lunes, 17 de enero de 2011

Como si esperáramos a los Bárbaros

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"El miedo a los bárbaros es lo que amenaza con convertirnos en bárbaros"
Tzvetan Todorov

Calle Toledo con Plaza de la Cebada. Ocho menos cuarto. Por motivos técnicos, el cajero del Banco Santander es incapaz de realizar la operación. Calle Toledo casi con San Millán. Por motivos técnicos, el cajero de Banesto es incapaz de realizar la operación. Calle Toledo 53. Es imposible acercarse al ServiCaixa, una larguísima fila de tarjetahabientes espera su turno para sacar algo del poco dinero que debe quedarle al cajero. Calle Toledo 46, el cajero del Banco Popular está desierto y seco. Ni un duro, ¿en los bolsillos de quién? Veo a Mesut Özil con la segunda equipación del Madrid. Titubeo entre mirar el fútbol un rato o seguir. Opto por peregrinar. Plaza de la Cebada, 7. Excepto unos raros peguntes de pis y vómitos secos, no hay nada. Los bárbaros ya han pasado por aquí. Corrección. Me rodean. Hacen líquidos los billetes que hace pocas horas debió de darles esta máquina. Estamos en crisis. Sin duda. En permanente estado de ansiedad. Consumir lo que no se acaba -¿la copa?, ¿el jersey?, ¿el domingo?-, apurar el tiempo, acelerarlo contra los botones que sean necesarios… los del móvil, el datafono, el cajero, los ascensores. Subir, bajar… ¿adónde? ¿Estamos preparándonos para alguna escasez? Plaza de la Cebada 6, el Caixa Galicia tampoco puede atender en este momento a esta descarriada e insolvente oveja. Calle Mayor, número 20. Cajero del Santander. Nada. Calle Postas con Esparteros. Telebanco; nada. Bankinter; nada. No hay forma alguna de extraer dinero de las paredes. Los peatones suben como mareas abrigadas, dispuestas a comerlo todo, a comprarlo todo; a tropezar y atascarse a las puertas de cualquier expendio. Fumadores apretados dan caladas al piti friolero. Porque la ansiedad por consumir es, también, un motivo técnico. Las existencias se agotan, algo más también... Algo ha pasado en el partido contra el Almería. Pero no me detengo. Dos agentes, que luego son cinco, seis, siete, llevan preso a un chico negro, muy negro, que apenas habla español. Alrededor hay corrillo. Cerrar fronteras. Ni un inmigrante más. Ni chinos que no pagan impuestos. Ni magrebíes. Ni colombianos. Ni panchitos... Ni moros. Ni hostias. Paso de largo sin unirme al Tribunal. No puedo apelar, no tengo tiempo. Mesut Özil es musulmán. Y sin embargo, no les molesta. Pienso. No tengo tiempo, tampoco cerebro. Yo también soy un bárbaro en busca de un botón. Ya no miro la hora. He caminado dos kilómetros buscando papeles con valor, porque no llevo ninguno conmigo. Gran Vía 21. Un cajero del BBVA acepta mi clave y escupe lo que pido. Cruzo Montera, y como los bárbaros, ahora que tengo con qué, me abalanzo a un expendio. Entro a un Mac Donald’s, pido un café. Dos setenta. Ya puedo hacer cambio de veinte para pagar a La China lo que le debo. Mis bolsillos llevan, ahora, la mitad de los papeles que hace un minuto aguardaban, entre costuras, ser llamados a filas. Me despido, efusivamente. Nos vemos mañana. Mañana. Bajo Montera, con las manos en el abrigo. Esquivo putas flacas, gordas, extranjeras todas. Algunas fueron bonitas, alguna vez. Una bebe un Red Bull con ansiedad. Otra se acomoda los vaqueros, para marcar bien el culo redondeado que no existe, pero como si existiera. Emprendo la ruta, con mi café, ahora frío, y mi cigarro delincuente. Llego a Sol con la duda de porqué esta gente se arremolina en este lugar tan poco acogedor, si hay sitios más hermosos. Vitrinas. Vitrinas. Vitrinas. Es verdad, vitrinas. Me llevo las manos a los bolsillos. Yo, como los bárbaros, he invadido para conseguir lo que ya no tengo, y probablemente nunca llegue a tener, ¿suficiente dinero?, ¿suficiente café?, ¿suficiente compañía?, ¿suficiente alcohol? ¿suficiente alivio...? ¿local, general, sintomático? Vuelvo a casa. Atravieso la Plaza Mayor. Y donde hubo autos de fe ahora pastan irlandeses en terrazas. Paella. Fiesta. Siesta. Soy un bárbaro. Aprieto botones, uso el metro, llevo pastillas para el resfriado. Yo también soy un bárbaro. Uno que vuelve a casa.

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