbrado a una hora de sexo que pasaba cada vez más rápida, con unas fantasías que explotaban en la lengua a la manera de un capricho tan absurdo como un peta-zetas”.
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Pasan páginas y uno se imagina a Augusta sesear y al musiú dejarse decir. Que el calor sea necesario y los lugares remotos. Que esta pareja sea absurda, como su fin, es una trastada para la que Chinarro no nos prepara ni nos anestesia y he allí, quizás, lo mejor de Socorrismo: que nadie acuda en tu ayuda.

Paso los dedos por la coquetísima edición de la colección Alpha mini de la editorial Alpha Decay, que le ha tomado la palabra al Sr. Chinarro al publicarle su primer volumen de cuentos. Trato de acicalar las esquinas de mi ejemplar. No me gusta que los libros pierdan su forma después de terminar de leerlos.

Faltan 45 minutos para que comience el Barcelona Valencia. Me ha gustado el libro del Chinarro, este tío que ya me gustaba como músico, pero al que en la entrevista del número de marzo de Quimera -no sé si porque parecía "dedicar tanto tiempo a estar ausente"- le cogí un poco de idea. Alguien que escribe El Gran Poder no puede ser tan distante. Olvido la entrevista y la carne de caballo que comieron entrevistado y entrevistador. Vuelvo a empezar a leer su libro, con todo y La mina, la cianuración, el Atlético Minero y su musiú incluido.

No sé si es el mejor Antonio Luque como dice la contraportada del volumen. Yo a ese señor no le conozco. Al Sr. Chinarro sí. Ese sé quién es, un tipo muy raro que de pronto se pone bruto, ingenioso, fanfarrón y otras muy tierno, sencillo y poeta de uñas sucias currantes y me da a mí que fumadoras (porque me dio la gana, y punto). Ése sí sé quién es, por algo caminé de Felipe II hasta Alcalá 42, y de ahí hasta el número 17 de la calle Fernando VI .

Tan extraño es que una cigarra pueda pasarse el verano tocando la guitarra como que unos hombres abran galerías en la tierra, como hormigas hacendosas, en busca del sustento necesario para cualquier estación del año”, así empieza –al estilo Florentino y el Diablo- el Señor Chinarro las líneas de una historia que se desarrolla en un pueblo minero. Y no sé por qué demonios me siento leyendo, de pronto, Oficina número 1, si Otero Silva y este hombre de El Palo, Málaga, no tendrán en común sino el Au de la tabla periódica, y eso “por rizar el rizo, como si fueran poetas”.

Llego a la mitad del volumen. Son sólo estos dos relatos. “Augusto encontró la coincidencia con el nombre un buen motivo para confundirse con la noche de la manera más vulgar”. El Ribera es un asco. No me lo voy a beber. Pido un café. Después otro. Cuando alzo la vista me doy cuenta de que el Barcelona lleva diez minutos de juego contra el Valencia. Yo he terminado la tercera lectura. Augusto es imbécil, lo sé. Pero qué más da, si el musiú me enternece la tarde con sus pendejadas, aunque nadie acuda en mi ayuda o la suya.


(*)Musiú. Dícese de la forma coloquial en la que los venezolanos se refieren al extranjero –puede ser anglosajón, europeo, nórdico, da igual- de tez blanca y costumbres manifiestamente distintas. Cabe destacar que el venezolano se asombra ante lo foráneo como curiosidad venerable y, por ende, deseable. Se supone que la palabra musiú deriva de una criollización del monsieur puesto de moda por Guzmán Blanco y sus delirios afrancesados en pleno siglo XIX. Sin embargo, su popularización como vocablo data de los años 40 y 50 del siglo XX, con la inmigración europea, especialmente española, italiana y portuguesa. De hecho, existe un dicho popular utilizado para referirse a quien peca de soberbio o prepotente, y que tiene por base el mestizaje cultural y social que produjo la mezcla del “musiú” con la mujer criolla. “Estás como negra preñada de musiú” alude a la expresión de quien se cree más que el resto, o cree gozar de privilegios.

viernes, 12 de marzo de 2010

Sudokus versus azucarillos, o el equilibrismo en una barra de pan



Es la tribu más numerosa que conozco. Me veo obligada compartir mi espacio con ellos, otras veces a defenderlo. Como sus bastones, y dependiendo del día y del anciano, doy bandazos. No es para menos, las circunstancias nos han colocado en el mismo lugar a pesar de ser antagónicos en la cadena alimenticia.

Parados y jubilados, siempre juntos, en los vertederos de las cafeterías, las plazas públicas y las exposiciones gratuitas como si la cebra y el león se sentasen a beber, desgraciados, porque la selva está en crisis y no puede contratar ni depredadores ni presas. "Lo sentimos, ahora sólo son necesarios los monos". Y vengan los dos, la cebra y el león, a empinar el codo.

Si algo nos uniforma a los dos, a parados y jubilados, es la costumbre. Repetir actos para llenar con ellos el vacío que genera la falta de una rutina. Es decir. La misma cafetería. La misma silla. El mismo cortado o la misma tostada, con la misma cantidad de sal. Yo, que esto del paro lo llevo de manera muy creativa, tengo una red de oficinas.
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Dependiendo del día, escojo un local distinto para escribir el texto o la colaboración de la semana o del mes. En el bar del barrio, un fangoso territorio que aún no preciso si es apache o madridista y en el que siempre tengo que andarme con cuidado, un hombre de unos 70 años, gorra de pana y eterna barra de pan bajo el brazo llega sobre eso de las diez.
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Pide un churro y un café. Coge el ABC del bar, sólo el ABC, saca un boli de tinta roja y resuelve religiosamente el damero. Muy pocas veces se da por vencido. ¿Qué diferencia hay entre sus dameros y mis manuscritos? Si los dos estamos agujereando el tiempo. La clara distinción estriba, quizá, en que esta discreta cebra ya trabajó de león un buen rato. Quizás.

Otra veces he visto a este mismo sujeto, y tengo testigos, leer libros en inglés mientras consulta palabra por palabra en un diccionario el significado castellano de cada expresión sajona. Así aprendí a leer a Oscar Wilde en inglés a los 15 años. A mí me funcionó. No veo porqué a él no.

Mi segunda oficina, para la que tengo que coger el 30, es menos costumbrista. La gente entra y sale. Las sillas se llenan y se vacían en un parpadeo, pero los jubilados siguen siendo mayoría. Hay un par de parados que suelen sentarse con las manos apoyadas en las mejillas y quedarse mirando una cocacola –o un cubata, no sé- durante horas. Los jubilados parecen más enérgicos. Piden tostadas, las bañan con aceite, comen con energía y ganas. Da gusto verles treparse a las banquetas y recibir sus codazos de pura dieta mediterránea.

Hace dos días, mientras leía Llenos de vida, de John Fante, justo en la escena en que la mitad del vagón 21 desprecia al guionista por haber dejado dormir a su padre en los lavabos (la realidad es que no hubo forma de convencer al agreste albañil), un hombre mayor se dio la vuelta y me pidió que le ayudara a abrir los azucarillos.
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Extendí la mano. Sonreí, porque quise. Cogí las bolsitas y las abrí con muchísimo gusto. A mí también me cuesta horrores dar con el truco para rasgar el doblez de los sobres. Las bolsas del azúcar están hechas de un papel parafinado muy extraño que no cede cuando tiras. No sé si el hombre estaba justificándose, lo cierto es que dijo algo que no escuché bien. No le gustaba nada la idea de tener que pedirme ayuda. “Oiga, no se agobie, depende del día yo tampoco sé abrir los azucarillos”, le dije. Y no le mentía. Era completamente cierto.

Y de pronto, mirando las bolsitas rotas, me sentí como un león que en lugar de beber su Bourbon con hielo en una barra le abriese a la cebra el azucarillo para su Poleo menta. Pagué y salí a la calle. Hacía 3 grados. Repasé mentalmente las gestiones de los últimos meses. Visto que en el mercado de los leones la oferta estaba saturada, eché curriculum para trabajar de elefante, de rinoceronte, de cocodrilo, pero también de becario de león, de león sustituto, de aspirante a león, de doble de león, de intérprete de león, de león a medio tiempo y nuevamente de avestruz, de liana, de palmera.. Cuando llegué a la parada del 26 vi un grupo de cuatro jubilados. Dos resolvían sudokus y otros esperaban con dos barras de pan en la mano.

La quinta en la fila era yo. Pensé en los azucarillos, los sudokus, los dameros y las barras de pan. Sentí un ligero mareo. ¿Será el Bourbon o es que llevaré mucho tiempo pastando entre las cebras?

domingo, 7 de marzo de 2010

No sólo bastan macarradas para los Dioses


La derrota llegó con el chino. Arroz tres delicias, cerdo agridulce, pollo con almendras y dos rollitos primavera, es decir, dos gruesas lumpias (acepción caraqueña del aceitoso aperitivo) atragantadas en mi plato como goles.

Sí. Dos lumpias que para entonces eran dos goles. El de Xabi Alonso en propia puerta, en el minuto nueve, y el del sevillista Dragutinovic, marcado en el minuto 53 de falta frontal, aunque también imputable al barbudo de Tolosa. ¡Escondan el azafrán!

En el Bernabéu, el Pipita subiendo y Ramos desbocándose. En casa, mi clara perdiendo gas y yo la Fe. Los botines amarillos de Ronaldo hacen coreografías de las que me gustan, pero a los 30 minutos del primer tNegritaiempo eso no me sirve. La lumpia está fría y a medio comer. Palop, el portero del Sevilla, no para de moverse. Pero la red sigue intacta.

La derrota se sienta cerca, me sirve un poco más de soja. Se fuma mis pitillos. Va hacia la cocina y vuelve, sin ninguna razón concreta. Granero debió jugar en el lugar de Marcelo. Otro cigarrillo y la lumpia ahí, enfriándose.

El Sevilla ha agotado sus cambios. El Madrid hace los suyos. Arbeloa y Lass salen por Rafael Van der Vaart y Guti, José María Gutiérrez, el 14.Llevo esperándole toda la noche. Los últimos tres días, mejor dicho. A los pocos minutos del cambio recibo un mensaje en el móvil. “Ha sido entrar Guti y ha salido el sol”. Es cierto. Se han acabado los pelotazos , comienza un concierto de toques, tiros y remates.

Catorce tiros a puerta. Catorce en lo que quedó de partido. Salvador refunfuña en el sofá. No es a Guti a quien le deben el milagro, es a Van der Vaart. Salvador odia a Guti y a su religión del macarrismo y su feligresía chulapa del “porque a mí me da la gana”. Yo, al José María, le profeso mis respetos. Alma libre donde las haya. Ser distinto lleva sus formas, y su particular ética del renegado. ¡Me apunto!

La derrota ya no se pone de pie tantas veces ni se fuma mis cigarrillos. Higuaín trepa al área, intenta, tira. Guti abre pasillos y hace que el césped se comporte como agua. Marcelo asiste a Cristiano, que ahora sí baila de puntas con sus zapatillas goleadoras.

En el 59 comienza la remontada, CR9 firma el 1-2, y en el 63, con un córner de Van der Vaart, la alocada cabeza de Sergio Ramos se llena de súbito y adquiere peso. La pelota entra en los tres palos y con ella el empate. Yo sigo pensando en el Guti. Es el maestro Gutiérrez. No hay otra explicación. Es él quien dice macarradas a los Dioses y se arma el juego por sí solo. Es eso. No faltaba más.

El tiempo reglamentario llega a su fin. Habrá 4 minutos de prórroga. Falta minuto y medio para el fin, Van der Vaart se anticipa a los defensas sevillistas, remacha con la pierna derecha y mete en el minuto 91 el tercer gol, el que coloca al Madrid como líder (por goles) y le empata con el Barcelona (por puntos) en la clasificación. Me duele la cabeza de sólo cantar ese gol afónico de lumpia. Sigo pensando que es el rubio, el 14, el apóstol de la manga cortada y los pases inventados.

AmanecNegritae y salgo a comprar el Marca. Inda se ha puesto épico, como siempre. ¡Guti líder! Y aunque me gusta el asunto y milito en esto de engrosar la feligresía del 14, algo en ese titular achata y simplifica un juego que no cabe en dos palabras. De no tenerlo durante el primer tiempo, no más salir Guti y Van der Vaart, el Madrid se hizo con un medio campo infalible.

Fue un toque técnico y no un hombre. No fue un acorde, sino una armonía. Xabi Alonso se despertó y Marcelo recuperó el sentido común, de ahí que el efecto fuese de relojería. Ronaldo dejó de hacer pirouetes autistas para hacer auténticos pas de deux y hasta Sergio Ramos entró dentro de un partido en el que estaba de visitante.

Me gustaría que fuese sólo el maestro Gutiérrez, para resarcirle por el oprobio inmerecido. Pero a los dioses no les basta con eso. Para abrir las aguas hay que jugar al fútbol. Para eso se necesita al 14, pero también a diez hombres más.

lunes, 1 de marzo de 2010

Martín Romero, un dibujante hallado en una viñeta


Le encontré a bordo de un barco en A propósito de Garfunkel. Supongo que viajaría, desde lo alto de su escritorio, dando órdenes a los tres tripulantes que navegaban buscando al chino del oso panda. Como suelo caminar en sentido contrario, volví a topármelo en La invasión de los ultracuerpos. Fue él quien llevó la cama hasta el escenario donde la bailarina agradecía los aplausos del público. Fue él quien sopló para que el árbol durmiente sonriese. Fue él, también, quien hinchó las rosas para que fueran más rojas en la Cuaresma del febrero que pasó.

Desde entonces, empecé a torcer la ruta para darle un empujón al azar. No hace mucho tiempo de ello, pero ha sido suficiente para acumular carteles y otras rarezas. Desde hace casi dos meses, los dibujos de Martín Romero acampan en mi escritorio. Entran y salen de mis días y los protectores de la pantalla del ordenador. He impreso varios, Tandem más que ningún otro. Me gusta este hombre con pipa, sombrero y dos cuerpos que pedalea mirando hacia ningún lugar. Me gusta y no sé porqué.

A The New Raemon le debo unas cuantas, entre ellas el hallazgo de este magnífico artista. Dedicado al comic, Martín Romero retomó el dibujo y se entregó después a la ilustración gracias al oficio de la viñeta. Sin embargo, aquello parecía haber estado allí desde siempre, deseoso por salir desde donde quiera que estuviese. No sé si en el corazón de este dibujante o en algún lugar aún más lejano.

Su serie de dibujos, Tandem o La breves ruedas de la vida, muestran escenas fantásticas, lugares serenos y a la vez imposibles, con hombres de dos cuerpos y una cabeza, escenas poéticas y bucólicas, estampas que parecen un grabado dominical tipo Moulin de la Galette pero que podrían ser un Jardín de las delicias en versión naive.

Martín Romero se parece demasiado a sí mismo como para teñirle con cosas que no hablen su idioma. Lo ideal, si pudiésemos, sería que él se dibujase a sí mismo. Que fuese su pulso el que nos dijese quién y qué es.

En lugar del lápiz, sólo he podido ofrecerle verbo, lo único a la mano en esta limitada y barbitúrica farmacopea. En este post, Crónicas Barbitúricas celebra los caminos desordenados, los objetos encontrados y los hallazgos, y lo hace con una entrevista realizada por correo electrónico a Martín Romero, magnífico ilustrador y dibujante español nacido en Galicia, y también generoso y paciente entrevistado, quien, a pesar de esta aún instalándose en Francia –donde está ahora gracias a una beca para trabajar en su comic- es capaz de responder, rápido y de muy buen humor, a tan barbitúrica y rebuscada entrevista.

-En una entrevista con Freddy Masís, dices que autores como Daniel Clowes, Adrian Tomine o Charles Bruns te devolvieron las ganas de dibujar y que fue a raíz del comic que te interesaste por la ilustración. Sin embargo, parece que el dibujo estaba allí desde hace mucho tiempo...
-Me gusta que los dibujos que hago transmitan cosas, supongo que a veces lo consigo y otras no. No lo sé, pero cuando me siento a hacer un dibujo o una ilustración es porque creo que así será. Hay dibujantes que no pueden parar de dibujar, están sentados tomando un café y dibujan, en el autobús y también dibujan, etc. Yo no soy así, necesito tener una idea de dónde partir para ponerme a dibujar. Descubrí el comic (alternativo) por casualidad y en una etapa de mi vida donde estaba bastante perdido. No voy a decir que de repente cambiase mi vida, pero sí es cierto que me ayudó a descubrir y a investigar algo que hasta el momento no había tenido en cuenta.
-El club de los gentiles, tanto Tandem como Montaje o Conexión se comportan como los ready-made de Duchamp, también como poemas objeto en el sentido surrealista. Por ejemplo, como Chema Madoz, que suena más cercano en el tiempo. De hecho, quisiera preguntarte … ¿tienes a Magritte en la retina, verdad?
-No, mucha gente me lo ha dicho (lo de Magritte), pero no es así.Al menos de forma consciente. No controlo mucho de arte, la verdad, conozco lo justo, ahora por ejemplo he tenido que consultar Google para ver lo que hacía Duchamp o Chema Madoz. Bueno, una vez vistas sus obras, sí que las reconozco pero no las asociaba... y aunque me gusten, tampoco me interesan demasiado. Pero claro, las he visto o he oído hablar de ellas tantas veces, que quieras o no, deja “residuos” en la mente y a veces te das cuenta que hay cosas que consideras que no te interesan, pero te influyen mucho más de lo que piensas.
-Has dicho que el cine de ciencia ficción de 1950 tiene mucha influencia en tu trabajo, pero también se nota la influencia de otro tipo de cine. En especial en La Ratonera y El Lobo, por ejemplo, los juegos de planos medios y picados se parecen mucho a los de La soga o Los pájaros, de Hitchcock. ¿Es esto cierto o es puro invento mío y nada más?
-Supongo que la respuesta es muy parecida a la anterior, sólo que en este caso sí me interesa el cine antiguo, y el cine en general. Veo muchas películas, da igual la época, me encanta descubrir una buena peli sea del año que sea. Citaba la ciencia ficción cincuentera porque ahí sí soy consciente de su influencia, dibujo muchos personajes clásicos, tanto de Sci-fi como de terror clásico, me encanta el imaginario. Con el resto de cosas sí, seguro que me influyen muchísimos directores de cine que me gustan, pero no tomo a nadie como referencia. No digo 'este plano va a ser como Hitchcock en Los Pájaros o tal', utilizo lo que considero mejor en cada momento para la narración. Las cosas que ves o te interesan se quedan en la cabeza y luego las aplicas, pero casi siempre de forma inconsciente. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de medios diferentes.
-Has dicho te inspiran Kafka o Saki. Pero me gustaría saber, porque se huele por todas partes en tu trabajo… ¿Has leído a Ray Bradbury o Raymond Carver, verdad?
-De Ray Bradbury no he leído nada, de hecho sólo he visto la peli de Truffaut, Farenheit 451, que adapta la novela homónima. De Raymond Carver sí que he leído mucho,¡ y me encanta! Menciono a Kafka y a Saki porque en el comic largo en el que estoy trabajando hago una adaptación (o algo parecido) de un relato de Saki y el libro de Kafka Carta al padre, habla de lo que yo quiero hablar en mi comic, así que lo tengo muy presente.
-¿Si digo Haikú, infantil, ironía me acerco o me alejo de una descripción de su trabajo?
-Si lo ves así a mi me parece perfecto. Para mí es muy difícil hacer una descripción de mi trabajo, como decía en la entrevista con Fredy yo solo veo un popurrí de cosas que me gustan...
-No quiero que la entrevista gire alrededor de The New raemon, tu trabajo con él es fantástico pero la lupa no dejaría de estar puesta en él. Y eso le quita foco a tu dibujo. Aún así, necesito que me hables de la gráfica de Cuaresma… es completamente distinta de lo anterior, hay un color mucho más potente… rojo, rojísimo, abatimiento y belleza… ¿Qué pasó?
-Pues no sé. Cuando pensé en el concepto del disco lo vi así, con un rojo intenso. Si te digo la verdad yo no lo veo tan distinto a los anteriores. Cada disco tiene un concepto, habla de algo diferente y para este, que hablaba de la penitencia consideré importante el color rojo, que es el color de la sangre, del sufrimiento y también el color del amor.
-¿Quién eres? ¿De dónde saliste? ¿Quién te enseñó a mirar como miras? ¿Y a dibujar como dibujas?
-Nací en un pequeño pueblo de Galicia, en España. Estudié diseño gráfico e ilustración. Durante los dos años que hice el curso de ilustración aprendí mucho porque los profesores eran muy buenos. Supongo que como más se aprende es fijándote en lo que te gusta y analizándolo, todo tiene su porqué.
-¿Por qué insistes en dibujar a las personas con dos cuerpos para una misma cabeza?
-Bueno, lo de dibujar personas con dos cuerpos fue en una etapa, ahora ya no lo hago. Era como decir que dentro de la misma cabeza habitan varias personas diferentes. El lado “bueno” y el lado “malo” en el caso de Tandem. Quién eres y quién te gustaría ser. Las frustraciones, en el caso de Las breves ruedas de la vida. El cuerpo realiza los actos que la cabeza ordena y a veces te sorprendes de cosas que haces, sea por timidez, frustración u otros factores. El caso es que, a veces, parece que lo que acabas de hacer lo ha hecho otra persona.

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