tag:blogger.com,1999:blog-89055977100403361462024-02-19T10:34:43.520+01:00Crónicas BarbitúricasLa KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.comBlogger343125tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-69750086244095085362018-08-06T21:14:00.003+02:002018-08-07T00:48:12.619+02:00Yeguada: noticia de un incendio en las sabanas y los viaductos<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="355" scrolling="no" src="//widget.smartycenter.com/webservice/embed/9882/2792071/630/355/0/0/0" width="630"></iframe><br />
<br />
<br />
Esta historia ocurrió hace ya muchos años, en la vida de una mujer que durmió y despertó del otro lado del mar. La bestia de aquel episodio no era un ejemplar cualquiera. No era oscura como el caballo que <a href="https://www.larazon.es/sociedad/un-caballo-invade-una-autovia-de-barcelona-y-provoca-dos-choques-op19343269">hace unos días echó a galopar en una autovía barcelonesa</a>, enloquecido y salvaje, dispuesto a estamparse de puro miedo contra un camión. Esta otra era una hembra furiosa de pelaje encendido que resaltaba en <b>la yeguada</b>. Las encontró en la autovía, cerca del jardín botánico de una ciudad que dejó de existir. En aquel país en trance de morir, toda pesadilla era un deseo oscuro. Algo que se abría paso a puñetazos, como alguien sepultado que golpea un ataúd.<br />
<br />
Ocurrió, insisto, hace años. La manada corría a un lado del tráfico. El sonido de sus cascos sobre el asfalto zumbaba como el latido de corazones en estéreo. Azotes herrumbrosos sobre el atasco de mediodía. Nadie parecía haber reparado en ellas, sólo aquella mujer <b>de edad abolida</b> que ahora observa el televisor,con la quijada abierta de quienes se descubren soñados por la realidad. Aquel día, ella se llevó las manos a la boca, tocó sus dientes, rozó la sierra de sus incisivos con la yema de los dedos, justo como ahora yo toco mis dientes lisos de animal herbívoro... Ya no me queda nada para desgarrar a dentelladas las cosas, pienso.<br />
<br />
La imagen de la que os hablo no es ésta que ahora se repite en los informativos. No. El pavimento parecía ablandarse bajo el galope de aquellas quince yeguas de pelaje rojo, esa manada veloz que atravesaba el horizonte <b>trazando una línea de fuga e incendio</b>. Atrapada en el tráfico de una capital funesta y hermosa, la mujer cogió su monedero, bajó del coche y comenzó a correr entre el atasco. Las yeguas galopaban, cada vez más rápido, unidas, como un enjambre de abejas locas que peina la ciudad. Ella iba detrás, muy por detrás, recuperando ira en su propio galope. <br />
<br />
La mujer, aquella que vivía al otro lado del mar, se quitó los zapatos de tacón alto y los tiró. El tiempo que perdió deshaciéndose de ellos lo recuperó dando tirones de furia. A su paso, levantó una nube de asfalto. Dio coces en los viaductos. Fue, al fin, <b>la bestia que siempre quiso ser.</b> El calor del pavimento le hacía hervir los pies y <b>abría ollares en su corazón</b>. Supo que avanzaba, por el dolor de las quemaduras en la planta de sus pies. Llagas rojas abriéndose de zancada en zancada, una forma de llorar que exigía la entrega.<br />
<br />
Tardó en alcanzarlas, pero allí estaba, <b>esparciendo el incendio</b> de las crines rojas en medio de la autovía. No era su intención trepar a sus lomos. Sólo quería estar entre ellas, seguirlas hasta que la llevasen a un lugar puro, abierto, desconocido. Porque todas, las yeguas, incluida ésa en la que ella se transformaba de a poco, huían en la misma dirección. Todas mostraban pelajes afeitados, como si quien las crió hubiese querido arrancarles de cuajo el pelo fino para hacer cepillos con ellas, como si quitándoles el pelaje les asignara otra naturaleza.<br />
<br />
Mientras corría, impotente, con sus piernas depiladas de animal doméstico, la mujer se preguntó porqué huían las yeguas... y ella. A pesar de sus evidentes condiciones –patas gruesas, largas-, las yeguas no habían nacido para demostraciones hípicas. Sus ojos negros y los hocicos a punto de espuma no eran los de un animal de cría, sino signos de la furia de los encierros. Eran bestias durante años cautivas. Bestias renuentes a la clausura y la doma. Criaturas nacidas en sueños que arrancaron a correr <b>como purasangres sin jinete</b> en medio de <b>un campo de batalla</b> sembrado con <b>los tallos de hombres muertos.</b><br />
<br />
El tráfico estornudaba, padecía el embotellamiento de bebés que lloran y coches que no avanzan. Ella y las yeguas perdieron el hombrillo y los zapatos de tacón alto. Galoparon por encima del mundo que temblaba a su paso. Arrancaron la furia como quien tira de sus cabellos o desliza cuchillas sobre una piel tierna. Afeitadas de toda razón, la mujer y la yeguada se abrieron paso como un fuego, ése que en la pantalla del televisor empuja a un caballo sin jinete a buscar su propia muerte.<br />
<br />
Esta historia, insisto, ocurrió hace años ya y sin embargo crepita ante mis ojos. Hace arder mis recuerdos. Ella y las yeguas, manada y mujer a solas, conquistando el terreno de quienes van descalzos sobre la tierra quemada o calzan las copas de champán de las que alguna vez habló <b>Elisa Lerner.</b><br />
<br />
Miro al caballo avanzar en dirección contraria en una atovía de Barcelona, la C17. <b>Intuyo los muertos que trepan a su grupa</b>. Imagino los mensajes que envían los sueños en el tiempo. Descifro la belleza de las pesadillas mientras me quedo, de pie, con la boca aún abierta. Pienso en la mujer que aún entendía la vida como una doma. Ese incendio que sólo prende en los campos lisos y las autovías. Algo hace ruido en mi corazón: acaso la yeguada, dando coces en el aire. Después de todo, ¿qué es una mujer sola que corre entre caballos? ¿qué ensaya? ¿qué busca? Lo que todas… Formas de llorar parecidas a las de los incendios en las sabanas y los viaductos.La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-21815524783472663442018-04-04T00:59:00.003+02:002018-04-04T01:06:06.623+02:00Sobre la pasión independentista y la sandalia de Brian de Nazareth<div class="mce" style="color: #474747; font-family: Oxygen, sans-serif; font-size: 17px; line-height: 30px; margin-bottom: 31px; padding: 0px;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgBrHm1tSQfxK-QEADc12DYsU311TM1SIls9XLVbx9Oz0CvQ_kM14waAM7PxEPoNvJW1YygmEt5CIDUDmcPIix-5COSGfwFoFEXM1DTl7JZch8aDXeXzq68t00K0Fb62PqMWdyCW7jAe_vy/s1600/Puigdemont-Brian-Nazareth-Monty-Python_1121597862_11330314_1020x501.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="501" data-original-width="1020" height="195" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgBrHm1tSQfxK-QEADc12DYsU311TM1SIls9XLVbx9Oz0CvQ_kM14waAM7PxEPoNvJW1YygmEt5CIDUDmcPIix-5COSGfwFoFEXM1DTl7JZch8aDXeXzq68t00K0Fb62PqMWdyCW7jAe_vy/s400/Puigdemont-Brian-Nazareth-Monty-Python_1121597862_11330314_1020x501.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="mce" style="color: #474747; font-family: Oxygen, sans-serif; font-size: 17px; line-height: 30px; margin-bottom: 31px; padding: 0px;">
<br /></div>
<div class="mce" style="line-height: 30px; margin-bottom: 31px; padding: 0px;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;">La detención de Puigdemont en una gasolinera en Alemania, la orden de captura a Marta Rovira y Anna Gabriel en Suiza, el procesamiento de Comín y Ponsatí, y la prisión para la plana mayor del secesionismo asoman el fin del ‘procés’. O así piensan algunos. ¿Comenzó la pasión independentista el domingo de Ramos? ¿Se adelantó el calvario ocho días con respecto a la liturgia? ¿Es ésta la primera estación de un viacrucis que acabará en Estremera…? Con el secesionismo nunca se sabe. Su naturaleza hiperbólica, tragicómica y auto paródica da para mucho, incluso para una pascua cristiana. </span><br />
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><i><span style="font-size: large;">A toda esta larga monserga del procés la recorre un no sé qué a lo Terry Jones y Graham Chapman</span></i></span></blockquote>
<br />
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><span style="font-size: large;"><i><br /></i></span>No sería de extrañar que <a href="https://www.vozpopuli.com/opinion/Puigdemont-sindrome-Bartleby-preferiria-hacerlo_0_1092492009.html">Puigdemont</a> escapara de la prisión de Neumünster abriendo un túnel con un tenedor de plástico o que <a href="https://www.vozpopuli.com/opinion/Roger-Torrent-perro-Henry-Molise_0_1100890960.html">Roger Torrent</a> propusiera un fuet para ser investido como presidente de la Generalitat. El bucle comenzaría de nuevo hasta centrifugar por completo la cordura ciudadana, ya exprimida hasta el pellejo. Le aseguro, lector, que a día de hoy usted no está del todo seguro de cuántos Jordis han optado a presidir el Parlament. Sánchez, Turull… ¿Le tocará acaso a Cuixart? Todos Jordis, aunque sin dragón, cual pelotón de John Malkovich en la película de Spike Jonze. Sea sincero, lector: ¿sería capaz usted de recordar al menos tres delitos de la larga lista de fugas, detenciones y capturas?<br /><br />A toda esta larga monserga del procés la recorre un no sé qué a lo Terry Jones y Graham Chapman. Y si se concentra usted en los acontecimientos de los últimos días, llegará a pensar que esto de la independencia es un plagio de <a href="https://www.filmaffinity.com/es/film612331.html">La vida de Brian</a>, aquella película de los Monty Python. Hay algo del Frente Popular de Judea en todo cuanto rodea este largo asunto de opresores y oprimidos. Del <a href="https://www.youtube.com/watch?v=V1-LSs8PgWo">Romanes eunt domus</a> que los centuriones obligan a escribir correctamente cien veces a <a href="https://www.filmaffinity.com/es/film612331.html">Brian</a> hasta el crucero de Piolín fondeado en el puerto de Barcelona. El archipiélago crece en número y las aguas se revuelven: Esquerra, las Cups, PDeCAT, Comités de Defensa de la República... Un safari ideológico de gente enamorada de sí misma y que prefiere que continúe en marcha el 155 antes que investir al presidente de un gobierno catalán. No tiene lógica, pero ocurrió así: los más fervientes independentistas perpetúan el periodo más largo de intervención del Estado en Cataluña.</span><br />
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><i><span style="font-size: large;">En su permanente huida hacia Bélgica, Puigdemont -como Brian de Nazareth- ha dejado caer una sandalia que su séquito ha recogido en el camino</span></i></span></blockquote>
<br />
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><span style="font-size: large;"><i><br /></i></span>A Brian Cohen y Carles Puigdemont los separa apenas una sandalia. Uno nació en el establo junto al de Jesucristo, el mismo día, y tras un cúmulo de desgraciados y tronchantes equívocos fue confundido con el mesías en una Galilea fanatizada. Al otro, alumbrado en Gerona, le pasará como al falso mártir de la película de los Monty Python. Dominado él también por una madre de pelo en pecho –el nacionalismo- y ansioso de emanciparse, Puigdemont ha terminado luchando por una independencia casi lisérgica. Una en la que importa una sola cosa: lanzar dobles y salir de la cárcel, preferiblemente sin pagar multa. Porque política, lo que se dice política, Puigdemont dejó de hacerla hace ya rato. A menos que moverse por toda Europa mientras sus compañeros de 'causa' permanecen en la cárcel sea considerada una nueva forma de lucha. Olvídese de las naves en llamas más allá de Orión, lector. Esto ni Tom Sharpe, que de Cataluña algo sabía por cierto.<br /><br />En su permanente huida hacia Bélgica, Puigdemont -como Brian de Nazareth- ha dejado caer una sandalia que su séquito ha recogido en el camino y que blande cual signo divino de la tierra prometida catalana. <a href="https://www.youtube.com/watch?v=QNBTszsJIQw">Es una señal…</a> ¿de qué? Da igual. Reconvertida en parodia de una parodia, esta versión que ofrece el procés del gag de La vida de Brian no sólo resume la historia completa de la religión en dos minutos y medio, como dijo John Cleese. Es algo bastante peor. Sintetiza la causa antiespañola con la brocha gorda e hilarante del remedo. “Tú eres el mesías, lo sé porque he seguido a varios”, dijo más de un secesionista el día de la declaración reversible de independencia del 10 de octubre. Porque, después de todo, aparte del acueducto, alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?... se preguntarán los dirigentes que han sustituido a la dinastía Pujol, incluyendo a los antisistema cuperos.</span><br />
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><i><span style="font-size: large;">“Tú eres el mesías, lo sé porque he seguido a varios”, dijo más de un secesionista el día de la declaración reversible de independencia del 10 de octubre</span></i></span></blockquote>
<br />
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><span style="font-size: large;"><i><br /></i></span>Como el Frente de Judea -que odia al Frente Judaico Popular, aunque defienda lo mismo-, los secesionistas entonan compungidos el Segador, al mismo tiempo que miran hacia los lados buscando la salida de emergencia. En su simulacro de beatería, piensan una sola cosa: la forma más rápida de perderse, aunque eso implique dejar clavado en la cruz a Puigdemont -como ya lo hicieron con Oriol Junqueras-. “Porque es un muchacho excelente, porque es un muchacho excelente”, cantarán los que aún puedan evitar su propia prisión. Siempre se podrá alegar que la vía unilateral nunca existió, que era un invento patentado por el Estado, que dijo alguna vez Marta Rovira, la plañidera que puso pies en polvorosa. De momento, el guión del 'procés' se acelera y rueda cuesta abajo por el Monte del Calvario. “Cuando tu vida esté en ruinas, no te quejes y ponte a silbar” cantará, acaso, un coro de crucificados al final de esta película. Si es que tal cosa como un final llega a ocurrir.<br /><br /><a href="https://www.vozpopuli.com/opinion/pasion-independentista-Brian-Nazareth_0_1121588414.html" style="color: #474747; font-size: 17px;">Texto publicado en Vozpópuli</a></span></div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-41467831605218071202017-12-03T20:32:00.001+01:002017-12-03T20:44:15.186+01:00 Medellín, mon amour (cuando no existía Netflix)<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiULgBJubmhkv_iRhSBshdS8IQ3FAb3USsEpSm_WRpNg3jTNJ0WJnCDtQzSBlrMNY5dxm_lKOdS38_SQVq3uS7-s0F9lajvlYU2pTSSsIG7_xRBVealptyXr6K9liVD_VrHzUGww9UDP3oG/s1600/Pablo_Escobar_Mug.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1600" data-original-width="1117" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiULgBJubmhkv_iRhSBshdS8IQ3FAb3USsEpSm_WRpNg3jTNJ0WJnCDtQzSBlrMNY5dxm_lKOdS38_SQVq3uS7-s0F9lajvlYU2pTSSsIG7_xRBVealptyXr6K9liVD_VrHzUGww9UDP3oG/s320/Pablo_Escobar_Mug.jpg" width="223" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><o:p><br /></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><o:p><br /></o:p></span></div>
<div align="right" class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">"Porque los muertos no hablan. Porque los muertos están muertos, y no
se ven"<o:p></o:p></span></i></div>
<div align="right" class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Antonio Ungar. De ciertos
animales tristes<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span>
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Sesenta padres nuestros le costó a Patricia entrar a España. Por más que
intento sacar la cuenta, no me da. A dos padrenuestro por minuto, el
funcionario de inmigración se habría demorado 15 minutos sólo en ella. De ser
lo suficientemente creyente y ágil, podría haber rezado tres padrenuestros por
minuto, lo que haría bajar el tiempo. Pero ella insiste y se planta en sus
sesenta. Sí, sesenta padrenuestros. “Lo que pasa, mami, es que eso fue hace
doce años, cuando todas las que llegaban de Colombia venían a trabajar de
putas”.<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">No sé si Patricia venía desde Medellín con la idea de trabajar como tal, o
si era sólo una suposición del funcionario, lo cierto es que pasó el control.
“Y lo peor es que el hij’ueputa ése de inmigración se asomaba por el mostrador,
me veía y decía: pero es que con 25 años, y de Colombia, ¿me va a decir que no
viene a trabajar como prostituta?... Hiju’eputa, ése”, refunfuña con su acento
paisa y sus ojos delineados. Salir de Colombia, lo que se llama salir, no fue
del todo fácil. Una prima, que se había venido a Málaga cuatro años antes, la
convenció de cruzar el charco. <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">De asistente administrativo en una inmobiliaria “gringa” en Medellín, con
500.000 pesos de sueldo, Patricia había pasado a ganar 100.000 haciendo
cualquier cosa. “Debía a todo el mundo: al lechero, al de la mazamorra, la
hipoteca de mis papás. Así que dije, bueno, lo intento… Y lo peor es que
Medellín estaba que brillaba en esos años, gracias a Pablo, mami”. El tan
familiar Pablo al que se refiere como si de un primo se tratara, es <b>Pablo
Escobar Gaviria (1941-1993)</b>, el mismísimo jefe del cartel de Medellín (en los años de aquella conversación, el pujante 2007 español, no
existía Netflix y el patrón, </span><span style="font-family: Cambria; font-size: 12pt;">el
más <b>sanguinario</b> de los delincuentes travestidos en prohombres</span><span style="font-family: cambria; font-size: 12pt;">, no había conseguido enamorar todavía a los
españoles como lo hizo con su irrupción en las series de pago).</span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">En palabras de Patricia, Pablo es prácticamente un prócer. “Le dio plata a
la gente pa’ que acomodara la entrada de Medellín y le pusiera suelo de cemento
a las casas; agarró a los pelaos que no trabajan y les dio trabajo… Eso sí, era
narcotraficante, pero él ni mataba, ni le ponía los cuernos a su mujer ni le
dejaba meterse nada a la gente que trabajaba con él. Él lo decía muy claro: yo
produzco lo que los americanos quieren consumir, pero usté no se meta esa
mierda”. Según Patricia, el entierro de Escobar -ella lo sigue llamando Pablo-
fue apoteósico. <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">A Pablo –vamos, a Escobar-, ella lo vio más de una vez. Fue personalmente a
conocerlo a una calle de Medellín en la que, a veces, cuando andaba de
político, se ponía a saludar gente, repartir cochinos –cerdos– <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>y regalar casas. “Es que ese hombre era
bueno, imagínese que hay quien dice que él sigue vivo, porque a mucha gente en
Medellín le siguen llegando ayudas, que si cochinitos bebés pa’ los del campo,
que si plata pa’ la familia del enfermo… Yo creo que debe ser su familia, que
sigue ayudando a la gente que tanto lo quiere. Aunque hay gente que dice que
está vivo”.<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">“Ya tengo doce años acá mi amor. Me casé, tengo una hija. ¡Y hasta soy
española!”, dice Patricia con ínfulas de empresaria. Se remueve en su silla, se
incorpora, busca un cuenco con agua tibia mientras camina dando golpes de
avispa con la cintura. Está inquieta, le gusta escucharse. El alquiler del
local, más el sueldo de las otras dos, le da una suma alta, pero ella compensa.
“Como aquí, mi amor, en ningún lado”. "¿Volver? No mami", me dice.
Ella a Colombia no regresa, excepto de vacaciones. <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">En tres años han matado a su hermano, su tío y su primo, todos por arma de
fuego, en Medellín. “Esos hiju’eputas me mataron a mi hermano pa’ robarlo, a mi
tío pa’ quitarle el camioncito… Y a mi primo, bueno, a ese sí, porque estaba
metido en vainas de droga”. ¿Volver?, “¿pa’ qué mi amor? Con esa racha de
muertos, ¿pa’ qué? Dígame reina, ¿volver, pa’ qué?”. Antes de terminar, se pone
de pie, fantasea con Medellín y su bandeja paisa. Patricia titubea, mira a los
lados y vuelve. “Pero sabe,¿mami? De verdá, que no le miento, ese Pablo sí que
era buena gente m’hija. Ése sí m’hija, ése sí”.<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span>
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Se cumple el aniversario de su muerte este diciembre. El tiempo ha pasado.</span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span>
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Sí. </span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
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<br /></div>
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</style>La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-46406429694550731852017-10-29T19:34:00.000+01:002017-11-08T17:19:27.736+01:00El periodista que pedía días libres para torear <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_6sunLSSNBzWfJfC_OdRwPNllfEsfVeJuvVGo1WcumPCSGtkeNjkfeNIk0HXUJfmBeHrpjUYRxPldUqWeqKFRLbQjbD-fu9FHpbR_TUDccSvbjZHFrccvK99xCk3IErHCC28IX3mZbK4u/s1600/14991891_10210619872560192_9080105269299113294_n.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="800" data-original-width="800" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_6sunLSSNBzWfJfC_OdRwPNllfEsfVeJuvVGo1WcumPCSGtkeNjkfeNIk0HXUJfmBeHrpjUYRxPldUqWeqKFRLbQjbD-fu9FHpbR_TUDccSvbjZHFrccvK99xCk3IErHCC28IX3mZbK4u/s320/14991891_10210619872560192_9080105269299113294_n.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto de perfil de Facebook de Juan Diego Madueño. </td></tr>
</tbody></table>
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal">
De las corridas le gusta todo, la vuelta al
ruedo por encima del resto. Estudió Derecho, quiso ser torero y terminó por escribir al respecto. Y
lo hace como dios. Uno que no almidona las comas ni petrifica a los matadores
con la laca a veces exhausta del género. A <b>Juan Diego Madueño</b> le basta el punto
y seguido para salir a hombros de la página en blanco. Hablo del <a href="https://twitter.com/juandimc"><span style="color: blue;">cronista taurino </span></a>de <span style="color: blue;"><i><a href="https://www.elespanol.com/">El Español</a></i>, </span>que este fin de semana se ha vestido de corto, por
segunda vez. La primera fue en 2016, con trastos de <b>Jose Mari Manzanares.</b> La
segunda, hace unos días, en La Carlota, la plaza de toros de Córdoba. Aunque, a juzgar por el vídeo que he podido mirar, Madueño tiene más soltura con el punto y coma que con la portagayola. Eso sí: hace falta valor para salir vivo de ambos.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><br />
<span style="mso-spacerun: yes;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
Comencé a tratar a <a href="https://twitter.com/juandimc"><span style="color: blue;">Juan Diego Madueño</span></a> esta temporada en Las
Ventas. De él conocía sus crónicas en <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El Español</i>
(me parecieron a la tauromaquia lo que Netflix a la televisión). El retrato
veloz del muchacho arroja una foto simpática. Los pelos ensortijados, las gafas
<i>vintage</i> de montura redonda y el bigote de liberal decimonónico, repeinado en
sus extremos. Y acaso porque en el <b>Patio de Arrastre </b>habla uno de lo que habla,
desconocía por completo sus paseíllos por el albero. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Me enteré hace una semana, la víspera de su viaje, en una
segunda ronda de Alhambras tras salir de la proyección de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Oro</i>, la nueva película de <b>Agustín Díaz Yánez</b>, Tano, que reunió en
una sala de cine a los más taurinos de sus allegados. Este señor entre ellos.<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Estaba aterrado, insistía. Y aunque tenía previsto afeitar <b>el bigote</b> para la ocasión, cualquiera podría pensar que aparecería al minuto,
por aquello de que el miedo hace crecer la barba, como le dijo <b>Belmonte</b> a <a href="http://www.librosdelasteroide.com/-juan-belmonte-matador-de-toros"><span style="color: blue;">ManuelChaves Nogales</span></a>. Pero no, el hombre salió rumbo a Córdoba, a lidiar sus
erales. Cogería el primer autobús de la mañana. El más barato, apostilló. Madueño,
que además de cronista taurino vive -como los de nuestra generación- picando
piedra en la mina de la actualidad, tuvo que pedir días libres en el periódico
para torear. <br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
A sus 28 años, luce lejana ya su incursión como alumno de la
<b>Escuela Taurina de Córdoba</b>. Tenía 16 años y ganas de vestir de luces, pero
desertó por cobarde, dice él. La primera vez que acudió a una corrida de toros
fue de la mano de sus abuelos Juan y Ramona: "los padres de mi padre, me acomodaron en nuestra localidad", según él mismo contó en <i><a href="https://unaletratrasotra.wordpress.com/2016/10/25/el-nucleo-de-mi-aficion/">Blanco sobre negro</a></i>. Tenía cinco años cuando lo llevaron a una plaza portátil en Villa del
Río, ese pueblo que no por pequeño deja de desafiar: tiene un <i>puente sobre el
Diablo</i>.<br />
<br />
Acaso por eso, por el gesto artístico de los milagros que se montan y
se desmontan, desde ese día Madueño vive, como él dice, en una plaza portátil con una media luna clara y afilada al lado. Acaso por eso habita en el miedo irrenunciable. Quizá por esa circunferencia que aparece y desaparece, <b>el Madueño</b> anda rumiando ideas <i style="mso-bidi-font-style: normal;">duchampianas</i>. Torear tecleando, por ejemplo. O, por qué no, pergeñando una
partida imaginaria en la que Morante juegue al ajedrez -a lo Duchamp-, mientras
los aficionados susurran ‘bieeeeeen’, a cada movimiento que hiciera el matador de
un peón.<br />
<br /></div>
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<div class="MsoNormal">
Ganas de ver a <b>Madueño</b> torear. El día en que me haga banderillera, con la bendición del Michelín
y <b>Manolo Montoliú</b>, iré a pedir trabajo en la cuadrilla de Madueño, el diestro que
pedía días libres en el periódico para torear. Será cuestión, digo yo, de sacar lustre a
los puntos y comas. </div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-10359245042308077642017-10-12T20:08:00.003+02:002017-10-12T21:07:55.336+02:00Esperaré a mi próxima pesadilla <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<br />
<blockquote class="twitter-video" data-lang="en">
<div dir="ltr" lang="es">
No sé cómo escalar la ironía y la ternura -incluso el humor blando u oscuro- en esta imagen que veo desde mi balcón. <a href="https://twitter.com/hashtag/PuesEso?src=hash&ref_src=twsrc%5Etfw">#PuesEso</a> <a href="https://t.co/6Yui5fePpg">pic.twitter.com/6Yui5fePpg</a></div>
— Karina Sainz Borgo (@karinasainz) <a href="https://twitter.com/karinasainz/status/918530357892403201?ref_src=twsrc%5Etfw">October 12, 2017</a></blockquote>
<br />
<div class="MsoNormal">
Yo soy el desarraigo. Me repetía ante un espejo en mi
última pesadilla... de la que desperté acelerada, metiendo y sacando ideas de
un bolso revuelto a los pies de la cama. Encendí el último cigarrillo de la
cajetilla y poco después la tele, para que hiciera ruido. Comencé a leer
editoriales sobre el <b>desafío catalán</b>.¿Qué celebramos el día de la <b>Fiesta Nacional</b>?,
escuché en la voz de un tertuliano de Espejo Público. Sólo entonces me di cuenta. 12 de octubre. Un día como hoy de 2006, hace ya once años, <a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2016/10/un-dia-como-hoy-hace-diez-anos.html"><span style="color: blue;"><b>llegué a España.</b></span></a> Había olvidado mi propia efeméride. Qué
buena memoria tienen mis pesadillas. <br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Año 2006. <b>José Montilla </b>se convirtió en presidente de la Generalitat,
que ya era un desamor en aquellos días del <b>Plan Ibarretxe.</b> Cuatro años después,
José Montilla, aquel hombre que se hacía llamar catalán de Iznájar, dejó a
los socialistas la peor derrota electoral en Cataluña. Artur Mas llegó a la
escena política y Montilla se retiró. Han pasado once años, una crisis
económica, una acampada indignada de la que salió un partido político, y una
abdicación monárquica... Ni Montilla ni Mas gobiernan ya. El largo reproche de
sus años desembocó, eso sí, en el esperpento que forman juntos sus propios
monstruos y los que se unieron luego a la fiesta. <br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<i><b><span style="font-size: large;">Un día como hoy de 2006, hace ya once años, llegué a España. Ni Montilla ni Mas gobiernan ya...</span></b></i></blockquote>
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En aquellos días hasta el agua suponía un desencuentro con Cataluña:
el trasvase... siempre el trasvase entonces, y la educación, y la sanidad, y los
presupuestos. Nunca nada era suficiente y el reproche salía a borbotones hasta
de un 'espetec'. De aquellos años –la sequía catalana, porque apenas llovía- conservo
las <b>crónicas de este blog</b>, que comencé como una prescripción farmacéutica. Para
no volverme loca. O mejor dicho, para no volver… la vista atrás. En ellas
escribía todo cuanto escuchaba o presenciaba, para colocarlo en orden. Lo
hacía, creo, para hacerme a la idea de que llegaba a un lugar y obviar lo
importante:<span style="color: blue;"><b> <a href="http://www.vozpopuli.com/opinion/analisis/Caracas-Venezuela-Elecciones-Testimonios-elecciones-Nicolas_Maduro-oposicion-chavismo_0_869313061.html"><span style="color: blue;">que me arrancaba de otro</span></a>.</b></span> De un <a href="http://www.vozpopuli.com/opinion/analisis/Caracas-Venezuela-Elecciones-Testimonios-elecciones-Nicolas_Maduro-oposicion-chavismo_0_869313061.html">país</a> que ya no me recuerda y al que
me une, al mismo tiempo, <span style="color: blue;"><b><a href="http://www.vozpopuli.com/opinion/analisis/Caracas-Venezuela-Elecciones-Testimonios-elecciones-Nicolas_Maduro-oposicion-chavismo_0_869313061.html">un amor y un agravio</a>. </b></span><br />
<span style="color: blue;"><b><br /></b></span></div>
<div class="MsoNormal">
Hace un tiempo uní todas esas crónicas en un <i>libro</i>. Diez
años encuadernados en la piel de la persona que se había marchado y la de quien
<b>jamás regresó</b>. El pellejo de la que se descubrió ya lejos. En una terraza de la
Castellana, durante la comida acordada para hablar del manuscrito, la editora a
quien entregué el texto me dijo que le gustaba el libro pero que no sabía
exactamente de qué hablaba.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Hubo
educación y empatía en su pregunta, no lo niego. Pero a mí me parecía que
saltaba a la vista. Que era incluso redundante todo cuanto contaba ahí.
Escribiera de fútbol -<i><a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2007/11/psate-macho-el-marca.html"><span style="color: blue;"><b>pásate, macho, el Marca</b></span></a></i>- , de la <a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2016/07/morir-en-verano-casta-diva-para.html"><span style="color: blue;"><b>Norma de Bellini </b></span></a>o <span style="color: blue;"><b>l<a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2009/01/acerca-de-mars-los-viajes-y-las.html">as <i style="mso-bidi-font-style: normal;">aventis</i> de Juan Marsé</a></b></span>, en realidad siempre hablaba de lo mismo: del
hecho de no hallarse, de no ser. Me marché con el estómago apretado y una
sensación extraña, áspera. No volví a abrir el manuscrito. <br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-size: large;">Al llegar a casa, un grupo de tunantes instalado en la terraza del bar frente a mi portal pasaba la tarde con cervezas y rojigüaldas</span></i></b></blockquote>
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Este jueves festivo, blando como un domingo resacoso, miro una
pantalla de televisión en la que desfilan tropas y la bandera se significa, sobreactúa a veces. Un tertuliano pregunta qué celebran el día de la<b> Fiesta
Nacional</b>. Los signos de interrogación me sujetan como a un pez que ya boquea en el anzuelo. Pensé en mi llegada a España. Sonreí con esa mueca rota que me
sale a veces. Pensé en la <b>efeméride del desarraigo.</b> El encuentro de dos mundos<i style="mso-bidi-font-style: normal;">, jo jo jo</i>, y esos chistes fáciles sobre
la leyenda negra y la identidad. Al segundo, me sentí frívola. <br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Vi el desfile, el reparto más o menos simétrico de hombres y
mujeres igualados en sus ropas, en su paso. Salí de casa, haciéndome la misma pregunta. Pasó el día, con el garfio de la
celebración, con la duda del aniversario. Al llegar a casa, un grupo de
tunantes instalado en la terraza del bar frente a mi portal pasaba la tarde con
cervezas y rojigüaldas. Me senté, otra vez ante el ordenador, a leer la prensa e intentar
escribir la novela que debería acabar en un mes. El ruido entra por la ventana.
Cantan los tunantes mientras leo el poema de <b>Jaime Gil de Biedma </b>que hoy Juan
Marsé recuerda <a href="https://elpais.com/cultura/2017/10/12/actualidad/1507819920_766723.html"><span style="color: blue;"><b>en la Tribuna </b></span></a>de <i>El País</i>:<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Por todo el litoral de
Cataluña llueve<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">con verdadera
crueldad, con humo y nubes bajas,<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">ennegreciendo muros,<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">goteando fábricas,
filtrándose<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">en los talleres mal
iluminados.<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Y el agua arrastra
hacia la mar semillas<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">incipientes, mezcladas
en el barro,<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">árboles, zapatos
cojos, utensilios<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">abandonados y revuelto
todo<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">con las primeras Letras
protestadas.<o:p></o:p></i><br />
<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Me asomo a la ventana. Abajo, en la calle, los tunantes cantan <i>Que viva España</i>. Son
el espectáculo de la terraza. Les hacen fotos y vídeos. Una japonesa aplaude, entusiasmada, su ración de
color local. Uno de los entusiastas tunantes la saca a bailar y perpetran un
paso doble entre escupitajos y pegotes del suelo sucio, transitado por los miles de turistas e inmigrantes que tocan sus exhaustos acordeones. Un anciano con paraguas -por qué lo lleva, hoy no hay previsión de lluvia y el termómetro marca 30 grados- observa la
estampa de la japonesa y el tunante. El hombre se lleva un pisotón. Se duele del tropiezo que le propina otro curioso. Ríen y bailan
el joven y la japonesa. El viejo se duele.<br />
<br />
Entonces todo se me anega en las sienes: el desfile,
las banderas, Montilla, el desafío…<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>Las efemérides<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>tienen una
naturaleza coreográfica pero golpea como olas. Unen en la certeza de los
símbolos a los que quieren pertenecer. A los que quisieran formar parte de sus
propios deseos, acomodados al fin en un lugar. Once años después, trepada en ese balcón como una gárgola, descubro<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>que mi vida sigue
siendo este litoral que se reparte, todavía, a este y al otro lado del mar. Y ya
no sé muy bien cuál herida o pisotón me duele. Si el del hombre del paraguas o
el mío, mirando todo aquello.<br />
<br />
Esperaré hasta mi próxima pesadilla para
averiguarlo. </div>
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<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<script async="" charset="utf-8" src="//platform.twitter.com/widgets.js"></script>La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-47931487575176396632017-08-18T00:34:00.002+02:002017-08-18T01:09:35.743+02:00Barcelona, sal y guayaba <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNkkJycyBlw9lmOBqmjbfmxbPAYSlZlBrDQCp3XxGT05wSpGYDJd3nxFoz8yP0K3FhMBjWfCGDwExErlTjltO3w39o_UCqSf6g77PQ6kzCopGdzezGoPsZe4P_RjRvdwZr0ZvcEaZwFim5/s1600/IMG_6427+%25281%2529.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1280" data-original-width="1280" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNkkJycyBlw9lmOBqmjbfmxbPAYSlZlBrDQCp3XxGT05wSpGYDJd3nxFoz8yP0K3FhMBjWfCGDwExErlTjltO3w39o_UCqSf6g77PQ6kzCopGdzezGoPsZe4P_RjRvdwZr0ZvcEaZwFim5/s320/IMG_6427+%25281%2529.JPG" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "arial"; font-size: 10pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "arial"; font-size: 10pt;">La primera vez que llegué a <b>Barcelona</b>, me pareció que la ciudad olía a
guayaba caliente y combustible. O eso me dio por pensar. Un aire pegajoso y familiar se apropiaba de las
cosas. La humedad en la piel, el tapón entre las cejas, la presión en la cabeza
y un dulce mareo de aterrizaje. Di tumbos dentro de un autobús. La pista del
<b>Prat</b> iba y venía, como un empujón de bienvenida. </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "arial"; font-size: 10pt;">Había llegado a una ciudad de
costa. Un lugar de mar y montaña. Un sitio salado que me hacía sentir más cerca de casa. En aquel entonces, infeliz, pensaba que aquella era una palabra definitiva. Pensé que, desde ese momento y hasta que la olvidara, aquella sería una ciudad perfecta. A ella podía huir si las cosas en Madrid salían mal. Tenía una sola razón para creerlo. Una. En Barcelona, para ser <b>pez,</b> nadie te pedía que vinieses del mar.</span><br />
<span style="font-family: "arial"; font-size: 10pt;"><br /></span>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-family: arial;">En Barcelona, para ser </span><span style="font-family: arial;">pez,</span><span style="font-family: arial;"> nadie te pedía que vinieses del mar.</span></i></b></blockquote>
<span style="font-family: arial; font-size: 13.3333px;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "arial"; font-size: 10.0pt; line-height: 115%;">En<b> Barcelona
</b>las cosas podían ocurrir como en los sueños: con los ojos cerrados y sin
explicación, pensé. Cuadrículas y esquinas chaflán, luego un semáforo. Cuadrículas y
esquinas chaflán, luego otro semáforo. Y aunque cada manzana me parecía la misma,
entre una y otra, se levantaban fachadas absurdas, acontecimientos<b> extraordinarios</b>. Las aceras lastimaban lo justo y las calles
parecían venir de otro lugar. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "arial"; font-size: 10.0pt; line-height: 115%;">Me parecía que los
edificios se inflamaban, perdían su forma ganando otra mejor. En lugar de fuentes, crecían lagunas
de mosaico. Todo me pareció Gaudí y su bate en la mano, <b>golpeando</b> techos y abollando
ventanas. Caracoles y lagartijas se deslizaban por las columnas mientras La
Sagrada Familia vivía de su propia intemperie. La ciudad era un arrecife
alucinado. Hoy la veo de otra forma. Pero aquel día todo me pareció excepcional. Una inyección de algo indescifrable, que hoy se ha sedimentado a causa de los muchos viajes. Es la ciudad libro, así que todo me lleva allí. Pero entonces, todo era distinto. <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "arial"; font-size: 10.0pt; line-height: 115%;"><br /></span>
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: arial;"><b><i>Eso pensó la que recién descubría Barcelona, la ciudad donde nació mi padre. Tenía 25 años, ahora cumpliré 36.</i></b></span></blockquote>
<span style="font-family: arial; font-size: 13.3333px;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "arial"; font-size: 10.0pt; line-height: 115%;">En la
parada de un autobús cuyo número desconocía, miraba las lozas marinas del
<b>Paseo de Gracia</b>, esperando a que una <b>ballena</b> reventara el cemento y tumbara las
farolas -en mi libreta de 2008 escribí <i>tumbar</i>, ese verbo no del todo inocente-. Caminé como pude: un pie tras otro, con la velocidad de las
pesadillas gustosas. Si invadía el carril, un ciclista me arrollaría con su bici
roja, pensé. Pero si traspasaba la línea, tropezaría con los periódicos del quiosco.
Moriré de gusto, al pie de esta mañana sin frío, pensé. O mejor dicho, pensó la que llegaba a España. La que recién descubría Barcelona, la ciudad donde nació mi padre. Tenía 25 años, ahora cumpliré 36.</span><br />
<span lang="ES" style="font-family: "arial"; font-size: 10.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-family: "arial"; font-size: 10.0pt; line-height: 115%;">Ese día brillaba el sol y no
llevaba abrigo. Encontré un mar de <b>baldosas</b> y palomas pulgosas sobre mi cabeza. Y quizá por eso, en la terraza del<b>
Parc Güel</b>, me sentí más cerca de casa. Ahora, claro, ya no necesito tal cosa como una casa. Entonces sí. Por eso Barcelona fue un hogar. </span><span style="font-family: "arial"; font-size: 10pt;">¿De dónde provenía todo cuanto veía? Del mismo lugar del que venía yo, ese sitio donde nadie te pide que seas un pez para venir del mar. </span><br />
<span style="font-family: "arial"; font-size: 10pt;"><br /></span>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span lang="ES" style="font-family: "arial"; line-height: 15.3333px;">Por eso Barcelona fue un hogar. </span><span style="font-family: "arial";">¿De dónde provenía todo cuanto veía? Del mismo lugar del que venía yo</span></i></b></blockquote>
<span style="font-family: "arial"; font-size: 10pt;"><br /></span>
<span style="font-family: "arial"; font-size: 10pt;">Hoy, años después, me duele el paredón en el que la han convertido. La <b>ruleta rusa</b> de quienes matan.Me da igual la fe; con o sin ella, matan. Trece muertos y al menos cien heridos. </span><span style="font-family: "arial";"><span style="font-size: 10pt;">He crecido con Barcelona, en la </span><span style="font-size: 13.3333px;">distancia</span><span style="font-size: 10pt;">. He domesticado mi soledad y mi locura recorriendo sus calles. Acaso porque es el único lugar que huele, por alguna razón, <b>a sal y guayaba</b>, la fruta agusanada del lugar que siempre ruge dentro de mí. </span></span><br />
<span style="font-family: "arial";"><span style="font-size: 10pt;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial";"><span style="font-size: 10pt;">Hoy Barcelona, como las frutas que estallan, está herida. Yo también. </span></span><br />
<span style="font-family: "arial";"><span style="font-size: 10pt;"><br /></span></span>
<span style="font-family: "arial";"><span style="font-size: 10pt;">Sí, yo también. </span></span></div>
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<br />
<br />
<!--EndFragment-->
<br />
<div align="right" class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<br /></div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-70894279896603402652017-08-10T13:24:00.001+02:002017-08-10T20:33:49.310+02:00Tienen mis deseos por término este banco de piedra<span style="color: white;">_</span><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMxn8ZeDG44nKguS6J1vJwwy4NpHIK-MzxTKbQdHTUK9oa1k27oIqOTFyrdJzeyN9gcof2puyBrwCUovpZe47vZ4rjXqFs_yw6c2F44sIXmVYlAuXt5M10LT1k7lK_-J4HseQ8Sl3GfVxZ/s1600/foto.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1280" data-original-width="1280" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMxn8ZeDG44nKguS6J1vJwwy4NpHIK-MzxTKbQdHTUK9oa1k27oIqOTFyrdJzeyN9gcof2puyBrwCUovpZe47vZ4rjXqFs_yw6c2F44sIXmVYlAuXt5M10LT1k7lK_-J4HseQ8Sl3GfVxZ/s320/foto.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
<br />
<div class="MsoNormal">
De pie sobre un banco de piedra, pienso en algunas cosas.
Las cambio de sitio. Las corto en trocitos y alimento con ellos a las pirañas.
De pie sobre un banco de piedra, el vértigo se busca la vida. Se asegura un
lugar más útil de donde tirarse. En resumidas cuentas: de pie sobre un banco de
piedra se piensan muchas cosas. Ésta una de ellas.<br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">He leído mal todo este tiempo a la <b>pastora Marcela</b>. Quizá
hasta hoy, la percibí </span><i style="font-size: 12pt;">solo</i><span style="font-size: 12pt;"> como el
prodigio de un alegato feminista. La piedra de una antigua lucha en la que,
hasta entonces, pocas mujeres reventaban cristales. <a href="http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/default.htm"><span style="color: blue;"><b>Marcela</b></span></a> es la cólera de Aquiles para
quienes nunca pudieron cantarla como propia. Las mujeres en la literatura
habían sido hasta entonces objeto de rapto o deseo; la causa por la que se
inicia una guerra. El remanente de la serpiente y la manzana, en otras variantes que la pastora de Cervantes interrumpe. Sin embargo, aun siendo
ese prodigio, Marcela es algo más.</span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Marcela defiende su derecho a la desafección a la vez que exige en el otro el gesto adulto de hacerse cargo de sus propios pajaritos preñados</b></i></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">La <span style="color: blue;"><a href="http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/default.htm"><span style="color: blue;"><b>contestación de Marcela</b></span></a> </span>al asunto de Grisóstomo, aquel
infeliz muerto con <a href="http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte1/cap14/default.htm"><span style="color: blue;"><b>su canción de agravio y amor no correspondido</b></span></a>, va más allá
del sexo de quien lo pronuncia. La pastora Marcela, que nació libre y por eso
elige la soledad de los campos, blande su derecho a no querer, a marcharse, a
desairar e incumplir, a la vez que exige en el otro el <b>gesto adulto</b> de hacerse
cargo de sus <b>propios pajaritos preñados</b>. Existe, en un mismo alegato, la
defensa de dos libertades elementales: la de admitir el desengaño como responsabilidad del que eligió creer y la que ejercen quienes se dan la vuelta.</span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Bien dicho está aquello de que a Grisóstomo antes le mató su porfía que la crueldad que atribuyen a Marcela.</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Bien dicho está aquello de que a <a href="http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/default.htm"><span style="color: blue;"><b>Grisóstomo</b></span> </a>antes lo mató su
porfía que la crueldad atribuida a Marcela. La pastora defiende el derecho al desapego,
a la desafección. Y además obliga a quien la lee a colocarse en la baldosa floja de la verdad: ser querido no es un derecho, el mundo y quienes lo
habitan no están obligados a permanecer en las vidas de otros. Toda
derrota,</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">acaso todo desamor y
abandono, es la huella de un tránsito para que el que debimos tomar
precauciones.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">De pie sobre un banco de piedra se piensan muchas cosas. Que
amanecen mal las lentejuelas, por ejemplo. Que la claridad arponea. Que no era eso, sino lo otro. Que no era aquí, era
allá. Y sin embargo me pregunto: siendo legítima</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">la desafección de Marcela, adónde van a parar <b>los
agravios</b> cuando se revelan como tales. Puede, quizá, que a los bancos de piedra
o por qué no, al lento desaire de las farolas, los puntos y comas, las sillas vacías y los patios
interiores.</span></div>
<div class="MsoNormal">
<blockquote class="tr_bq">
<b><i> Sí, lleva razón Marcela. Se piensan muchas cosas sobre un banco de piedra. Muchas.</i></b></blockquote>
</div>
<div class="MsoNormal">
“Quéjese el engañado, desespérese aquel faltaron las
prometidas esperanzas”. Lleva razón Marcela. Suficiente como para haber vivido
400 años. "Tienen mis deseos por término estas montañas". Sí, lleva razón. Se piensan muchas cosas sobre un banco de piedra. Muchas.</div>
<br />La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-18472383475518762522017-07-23T00:51:00.003+02:002017-07-23T11:19:19.698+02:00Un poco por no morir<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaXuux6PTb5lKAojCMPIOiD45iz2KZJU2cKR6wpj5aKsWkPuXpEXGuGXsNARkuYAO4PVhaYoEnWRMvb-qB3d3t2LHF0xTCfQpPxvrZVAx33Phtpkx8ab_UeB9lWO8FjcUL6Vbf7oixSxr9/s1600/butterfly.jpg" imageanchor="1"><img border="0" data-original-height="605" data-original-width="980" height="246" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaXuux6PTb5lKAojCMPIOiD45iz2KZJU2cKR6wpj5aKsWkPuXpEXGuGXsNARkuYAO4PVhaYoEnWRMvb-qB3d3t2LHF0xTCfQpPxvrZVAx33Phtpkx8ab_UeB9lWO8FjcUL6Vbf7oixSxr9/s400/butterfly.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">Nadie regresa vivo de una promesa rota. Acaso porque en todo
incumplimiento hay una muerte. La de quienes fuimos mientras creímos. El lugar
al que van a parar los deseos, <b>tiroteados por la verdad</b>: las personas que no
fueron o las que no llegamos a ser; los países y los hogares que se
derrumbaron</span><span style="font-size: 12pt;">. La vida, como los puertos y los
barcos, despide. Concede<b> destino</b>, pero antes obliga a morir. Y ésta, como toda
historia de amor, es también una historia de fantasmas (*).</span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<br />
<i><b><span style="font-size: large;">La vida, como los puertos y los barcos, despide. Concede destino, pero antes obliga a morir</span></b></i></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<i style="font-size: 12pt;"><a href="http://www.teatro-real.com/es/temporada-16-17/opera/madama-butterfly"><span style="color: blue;">Madama Butterfly</span></a></i><span style="font-size: 12pt;"><span style="color: blue;">
</span>es la primera ópera que conservo en mi memoria. Mi madre la escuchaba en su
habitación, a un volumen exagerado. Nunca entendí ese gesto ruidoso, que en
nada tenía que ver con su tendencia al silencio. Me tomó años comprenderlo: hacerlo
le concedía libertad. Como si en cada uno de los tres actos, mi madre levantara
una república, un territorio propio: nudo y desenlace de sí misma. </span><i style="font-size: 12pt;"><a href="http://www.teatro-real.com/es/temporada-16-17/opera/madama-butterfly"><span style="color: blue;">Madama Butterfly</span></a></i><span style="font-size: 12pt;"><a href="http://www.teatro-real.com/es/temporada-16-17/opera/madama-butterfly"><span style="color: blue;"> </span></a> </span><span style="font-size: 12pt;">fue, también, la primera ópera que vi y
la primera que compré cuando me fui definitivamente de casa. Todavía la
conservo. Es una grabación de la <b>Callas</b> con la orquesta y el coro de <a href="https://www.amazon.co.uk/Puccini-Madama-Butterfly-Giacomo/dp/B000002RXX"><span style="color: blue;">La Scala</span></a>.
Desde entonces me acompaña, soplando con su fuerza ese mar sin viento. Cumplir
años, transformarse, es también una forma de desengaño. Un barco de guerra,
atracando.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-size: large;">Y aunque hemos visto juntas muchas óperas, Madame Butterfly no volvió a reunirnos en un patio de butacas desde entonces</span></i></b></blockquote>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Veinte años separan la primera función de <b>Butterfly</b> a la que
me llevó mi madre y ésta a la que acudimos en el Teatro Real. Y aunque hemos
visto juntas muchas óperas, </span><i style="font-size: 12pt;">Madame
Butterfly</i><span style="font-size: 12pt;"> no volvió a reunirnos en un patio de butacas desde entonces -quizá intenté rebelarme de aquel apresto, no sé-. Entre
aquella y ésta, en la que la soprano <span style="color: blue;"><b><a href="http://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/Ermonela-Jaho-puente-corazon-publico_0_1046296517.html">Ermonela Jaho</a></b></span> se despelleja y nos
despelleja con su voz, se reúnen las muchas versiones que mi madre y yo hemos
sido al escuchar la <b>ópera de Puccini</b>. Si de algo sabe la <b>Jaho</b> es de dejar de
países atrás. Acaso por eso nos reunimos, las tres, en el país que funda su voz. Cuando mi madre me llevó a
ver<a href="http://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/Mario-Gas-politico-deberia-imposible_0_1037897635.html"> </a></span><i style="font-size: 12pt;"><a href="http://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/Mario-Gas-politico-deberia-imposible_0_1037897635.html"><span style="color: blue;">Madama Butterfly</span></a></i><span style="font-size: 12pt;"><span style="color: blue;"> </span>por primera vez,
</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">parecía que las cosas durarían
para siempre. Y no fue así. Se esfumaron muchas, entre ellas el imponente telón
de Jesús Soto que desapareció del <a href="http://www.teatroteresacarreno.gob.ve/"><span style="color: blue;">Teresa Carreño</span></a>; de la misma forma en que lo
hizo el país que construyó aquel teatro. Pero, ya se sabe, la vida incumple.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b><span style="font-size: large;">A medida que me he hecho mayor, he comprendido la ópera de Puccini como una historia de amor y poder; ambas, a su manera, formas sometimiento</span></b></i></blockquote>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Comprendo la ópera de
Puccini como una historia de amor y poder; ambas, a su manera, formas
sometimiento. Ambientada en el conflicto colonial de finales del siglo XIX
entre Estados Unidos y Japón, la historia de ese avasallamiento toma forma en
una tragedia protagonizada por Pinkerton, un oficial de la marina americana
destinado en <b>Nagasaki</b>, y Cio-Cio-San, una hija de un samurai que cometió <b>seppuku.</b>
La orfandad la obligó a abrirse paso como geisha. </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Gracias a las leyes matrimoniales japonesas </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">-el abandono equivalía al divorcio-, <b>Pinkerton</b>
enamora y toma por mujer a Cio-Cio-San en una boda arreglada. La joven
quinceañera asiste convencida de que el enlace durará para siempre. E incluso,
para ser una buena esposa americana, renuncia a la fe de sus ancestros, aunque
eso le valga ser repudiada.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-size: large;">Todo va a salir mal y lo sabemos. Nos lo dice el coro. Nos lo dice ese dúo del primer acto –Vogliatemi bene-, que aun me resulta bello por terrible</span></i></b></blockquote>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Todo va a salir mal y lo sabemos. Nos lo dice el coro. Nos
lo dice ese dúo del primer acto –</span><i style="font-size: 12pt;">Vogliatemi
bene</i><span style="font-size: 12pt;">-, que aun me resulta bello por terrible. Ese momento en el que se
superponen en direcciones opuestas dos voces, dos sentimientos : el de una
joven que más que declarar amor lo suplica y el de Pinkerton, que insiste en la
urgencia de poseer. El tiempo transcurre. Pinkerton se marcha... y su larga ausencia marchita
las esperanzas a su paso. Vestida cual esposa americana, <b>Butterfly</b> aguarda. Cree, o
insiste en creer que él regresará.</span><span style="font-size: 12pt;">
</span><span style="font-size: 12pt;">Así se lo hace saber a la fiel Suzuki en </span><i style="font-size: 12pt;"><b>Un bel dì vedremo</b></i><span style="font-size: 12pt;">; y de la manera más terrible: con la fe de los
que ya saben perdedores. </span><i style="font-size: 12pt;">Un bello día
veremos, levantarse un hilo de humo, en el extremo confín del ma</i><span style="font-size: 12pt;"><i>r</i>, canta
<b>Cio-Cio-San. </b></span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><b><br /></b></span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b><span style="font-size: large;">Lo hará escondida. Un poco por broma, y un poco, por no morir nada más verlo, dice la infeliz. Esperará oculta Cio-Cio San… ¿en cuál versión de su escarmiento? </span></b></i></blockquote>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">En el confín... del mar. Así ha de aparecer la nave de Pinkerton; o al menos así confecciona
la japonesa su ensoñación. Ella, que se imagina escondida en lo alto de una
colina, esperará la llegada del teniente. Lo hará escondida. </span><i style="font-size: 12pt;">Un poco por broma, y un poco por no morir
nada más verlo</i><span style="font-size: 12pt;">, dice la infeliz. Esperará oculta <b>Cio-Cio San</b>… ¿en cuál
versión de su escarmiento? </span><i style="font-size: 12pt;">Todo esto
pasará, te lo aseguro</i><span style="font-size: 12pt;">, dice a<b> Suzuki</b>. Él volverá.</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Y sí: Pinkerton vuelve… con su esposa americana. La
japonesa, desengañada y madre de un hijo fruto de aquella noche que anunciaba
tragedia, decide renunciar a todo: porque lo ha perdido todo. </span><i style="font-size: 12pt;">Con honor muere quien no puede seguir
viviendo con honor</i><span style="font-size: 12pt;">. Comillas del libreto que separan la entrada y salida de
una <b>espada</b>. </span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<br />
<span style="font-size: large;"><b><i><span style="font-size: 12pt;">Acaso por eso yo me estremezco en </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Un bel dì vedremo</span><span style="font-size: 12pt;"> y ella en </span><span style="font-size: 12pt;">Con onor muore</span><span style="font-size: 12pt;">; porque sabe, mucho antes que yo, que la vida incumple</span></i></b></span></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Para aquellos que enloquecen, que buscan el amor de alguien
más con la misma fuerza de quienes se despeñan detrás de una vocación o un
lugar mejor, todo incumplimiento es una muerte. Lo es. Así
como <b>Cio-Cio San</b> pierde a su hijo, <a href="http://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/Ermonela-Jaho-puente-corazon-publico_0_1046296517.html"><span style="color: blue;">Ermonela Jaho</span></a> podría perder la voz. Es desde
ese dolor desde donde canta, dice ella en<span style="color: blue;"> <a href="http://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/Ermonela-Jaho-puente-corazon-publico_0_1046296517.html"><span style="color: blue;">una entrevista la víspera de la última función</span></a></span>. A la Jaho la llaman la nueva <b>María Callas</b>. Yo, en
realidad,</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">veo a una mujer de ojos
enormes que lleva años intentando ser quien es: desde que salió de la Albania
comunista hace ya casi 20 años hasta hoy . Quizá por eso su voz riega ese lugar
al que van a parar las emociones cuando se apagan las luces en el patio de
butacas. Quizá por eso, nos escondemos ahí… un poco en broma, y <i>un poco por no
morir</i>, mi madre y yo. Reunidas en las versiones que hemos dejado atrás. Acaso
por eso yo me estremezco en </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><i style="font-size: 12pt;"><b>Un bel dì vedremo</b></i><span style="font-size: 12pt;"> y ella en </span><i style="font-size: 12pt;"><b>Con onor muore</b></i><span style="font-size: 12pt;">; porque sabe, mucho antes
que yo, que la vida incumple. Y ésta, la que hemos venido a escuchar esta
noche, es también una historia de fantasmas. Las versiones de una y otra, caminando
de regreso hacia una casa, al otro lado del océano. </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Ese </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">mar que concede
destino, no sin antes obligarnos a morir.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
(<i>*) Así tituló D.T Max su biografía de David Foster Wallace. </i></div>
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-->La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-66447900971094374272017-07-16T23:21:00.000+02:002017-07-17T23:50:10.350+02:00No seas idiota, piensa en el país <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3eKMlloww-VDpn0BfQp3EkPXeyeAln8Duxib7YLBuxGjbV5l4HkJbGoyWdqMYhtSUknIBlR5yRofC0vjR7q3PDztTzOkaKtXRqX7N1MWwBu5NIoTXsltybPqeCoh24vkUbdIjx5QFeU1H/s1600/19984122_10154916856798737_3695101014036047858_o.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1080" data-original-width="1080" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3eKMlloww-VDpn0BfQp3EkPXeyeAln8Duxib7YLBuxGjbV5l4HkJbGoyWdqMYhtSUknIBlR5yRofC0vjR7q3PDztTzOkaKtXRqX7N1MWwBu5NIoTXsltybPqeCoh24vkUbdIjx5QFeU1H/s320/19984122_10154916856798737_3695101014036047858_o.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aquella bandera de Venezuela la compré un <b>11 de abril de
2002</b>. Lo hice en la autopista Francisco Fajardo, a la altura de la base aérea
<b>La Carlota</b>; ese lugar en el que mueren civiles y militares. El sol apretaba. Once
de abril. Íbamos hacia la muerte, aunque ya vivíamos en ella. Hoy, 16 de julio de 2017, en Madrid -la ciudad en la que vivo desde hace 11 años-, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>miro aquella <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>insignia
como si fuera una cicatriz.<br />
<br />
Tiene siete estrellas mi bandera. No las ocho que ordenó Hugo Chávez, por aquello <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de
incluir <b>Guyana</b>, nuestra provincia ultrajada. Aunque ésa, claro, es otra
historia . La mía, mi bandera de lona que hoy<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>he anudado alrededor de mi cuello, la compré a las dos de la
tarde en la que murieron 19 personas. <b>Diecinueve venezolanos</b> que nadie recuerda.</div>
<div class="MsoNormal">
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-size: large;">Tiene siete estrellas mi bandera. Hoy, 16 de julio de 2017, <span style="mso-spacerun: yes;"> la miro </span> como si fuera una cicatriz. </span></i></b></blockquote>
</div>
<div class="MsoNormal">
Los seguí a todos, a los 19. Tenía que hacerlo. Mi tarea era
levantar el informe de uno en particular. El de <a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2012/04/11-de-abril-10-anos-tortoza-vuelve.html">Jorge Tortorza</a>, fotógrafo del
diario <i style="mso-bidi-font-style: normal;">2001</i>, asesinado en la avenida
<b>Baralt de Caracas</b> por un disparo de revólver calibre 37, al menos eso decía el informe de la
Fiscalía. El dato era falso. El proyectil era un nueve milímetros. Un arma <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>automática: de militar. El dato no era
inocente. Que la policía –de un ayuntamiento opositor, entonces- fuera
responsable de aquella muerte, quedaba mejor. Escondía cosas.<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aquel 11 de abril del año 2002, la oposición ponía en escena
–<i style="mso-bidi-font-style: normal;">mise à mort</i>- su primera marcha
pirómana para pedir la salida de <b><a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2013/03/caballo-negro.html">Hugo Chávez </a></b>del Palacio de Miraflores. Lo recuerdo: todo salió mal. Nos faltaba todavía muerte y<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>escarmiento -¿podríamos, por Dios, aprender a ser país sin
abonar la tierra?- para saberlo. Entonces yo no entendía nada.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Tenía 20 años y acababan de contratarme como asistente de investigación para levantar aquella <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>carnicería . En mi país... la muerte, debo decirlo, ocurre
al peso. Nos apilamos, como promesas incumplidas.<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-size: large;">En mi país la muerte, debo decirlo, ocurre al peso. Nos apilamos, como promesas incumplida</span></i></b><span style="font-size: large;"><i>s</i></span></blockquote>
</div>
<div class="MsoNormal">
De ahí salió un <a href="http://www.goodreads.com/book/show/17618443-el-acertijo-de-abril">libro excepcional </a>(escrito por mis maestros de verdad, gente que se la jugaba en el oficio) que me sacó de la juventud
<b>a puntapiés </b>y me hizo mayor, aunque yo no lo supiese. De <a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2012/04/11-de-abril-10-anos-tortoza-vuelve.html">Tortoza</a>, aquel
fotógrafo del que he hablado en los primeros párrafos, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>debía saberlo todo: cuando y cómo murió;
quiénes lo vieron morir y cómo; la última llamada telefónica. A algunos a quienes
entrevisté en aquellos años los mataron a tiros, como a perros. No podrían
repetir lo que yo escuché, con la quijada rota y la libretita de caligrafía
cursi.<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Hoy es 16 de julio de 2017. Al extender como un mantel
aquella bandera, al examinar aquella tela que compré el día de la muerte de<b>
Jorge Torotoza</b>, siento algo que no cabe en ningún órgano de mi cuerpo. Experimento
una locura parecida a la fecha en que perdí la razón y empaqué mis cosas; la
misma en la que metí esa bandera en mi equipaje. Con mi maleta crucé el Atlántico, ese mar
donde la gente sólo se dice adiós. Hoy, casi 20 años después, tocándola, leo el braille de quien fui. De quienes fuimos.<span style="mso-spacerun: yes;">
</span><br />
<span style="mso-spacerun: yes;"><br /></span>
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-size: large;">Hoy, casi 20 años después, tocándola, leo el braille de quien fui. De quienes fuimos.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span></i></b><br />
<div>
<span style="mso-spacerun: yes;"><br /></span></div>
</blockquote>
</div>
<div class="MsoNormal">
Yo tenía 20 años y el corazón limpio de los que creen. <span style="mso-spacerun: yes;"> En ese tiempo </span>me hice periodista a la fuerza,
aunque copiara a <b>Juan Villoro </b>con descaro y sin talento. En
aquellos años, llegué sin entenderlo a los pasillos de la policía política para
entrevistar a gente que ya no existe. Subí cerros. Conocí Catia. Y Petare. Y Cotiza.
Me redimí. Dejé de ser <b>la rubia de los jesuitas</b>. Fui al encuentro del país que
durante años ignoré. Hoy, tocando esta bandera, me pregunto dónde están todos
los países que he conocido. ¿Dónde?<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Hoy es domingo. Un 16 de julio de 2017. Quince años separan
una bandera de otra, aunque sea la misma. Años, y muertos, y vejaciones, y
padres sin vejez, e hijos sin tierra, y muertos sin justicia. El sol aprieta.
El termómetro marca 40 grados. Y como aquella tarde del 11 de abril, llevo
puesta mi bandera de siete estrellas sobre los hombros, anudada como una capa
inútil al cuello. Mientras subo por la (madrileña) calle Goya, esa avenida de tiendas que
tanto odio, me escuece el corazón. Me puede el calor. Algo en mí se quema.
Quizá sean las siete estrellas<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>o el
país que me olvida, que me escupe, que me expulsa, como la espada baja en el lomo de las bestias.<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-size: large;">Hoy es domingo. Un 16 de julio de 2017. Quince años separan una bandera de otra, aunque sea la misma. </span></i></b></blockquote>
</div>
<div class="MsoNormal">
Al llegar a Príncipe de Vergara, he dejado atrás a cientos
de venezolanos que quieren votar. Pienso en los casi cien que han muerto en menos de dos meses en esa ciudad a la que hace años no regreso. Toco en el bolsillo del pantalón mi
cédula venezolana, que se he sacado de una caja escondida en el armario.<br />
<blockquote class="twitter-video" data-lang="en">
<div dir="ltr" lang="und">
<a href="https://twitter.com/hashtag/queremosvotar?src=hash">#queremosvotar</a> <a href="https://twitter.com/hashtag/venezuela?src=hash">#venezuela</a> <a href="https://twitter.com/hashtag/16J?src=hash">#16J</a> <a href="https://t.co/Hys5s9qsw2">pic.twitter.com/Hys5s9qsw2</a></div>
— Karina Sainz Borgo (@karinasainz) <a href="https://twitter.com/karinasainz/status/886533499280392192">July 16, 2017</a></blockquote>
<script async="" charset="utf-8" src="//platform.twitter.com/widgets.js"></script>
<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><br /></i>
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">No seas idiota, piensa en el país</i>, dijo
la más bella de la suicidas: <a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2010/09/diccionario-sentimental-p-de-pais.html">Miyó Vetsrini</a>, aquella poeta comunista que se
cortó las venas cuando yo tenía diez años. Olisqueo las esquinas como quien
busca una bonita azotea desde donde tirarse. Toco mi bandera. Subo una calle
con escaparates y maniquíes sin cabeza. <i>No seas idiota, piensa en el país</i>. Me
repito. El semáforo, al fin, ofrece su concierto de pajaritos magnetofónicos. Avanzo
con lentitud. Han de ser mis muertos <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>que soplan su brisa de fuego… en dirección contraria. <span style="mso-spacerun: yes;"> <i><b>No seas idiota, piensa en el país. </b></i></span></div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-53654928029666356392017-07-15T19:50:00.002+02:002017-07-15T19:50:28.918+02:00El microondas de Tancredi <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyIZiwby9JtSbjnXTWkT8VbvWcXSrhBTfUF8_wM5RFjWEaqJFcnFejZBeIBHyG78-X5fIOIbXOv9fKThvfdC4GOfeZfzs9IoGxuu0i_y2IwVHnupFTuK-p8KiRvRn_bhNA6QX8gNcNThvX/s1600/fotograma-pelicula-Visconti_1044505675_8562870_1020x682.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="681" data-original-width="1020" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyIZiwby9JtSbjnXTWkT8VbvWcXSrhBTfUF8_wM5RFjWEaqJFcnFejZBeIBHyG78-X5fIOIbXOv9fKThvfdC4GOfeZfzs9IoGxuu0i_y2IwVHnupFTuK-p8KiRvRn_bhNA6QX8gNcNThvX/s320/fotograma-pelicula-Visconti_1044505675_8562870_1020x682.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="mce">
<br /></div>
<div class="mce">
<br /></div>
<div class="mce">
Todo arrancó con una fotografía que encontré hace unos días colgada de una blanca pared. Aparecen <strong>Luchino Visconti</strong> y la Callas. Ella está de espaldas, él alza los brazos. La imagen pertenece, creo, a los ensayos de <em>La Vestale</em> en <strong>La Scala</strong>, en 1954. La instantánea me fulminó. Y como el verano, ya se sabe, avanza cual la geometría de su consonante -esa uve que desgarra y fractura- sentí necesidad de acudir al italiano, del que sólo había visto <a href="https://www.filmaffinity.com/es/film904914.html" target="_blank"><em>Muerte en Venecia </em>(1971)</a>. En tiempos de <strong>adanismo</strong>, el mío no está injustificado, así que puse manos a la obra. Opté por <strong><em>El Gatopardo</em></strong>, su adaptación del <a href="https://www.casadellibro.com/libro-el-gatopardo/9788420657158/959667" target="_blank">novelón de Lampedusa</a>, un libro cuyo espíritu recorre estos tiempos como una advertencia. O un pinchazo. </div>
<div class="mce">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<bbtquote data-align="center" data-author="" style="width: 100%;"><b><i>En tiempos de adanismo, el mío no está injustificado, así que puse manos a la obra. Opté por El Gatopardo de Visconti</i></b></bbtquote></blockquote>
<bbtquote data-align="center" data-author="" style="width: 100%;"><br /></bbtquote>
<div class="mce">
Elegí una noche de sábado para<em> El Gatopardo</em>. <a href="https://www.filmaffinity.com/es/film973364.html" target="_blank">La versión de Visconti</a> dura tres horas y 25 minutos, que subieron a algo más debido a las veces que detuve el vídeo para congelar fotogramas excepcionales. Aquellas cortinas que vuelan en los palacios de <strong>Donnafugata.</strong> El soldado muerto como un Cristo bajo un árbol de frutos rojos. La belleza exagerada de Angélica... La decadencia del <strong>Príncipe de Salina</strong> se me antojó preciosa, como una tarta derritiéndose bajo el sol. Sentí ya no que habitaba un <em>fin de siècle</em> -mi generación ni soñaba con asomarse- sino algo peor: que era una <strong>descastada</strong>. Vivo en un mundo en el que no hay tiempo para ver un largometraje de 200 minutos y los aristócratas marxistas que dirigen óperas han desaparecido. </div>
<div class="mce">
<br /></div>
<div class="mce">
<em></em></div>
<div class="mce">
<em>El Gatopardo</em> se estrenó en 1963, hace 54 años. Mi edad cabe (casi) dos veces en esa cifra. La estampa política de la reunificación italiana de Lampedusa adaptada por Visconti se convirtió en un clásico del cine, aunque hay quienes dicen que ha envejecido mal. Que <strong>Burt Lancaster</strong> luce afectado. Que dura demasiado. Que no se sostiene. Acaso, en el fondo, porque el síndrome <strong>Tancredi</strong> siempre se abre camino, envejeciéndolo todo a su paso. Estrenada cinco años después de la salida de novela –que se publicó de manera póstuma en 1958-, esta versión que hizo Visconti de <em><a href="https://www.blogger.com/Donnafugata" target="_blank">El Gatopardo</a></em> incluyó al norteamericano <strong>Burt Lancaster</strong> -una imposición, dicen, de la 20th Century Fox- como el Príncipe de Salina; al francés <strong>Alain Delon</strong> como Tancredi y la italiana <strong>Claudia Cardinale</strong> como Angélica, hija de <strong>Don Calogero Sedàra</strong>, un prestamista y usurero de una burguesía en ascenso.</div>
<div class="mce">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<bbtquote data-align="center" data-author="" style="width: 100%;"><b><i>La estampa política de la reunificación italiana que compuso Lampedusa se convirtió en un clásico del cine, aunque hay quienes dicen que ha envejecido mal</i></b></bbtquote></blockquote>
<bbtquote data-align="center" data-author="" style="width: 100%;"><br /></bbtquote>
<div class="mce">
Visconti eligió la historia del <strong>Príncipe de Salina </strong>que contó Lampedusa; su carácter clásico es rotundo. Acaso por eso (a pesar de su exagerada duración o su tono estetizante de tarta bajo la solana) la película de Visconti despertó en mí la misma fascinación que me produjo la única <strong>novela </strong>de aquel ciclópeo escritor. Así como el Príncipe de Salina intenta preservar a su familia y su clase social de los tumultuosos cambios con la llegada de las tropas de Garibaldi, sentí que el tiempo del que provengo sólo se prepara para su propio ocaso. Detesté al <strong>Tancredi</strong> de Lampedusa y ahora, claro, al de Visconti. No porque Alain Delon me disguste, sino porque algo recalentado hay en su irrupción. En el descubrimiento del agua tibia que -ahora sí- le tocará a él.</div>
<div class="mce">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<bbtquote data-align="center" data-author="" style="width: 100%;"><b><i>Rechazo el Tancredismo ajeno y propio. El que me ha tocado vivir a mí tiene un sabor correoso, industrial. Un algo que ni revoluciona ni alimenta</i></b></bbtquote></blockquote>
<bbtquote data-align="center" data-author="" style="width: 100%;"><br /></bbtquote>
<div class="mce">
Quizá por la sensación de habitar un <strong>mundo fotocopiado</strong>, una versión sin tóner con respecto a otros que tampoco me quedan tan lejos -el de aquella foto de Visconti y la Callas, por ejemplo-, rechazo el <strong>tancredismo</strong> ajeno y propio -aquí caben desde las siglas de partidos políticos hasta la imagen de líderes o países decapitados-. El que me ha tocado vivir a mí tiene un sabor correoso, industrial. Un algo que ni revoluciona ni alimenta y que reina, desclasado y adanista -un poco como yo esta noche de sábado ante la pantalla- atrapado en el bucle de la iniciación. El plato del microondas dando vueltas, una y otra vez. </div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-87737231242291667432017-07-02T00:16:00.005+02:002017-07-02T00:43:58.770+02:00Laura y el hombre de plata<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjeTJENT_L0OXIxfvgRI6uAvTI8Ei7w4hYJJPdRB32tlkTfiURSIKpZBj2jRQhSDZT4dM0hK_MUYV38vj-kYJJLglnJmeKvsfK6xxaDCaKINgkOfDxZF5cjG0rcVqM-01sIpoDtl3mJ__2p/s1600/IMG_2393.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1600" data-original-width="1600" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjeTJENT_L0OXIxfvgRI6uAvTI8Ei7w4hYJJPdRB32tlkTfiURSIKpZBj2jRQhSDZT4dM0hK_MUYV38vj-kYJJLglnJmeKvsfK6xxaDCaKINgkOfDxZF5cjG0rcVqM-01sIpoDtl3mJ__2p/s320/IMG_2393.JPG" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Las Ventas. <a href="https://issuu.com/lasventas/docs/programa2abril">Dos de abril del año 2017</a>. Un <b>hombre de plata</b> y <b>Laura</b> ocupan
el centro de la escena. Todo cuanto los rodea centrifuga la sepultura que los
recorre</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">a ambos: un chico que mira
su móvil; ese hombre de gafas policiales y corbata rosa; las varas de un picador fuera del encuadre.
Una coreografía impresa en un cubo de hielo (siempre a punto de ocurrir). El centro lo
ocupan, insisto, </span><span style="font-size: 12pt;">Laura y <b>el hombre
de plata</b>. Sin mirarse. Él, torerísimo; acaso derritiéndose por dentro. Ella, despojada de su
habitual entusiasmo y envuelta en ese fular rojo. Hace frío. Queda un mes para la Goyesca.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
Seguro hubo <b>bendición</b>, ¡cómo no! La gracia de asomarse al patio
de cuadrillas es mirar a <b>Laura</b>. Sean figuras o debutantes, ella siempre está ahí. Me gusta espiarla mientras administra el milagro de la
<b>compasión</b>: verla transferir parabienes sin puntería a aquellos que podrían no
salir vivos del ruedo. Y hoy –claro-, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>siendo <a href="https://issuu.com/lasventas/docs/programa2abril">novillada</a>, la ruleta carga dos veces, porque nadie
tiene nada qué perder, excepto lo que <b>ya posee</b>. La derrota, o su contrario, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>es el resultado de <b>una ración </b>ya de por
sí escasa. <br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Sigo a <b>Laura</b> desde hace dos años. Comparto tendido con esta
mujer: el tres. Ella en el bajo; yo en el alto. La veo, la mayoría de las
tardes, justo al lado de la bocana de la puerta de los picadores que guardan. La escucho arrojar <i><b>‘oles’
</b></i>como bulas, incluso en las faenas más soporíferas. Pero en este instante, justo
en este momento en el que llego pronto a la plaza para olisquear asuntos ajenos,
mi mirada se detiene en <b>otro lugar</b> de su nombre. La congelo. La aíslo. Se
revela ante mí prendida por el alfiler de la cámara de un teléfono que ve
lo que yo no sería capaz.<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Ahí están, juntos, el hombre de plata y Laura. Pegaditos a
la muerte. A ella, porque la vida se le acaba y al peón porque, ya se sabe, va
hacia la muerte y regresa de ella sin tocar pelo. El parpadeo de toros que
siempre serán de alguien más. Como a Laura, al hombre de plata no le pertenecen
ni los trapos ni la espada, pero ahí está: <b>bailando</b>. Puliendo la hebilla, que
dicen en mi ciudad. Desventrarse contra los pitones del astado que nunca será
suyo o las agujas de un reloj, el de la plaza, que van a su aire. Yo, mirándolos,
recito mi Gil de Biedma. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Que la vida iba
en serio</i>…<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Han transcurrido meses desde esta instantánea. Ambos, Laura
y el hombre de plata, se mantienen firmes en su gesto, presiden ese mundo que ellos centrifugan. Le
hacen <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>un desplante al tiempo. Pero
ésta, claro, es una fotografía. Nada vale. Nada puede. Es, sólo, el breve
milagro del que mira… tuerto de entrañas. </div>
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<div class="MsoNormal">
<br /></div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-13705112103193627832017-06-18T09:12:00.001+02:002017-06-18T09:14:21.907+02:00No era su toro <div style="font-family: verdana, arial, helvetica, sans-serif;">
<div class="separator" style="clear: both; font-size: 12px; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFzmxBc_pO-5jRSKSXybdfx8KRnljNKYFfxbtttE9OI8luMpm0Sd4-6FOhKx88-SE-7kMZ10DfbtHmUkln4wxc-I4iP76rZW55KqNWMQdxUfNrAeHUyoT-U4dJQNdlyKaZSVhMiOd6ncPJ/s1600/fandin%25CC%2583oelmundo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="422" data-original-width="660" height="204" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFzmxBc_pO-5jRSKSXybdfx8KRnljNKYFfxbtttE9OI8luMpm0Sd4-6FOhKx88-SE-7kMZ10DfbtHmUkln4wxc-I4iP76rZW55KqNWMQdxUfNrAeHUyoT-U4dJQNdlyKaZSVhMiOd6ncPJ/s320/fandin%25CC%2583oelmundo.jpg" width="320" /></a></div>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: 12px;"><br /></span>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: 12px;"><br /></span>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;">No era su toro. No le correspondía en el sorteo. Pero el azar convirtió su quite al astado de Juan del Álamo en un resbalón. En medio de una chicuelina, el animal pisó el capote y el diestro cayó. Y fue así como el pitón del tercero de la tarde atravesó el cuerpo de <strong>Iván Fandiño (1980-2017)</strong>. La muerte fue a buscarle el costado como los puños al sparring. La punta roma que empujó hasta la pala para perforarle el pulmón. Le quedó aliento a Fandiño para apurar un último intento. "Daos prisa que me estoy muriendo", dijo a su cuadrilla mientras lo llevaban a la enfermería.</span></div>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><i><b>La tauromaquia, como la tragedia, convierte la muerte en la advertencia del coro: nos pone los pies en la tierra
</b></i></span></blockquote>
<div style="font-family: Verdana, Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 12px;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="font-family: verdana, arial, helvetica, sans-serif;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;">Se es torero para hacer geometría con la abrochada cornamenta de un animal. Ocurre, a veces: la bestia se impone y la vida desagua en una herida de la que nadie regresa. Así ha fallecido el matador vasco en</span><span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"> </span><strong style="font-family: Georgia, "Times New Roman", serif;">Aire-sur-l'Adour</strong><span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;">, en el suroeste de Francia: con un toro que no era el suyo. Había cortado oreja en su primero de la tarde. Y quien lo mira desde fuera piensa: qué daba tocar pelo cuando el hueso duro coloca el punto y final. Pero, claro, de eso viven los matadores: de jugársela con las capas y cruzarse para enterrar los aceros en el lomo de un trasatlántico.</span></div>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><span style="font-family: "verdana" , "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 12px;"><br /></span>
</span><br />
<div style="font-family: verdana, arial, helvetica, sans-serif;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;">La tauromaquia, como la tragedia, convierte la muerte en la advertencia del coro: nos pone los pies en la tierra. Los toreros salen a la plaza vestidos de costurones; recubren con brillos y sedas las cicatrices que reparte el oficio. Porque torear es una forma de escalarse con la muerte... la suya y la nuestra. Ese laberinto que descifran, entre el valor y la belleza, los que viven de ir a trabajar con una espada debajo del brazo. En esa travesía, en ocasiones, no llega el hilo del que dispuso Teseo. A veces Ariadna desaparece. Y entonces, nadie vuelve a casa.</span><br />
<div style="font-size: 12px;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
</div>
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><i><b>La tauromaquia, como la tragedia, convierte la muerte en la advertencia del coro: nos pone los pies en la tierra</b></i></span></blockquote>
</div>
<div style="font-family: verdana, arial, helvetica, sans-serif;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><strong>Iván Fandiño</strong> murió en Francia, un lugar que apreció su torería. El diestro de <strong>Orduña (Vizcaya)</strong> se abrió paso con embestidas de sacrificio. A pesar de todo, incluso del poco salario que dan las plazas de tercera a quienes sólo quieren torear. Es lo que pasa a los que buscan abrir unas puertas cuando otras se cierran. Y eso quería <strong>Fandiño</strong>: cincelar la carrera; acallar la dificultad con el sonido que hace la voluntad al chocar contra el yunque del trabajo. Llevarle la contraria al destino cuando las circunstancias se empeñan en estrellarlo. Forjado en capeas, Fandiño debutó sin picadores en 2002. Dos años después, llegó como novillero a Las Ventas. Tomó la alternativa en 2005 y la confirmó cuatro años después. Se enfrentó a los vericuetos del sistema y a las grandes casas empresariales.</span><br />
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><i><b>Que no lluevan piedras, por favor, sobre esta muerte. Porque la de Fandiño escala la nuestra. Y, aún sin que lleguemos a entenderlo, la redime</b></i></span></blockquote>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="font-family: verdana, arial, helvetica, sans-serif;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif;">No suma el tiempo suficiente para que se cumpla un año de la muerte de <a data-mce-href="http://www.vozpopuli.com/cultura/Toros-Toreros-Muerte-Cornadas-Animalistas-Victor_Barrio-teruel-Animalista_0_934106614.html" href="http://www.vozpopuli.com/cultura/Toros-Toreros-Muerte-Cornadas-Animalistas-Victor_Barrio-teruel-Animalista_0_934106614.html" target="_blank">Víctor Barrio</a>. Y ocurre esto. La muerte de un hombre ante un toro que ni siquiera era el suyo, que no le correspondía en el sorteo y con el que no escatimó oficio. Morir. La ruleta rusa a la que se exponen quienes cargan el tambor del revólver con la bala de lo bello; aunque, al final, sea el azar quien percuta. La vida mancha, la vida duele, la vida se acaba y a veces de la peor manera. Que ninguna tragedia es higiénica. La vida va a parar a ese desagüe sin estambres del que no vuelven quienes se cruzan ante la vocación. Que no lluevan piedras, por favor, sobre esta muerte. Porque la de Fandiño escala la nuestra. Y, aún sin que lleguemos a entenderlo, la redime. </span></div>
<div style="font-family: verdana, arial, helvetica, sans-serif;">
<br /></div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-29516797786924183722017-05-25T02:06:00.003+02:002017-05-25T02:17:50.448+02:00Sobre Talavante o cómo bailar sobre el pelo de una gamba <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjOIsR2Y8or3LEm8gBix3BQQBijOWAL2tu2b0WQCluPOecbjrkBo9eyiy_1aHNVD90yZQTQCipwcjBH32YXnbrgW6KPi0ThpvP9-mxjmmgvrdBF7TQYID_Tykw2BpaJsfSXae7c0SrlantR/s1600/talavnate.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjOIsR2Y8or3LEm8gBix3BQQBijOWAL2tu2b0WQCluPOecbjrkBo9eyiy_1aHNVD90yZQTQCipwcjBH32YXnbrgW6KPi0ThpvP9-mxjmmgvrdBF7TQYID_Tykw2BpaJsfSXae7c0SrlantR/s320/talavnate.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un hombre de plata arroja papelillos en el aire. Hace tanto
calor que hasta parece que estallarán como palomitas. El viento, cuando sopla,
lo hace flojo y caldoso. La plaza entera se abanica, como si aplaudiera para
llevarle la contraria al sol. Mis compañeros de tendido llegan algo más tarde
que yo; minutos antes del paseíllo de los alguacilillos. Nos
saludamos, como si fuésemos parientes. A Javier, el que fuma y ha leído todo el
policiaco publicado en español por Alfaguara, le gusta el libro que acabo de
cerrar sobre mi regazo. ¡Hombre, Loriga!, exclama. Pero vamos justos de tiempo
para compartir lecturas. Porque en la décimo cuarta de San Isidro el cartel enchufa corriente en quienes hemos llegado justos de fuerzas
para freír el corazón sobre la piedra. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Justo entonces aparece Talavante, el hombre que torea en endecasílabos. Dos, tres, cuatro chicuelinas. Y esa cara de cuchillo.</b></i></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Tobillita, un salinero de Núñez del Cuvillo, trota albino sobre
la arena. Un toro claro, como boa desteñida recién salida de toriles. Veo a Juan
Bautista, con esas piernas combadas que a mí me parecen a punto de quebrarse.
El francés brilla como un canutillo en los medios. Algo me distrae, porque capote
y picador sobrevienen como un parpadeo. El siete pitorrea, como siempre. Miro
la cruceta del hombre a caballo. Presencio el castigo, sin dolerme. La sangre
que mana del lomo de Tobillita es más
roja que la de un Ribera; es el pelo sin color del lomo, que todo lo amplifica.
Justo entonces aparece Talavante, el hombre que torea en endecasílabos. Dos, tres, cuatro chicuelinas. Y esa cara de
cuchillo. La mucha mandíbula cortando la fruta de la tarde con el filo de una
tela. La faena del primero de Juan
Bautista viene a menos, como una pólvora
despilfarrada. No la recuerdo. No me entero. No rima. No me habla en verso. Yo,
claro, he venido por el extremeño.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Apunto en mi libreta cosas que no sirven de nada, pero que yo me empeño en comprender. El dogma del entusiasta; aunque en el fondo, yo me sienta siempre la más rubia del tendido</b></i></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Mientras apuntillan a Tobillita, sigo a Talavante con la
mirada. El diestro salta sobre un adoquín del callejón. Se retuerce como un
tornillo vestido de seda. Apunto en mi libreta cosas que no sirven de nada, que
explican asuntos que los que están a mi alrededor ya saben de sobra, pero que
yo me empeño en comprender. El dogma del entusiasta; aunque en el fondo, yo me
sienta siempre la más rubia del tendido. El segundo de la tarde sale de
toriles. Pesa 518 kilos. Un jabonero abrochadito de cuernos, como dicen los que
saben. ¡Ay!, palmas de tango. Que el toro no gusta. Y yo sin saber muy bien por
qué. Pero apunto, como si eso me diera luces en esta tarde caldosa, que arde
como un puchero de enero. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>“Talavante: eres grande, grande, grande”, grita un hombre que sigue al matador allá adonde vaya. Bonita fe la de quienes gritan al viento verdades casi científicas.</b></i></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El segundo astado da un
paseíllo inapetente por el ruedo. Talavante, hombre alambre, recibe con un capote sin arrugas. Tantea, olisquea
con telas lo que yo no acabo de entender sobre la piedra. Cambia al tercio.
Entran los picadores y salen, otra vez, invisibles ante mis ojos. Pero llega la
muleta y empieza la sustancia. “Esto es
como el paté y el foie-gras, los dos se untan pero no saben igual”, escucho a
mi alrededor. Sin duda, entre el francés y el extremeño hay una zanja. “Talavante:
eres grande, grande, grande”, grita un hombre que, según los murmullos, sigue
al matador allá adonde vaya. Bonita fe la de quienes gritan al viento verdades
casi científicas.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Miro el reloj; se me antoja que pudo haberse detenido de la misma forma en que los papeles estallan como palomitas bajo el calor de mayo</b></i></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Tristón, el sabonero que le toca al extremeño, sangra hasta
la pezuña. Está bien picado, dicen. Y aunque se duele de las banderillas,
aguanta su destino de filete. En la suerte de muleta, Talavante torea al
natural; algo que creo haber comprendido, no porque sea capaz de explicarlo
sino por lo mucho que enciende en mí el vapor de una idea. Es su mano
izquierda, enguantada de negro casi siempre, la que me hace entender una misma
cosa con todos los sentidos: el oído –oleeeee, que recitan los tendidos-; la
vista, esa bella curva del toreo cuando parece cierto; el tacto –la piel de gallina
bajo un sol de 36 grados-; el olor a tierra que levantan estas tardes y el
gusto ferroso de una boca ansiosa, seca de tanto mirar. Miro las tandas de los
pases como si untara mantequilla sobre pan caliente. El extremeño tira la
muleta hacia las tablas –no hacia la plaza-. Suerte contraria, me explica don
Javier. Miro el reloj; se me antoja que pudo haberse detenido de la misma forma
en que los papeles estallan como palomitas bajo el calor de mayo. Las mulillas
arrastran al jabonero y mi corazón se enciende con un pasodoble. Cursilerías
mías, que no nací en esta tierra pero me pueden sus travesías, por pintorescas
que suenen. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Roca Rey recibe al tercero con su mucho arrojo de Principito
limeño, mezcla de Saint-Exupery y Manongo Sterne de Bryce Echenique. El
muchachito va a toda prisa, como los que hacen el olivo con 21 años. El toro
entra al caballo empujando poco y en banderillas, Juan Bautista hace un quite
de bostezo. EL peruano recibe en la faena de muleta con cuatro estatuarios y un
desmayado que me retiene. Citando de lejos, Roca Rey se lleva a Aguador –un toro siglo de oro cuyo nombre me
recuerda al de Sevilla que pintó Velázquez- a los medios. Transcurre la faena
hasta, ¡ay,! la espada. “Que aquí se abre el Cossío y ya está. Por como estaba colocado,
cantaba el bajonazo”, dicen los que saben. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Mientras el cuarto de la tarde ocurre, el segundo del
francés, se intercambian bocadillos. La alegría del pimentón frito en las
comisuras de gente que apenas se conoce pero comparte merienda. Relatero, un
colorado chorreado que a mí me parece más un tigre que una res, persigue a la
cuadrilla del francés por todo el ruedo. El asunto da cierto pudor, por aquello
de salir corriendo. Pero llegan las banderillas y el asunto quiebra. “Cuidado,
que ahí viene Talavante”, dice don Javier, sacando su cigarrillo de la
pitillera plateada. Tres delantales y una remolera se inventa el extremeño en
esta tarde sin viento. EL francés se pica y pide réplica, pero es poco lo que
hay que hacer cuando compartes cartel con la cuerda de un violín. Alguien que
hace arpegio en cada lance. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>“Entre Talavante y el toro no cabe el pelo de una gamba, y mira que son finos”, dicen al arrancar la muleta</b></i></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Y llega el quinto, que nunca es malo –dicen-. Como lo han picado
poco, el negro listón del Cuvillo llega crudo a la faena de Talavante. Es su segundo
y su oreja, la segunda de San Isidro hasta hoy para él. Algo vibra en el aire,
va a tocar pelo el matador. O al menos eso me repito, sobando mi escapulario
del ignorante. “Entre Talavante y el toro no cabe el pelo de una gamba, y mira
que son finos”, dicen al arrancar la muleta. La primera tanda de pases con la izquierda –enguantada de negro,
siempre-, resulta untuosa. En la segunda, el toro avisó que iba a por el matador.
Ole, Ole, Ole. La plaza baila como la sopa al son de la cuchara.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Iba ya pálido el toreo cuando ejecutó la suerte de recibir. Cayó Nenito a la arena y entonces arrancó a nevar en la plaza. </b></i></blockquote>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Ya en la tercera tanda de pases, la plaza se deja hacer como
un caldo, el agua en la que algo guisa a los corazones exhaustos. Fue ahí
cuando el cuvillo prendió a Talavante y le hincó el pitón. Se negó el matador a
ir a la enfermería. Y así como un Cristo que cumple su pasión vestido de
canutillos, Talavante completó la faena como el mismísimo Gran Poder. La sangre
le llegaba a la manoletina, tiñéndole la media roja de pura borgoña. Iba ya
pálido el toreo cuando ejecutó la suerte de recibir. Cayó Nenito a la arena y entonces
arrancó a nevar en la plaza. Telas de
mayo que se inventan blancos en el aire. Salió la oreja para el extremeño, que se fue,
por su propio pie, hasta la enfermería. Lo que siguió no lo recuerdo. Ni me
importa. Me quedo con lo que cuelga del pelo de una gamba, esa hebra tensa cual
arpegio entre un toro y un torero. Ese lugar en el que bailan los papelillos cuando arde el sol de la tarde.<o:p></o:p></div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-23187448104083325552017-05-15T01:37:00.002+02:002017-05-15T01:37:20.652+02:00Sobre Canarias, una isla del espíritu <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZPa7M1j73GTEvqWc1_Jg47MJsKRfdR5VVSZlLvDh_zjop2wApzp9AnMmmrDRTgBwMGKwLulu5kDtF1o7C053TuTfDhcsepX0gL566QmOB_OP3eyR91fHddWClsiCDAUoccZbTs22Igf7o/s1600/canarias.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZPa7M1j73GTEvqWc1_Jg47MJsKRfdR5VVSZlLvDh_zjop2wApzp9AnMmmrDRTgBwMGKwLulu5kDtF1o7C053TuTfDhcsepX0gL566QmOB_OP3eyR91fHddWClsiCDAUoccZbTs22Igf7o/s320/canarias.jpg" width="320" /></a></div>
<span style="background-color: white; color: #1d2129; font-family: "Helvetica Neue", Helvetica, Arial, sans-serif; font-size: 14px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #1d2129; font-family: "Helvetica Neue", Helvetica, Arial, sans-serif; font-size: 14px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #1d2129; font-family: "Helvetica Neue", Helvetica, Arial, sans-serif; font-size: 14px;"><br /></span>
<span style="background-color: white; color: #1d2129; font-family: "Helvetica Neue", Helvetica, Arial, sans-serif; font-size: 14px;">Los que me conocen de cerca saben cuán complicada es mi relación con Venezuela. Es un tema recurrente. Al que acudo y del que huyo al mismo tiempo. Esa forma dolorosa de hacer dos cosas a la vez. Estoy trabajando un manuscrito con Con Venezuela. Me duele. Me habla. Me grita y me mima como en aquella versión de <b>Miyó Vestrini</b> de "mi mamá me mima/mi mamá me grita" de Órdenes al corazón</span><span class="text_exposed_show" style="background-color: white; color: #1d2129; display: inline; font-family: "Helvetica Neue", Helvetica, Arial, sans-serif; font-size: 14px;">. Venir a Canarias es viajar en el tiempo. Es viajar hacia mi cerebro de seis años. Y el olor que experimento ahora, mar y combustible, me funde el alma. Es el olor de mis tardes de domingo en La Guaira, cuando andaba por ahí pintándome las mejillas como una mini mujer payaso a la vez que leía a Dahl y mi hermana mayor me instruía en la difícil tarea de no ser una ignorante. Si ella supiera cuánto he pensado en nuestros amaneceres en la playa estos días. Venir a Canarias me endulza y me envenena. Me da Centro y me lo quita. Aquí Me dan ganas de dormir, para soñar y volver al tiempo de la Arcadia. Aquí, duermo con los ojos abiertos, deseando traer hasta aquí a un país entero, a mis padres, a mis hermanos, a mis sobrinos, a los hijos que no tengo. El mío es un país que amo como a los imposibles. Con el dolor y la expectación de las cosas que importan. Me duele y me alegra venir al archipiélago. Porque aquí están los olores de mi isla del espíritu, como decía la Gramcko. Como La Cubagua de Bernardo Núñez, a la que tantos años he dedicado, y que se muere impublicada porque quizá no he sabido contar lo que eso me despierta . Estas islas me acarician y me duelen. Solo seré escritora el día en que las palabras me sirvan para resolver esa herida que es país. Y no sé si me explico. Pero por Dios: sal y combustible. Esos olores me arrancan y me devuelven. Es el sol de mi infancia quemándome el corazón. Y estás ganas de reír y llorar. De echar a correr. Hoy soy mis dos criaturas: Caballo y elefante. Doy coces en el aire y derribo la cacharrería de mí misma. <a class="_58cn" data-ft="{"tn":"*N","type":104}" href="https://www.facebook.com/hashtag/pueseso" style="color: #365899; cursor: pointer; font-family: inherit; text-decoration-line: none;">#pueseso</a> Eso es Canarias en mi corazón. Si ella supiera lo agradecida que estoy. Porque me devuelve. Me advierte cosas.</span>La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-15262170384154272082017-04-15T23:53:00.000+02:002017-04-15T23:54:05.891+02:00Me duele <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dwZD-O_FlMx9tMkPHIhC_8wt4YrQT0h7d4ZNfXssV1sfQMYEn9Thp2ZiUJ6NOyzD9qZ1KU-c3TghSkdWfRegQ' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
<br />
(*) GaélicaLa KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-27582471959973231882017-04-13T02:17:00.000+02:002017-04-14T09:24:37.968+02:00Mi hermana no consigue pan y yo tengo un chichón <table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1zW51lvxkAf5Z1g8_uZ1VZrTEWCxMs4u1-YeiQxBPK9udt_B4mgsYaOdtO3caCEyZjftN45kPsBTnY_rxH3d1rNThw-bkKQASQaX6U1w4siAadks-pkjv3sZjtDDgo70iCys4vdO5sAK1/s1600/maduro-san-felix.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="196" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1zW51lvxkAf5Z1g8_uZ1VZrTEWCxMs4u1-YeiQxBPK9udt_B4mgsYaOdtO3caCEyZjftN45kPsBTnY_rxH3d1rNThw-bkKQASQaX6U1w4siAadks-pkjv3sZjtDDgo70iCys4vdO5sAK1/s320/maduro-san-felix.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Una imagen del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien fue recibido por la multitud con objetos y desechos en una visita a San Félix. </td></tr>
</tbody></table>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Mi hermana <b>no consigue pan</b> desde hace ocho días. Tiene
galletas, me ha dicho. Las ha comprado antes de que cerraran el supermercado (aún con personas en su interior, por temor a saqueos). Lo poco que llega se lo reparten por rango: revendedores y dependientes primero; el resto, que se las arregle. Eso si tienen la suerte de que el número de su carnet de identidad coincida con el día de su simbólica compra, que normalmente suele ser nada o lo que haya llegado, que a fin de cuentas siempre es poco. Otra vez, nada.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">Mi hermana espera, y yo también, a que rindan… <b>las
galleta</b>s. La escucho, con ganas de gritar. La escucho, con ganas de venganza. La escucho, con ganas de acudir con una manta y cubrirla. Aunque ella es fuerte. Mucho más que yo. </span><span style="font-size: 12pt;">Las
dos, ella y yo, hemos decidido los extremos del mar que habitamos. Y sin
embargo, yo aún siento el privilegio de escoger. Por ella elige la fuerza, y la
valentía, y las muchas ganas y algo que yo ignoro y ya no llega a mi corazón.
Porque mi corazón se pudre. Hace años se pudre. Porque la vida ayuda y porque
el país remata. </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Mi hermana no consigue pan desde hace ocho días. Tiene galletas, me ha dicho. Las ha comprado antes de que cerraran el supermercado</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">En mi ciudad de origen </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">las personas no son clientes, mucho menos ciudadanos, son
seres que se agolpan, que se matan, que mueren, que resisten. Gente a la que
encierran en los supermercados. Gente que sale a la calle –esa ruleta rusa del
azar- y puede no volver. Gente a la que el dinero se le evapora. Gente que ya
no tiene. Que ha dejado de ser. Que ya no es. Que</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">ya no está. La ciudad echa humo en estos días –lo veo en
RTVE y la BBC- y aunque arrojen huevos contra un payaso, eso ya no compensa. Ya
no me tranquiliza. Ya no me importa. Mi odio es mayor, más espeso y peligroso. Mi
odio es negro. Es un petróleo. Una maldición. Unas ganas de escarmentar, de
devolver. Ojo por ojo… </span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i> La ciudad echa humo en estos días –lo veo en RTVE y la BBC- y aunque arrojen huevos contra un payaso, eso ya no compensa. Ya no me tranquiliza</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Mi hermana no consigue pan desde hace ocho días y yo tengo
un chichón en la cabeza. </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Esta
madrugada, a las tres, he vuelto a escuchar una de las palabras a las que más
temo en el mundo: </span><i style="font-size: 12pt;">malandro</i><span style="font-size: 12pt;">, un sustantivo
que se usa en Venezuela para designar a los peores delincuentes. Gente que mata
sin razón, gente que arrasa, que quema, que hiere, que roba. </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Al escucharlo, he salido de mi cama y me
golpeado contra un viga, pero qué es un viga cuando un país se desangra.</span><span style="font-size: 12pt;">Me asomé a la ventana. Se trataba de una de esas peleas que
ocurren muy adentrada la madrugada de los días laborables. Reyertas de gente
que no entra a trabajar las nueve de la mañana en ningún sitio. Horas de
sombras. Me escondí detrás de la cortina para mirar.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-left: 21.3pt;">
-Yo, en Venezuela, soy un
malandro, ¡mamahuevo! -decía un sujeto. </div>
<div class="MsoNormal">
<br />
Las tres palabras -Venezuela, malandro, mamahuevo -me
pusieron alerta. Palabras de monstruos. Palabras que huelen a muerte. El que se
decía malandro perseguía a otro con un palo. Me dije a mí misma: ¡No es una
pesadilla. Después de mucho huir han llegado aquí. Han cruzado el mar! Y
maldije, con todos mis dientes rotos, al malnacido, y a su malandro, y al país
que lo expulsó. Y al país al que pertenezco sin formar ya parte de él. En mí crece
el odio. Año tras año, tras año: se agrava, se endurece. Como una estaca de
boñiga. Por eso nunca digo de dónde soy, ni dónde nací, porque si lo dijera, me
envenenaría. </div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Las tres palabras -Venezuela, malandro, mamahuevo -me pusieron alerta. Palabras de monstruos. Palabras que huelen a muerte. </i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Mi hermana no consigue pan desde hace ocho días. Llevo años
contando lo que siento y justo hoy no me sirve para nada. No me calma, no me
apacigua. Odiar un país es de las sensaciones más ásperas que puede
experimentar alguien. Vivir con los dientes apretados, deseando un castigo
bíblico para sus compatriotas. Ganas de cobrárselas, de hacer pagar. Y ahora, a
las tres de la madrugada, mirando a un hombre con un palo, pienso que no sirve
de nada. El castigo ha llegado y lo pagan la personas equivocadas.</span><span style="font-size: 12pt;"> </span></div>
<div class="MsoNormal">
<br />
Sigo escondida detrás de la cortina (tengo miedo) y observo.
Mientras el sujeto que se proclama <i>malandro</i> da golpes contra las persianas de los comercios con una vara de metal, el chico al que persigue le llama 'p<span style="mso-bidi-font-style: normal;">anchito</span><i style="mso-bidi-font-style: normal;">'</i>. Y yo, como el que insulta,
siento un desprecio parecido. Incluso peor. Algo se me sube por la garganta. Bajaría
yo misma a arrancarle los ojos. Sólo por esa palabra: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">malandro</i>, eso que suena a cañón caliente y gente muerta. <br />
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: "times new roman"; font-size: 16px;"><b><i>Cuanto más lo pienso, más cuaja mi odio, que es lo único que crece democráticamente en ese lugar del mundo: Eso, y la muerte, y la pobreza…</i></b></span></blockquote>
<span style="font-family: "times new roman"; font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-family: "times new roman"; font-size: 12pt;">Maldito país, déjame dormir. Se lo han llevado todo: la
vejez de mis padres, mis recuerdos de infancia, la familia unida, los lugares
donde crecí, el periódico por el que lo habría dado todo, mi montaña, mi casa.
Cuanto más lo pienso, más cuaja mi odio, que es lo único que crece democráticamente
en ese lugar del mundo. Eso, y la muerte, y la pobreza… El acento venezolano me
lastima, me avergüenza. Saca lo peor de mí. Me estoy enfermando con algo que no es mío, pero me come, me roe. Rata dura contra huesos blandos. Roer. Y no me importaba no ser: no ser madre, no ser de un lugar, no ser del todo algo (exilado, huérfano, desahuciado). Pero esta noche sí. Me importa. Y me envilece.</span><br />
<span style="font-family: "times new roman"; font-size: 12pt;"><br /></span>
<br />
<div class="MsoNormal">
Miro por la ventana. Y nada me apetece más que llamar a la
policía. Que vayan a por ese hombre que se dice <i>malandro</i>. Que lo apaleen. Que
lo reduzcan. Que lo hagan polvo. Hace diez años, le pedí a un amigo que me
recomendara a un autor que hubiese escrito sobre el odio a su propio país.
<b>Thomas Bernard</b>, me dijo. Empecé por <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Sótano</i>
seguí con <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Tala.</i> Y nunca paré de leer.
Ni de odiar. Me dediqué a escribir un diario, mejor dicho, una bitácora que
alimentaba con los post de mis humores. Se lo entregué hace unos meses a una
editora. Ella me dijo: no sé qué me estás contando. Yo lo veía clarísimo. Entonces la ensalada se me
subió a la nariz. Entendí que el odio roba, saquea, apalea… se lleva consigo lo
que nos pertenece. Hasta el lenguaje. <br />
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><span style="font-family: "times new roman"; font-size: 16px;">Mi hermana no consigue pan desde hace ocho días. Yo tengo un chichón en la cabeza y el odio me crece como una buganvilla</span><span style="font-family: "times new roman"; font-size: 16px;"> </span></i></b></blockquote>
<span style="font-family: "times new roman"; font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-family: "times new roman"; font-size: 12pt;"><b>Mi hermana no consigue pan desde hace ocho días</b>. Yo tengo un
chichón en la cabeza y el odio me crece como una buganvilla … de esas que nadie
querría tener en casa. Algo me embrutece. Un salpullido. Una pústula. Siento
odio. <b>Mucho odio</b>. Mi hermana no consigue pan desde hace ocho días. Yo tengo un
chichón y</span><span style="font-family: "times new roman"; font-size: 12pt;"> </span><span style="font-family: "times new roman"; font-size: 12pt;">un hueco en mi biografía.
No sé cuántas cabezas tendré que cortar para rellenarlo. Pero jamás serán
suficientes. Jamás.</span><br />
<style>
<!--
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-->La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-30690158405998258732017-03-27T23:04:00.004+02:002017-03-27T23:48:13.266+02:00A propósito de El pintor de batallas... ¿Fotografiar es elegir?<span style="color: white;">_
</span><br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjupyQbYJIEq4TqtMArU5rHNL-nqkAiLhyphenhyphenpjmSvZ-2Zeg3qYSNSMKnSn_UCAkPg9t3ZD22pX5xPX-XBm9cU46eGVexH7jzD35vAKv9VaFWvvXhRICT_PhOZbYRrdbEoiCMN-NGK-vM-28RA/s1600/pintorbatallas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjupyQbYJIEq4TqtMArU5rHNL-nqkAiLhyphenhyphenpjmSvZ-2Zeg3qYSNSMKnSn_UCAkPg9t3ZD22pX5xPX-XBm9cU46eGVexH7jzD35vAKv9VaFWvvXhRICT_PhOZbYRrdbEoiCMN-NGK-vM-28RA/s320/pintorbatallas.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Arriba, <i>Pentesilea</i>, de Arturo Michelena. Abajo, los ataúdes de El Caracazo, por Orlando Ugueto.</td></tr>
</tbody></table>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Son casi las nueve de la noche. La sala hasta hace unos
minutos a oscuras se despierta con el sonido de las palmas que chocan. El
aplauso desmonta el bastidor. Vuelvo a la vida real con el pestañazo de los
pactos vencidos. Ahora lo ves/Ahora no lo ves. Despierta, mamita: aquello era
literatura. Pero... ¿en verdad lo era?<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cuando leí <i style="mso-bidi-font-style: normal;"><a href="http://www.perezreverte.com/libro/35/el-pintor-de-batallas/">El pintorde batallas</a></i>, en pleno calor de un verano puñetero, todo cuanto <b>Arturo
Pérez-Reverte </b>escribía en sus páginas me resultó susceptible de ser robado,
archivado y subrayado. ¡Un botín! Lingotes de oro y huesos para morder con dientes de
leche. Como si cortar las cosas en pedacitos nos hiciera capaces de percibir
mejor el conjunto.<br />
<br />
En aquellos días, con mi bisturí punta roma, ejecuté mi
cirugía. Esta noche, de pie en un patio de butacas, me siento, al mismo tiempo, las res y el mostrador. Aquel
gran retablo de una guerra que Pérez-Reverte había vivido -los Balcanes, claro- y que había abocetado en <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Territorio comanche; </i><span style="mso-bidi-font-style: normal;">un combate</span><i style="mso-bidi-font-style: normal;"> </i><span style="mso-bidi-font-style: normal;">que a mí me llegaba como un aire de familia</span>. Gente derramada a ambos lados de una lanza o una mina, de una pistola o una navaja. Gente muerta, incluso viva. Gente apilada, fundida en su pudrición.<br />
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiVaYo17MYJU9p7LXHZrAvpt41V6hLcF5DH7eZgiKQpc58BdflgsTXUi7PleDxtiQPmjauOu863t0cuzfdKXuG2Q-8UbPb22_K_nbKLLhpWjDokxcKKSKHp-q7fn6Ed9p-LtD5sz7XbkU4B/s1600/cuadro-dalmau-2-min.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="197" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiVaYo17MYJU9p7LXHZrAvpt41V6hLcF5DH7eZgiKQpc58BdflgsTXUi7PleDxtiQPmjauOu863t0cuzfdKXuG2Q-8UbPb22_K_nbKLLhpWjDokxcKKSKHp-q7fn6Ed9p-LtD5sz7XbkU4B/s320/cuadro-dalmau-2-min.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Rocroi, el último tercio, por Agustín Ferrer Dalmau.</td></tr>
</tbody></table>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">Como un boxeador que combate con su sombra, entonces </span><i style="font-size: 12pt;">El pintor de batallas</i><span style="font-size: 12pt;"> me dio
perspectiva. Me permitió encuadrar. Víctima y verdugo cambiándose la capucha. Aquí
pego, aquí recibo. Aquí castigo, aquí defiendo. Faulques, el fotógrafo de
guerra –el que dispara-, </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">e Ivo
Markovic, el soldado retratado que ha venido a matar, a cobrar su venganza
contra el periodista travestido en pintor. Alguien que busca el proyectil incrustado: una razón, un por qué. Por eso esta noche algo cambia. Algo es distinto. Reunidos en un mismo escenario, sin
puntos ni comas, ambos personajes me congelan. Miro alrededor y sólo veo la sombra tiesa de un sparring que no se defiende.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
De pie, en el patio de butacas, mi sombra flaquea, los
dientes de leche se me astillan y mis piernas de púgil se entumecen, como si me
las hubiesen cortado. El público aplaude. Y si yo bato y choco las palmas es
porque quisiera llamar la demolición. Si la vida fuera como las metáforas,
estoy segura de que al salir del teatro habría avanzado a paso de hecatombe.
Derrumbándolo todo. <br />
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhO8nDBWzMcU54KDEX4P-5k5cUyheqylLwVIAUqQyDMkOEjTePB7zseQFAm1F6yCouJRZZTimWBDXMjH6yNQpFIE1oOD30MqXpq2g5t5n9hN85LfKfrD67nPJniXDqkHUzsZn8IT8LyP-pf/s1600/batalas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="187" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhO8nDBWzMcU54KDEX4P-5k5cUyheqylLwVIAUqQyDMkOEjTePB7zseQFAm1F6yCouJRZZTimWBDXMjH6yNQpFIE1oOD30MqXpq2g5t5n9hN85LfKfrD67nPJniXDqkHUzsZn8IT8LyP-pf/s320/batalas.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Una imagen de la adaptación de Álamo de El pintor de batallas, novela de Arturo Pérez-Reverte.</td></tr>
</tbody></table>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">He visto muertos, moribundos, cadáveres y fantasmas. Algunos
reales, otros fantasmagorías. Los muertos en mi vida son un apresto. <b>El
ábaco</b></span><span style="font-size: 12pt;"><b> </b></span><span style="font-size: 12pt;"><b>de la picadora </b>de carne para
quienes nacen en una guerra sin aspavientos, una que ocurre día tras días tras día tras día: o ellos o tú. Todos repartidos a ambos lados de una línea:
Catia y Petare; bueno y malo; mierda y pulcritud; esta acera y la siguiente; vivo o muerto. No ayudes. Desconfía. Te van a
joder. Te van a matar. O ellos o tú. Elige o escóndete.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
Son las nueve de un sábado de lluvia. He visto la adaptación pulcra, correcta, que Antonio Álamo ha hecho de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El pintor
de batallas </i>. El montaje hace lo que debe:<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>respetar el trono de la prosa original. Por eso el texto retumba en
mi cabeza, por eso me llena el corazón de plomo, esa apalabra que usan en mi país los
asesinos para despachar a su víctima. <i>Llenarte de plomo</i>. <i>Cocerte a plomo</i>. <i>Que
te quemo</i>. <i>Te quemo</i>. Te incendio. Te mato. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><br />
<span style="mso-spacerun: yes;"><br /></span></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgCoxBXsGp43IavXz3CcuUqGCAn4nhMxJ6xhzh2dJZ9KFQWVPws80FvHRAsz9T4R4-_SRvxmCtf9RZO9OVCcKGpKtlLkFjDqGlAx0MDoasL_drKOezB0VU0p8tM5ahc1Ffr1rmC_kId6UxV/s1600/Soldado.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="216" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgCoxBXsGp43IavXz3CcuUqGCAn4nhMxJ6xhzh2dJZ9KFQWVPws80FvHRAsz9T4R4-_SRvxmCtf9RZO9OVCcKGpKtlLkFjDqGlAx0MDoasL_drKOezB0VU0p8tM5ahc1Ffr1rmC_kId6UxV/s320/Soldado.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Soldado muerto en febrero de 1992, en la base aérea La Carlota. Foto: Fraso.</td></tr>
</tbody></table>
<div class="MsoNormal">
Siempre he pensado que nací y crecí en un país en guerra.
Contarlo y entenderlo me resulta difícil. Por eso surgen en mi cabeza, como un
vapor o un hedor, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Pentesilea</i>, de
Arturo Michelena (nuestro gran pintor decimonónico) y una fotografía -creo que
Orlando Ugheto- del Carcarazo, aquella carnicería de 1989, eso que ocurrió en
mis narices cuando yo tenía siete años.<br />
<br />
Ahora, en el patio de butacas recuerdo
todo aquello: el <b>Caracazo;</b> <a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2007/10/el-pas-de-los-bellos-durmientes.html">los bellos durmientes</a>, soldados con los ojos anegados en sangre en el año 1992; las elecciones del 94 y las del 98. El 2000 y el 2002 con todos sus
muertos; y el 2003 con todos muertos; y el 2004 con todos sus muertos; y el 2005 con todos sus muertos; y el 2007 y 2007 y 2008 y 2009 y 2010... Y todos sus muertos.<br />
<br />
A veces - no sé por qué- me sabe mal haber sobrevivido a todo ese infierno, mientras veía engordar el contador de cadáveres que comenzaban a ser míos. Me sienta mal hablar de muertos que yo había vivido,
entrevistado, escuchado. Por eso, esta noche, me gustaría medir dos metros y pesar cien kilos, para liarme a puñetazos contra un semáforo.<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<i><b><span style="font-size: large;">Por eso, esta noche, me gustaría medir dos metros y pesar cien kilos, para liarme a puñetazos contra un semáforo.</span></b></i></blockquote>
</div>
En el patio de butacas de los <b>Teatros Canal </b>una mezcla de amor e ira se juntan
como <b>un beso</b>.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Una cólera –Ay,
Aquiles- me embrutece y no me permite contar. Aunque robe guerras de otros,
parece que nunca encontraré el
ángulo para escalar mi carnicería. Ese <a href="http://www.zendalibros.com/blogs/barbituricos-ciudadanos/">elefante rosa</a> que me acompaña no hace
más que repetir la misma pregunta:<a href="http://www.zendalibros.com/blogs/barbituricos-ciudadanos/"> cuál es mi lugar en esta jungla.</a><br />
<div class="MsoNormal">
<br />
El país que soy... y el
que dejé atrás. Me da miedo olvidar. Y me hiere recordar. <i style="mso-bidi-font-style: normal;"><b>El pintor de batallas</b></i> me removió, como
si lustrara mis tripas con una bayoneta enjabonada. ¿Quién muestra y quién se
muestra? ¿Quién quema a quién? ¿Quién mata y quién cuenta? ¿Quién elige? ¿Quién
recuerda…? ¿Quién retrata? ¿Quién hiere? ¿Quién vive y quién mata? En el fondo, al final, todo es <b>derrota </b>y escarmiento. Todo. <br />
<a name='more'></a></div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-61251495069922989782017-03-26T23:32:00.000+02:002017-03-26T23:40:50.750+02:00A eso vine, a dar coces en el aire <div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihdbQBoMQ9V48BxshIVb2gk1MkmCHKGAgA-jIgsVPuqbZ2ij5uQw8zXPBaUKFelbHg88sO6nO0SnYHIokb94ECMyfTGcC67ILydU5pyeKUN570mra_OVZIEC-LhyBmJd7rGOqfYU_vy_xZ/s1600/IMG_2199.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihdbQBoMQ9V48BxshIVb2gk1MkmCHKGAgA-jIgsVPuqbZ2ij5uQw8zXPBaUKFelbHg88sO6nO0SnYHIokb94ECMyfTGcC67ILydU5pyeKUN570mra_OVZIEC-LhyBmJd7rGOqfYU_vy_xZ/s320/IMG_2199.JPG" width="320" /></a></div>
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span id="goog_1163486224"></span><span id="goog_1163486225"></span>Todas la tardes, al acabar el festejo, me pregunto: <b>¿qué
haces aquí?</b> ¿qué estás buscando? ¿A qué has venido? Cada interrogación es una
espada en mi lomo flaco de niña fea. ¿Qué has venido a hacer aquí, tú...? <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Eso me dicen las nubes cuando las miro
con el alma floja de quienes se sienten fuera de lugar. Pero estoy. Observo. Apunto.
Huelo. <b>Disparo</b> con el corazón. Fotografío con la palma de las manos. Vivo.<br />
<br />
Suelo pensar estas cosas en el quinto de la tarde. Ese
momento en el que he muerto varias veces y en el que una chicuelina enciende mi
corazón. Dos horas, ese tiempo en el que he sido animal y matador. Todo lo que
nunca seré en un minuto de mi vida cotidiana. Y aunque, a veces, cuando miro
los andenes me desangro, siempre me siento el cebo. Soy la presa. Aquí es
distinto. Puedo ser ambos a la vez.<br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">Son las ocho de una tarde fría. Mi <b>elefant</b>e de plástico <b>color
rosa</b> y yo caminamos rumbo al desolladero. Encuadramos nuestra soledad en el
espacio. Buscamos el olor de algo que ha sido <b>arrancado</b> de la</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">vida. Algo que delata lucha en su
muerte. Bilis. Orina. Sangre. Esa fragancia potente de los que están
vivos.</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Miro alrededor. Luego mis
zapatos. Queremos vivir, pero ignoramos de qué forma.</span><br />
<br />
Después de años he entendido que <b>nací queriendo ser caballo</b>.
Queriendo ser bestia. Vestal. Nací con ganas de dar<b> coces en el aire</b>. Incapaz
de cumplir alguna norma, viendo el engaño en el trapo y embistiendo con fuerza
contra todo lo sólido. Porque a mí, a veces, la vida me duele… de otra forma,
pero me duele. Como si en lugar de rozarme, me arrancara la piel a jirones.<br />
<br />
Yo no voy a trabajar con una espada bajo el brazo. Mi única
verdad son mis huesos, mi país lejano, mi tiempo extinto. Soy lo que he dejado
atrás. Soy la ira y su reverso.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Crecí
leyendo, envuelta en mi película de bienestar. Resguardada en aquel país donde
lo único democrático era la muerte, yo viví. Y no sabría porqué, pero aquello
me sabe mal.<br />
<br />
Son las ocho y media de una tarde fría. Me detengo, como
siempre, ante un charco de sangre en la puerta de arrastre. Acaso porque soy
turista de mi propio infierno, me detengo, hago una foto. Imprimo mi dedo en
ese caldo rojo y frío, huelo… y siento el vértigo de la presa. Me pregunto… ¿qué
has venido a hacer aquí, quién eres? Y entonces pienso en Hegel. No soy nada.
Soy el combate. Soy uno de los dos, el que mata y el que muere. Esa gresca que
huele. Que llama. Ese aroma de los que, aún sabiendo que vamos a morir, damos
coces en el aire.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Sí. Coces en el aire.</div>
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<br />
A eso vine… A dar coces en al aire.La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-3087791137177783632017-03-11T00:03:00.000+01:002017-03-11T00:29:08.326+01:00Algo sopla en Santa Engracia <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgrfk5YErr6WI6KhUxctxqggjwF9uVTLZE3hu97Bc2P_VJYemJmsATxk8-ayiNWyPDX_BmUEEk1ejRpEc0TnfQvtZGuOT01NqxNuN_lfNNfTj_9l9vP79W2mma7Yd_nS-XEYlu0m41ontAM/s1600/shoes.jpg.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="198" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgrfk5YErr6WI6KhUxctxqggjwF9uVTLZE3hu97Bc2P_VJYemJmsATxk8-ayiNWyPDX_BmUEEk1ejRpEc0TnfQvtZGuOT01NqxNuN_lfNNfTj_9l9vP79W2mma7Yd_nS-XEYlu0m41ontAM/s320/shoes.jpg.png" width="320" /></a></div>
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="background-color: white; color: #14171a; font-family: "helvetica neue" , "helvetica" , "arial" , sans-serif; white-space: pre-wrap;">"Yo, casi nunca decía nada. Escuchaba, como si los demás fuesen clarividentes. Y ninguno lo fue". </span><br />
<span style="background-color: white; color: #14171a; font-family: "helvetica neue" , "helvetica" , "arial" , sans-serif; white-space: pre-wrap;"><b>Ida Gramcko. 'Tonta de capirote</b></span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="background-color: white; color: #14171a; font-family: "helvetica neue" , "helvetica" , "arial" , sans-serif; white-space: pre-wrap;"><br /></span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="background-color: white; color: #14171a; font-family: "helvetica neue" , "helvetica" , "arial" , sans-serif; white-space: pre-wrap;">Espera la primavera, Bandini.</span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="background-color: white; color: #14171a; font-family: "helvetica neue" , "helvetica" , "arial" , sans-serif; white-space: pre-wrap;"><b>John Fante</b></span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="background-color: white; color: #14171a; font-family: "helvetica neue" , "helvetica" , "arial" , sans-serif; font-size: 14px; white-space: pre-wrap;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
La primavera llegará, un día de estos. Llegará. La tarde es
cálida y en las terrazas las abuelas ordenan <b>gin-tonics</b> que beben con tragos
cortos mientras el aperitivo de patatas fritas se reblandece al contacto con el
aire. Hojuelas de algo que se desmaya, cáscaras olvidadas en un plato blanco
astillado. Yo he llegado antes de lo acordado y al poco de enviar un mensaje, la
veo aparecer con su <b>cabeza rapada </b>casi al cero, llena toda de tatuajes, dueña
aún de aquellos ojos con forma de almendra. Sigue siendo la misma chica
hermosa, aunque ahora perfeccionada por las heridas que reparte la vida a su
paso. Es miércoles, ya no hace frío y han transcurrido ocho años desde la
última vez que nos vimos.</div>
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-size: large;"><i><b>Es miércoles, ya no hace frío y han transcurrido ocho años desde la última vez que nos vimos.</b></i></span></blockquote>
<br />
Llevo tacones y en estoy maquillada en exceso. Soy la versión más coqueta del sargento nazi que he encontrado en mi armario, pero sólo porque tengo una cena después. Sólo por eso. Sentadas ante la mesa metálica de una terraza, nos separan varias vidas: las que tuvimos cuando coincidimos ante bandejas de comida fría y cajones llenos de canutillos para fabricar abalorios. Entonces ella no lucía tatuajes. Y mis dientes, como mi corazón, estaban fuertes y vivos. Éramos otras. Ella una niña; yo, una que comenzaba a arrancarse la piel, que descubría en los columpios no el viento que mece sino el vértigo que invita. Miro las cornisas de los edificios en obras y pienso lo de siempre: que si no me maté entonces, ya no lo haré nunca. En aquellos años aprendí que, ocurriera lo que ocurriera, me sujetaría a la vida como un gato que alguien ha atado a un guardafangos. Me arrastrarán en el camino, pero aún así viviré. Hecha pedazos, viviré.<br />
<div>
<br /></div>
<div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><span style="font-size: large;"><i>Entonces ella no lucía tatuajes. Y mis dientes, como mi corazón, estaban fuertes y vivos. </i></span></b></blockquote>
<div>
<br />
<div class="MsoNormal">
De momento, ocurre esta tarde. Este encuentro que yo he
propiciado. Acaso porque mis pasos ya no conducen a ninguna parte y porque no quiero
aprobar o suspender ningún afecto, ningún examen. El día que aprendí que a casa
siempre se vuelve solo, no quise saber nada más. Y con eso me quedo, aunque a
veces me falte todo. Dejo poco margen a la cortesía; abro fuego. Explico por qué
este encuentro después de tanto tiempo. Y sé que su voz me dirá algo que he
olvidado, sé que ella me traerá de vuelta. Porque quizá, como yo, ella todavía
se está buscando. </div>
<blockquote class="tr_bq">
<span style="font-family: "times new roman";"><b><span style="font-size: large;"><i>“Yo he llegado hasta aquí a fuerza de colapsos”, la frase me escupe y me abraza. Me explica.</i></span></b></span></blockquote>
<div class="MsoNormal">
“Yo he llegado hasta aquí a fuerza de colapsos”, la frase me
escupe y me abraza. Me explica. Recompone mis huesos sin calcio y mis ojos
opacos. Miro su cráneo con apenas pelo; me parece femenino, elegante. Hay
castigo y estilo en ese peinado. Miro sus tatuajes. Caigo en la trampa. “Me he
tatuado porque sé que quienes me miran mirarán lo que llevo en la piel y no me
mirarán a mí”. Lleva las uñas con esmalte negro. Viste entera de negro. Severa,
espartana, soldada de una guerra a la que nadie la convocó. Y yo que la conocí
en una época de vestidos estampados y jerseys de punto. Da igual. Conserva el
perfil de la mujer que será. Y aunque sé que me alejaré dando taconazos,
invocando colapsos que ya llevo en mi interior, la miro como un milagro.</div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><span style="font-size: large;"><i>Y aunque sé que me alejaré dando taconazos, invocando colapsos que ya llevo en mi interior, la miro como un milagro.</i></span></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">Ocho años. Yo he recuperado a la persona que fui antes de
conocernos. Ella levanta pesas. Sostiene el templo de su propia vida. Se ha
inventado una fortaleza que la supere, que la sujete. “Necesito algo más fuerte
que yo”, dice. La miro y pienso en los aeropuertos, en las rotondas con ángeles
porfiristas, en mis mudanzas en tacones, en los cuartos sin ventanas, en los
folios sin futuro, en los barrios llenos de carritos con niños primero y de borrachos
después, en los baños sucios de discotecas solitarias, en los taxis oscuros y
la fuerza loca de quienes queremos resistir. Pienso en algo ya extinto. Pienso
en los vestidos sucios que aun guardo en cajas, en los armarios de pronto
pequeños,</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">en los blister, y las
maletas, y las minifaldas, y las madrugadas, y los insomnios, y los abandonos,
y las otras mudanzas, y las muchas veces en que quiero volver a casa, aunque ya
no sepa a cuál.</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Mirándola, pienso
en las personas que he destrozado sin aprender nada. Pienso en los incendios y
las jaulas. En las paquidermias y las vajillas, en las madres que no seré y las
muertes que tendré. Me soplo la yema de los dedos, acaso para apagar el fuego
que llevo todavía dentro. El hambre, la candela. Eso que mata y resucita y que
yo todavía no sé llevar con la elegancia de un bolso de asas. </span><span style="font-size: 12pt;"> </span></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><span style="font-size: large;"><i>Nos separan muchas vidas, las muchas mujeres que hemos dejado de ser. Y sin embargo, nos preguntamos, ambas, si llegaremos a los cuarenta</i></span></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;">La primavera llegará, pienso mientras la veo beber un café
con leche y unas pocas </span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">patatas se
desmayan en ese plato estropeado que ninguna ha tocado. Mi cerveza se derrite y
mi cajetilla de tabaco se vacía. Nos separan muchas vidas, las muchas mujeres
que hemos dejado de ser. Y sin embargo, nos preguntamos, ambas, si llegaremos a
los cuarenta. Yo la escucho hablar, me planto frente a un espejo que me
resulta familiar. No necesito explicar, ni ella a mí tampoco. Dejamos de creer,
ya no esperamos nada, excepto sobrellevar lo que sea que esté dentro de
nuestros corazones. A mí solo me queda este incendio. A mí sólo me queda
arrastrar y derretir. Y no sé porqué, pienso que a ella le ocurre algo similar,
aunque tenga tiempo para cambiar el rumbo. Ser infierno es, a su manera, un
parentesco.</span><span style="font-size: 12pt;"> </span><span style="font-size: 12pt;">Un aire de familia.</span></div>
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</div>
</div>
<br />
<!--EndFragment-->
<br />
<div class="MsoNormal">
Es miércoles. No hace frío y las terrazas chisporrotean como
un sartén con trozos de carne muerta para asar. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Yo
llevo tacones y ella la cabeza rapada. La primavera llegará como un recuerdo o
un parentesco. El aire caliente lo anuncia. Sí, algo sopla en Santa Engracia. </div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-6065872852820605522017-01-04T22:50:00.003+01:002017-11-04T22:12:08.930+01:00Saber llover ... O por qué las personas no pertenecen a nadie <span style="color: white;">_</span><br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjosexyN-zGNmEkrlx8sC_buKRxU643EIWfwDDXH4Y_8p40A_-VVajYK-MImrsyLAf4_zXKqfH97AUJx32tsNP2Lwul49w4lYqA5LMdT2-1cjL-fPYO0oBoR2FhzTYsPtYpZ8oigY7bSZrs/s1600/desayuno.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjosexyN-zGNmEkrlx8sC_buKRxU643EIWfwDDXH4Y_8p40A_-VVajYK-MImrsyLAf4_zXKqfH97AUJx32tsNP2Lwul49w4lYqA5LMdT2-1cjL-fPYO0oBoR2FhzTYsPtYpZ8oigY7bSZrs/s400/desayuno.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Una imagen de la escena final de la adaptación que hizo Blake Edwards de la novela de Truman Capote, <i>Desayuno con diamantes </i>(1961).<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<div class="MsoNormal">
<div style="text-align: right;">
<i>"Estoy loca por Tiffany's…nada malo podría ocurrirme allí”</i> (Holly Golightly).</div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
A Manakin, heredera de Gorrión.</div>
<br />
Cae el final de una tarde de invierno, casi la víspera de
Reyes. En una misma jornada se cumplen dos plazos: el último día de unas
<b>vacaciones</b> breves y la fecha de regreso que marca un billete de avión. El sol está
a punto de esconderse y deseo escribir sobre <b>Holly Golightly</b>, la protagonista
de <i style="mso-bidi-font-style: normal;"><a href="https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/desayuno-en-tiffany-s/9788433975478/PN_116" target="_blank"><span style="color: blue;">Desayuno con Diamantes</span></a></i>. Quizá algo
sobre sus collares de perlas con croissant; acaso de los almohadones a los que ella
<a href="https://retalesdeunidilio.wordpress.com/2015/05/04/desayuno-con-diamantes/" target="_blank"><span style="color: blue;">arranca</span></a> las plumas, histérica, vestida con un modelo rosa intenso de <span style="color: blue;"><a href="https://retalesdeunidilio.wordpress.com/2015/05/04/desayuno-con-diamantes/" target="_blank"><span style="color: blue;">Givenchy</span></a>;</span> probablemente
unas líneas sobre su costumbre de abandonar <a href="https://www.youtube.com/watch?v=NnDhzVEXWS4&authuser=0" target="_blank"><span style="color: blue;">gatos</span></a> –seres libres, como ella- en
medio de un basurero mientras arrecia una <b>tormenta </b>o, todavía mejor, sobre esa idea, que crece
en ciertos corazones desterrados, al imaginar que nunca nada malo podrá ocurrir
en la vitrina de <b>Tifanny’s</b>. Ya sabéis... lo que padecen quienes <b>ansían</b> no pertenecer a nada ni a nadie y terminan enamorándose de cosas que brillan con la
intensidad de lo que ya <b>no existe </b>de la misma forma.<br />
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Cae el final de una tarde de invierno, casi la víspera de Reyes. En una misma jornada se cumplen dos plazos: el último día de unas vacaciones breves y la fecha de regreso que marca un billete de avión</b></i></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;">Cae el final de una tarde de invierno, </span><b style="font-size: 12pt;">Zidane</b><span style="font-size: 12pt;"> cumple un año
al frente del Real Madrid y los merengues disputan ante el Sevilla los octavos
de Copa del Rey. </span><b style="font-size: 12pt;">El clarinetista</b><span style="font-size: 12pt;"> de mi barrio se planta en la esquina de </span><a href="https://twitter.com/karinasainz/status/816731855701626882" style="font-size: 12pt;" target="_blank">Espoz y Mina </a><span style="font-size: 12pt;">–mi vida, casi siempre, está ligada a alguna<a href="http://www.zendalibros.com/hoy-no-dia-mojar-la-polvora-blog-karina-sainz/"> guerra</a>- … e interpreta </span><i style="font-size: 12pt;"><a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2016/07/morir-en-verano-casta-diva-para.html" target="_blank"><span style="color: blue;">Casta Diva</span></a></i><span style="font-size: 12pt;">. A punto estaba de invocar a </span><i style="font-size: 12pt;"><a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2016/07/morir-en-verano-casta-diva-para.html" target="_blank">Norma</a> </i><span style="font-size: 12pt;">cuando escuché aquellos acordes. Inquieta,
me asomo a la ventana, como un gato que alguien abandona en un basurero. En
pijama, vigilo. Miro lo que me rodea sólo como podrían hacerlo aquellos que,
como </span><b style="font-size: 12pt;">Hollly</b><span style="font-size: 12pt;">, creen que conseguirán vivir por el solo hecho de darse de </span><b style="font-size: 12pt;">bruces
</b><span style="font-size: 12pt;">contra sus propias ensoñaciones, algo parecido a lo que hacen las personas
con los propósitos de enmienda y los calendarios sin estrenar.</span><span style="font-size: 12pt;"> </span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<blockquote class="twitter-video" data-lang="en">
<div dir="ltr" lang="es">
Estaba a punto de Norma en el Playlist cuando ocurrió esto <a href="https://twitter.com/hashtag/Clarinetista?src=hash">#Clarinetista</a> ¿Será de Tebaldi o La Callas? ¿De 'Zizou' o Camarón? <a href="https://twitter.com/hashtag/CopaDelRey?src=hash">#CopaDelRey</a> <a href="https://t.co/GS9GE2VGKU">pic.twitter.com/GS9GE2VGKU</a></div>
— Karina Sainz Borgo (@karinasainz) <a href="https://twitter.com/karinasainz/status/816731855701626882">January 4, 2017</a></blockquote>
<br />
<script async="" charset="utf-8" src="//platform.twitter.com/widgets.js"></script>
Cae el final de una tarde de invierno. Tomo asiento ante el ordenador. Me gustaría escribir de
<b>Holly Golightly </b>y su ropero de hermosas mortajas, pero también deseo –con
fuerza- poner en orden mis sentimientos sobre <b>Else Schwiefer</b>t, esa mujer que
escribe cartas a un hijo cuya muerte ignora en las páginas de <i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="color: blue;">T</span><a href="http://erratanaturae.com/libro/tu-no-eres-como-otras-madres/" target="_blank"><span style="color: blue;">ú no eres como las otras madres</span> </a></i>(Errata Naturae y Periférica). Cae el
final de una tarde de invierno y el cielo se queda como quienes arrancan a llorar: a gusto, limpio y despejado. Cae el final de una tarde de invierno.
Me gustaría contar cómo un día de mayo de 1962, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>María Callas conoció a <b>Marilyn Monroe</b> en el cumpleaños de JFK.
Me apetece escribir sobre esos sitios en los que no estuve, que no conozco y
que en nada tienen que ver conmigo… acaso porque nada malo puede ocurrirme en
ellos. </div>
<div class="MsoNormal">
<br />
Cae el final de una tarde de invierno. Escucho al
clarinetista llover. Y aunque hoy no hay luna ni muérdago, algo se rompe: un
diente, un hueso, el cordón de un zapato o las venas de mis muñecas. Entonces ocurre, comienzo a llorar. Lo
hago justo en el arpegio de <i style="mso-bidi-font-style: normal;"><a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2016/07/morir-en-verano-casta-diva-para.html" target="_blank"><span style="color: blue;">Casta Diva</span></a></i>,
esa plegaria que <b>Norma</b> canta a la luna ante la inminente guerra, la suya y la de su pueblo: “(...) a noi volgi il bel sembiante, senza nube e senza vel...” (a
nosotros vuelve el bello semblante/ sin nube, ni velo). Loca y amargamente,
lloro. Casi como lo hacen aquellos que beben demasiado: con desconsuelo, soltando las babas y los escupitajos de quienes parecen haber
olvidado la forma exacta de derramar su desesperación ante la sensación que
surge al sentir vivamente algo.<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Loca y amargamente, lloro. Casi como lo hacen aquellos que beben demasiado, soltando las babas y los escupitajos de quienes parecen haber olvidado la forma exacta de derramar su desesperación ante la sensación que surge al sentir vivamente algo.</b></i></blockquote>
<br />
Cae el final de una tarde de invierno, poco antes de la
víspera de Reyes. Justo en el día final de unas breves vacaciones –la fecha de
los plazos cumplidos- algo crepuscular se convierte en explosión. Esta mañana
he peinado con la mirada el cabello de mi madre –pensé, entonces, que no la
abrazaba lo suficiente porque mi cuerpo apenas <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>toca su rocosa belleza-. También hoy, en la Terminal Cuatro <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de Barajas, intenté detener con la mente
un equipaje lleno de leche, pan, conservas y cuchillas de afeitar. Las dos
veces quise llorar, arrancarme de mí, pero sólo me salió un abrazo que tenía
más de espasmo que de caricia. Así andaba yo esta mañana, con mi gato -¡Gato!
¡Gato!, ¿recordáis?-y mi pinta labios: esparciendo tristeza<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>y escaramuza en mi propio basurero con
tormenta.<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>También hoy, en la Terminal Cuatro <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de Barajas intenté detener con la mente un equipaje lleno de leche, pan, conservas y cuchillas de afeitar. </b></i></blockquote>
<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En la escena final de la <a href="http://www.imdb.com/title/tt0054698/" target="_blank"><span style="color: blue;">adaptación </span></a>que hizo <b>Blake Edwards</b> de
la<span style="color: blue;"> <a href="https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/desayuno-en-tiffany-s/9788433975478/PN_116" target="_blank">novela</a> </span>de Truman Capote, con Audrey Hepburn y George Peppard, <b>Paul Varjak</b> (el
escritor interpretado por Peppard) detiene el taxi en el que Holly pretende
huir al aeropuerto. Varjak lleva en el bolsillo, cual granada, un anillo de
<b>Tiffany’s</b>. Sí, un solitario de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">pedida</i>:
una argolla, una sujeción.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Holly,
que fuma como una loca, ni se da por enterada de todo cuanto ha hecho: obviar a
<b>Varjak</b>, pero acaso más profundamente a sí misma y a la vida que pasa a su lado
como un ruido. En ese momento delirante en el que ella ha arrojado al felino –su
alter-ego- por la ventana, Varjak espeta, todavía con el anillo en el bolsillo:
“Tú te consideras un espíritu libre, un ser salvaje y te asusta la idea de que
alguien pueda meterte en una jaula – dice con el codo apoyado en la puerta
abierta del taxi- ¡Bueno nena! Ya estás en una jaula. Tú misma la has
construido, y en ella seguirás vayas a donde vayas porque no importa a donde
huyas, siempre acabarás <b>tropezando</b> <b>contigo</b> <b>misma</b>”.<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
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<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="https://www.youtube.com/embed/NnDhzVEXWS4" width="560"></iframe><br />
<br />
<br />
Cae el final de una tarde de invierno, poco antes de la
víspera de Reyes. Justo en el último día de unas breves vacaciones –el final de
un plazo-, revienta en mi corazón lo que no estalló en la Terminal Cuatro de Barajas
cuando vi que aquella maleta de <b>22, 8 kilos</b> se marchaba sin que yo pudiera
detenerla con mis superpoderes de mujer imbécil. Ahora, justo cuando escribo
esto, alguien viaja en dirección contraria, alguien cruza dos veces la misma
hora en la que lloro mientras aporreo el teclado. De qué sirve escribir si no es
posible detener el equipaje con la mirada o <a href="http://www.zendalibros.com/hoy-no-dia-mojar-la-polvora-blog-karina-sainz/"><span style="color: blue;">desmayar</span></a> a <a href="http://www.zendalibros.com/hoy-no-dia-mojar-la-polvora-blog-karina-sainz/"><span style="color: blue;">las ranas</span></a> en los sueños
de la <span style="color: blue;"><a href="http://www.zendalibros.com/hoy-no-dia-mojar-la-polvora-blog-karina-sainz/">infancia</a>.</span> Claro... las personas no pertenecen a nadie. Cae el final de una tarde de invierno, poco antes de la <b>víspera
de Reyes</b>, cuando yo también arranco, histérica, las plumas de mi almohadón. Porque,
como Holly, pienso que nada malo podrá ocurrirme si me mudo a vivir a la
vitrina de una joyería. <br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>De qué sirve escribir si no es posible detener el equipaje con la mirada o desmayar a las ranas en los sueños de la infancia. Claro... porque las personas no pertenecen a nadie.</b></i></blockquote>
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cae el final de una tarde de invierno y los octavos de Copa
del Rey están por disputarse cuando me convierto en el gato y el vertedero. Cae
el final de una tarde de invierno, mientras alguien cruza el día en dirección
contraria –las dobleces del Atlántico, ya sabéis-. Cae el final de una tarde de
invierno. Clavado en la esquina de <b>Espoz y Mina </b>con Plaza del Ángel, el
clarinetista sigue soplando mientras yo arrecio, como esa lluvia que no sabe,
siquiera, llover como es debido. Cae el final de una tarde de invierno, poco
antes de la víspera de Reyes. No te vayas, por favor. No te vayas. Y así me
quedo, sin pinta labios, technicolor ni <i style="mso-bidi-font-style: normal;"><b><a href="http://www.musica.com/letras.asp?letra=70202"><span style="color: blue;">MoonRiver</span></a></b></i>. Así: abrazando con locura un gato que se ciñe al plazo vencido de un
billete de vuelta. Claro.... esas cosas ocurren, porque <b>las personas no pertenecen a nadie</b>. </div>
<div class="MsoNormal">
<br />
<br /></div>
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<br />
<br />
<!--EndFragment-->La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-66138082028691005702016-10-12T02:15:00.002+02:002016-10-12T10:58:54.017+02:00Un día como hoy, hace diez años <table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiD4gsFvlO-lhYb_Rvpx1jViX_9bdCDREsZgFm3C4FN8_EhSX53Rxt0lcGOw6punS7jhTuD4qFGX2w72PiAeXGec7UBjuiCS-PPaizGmBjc4BIbGsPp5rPtEu5Q7pFiuFovUMXboQcpv9K5/s1600/diezan%25CC%2583os.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiD4gsFvlO-lhYb_Rvpx1jViX_9bdCDREsZgFm3C4FN8_EhSX53Rxt0lcGOw6punS7jhTuD4qFGX2w72PiAeXGec7UBjuiCS-PPaizGmBjc4BIbGsPp5rPtEu5Q7pFiuFovUMXboQcpv9K5/s1600/diezan%25CC%2583os.jpg" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">La víspera del 12 de octubre de 2006. Caracas, Venezuela.</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<div class="MsoNormal">
Llegué a España un 12 de octubre de 2006. Atravesé el enorme
vientre de la T4 a las siete de la mañana de un jueves que entonces, y todavía
hoy, recuerdo como un domingo. Vestía una camiseta blanca con una palabra
estampada en el lugar del corazón, cual matasellos: <b style="mso-bidi-font-weight: normal;">Sudaca</b>. La prenda era una provocación bobalicona. No había nada de
desafiante en ella, porque entré con un pasaporte español, un documento de
identidad –palabra ésa, ay, complicada- que indicaba mi ruta: el viaje
contrario al que habían emprendido mis abuelos y mi padre en la década de los
cuarenta,<span style="mso-spacerun: yes;"> c</span>uando llegaron a La
Guaira desde el Puerto de Harvre. Aun así, lo de la camiseta me parecía épico.
Me gustaban además, y mucho. Las fabricaban mis amigos de la Facultad,<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>personas con quienes me había fundido
los días leves de un país que se caía a pedazos, aunque no lo supiéramos
todavía. Gente con la que me había estrenado, torpemente, en un periodismo a
empellones, hecho en una sociedad donde los muertos no eran lo que hoy.
Entonces los cadáveres no caminaban vivos por la calle. Hoy sí.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Llegué a España un 12 de octubre de 2006. Atravesé el enorme vientre de la T4 a las siete de la mañana de un jueves que entonces, y todavía hoy, recuerdo como un domingo</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Antes de salir de Caracas, la víspera del 12 de octubre de
2006 –no olvidéis, se viaja de noche y hacia la noche, como el poema de Vicente
Gerbasi-, me hice una foto en la <b>fisicromía de Cruz Diez </b>que se despliega en
el suelo del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, una foto que ya no me gusta
pero que es el único documento que conservo de aquel día. En el fondo, siento rechazo hacia
ella, porque se ha vaciado de su sentido emprendedor y guerrero –al menos el
que tuve entonces- para convertirse en la instantánea licuada de los países que
se desangran. Una versión vulgar, frívola, de una diáspora de la que por alguna
razón no termino de sentirme parte, aunque me contenga y me explique. No me
marché de Venezuela huyendo del chavismo, sino de la persona que fui en aquel
país. Y aunque ahora me doy cuenta de que viajaba de una guerra a otra, me hice la
fotografía con mi cámara Canon y con la firme idea de que nada podía salir mal.
</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>La víspera del 12 de octubre, me hice una foto ya no me gusta pero que es el único documento que conservo de aquel día</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aquel 12 de octubre de 2006, arrastré mis maletas por los
pasillos de la T4, aquella terminal que a mí se me antojaba preciosa,<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>moderna, tan distinta de la vulgar y
oscura T1 que había conocido en viajes anteriores. Así era España entonces, una
fiesta del estreno. Todo era nuevo; todo brillaba. Caminaba tirando de mi
equipaje como quien saca a pasear animales ultrajados dentro del estómago de
una ballena. En Caracas, a pie de pista, la Guardia Nacional había registrado mis
d<b>os samsonites</b> hasta el último centímetro -recuerdo que escribí esto, <a href="http://cronicasbarbituricas.blogspot.com.es/2014/08/barbituricas-ciudadanos.html" target="_blank">la primera entrada de este blog</a>-. Y aunque yo había crecido en una
guerra en la que a todos nos rajan el vientre en cada semáforo, no entendí que
aquel sería el primero de los cortes importantes con los que la vida me abriría
en dos. Porque a todos nos abren en canal, a todos. Tantas veces como sea posible,
Yo, que andaba muy chula y blandía mis certezas, atravesé la terminal como la
versión veinteañera y necia de Jonás. Dejaba tras de mí la traza, una línea
punteada hecha con la sangre que ya había comenzado a salir del navajazo y que
yo dejaba, sin saberlo, alborotando a la vida para que fuera a buscarme, a
ajustar las cuentas pendientes de tanta y tan cursi determinación.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Aunque yo había crecido en una guerra en la que a todos nos rajan el vientre en cada semáforo, no entendí que aquel sería el primero de los cortes importantes con los que la vida me abriría en dos. Como a todos. </i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
De todo cuanto llevaba aquel día conmigo conservo una decena
de cosas, algo más en realidad: la poesía completa de <b>Miyó Vestrini </b>editada por
Monteávila y su libro de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">relatos Órdenes
al corazón</i>; cinco libros de crónicas de Elisa Lerner –<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Vida con mamá</i>, que incluía todo su teatro; <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Carriel para la fiesta</i>; <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Yo
amo a Columbo</i>; <i style="mso-bidi-font-style: normal;">En el Entretanto</i> y
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Crónicas ginecológicas</i>-; el libro de
Luis Pérez-Oramas, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">La cocina de</i> <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Jurassic Park y otros ensayos, </i>que
todavía uso como biblia ciudadana, un texto sagrado que alimenta mi fe en un
país mejor; un reloj de acero que he vuelto a<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>vestir; una libreta Moleskine y una bandera de Venezuela que
jamás he usado, acaso porque la compré un 11 de abril de 2002. Sacarla incluso
de la bolsa de plástico donde viajó me parecía descabellado, como salir a la
calle blandiendo un sudario. Aunque debo ser sincera y admitir que la usé, una
vez, para celebrar la primera victoria en territorio transplantado: la décima
del Real Madrid. Porque el fútbol fue mi primera decisión política. Incluso
religiosa. Una feligresía. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Hoy, como
en todas las iglesias y credos, tengo mis días, aunque mi Fe en Guti sigue
intacta. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Conservo todas esas cosas y dos más: mi acento y la potente costumbre de escribir para poner en orden las cosas que ocurren en mi vida. La pastilla tranquilizadora de un punto y final. </i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
También conservo una colección de pequeñas notas, las que me
dejaba mi madre en mi habitación cuando compraba flores para mí los miércoles y
las notas con las que mi padre avisaba que se había marchado temprano de viaje
o felicitándome por mi cumpleaños. Eran ecos, sonidos manuscritos de una casa
que no volvió a ser la misma y que no piso hace ya mucho tiempo. Conservo un
poema que me escribió mi hermana la víspera de mi viaje y un ejemplar de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Confesiones del</i> <i style="mso-bidi-font-style: normal;">estafador Félix Krull</i>, de Thomas Mann, que me regaló mi hermano con
billete de 50 euros dentro, para que lo usara como último recurso antes de
arrojarme a la M30. Hasta hace unos años guardé un juego de llaves de un
apartamento en Ciudad de México, pero las tiré hace ya un tiempo cuando me di
cuenta de que aquella había sido, desde el comienzo, una casa clausurada.
Conservo todas esas cosas y dos más: mi acento y la potente costumbre de
escribir para poner en orden las cosas que ocurren en mi vida. Para darles
algún relato, algún sentido. Todo cuanto he escrito está en este blog. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;">Los barbitúricos</b>, ese puñado de grageas esdrújulas que te llevas a la boca para ocasionarte una sobredosis o <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>para sobrevivir al mal trago empujando a
diario <b>la pastilla tranquilizadora de un punto y final. </b></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cuando llegué a España hace diez años, un 12 de octubre de
2006, tenía 23 años y estaba cumplir los 24 en apenas meses; los socialistas
gozaban de prestigio y tenían dinero a manos llenas para gastar; el trabajo
abundaba –todos eran albañiles o constructores, por cierto- y había papel
periódico suficiente para envolver tres toneladas de atún o merluza a diario.
Había de todo, a granel y lo mejor es que se podía pagar a plazos. Todo el
mundo poseía cosas que no eran suyas. Abundaban las fiestas pagadas por alguien
más. Carlos Fuentes, el Gabo y Monsiváis vivían y yo recorría las calles de
Madrid con una pequeña cartita para Mario Vargas Llosa, una nota que terminé
tirando, como las llaves mexicanas, escarmentada por la borda de la que se
arrojan la cursilería, los golpes maestros y la ñoñez. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>En los 10 años que llevo en España ví cómo dos países se licuaban en una rara sopa donde el hogar cambia de mar y a los pajaritos muertos que flotan en el caldo se les llena el vientre de gusanos.</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En los 10 años que llevo en España ví cómo dos países se
licuaban en una rara sopa donde el hogar cambia de mar y a los pajaritos
muertos que flotan en el caldo se les llena el vientre de gusanos. En esos diez
años cambié de casa siete veces. Lloré la muerte de un dictador, sin saber muy
bien por qué, pero lloré. Tuve pesadillas con caballos negros, disparos que me
hacían morir desangrada en un charco de jugo de guayaba y la pesadilla
constante de nadar en un río de mierda y muertos. En esos diez años me casé y
me divorcié. Ejecuté una carnicería afectiva. Aprendí a usar zapatillas. Me
compré mis primeras Converse. Dejé de maquillarme. Perdí el derecho de hablar
de mi país –fui relevada por la lógica de una división adicional, los que se quedan y los que se van-. Ví las
cristaleras de Barajas hechas pedazos por los últimos coletazos de ETA y
también los ardores del 15M y su espíritu de la Tierra de Nunca Jamás. Recuperé
el periodismo, el oficio que tenía cuando salí de mi ciudad. Aprendí a callar,
algo completamente desconocido para mí; también a resistir. La mayoría de las
veces con las apuestas en contra, aunque ayudada por la generosidad con las que
las familias corrigen la estupidez de sus vástagos. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Fui descubriendo, como quien arranca el moño de un obsequio, una España que había dormido en mi lengua durante años, sin yo saberlo. </i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Me gustan las heridas de todos estos años. Tanto como la
sana costumbre que he adquirido de comer de pie en los bares; pelar gambas; sorber caracoles; beber cerveza,
vino fino y escuchar a Camarón; de aprender a leer a Cervantes, a Lope y a Pla
y elegir nuevas óperas que relevaran mi escaso repertorio de música para llorar
a gritos. También adquirí la costumbre de cantar villancicos y escuchar a Maelo
en Navidad. En Madrid, durante aquellas largas marchas de quien veía fracasar
un plan maestro,<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>me batí<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>a duelo con los bulldogs de la Plaza
Dos de Mayo; <b>aprendí que a casa siempre se vuelve solo</b>; que la crónica es lo único que sujeta y que
no es tan malo vivir ciertas demoliciones. Aprendí a amar locamente a Larra y a
Isabel II; me refugié en Malasaña como quien pide una tarjeta de crédito para despilfarrar
sin miramientos y fui descubriendo, como quien arranca el moño de un obsequio,
una España que había dormido en mi lengua durante años, sin yo saberlo. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Y aunque a veces diga que de mayor
quiero ser andaluza, podría decir que una geografía entera me cabe en los ojos.
</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Mantuve mi acento, pero aparqué los diminutivos. Mi habla se
hizo, a veces agria, y en otras solo directa. Fui afilando mi lengua como un
puñal. La convertí en un corazón que me metí en la boca para que latiera mejor,
para disparar con él cuando fuese necesario o arder cuando la vida así me lo
pidiera. Hice mío un país que ya no recibía por la vía de los abuelos emigrados
ni del padre <i style="mso-bidi-font-style: normal;">musiú</i>. Aprendí y recorrí
una geografía que guardaba libros bajo cada piedra. Allí donde fui, descubrí un autor en el largo trasiego del paisaje -y los que quedan-: Azorín, Ortega, Chaves Nogales,
Cela, Salinas, Barral, Gil de Biedma, Machado –con Lorca nunca he podido-,
Galdós, Valle Inclán, Quevedo, Góngora, Ana María Matute, Marsé –ay, Marsé-,
Mendoza, Regás, Ferlosio, los Goytisolo… Todo unido, en un fuerte beso de
olvido y estreno.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Como Fante en su relato Mi perro Idiota, puedo decir: esta es mi casa, mi perro y mi voluntad. Aunque sería, en este caso: esta es mi casa, mis libros y mi voluntad.</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Que la vida me siguió los pasos, mejor dicho, que la vida
olisqueó las gotitas de sangre que dejé aquel día en la T4 creo que se da por
hecho. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Y que mis costurones son
ahora bastante más, es una certeza que me da paz, aunque no mitigue la rabia y
la ira que me<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>acompañan a todas
partes, ese sentimiento que llevan a cuestas quienes no saben del todo de dónde
son. Ya no le reprocho nada a nadie. Tampoco espero nada. Ni exijo ni regalo y
llevo con una euforia inagotable el hecho de volver siempre sola a casa. Mi reino
guerrero de soldada con libros cuyo número nunca tendré que justificar y a los
que no tendré que defender de nadie. Como Fante en su relato <b><i>Mi perro Idiota</i></b>, puedo decir: esta es mi casa, mi perro y mi
voluntad. Aunque sería, en este caso: esta es mi casa, mis libros y mi voluntad. </div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i><br /></i></b><b><i>"Guayaba. Algo tenía que quedarme de aquel país extinto del que salí la víspera de un doce de octubre hace ya diez años. Algo, aunque fuera un charco para desangrarme en sueños"</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
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<div class="MsoNormal">
Hace unos días, Javier Rodríguez Marco recitó<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>un poema de Borges que desconocía por
completo. Una pieza hermosa que se me clavó en el corazón y que me hizo soltar
lágrimas lentas en medio de un auditorio repleto.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>“Me legaron valor. No fui valiente”. Aquello me retumbó en
la cabeza, como la diana de un pelotón fusilado.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Sé que no soy como ninguna de las mujeres de mi familia, que
no poseo ni un poco de su valentía; a mis venas no las recorre el plasma de los
fuertes. Yo, todavía diez años después, me desangro en un charco de jugo de
guayaba, esa fruta agusanada; eso que suena a <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>manjar estrellado en una acera al que lo revolotean
avispas hambrientas. Empalagarse, picar. Azúcar y veneno. Guayaba, esa cosa que
me sabe a infancia<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>y destierro.
Porque yo, a las Guayabas como mi tierra, ya no puedo volver. Guayaba. Algo
tenía que quedarme de aquel país extinto del que salí la víspera de un doce de
octubre hace ya diez años. Algo, aunque fuera un charco para desangrarme<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>en sueños. </div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-37572926823432340512016-09-11T01:51:00.008+02:002016-09-11T02:14:28.322+02:00Charles tiene una pistola <span style="color: white;">_____
</span><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRDp6hhMb2XFEsSmwcFyOxdhxo8wLywvqH4gVBAMKHcwNcT0sMpqQMMzkbkqpuqrYK_2D4zuemunmbQ25gpS85fqrb4etx-Yyk5n5JzTdxP6UDGcYPiy8Nj9IHVdn5hma4qdiMpmM0gQMB/s1600/ca%25C3%25B1a%25281%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRDp6hhMb2XFEsSmwcFyOxdhxo8wLywvqH4gVBAMKHcwNcT0sMpqQMMzkbkqpuqrYK_2D4zuemunmbQ25gpS85fqrb4etx-Yyk5n5JzTdxP6UDGcYPiy8Nj9IHVdn5hma4qdiMpmM0gQMB/s320/ca%25C3%25B1a%25281%2529.jpg" width="320" /></a></div>
<div>
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
Son las ocho de la tarde de un verano que llega a su fin. En el
número siete de la calle Alejandro González una paila de torreznos bulle. Huele
a cerdo. A grasa. En el bar, cinco
personas –incluyéndonos- miran una pantalla en la que el Sevilla gana a Las
Palmas en una remontada durante el tiempo descuento. Carlos ha querido entrar. Le apetecía un
botellín. Quería beberlo ahí, en ese bar donde hacen los torreznos que más le
gustan y tres cabezas de toros sin cuerpo brotan de las paredes como muñones. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Se han acabado los botellines, dice la encargada. Sólo
quedan cañas o tercios de Alhambra. Carlos pide la caña; yo la Alhambra. Él da
sorbitos a un vasito de cerveza, yo largos tragos a una botella verde que se
vacía por segundo. Al fondo, el Sevilla gana, los torreznos se fríen. Grasa y
vapor. Puro verano. <o:p></o:p><br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Entonces no sabía que los países también mueren ni que ése, Browning, era el nombre de aquel revólver.</i></b></blockquote>
</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Le cuento a Carlos que en estos días sostuve una Browning.
Era fría y oscura, muy parecida a la que examinaba de niña en la casa olvidada
de un país extinto. Entonces no sabía que los países también mueren ni que ése,
Browning, era el nombre de aquella pistola. Lo que sí recuerdo
es aquel peso frío de artefacto que mata. Un objeto que tenía prohibido tocar –rompí la
regla, varias veces- y que miraba con curiosidad, doblada por ese influjo que
ejercen las serpientes. Me gustaba aquella pistola; y mucho.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Por eso comenzamos a hablar de armas Carlos y yo. Sí, de
armas, de las muchas que él ha dejado atrás y que ya no puede sentarse a
limpiar con aquel bote de aerosol de aceite <i>tres
en uno</i> mientras miraba, por octava o décima vez, <i>Harry el sucio, </i>aquella que<i> </i>daban en TNT todos los domingos. Carlos está lejos de casa y ya no puede, ya no puede
limpiar sus armas.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br />
Le pregunté cuál de
todas echaba de menos. La mirada se encendió, de golpe. Me miró con esos ojos
vidriosos que adquieren quienes se hacen mayores. Esos luceros antiguos que
iluminan el rostro de hombre de 78 años. Como si hablara de mujeres hermosas, de
amores perdidos, Carlos pasó revista a su guardarropa, a su arsenal; a su
colección de hombría y sueños. <o:p></o:p><br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Por eso comenzamos a hablar de armas Carlos y yo. Sí, de armas, de las muchas que él ha dejado atrás y que ya no puede sentarse a limpiar con aceite tres en uno</i></b></blockquote>
</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las enumeró, una a una; sin errar el tiro. Un <b>Winchester
frontier</b> original. La <b>Luger de acero blanco</b>. La bayoneta de la Wehrmacht –de tan
solo oírlo describirla, piensa quien escucha en un revoltillo de riñones-. La
cerveza de Carlos se calienta, parece haber olvidado que deseaba beber una bien
fría. Ahora, mientras enumera, parece
desear otra cosa. El revólver <b>Smith & Wesson</b>, calibre 32, de acero blanco y
cacha de nácar. Y claro, la suya: <b>la Browning</b>, de colección. Hace una pausa y
apostilla, casi con redoble de batería: de doble cañón, 7,65 y 9 milímetros. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Sentada en una banqueta del bar, el peso entero recostado en
un hombro como un comisario que nunca seré, le pregunté si recordaba cuál fue
su primera arma. Los ojos de Carlos se volvieron de pronto transparentes, puro
brillo de ventana recién lustrada y metal pulido. Una luz inexplicable y
ensordecedora.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, la recuerdo, como si fuera ayer. Fue en Pessac. Yo era
un muchacho –dice-. Recuerdo que era invierno. Estaba buscando lombrices en la
huerta, para pescar. Habían removido con una pala toda la tierra, por las
heladas. Así que aproveché y comencé a rebuscar, hasta que me encontré un
objeto de metal. Y me dije: ¿qué vaina esta? Era un revólver.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Te lo quedaste?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¡Claaaaaaro! –Carlos estira las vocales reclamando la
obviedad de la respuesta-. Me lo guardé en el bolsillo. Pesaba muchísimo. Al
llegar a casa lo metí en agua, para que soltara la tierra que tenía. Como yo
había visto a mi papá hacerlo
antes, le puse un poco de aceite. Era un
pedazo de arma. Un pistolón así –Carlos simula una escala con los dedos índice
de sus manos carniceras; esas manos enormes y manchadas con pecas pardas-. Era
un pedazo de arma: tenía seis tiros. No me acuerdo de la marca, pero sí de que
era un pistolón. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿La escondiste?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Sí. Al día siguiente, cuando pasaron a buscarme para ir a
la escuela mis compañeros, cometí la
<i>huevonada</i> de contar lo que había conseguido. Como no me creían, fui a buscar el
revólver para que lo vieran y me lo llevé para
la escuela. Había <i>un jalabola</i> con
quien había tenido un <i>peo</i>. Porque,
¿sabes algo? –Carlos coge el vaso medio lleno de cerveza, hace amago de beber,
pero lo deja en la mesa nuevamente-. Había franceses a los que no le gustaban
los españoles que vivíamos ahí. Por eso, el <i>huevón</i> ese me dijo un insulto feo,
muy feo. Yo le respondí: como me vuelvas a llamar así, te mato.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué insulto te dijo? ¿Lo recuerdas?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¡Claaaaaro! –otra vez el largo túnel de vocales y
obviedad-. Me llamó <i>sale race</i>. Raza
sucia. Así nos llamaban a los españoles. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Por qué?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Porque éramos españoles recién llegados a Francia… y porque,
además, éramos republicanos.<i> Sale race</i>, lo
recuerdo perfectamente: <i><b>sale race</b></i> –repite-.
<b>Raza sucia</b>. Raza mala. <i>Sale race.</i><o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Qué edad tenías?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Siete años, quizá ocho. Eso fue poco antes de marcharnos a
Venezuela.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Pero… ¿le sacaste la pistola por eso?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¡No! Ese incidente del insulto fue mucho antes de encontrar
la pistola. Por eso me sapeó. Porque nos caíamos mal. Pero calla y déjame
contarte. Ese día, cuando llevé el revólver a la escuela, mis compañeritos decían<i>: Charles… Il y a a revolver!</i>
<b>Charles tiene un revólver</b>, decían. Él, el muchacho del que te hablé, estaba
ahí. Habían pasado seis meses desde el incidente del insulto y, ni corto ni
perezoso, el <i>jalabola</i> ése corrió donde el maestro para contarle que yo tenía un
arma.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Recuerdas el nombre del chico?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Phillippe –respondió, de golpe, como si la memoria
descerrajara todo aquello-. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Cómo era?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Igual que nosotros, un niño ni gordo ni flaco, porque en
esa época nadie era gordo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y qué pasó?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-El maestro me mandó a llamar. Me dijo, y me acuerdo como si
fuera hoy: Phillipe me ha dicho que tienes un revólver. Eso es peligroso: no
para ti, sino para tu familia. Deshazte de él. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Carlos ha olvidado por completo su cerveza. El vaso
parece más una muestra de orina que una caña. No tiene ni burbujas ya. Carlos se pierde. Habla de su padre y su madre. Recuerda el paso desde Barcelona hacia Francia. Habla de ellos con esa voz turbia, la voz que adquiere la tierra cuando la levanta una ventisca. Así habla Carlos de sus padres. No los llama inmigrantes. Los llama
exilados. Quiere que entienda, muy bien, quiénes y qué eran: exilados
republicanos.<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i> Así habla Carlos de sus padres. No los llama inmigrantes. Los llama exilados. Quiere que entienda, muy bien, quiénes: exilados republicanos.</i></b></blockquote>
</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un hombre mucho mayor que Carlos, el dueño del bar, se abre paso
con dificultad e intenta sentarse en un taburete. Hace lo posible por no perder
el equilibrio y en el intento, deja caer la muleta. Me levanto para ayudarlo. Y
así, el hombre se trepa a su banqueta y mira alrededor: como si vigilara a sus hijos, que despachan en la
barra cervezas frías y tapas de embutidos. A estas alturas, el local es un
horno crematorio de tocino, una sauna de sebo. El anciano de la muleta pide una
magdalena, un bollito esponjoso que come con mordisquitos de niño candela que en cualquier momento puede liarla.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Ahora que vuelvo a mi silla, Carlos retoma la historia. Al mirarlo, siento que
me habla desde otro lugar; uno muy lejano que no llego ni llegaré a comprender
del todo, aunque ambos hayamos perdido nuestro hogar. Yo, estrenándome en el
exilio. Él reincidiendo en el despojo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
-El maestro me preguntó dónde tenía el revólver. Yo me
levanté el guardapolvo y se lo enseñé. Me repitió: deshazte de eso. No me exigió que se lo diera, sólo me ordenó que lo dejara donde lo encontré. Salí del salón y volví a
jugar con mis amigos. Estaba con Jean, que era uno de los amigos de la
camarilla, con él yo silbaba la Marsellesa, que entonces estaba prohibida...<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Francia todavía estaba ocupada, ¿verdad?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Claro, pero a nosotros nos gustaba hacer esas vainas… Jean –dice,
como si nombrándolo lo invitara a sentarse a la mesa de este bar-. Bueno, lo que te decía, estaba
jugando con Jean cuando el director de la escuela me mandó a llamar –Carlos se ríe,
hacia adentro. Mira al techo y ríe-. Entonces
pensé que Phillippe, no contento con irle con el cuento al maestro, había ido donde
el director. Pero, ¿sabes? Ahora creo que fue el maestro, y no con mala intención,
el que fue a avisar que yo tenía un arma. Cuando llegué a su oficina, el
director me dijo: tienes un revolver. Eso es un problema para la escuela y para
ti. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y qué hiciste?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Saqué la pistola y la puse sobre la mesa. La dejé ahí y
me fui. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Y ya?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Sí, y ya. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-¿Tus padres nunca lo supieron?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-No. Si eso hubiese llegado a más, los habría metido en un
problema. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Te habrían dado una buena paliza.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
-Peor habría sido el problema que habría causado. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El hombre anciano de la muleta ha terminado su magdalena. Nos
mira, como una gárgola con zapatillas. Hace rato que he acabado mi cerveza.
Carlos mira sin interés cuatro croquetas desmayadas en un plato astillado. “¡Era un pistolón
–dice-, un pistolón impresionante!”, dice con la voz de quienes desean
recuperar algo. “Y sí, ese fue mi primer revólver, el primero”. <o:p></o:p></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
Carlos parece haber recordado, de golpe, que su cerveza se había convertido en un caldo. Apuró un sorbo calentorro y dijo, mirando el grasiento aperitivo: <b>“Sale
race. Sale race”.</b> En la tele, el Sevilla sale campeón de su duelo. Los torreznos llegan a
la barra, humeantes, en una bandeja de metal de esas que usan en los comedores
de los hospitales. Afuera, la noche cae y el calor tuesta los adoquines. En el
percutor de la memoria, Carlos da el tiro de gracia. “Sale race", repite. "Sale
race”, repite mirando hacia ninguna parte. <b>"Sale race".</b><o:p></o:p></div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-69015761423778304942016-08-29T16:33:00.006+02:002016-09-01T16:31:05.961+02:00V de verano: volver a casa en un carro tirado por seis toros <span style="color: white;">___________</span><br />
<span style="color: white;">___________</span><br />
<br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgtK1NjZC7MuO05E3mNliIPjZruI9_K-mYJU2vF_TnClSkhDxEKqhiDhDLGeTG2itqHthd4ZOw_PX4WB2IUocsdsM0sO-0U3Sw98MJX-i1GlLGgsGnFHK7RfPPN41inDxrin-Z8PBMDOxgO/s1600/LIOPEZFOTO.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgtK1NjZC7MuO05E3mNliIPjZruI9_K-mYJU2vF_TnClSkhDxEKqhiDhDLGeTG2itqHthd4ZOw_PX4WB2IUocsdsM0sO-0U3Sw98MJX-i1GlLGgsGnFHK7RfPPN41inDxrin-Z8PBMDOxgO/s400/LIOPEZFOTO.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto: KSB</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<br />
<b>Alberto López Simón </b>llega al patio de cuadrillas de la plaza de toros de San Sebastian de los Reyes a las siete menos cinco de la tarde. Es domingo. Y mientras en la vida real todos descansan, parece que sólo él se dispone a emprender un viaje que podría ser mayor que sus propias fuerzas: encerrarse con seis toros; matarlos sin morir y conseguir belleza en esa gesta. Es el único espada de esta tarde de guerra y travesía. El único.<br />
<div>
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Esta tarde será distinta de las 47 que ya suma López Simón. Hoy no luchará contra seis bestias, sino contra las muchas otras que viven en su interior. </i></b></blockquote>
<div>
<br />
Hay en el ambiente un eco de <b>cohetes verbeneros</b>, vapor de freidoras y una insistente aroma a expiación -acaso por los 37 grados que derriten los caireles de los trajes de luces-. La de hoy es la reaparición de <b>Alberto López Simón </b>tras el desvanecimiento que sufrió apenas dos tardes atrás, en la Feria de Bilbao, cuando una crisis de ansiedad le arrebató la respiración y el color de la piel. Ese día López Simón dio muerte a su tercer toro y de ahí se fue a la enfermería, de la que salió sobre una camilla, con un parte médico de <b>Alcalosis</b> y 5 miligramos de Midazolam. <a href="http://enciclopediafarmacologica.blogspot.com.es/" target="_blank">El reino de la farmacopea</a> abriéndose paso en la sangre de alguien más. Por eso esta tarde es distinta de las 47 que ya suma <b>López Simón</b> en toda la temporada. Hoy no luchará contra seis bestias, sino contra las muchas otras que viven en su interior. <br />
<br />
Un hombre <a href="http://vozpopuli.com/ocio-y-cultura/73498-alberto-lopez-simon-el-torero-del-atleti-que-leia-a-borges-y-escuchaba-a-calamaro" target="_blank">que lee a Borges mientras cicatriza una herida de 12 centímetros </a>lo puede todo, incluso reponerse de sí mismo; de las embestidas que pega el ánimo cuando tiñe la melancolía. Contar a López Simón es contar al Dante que va al infierno, al Ulises que vuelve a casa. Y no porque su larga figura y pálido perfil de hombre melancólico lo sugieran. No porque al ocurrir su sonrisa sea más sonrisa que las de otros, sino por algo más silencioso, una electricidad que le recorre el cuerpo y enchufa vida en los ojos de quienes lo miran torear. De luces, López Simón avanza acuchillado, brillante como las exclamaciones y los puñales con los que alguien rasga la uve del verano, esa palabra que rompe en su primera letra con la inclinación de una caída, ese precipicio de las cosas que acaban o resurgen.<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>"Un hombre que lee a Borges mientras cicatriza una herida de 12 centímetros lo puede todo, incluso reponerse de sí mismo; de las embestidas que pega el ánimo cuando tiñe la melancolía"</i></b></blockquote>
</div>
<div>
<br />
La faena del primero –un astado de Daniel Ruiz- ocurre con una espuma de <i>oles</i> en la arena de S<b>an Sebastián de los Reyes</b>. Mirarlo es barrer el albero. Contar a López Simón es contar a alguien que completa el viaje de ida y vuelta. Sí, López Simón vuelve a casa esta tarde, se adentra al <b>centro de sí mismo.</b> Hay ganas de verlo resurgir, por eso cada pase levanta la cresta de un mar de tierra y edificios, los que rodean la plaza. El primer toro termina con el esbelto torero señalando con el dedo índice la muerte que está a punto de ocurrir. Hasta que la bestia se desploma y los pañuelos convierten en océano las gradas de una plaza de segunda.<br />
<br />
El siguiente, un <b>Vellosino</b> prieto, lo lidió <b>Alberto López Simón</b> descalzo, con los pies bien pegados albero. Avanza la tarde y los pasos impresos en el ruedo escriben una guerra de arena y vida . “<b>Vente bonitoooo, Vente bonitooooo”</b>, vente, dice López Simón como si hablara a un peluche de felpa brava que ha intentado ensartarle los riñones. <b>“Vente bonitoooo”</b>, dice arrastrando la vocal del adjetivo como un raro túnel para un tren bronco. </div>
<div>
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Hemos venido a partirnos la cara, una que ya traíamos rota de casa. Estamos tan muertos, dando gritos en el aire</i></b></blockquote>
<div>
<br />
Hay desacuerdo y gresca con la oreja no concedida del segundo. Pitorreo y grito en los tendidos más altos de la plaza. ¡Fuera! ¡Fuera!, al presidente de la plaza. Miro alrededor. Todos somos chusma al sol, pienso. <b>Apuramos, soeces</b>, una vida que creemos para siempre y que López Simón se juega bajo el estruendo de un público al que a veces le falta los dientes y, porqué no, a veces también el corazón. Hemos venido a partirnos la cara, una que ya traíamos rota de casa. Estamos tan muertos, dando gritos al aire. Tan muertos, que nos caemos a trozos. Negada la oreja, López Simón acude a las tablas, lo espera su apoderado, que no dejará de merodear en toda la tarde. Un aliento en la nuca.<br />
<br />
Las verónicas del tercero hacen vuelo en el aire. López Simón gira sobre sí mismo. Ese baile de besos y años. Ahí donde todos ven un trapo, yo veo una historia . Veo, como los destinos que las ciudades que cambian de hora en las pantallas de los aeropuertos, al niño del que aún no se desprendido y al hombre viejo que ya es. Apunto cosas en mi libreta. Escribo todo lo que no sé. <i>El toro sin cara, el poco recorrido, los tirones, el poco trapío. La mala hechura</i>. Escribo queriendo saber. Cuando levanto la mirada, siento que lo importante está en otra parte, que vive en ese lugar al que López Simón intenta volver. Llevo ya un tiempo siguiéndolo. Acudiendo a su guerra. Y a veces, como hoy, siento que veo torear a un hombre que ha entendido que la muerte no se posterga; que está ahí. Por eso no duda en caminar sin manoletinas hacia el centro de una vida que él entiende incompleta si no se la juega en los medios. </div>
<div>
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>"A veces, como hoy, siento que veo torear a un hombre que ha entendido que la muerte no se posterga; que está ahí. Por eso no duda en caminar sin manoletinas hacia el centro de una vida que él entiende incompleta si no se la juega en los medios" </i></b></blockquote>
<div>
</div>
<div>
“Qué mal afeitado está ese toro”. “Es un toro de rejones”. “Pero si es un animalito”, remata un hombre que vierte un lingotazo de ron en un vaso de litrona. En el tendido de sol una banda interpreta una música estropeada para la faena que está por ocurrir. Tras brindar el tercero, López Simón se hinca, entierra las rodillas en la tierra parda. Cita de rodillas. Una parte del siete berrea, la otra pide silencio. Quien observa desde la grada, protegido del sol y la muerte, se pregunta a qué ha venido y con quiénes comparte asiento. Quien ve torear desde la grada siente ve a alguien que se desnuda mientras otros le arrancan el vestido a dentelladas. <br />
<br />
<b>López Simón</b> avanza en este recital de sí mismo y aunque encuentra aspereza en el cuarto y el quinto, llega erguido –apretado como un alambre- al sexto toro, el último de la tarde. Hay alegría en su palidez, algo del niño que mostró hace unas semanas en Puerto de Santa María –alguien que se siente libre y desata tormentas en cada capotazo-. Descalzo, con los pies otra vez bien plantados en el ruedo, Alberto López Simón dio sus mejores pases de aquella tarde. Bailó a todo riñón y todo pulmón, pegadito el cuerpo al animal y olvidado por completo del suyo. </div>
<div>
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>"El sexto, del Vellosino, habría sido de platino de no fallar con la espada. Y sin embargo, el viaje ya está hecho. El cuerpo exhausto parece atracar en otro mar"</b></i></blockquote>
<div>
<br />
Ahí está el joven matador, pasándose la vida y la muerte por la taleguilla. “Viva la madre que te parió”, se oye medio del silencio anochecido de esta tarde de fritanga. . “Oleeeeeeee, viva”. Resuena la plaza entera. El sexto, del Vellosino, habría sido de platino de no fallar con la espada. Y sin embargo, el viaje ya está hecho. El cuerpo exhausto parece atracar en otro mar. Sonriendo, abraza un hogar que se levanta en el corazón. Ese lugar al que van los que, como Ulises, viajan hacia la muerte y de vuelta de ella. <br />
<br />
El domingo, finaliza, con su tufo de pinchos e infierno. Vestido de luces, López Simón sale a hombros de la plaza. Luce su cuerpo magro y acuchillado, brillante como las exclamaciones y los puñales con los que alguien rasga la <i>uve</i> del verano, esa palabra que rompe en su primera letra, ese precipicio de las cosas que acaban o remontan. La rotura que llevan en el alma los que vuelven a casa en un carro tirado por seis toros.<br />
<div class="MsoNormal">
<br />
Nota: Al día siguiente, en la Plaza de toros de La Corredera (Colmenar Viejo), el 29 de agosto de 2016, durante la tercera de la Feria de los Remedios, López Simón, de grana y oro cortó dos orejas. Salió por la Puerta Grande con Alejandro Talavante. </div>
</div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-44529426475314856762016-08-26T01:27:00.002+02:002016-08-26T01:52:30.835+02:00V, de verano: el hombre de los días feriados <span style="color: white;">___________
</span><br />
<span style="color: white;"><br /></span>
<span style="color: white;"><br /></span>
<br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container tr_bq" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjsTVyYloQT9xDbt0ggUPA09NmRfP_xiNf2TZeEuME4rAQtEXWyfOGm0QZiHEMOCRFVHqQLkjMKIHGWS2I3DD3zMweoKhnfoYf1EgyyB9Ujw8bK9-ZhRitwFbsDIZUWRNppDj7yj-WpQ42/s1600/IMG_6339.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjsTVyYloQT9xDbt0ggUPA09NmRfP_xiNf2TZeEuME4rAQtEXWyfOGm0QZiHEMOCRFVHqQLkjMKIHGWS2I3DD3zMweoKhnfoYf1EgyyB9Ujw8bK9-ZhRitwFbsDIZUWRNppDj7yj-WpQ42/s320/IMG_6339.JPG" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: right;">Foto: KSB</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<br />
A las ocho de la mañana de todos los fines de semana y días feriados, un hombre recupera su silla en la cafetería del <b>Dunking Donnuts </b>de Antón Martín. Él hace suya -reconquista, sin saberlo- la mesa pegada al ventanal –sí, la que mira al monumento de los abogados asesinados-; la misma que yo ocupo el resto de la semana. <br />
<br />
El hombre tiene, creo, la edad de mi padre; alrededor de ochenta. Su cabellera es blanca y escasa. Unos pocos vellos espolvorean su cráneo escarmentado. Los claros en el cogote delatan cómo la vieja costumbre de pensar -y cubrirse la cabeza de las ventiscas con un sombrero- ha pasado de moda -<i>Azúa dixit</i>-. Él y yo somos la intemperie. Ya no hay armarios tan grandes como para guardar aquellas prendas. Tampoco <b>ventiscas </b>que nos alboroten el alma.<br />
<br />
<blockquote>
<b><i>Pienso en su mundo y en el mío, reunidos ante el milagro del reciclaje. Nada nos quema de verdad</i></b>.</blockquote>
<div>
El hombre de la ventana -a sus casi 80- y yo -a mis 34-, nos hemos apuntado al bando de los <b>bebedores </b>de café en <b>vasos de papel.</b> Pienso en su mundo y en el mío, reunidos ante el milagro del reciclaje. Repartidos a ambos lados de la misma soga: nada nos quema de verdad. Y sin embargo, cruje en los dos unas ganas raras de incendio. Lo huelo. Hay algo pirómano en su forma de hojear los folios que lleva, apretados, en una cartera de piel. Ésa que abre con resentimiento y desdén, cada mañana. Esos que descabella con la <b>punta roma d</b>e un bolígrafo Bic, el puñal que reserva la economía a escala a gente como él y como yo: hombres y mujeres que n<b>o quieren estar en casa.</b> </div>
<div>
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Él exprime el corazón sobre la miga de un pan recalentado; yo lo llevo envuelto en una baratija que alguna vez inventó un Dios vegetariano</b></i></blockquote>
<div>
<br />
Él escribe en su papel áspero; yo tecleo en un portátil platinado. Él se escribe y se arranca; yo edito. <b>Él exprime el corazón </b>sobre la miga de un <b>pan recalentado</b>; yo lo llevo envuelto en una baratija que alguna vez inventó un <b>Dios vegetariano.</b> Ese hombre que recupera el lugar que yo le arrebato en días laborables, escribe. Es nuestro aire de familia. Cada palabra que apunta y poco después tacha se imprime sobre el papel como muelas arrancadas de a poco. Una a una, en orden. La filia india y solitaria de <b>un corazón sin dientes</b> que alguna vez retuvo una <b>presa aun viva. </b><br />
<br />
Él, el hombre de los feriados, completa un folio, acaso dos. Y entonces, solo entonces: tacha. Lo hace con una valentía que a mí se me antoja familiar. Ese gesto estropeado de quienes ganan a la ruleta rusa. Poco después, rasga el papel y arroja los trozos en el envase de cartón de 550 mililitros. El mismo que yo bebo todas las mañanas. Una pira blandorra para nuestros mejores fuegos. </div>
<div>
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>El hombre de los feriados, completa un folio, acaso dos (...) Y entonces, solo entonces, rasga el papel</i></b></blockquote>
<div>
No conozco su nombre. Sus intercambios son escasos, ásperos. Pocos hablan esta cadena de bollos fritos en la que alguien quiso exhibir bajo focos de alógeno roscas de harina abrillantadas; cosas que sudan la enfermedad; cosas que caducan. Habitamos este lugar que no milita en la felicidad. Aquí nadie apunta tu nombre con rotulador sobre la pared de un vaso de papel. Aquí, los baristas <b>no te rebautizan </b>al llamarte por un nombre inventado que vocean cuando el tibio bebedizo está listo. Aquí no tenemos nombre. <b>Somos café.</b> Café barato.</div>
<div>
<br />
Sé de este hombre lo que observo. Sé de este hombre lo que llevo puesto: mi insomnio y mis ganas de partirme la cara. Sólo eso. Sé de él lo que olisqueo y reconstruyo. ¿Y qué es mi vida si no eso…? Olisquear a extraños. Sacar de ellos lo que resuena en mí. ¿Y cuál es la suya? ¿De quién es esa vida rota en pedacitos en el fondo de un vaso de papel?</div>
<div>
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<i><b>Sé de este hombre lo que llevo puesto: mi insomnio y mis ganas de partirme la cara</b></i></blockquote>
<div>
<br />
<b>El hombre de los feriados</b> viste siempre el mismo pantalón color tabaco y una camisa blanco hepatitis -a veces parda-, esas cosas con las que uno se cubre para salir del portal los domingos vacíos de deseo. Todo en él <b>aúlla con la ira de las prendas que fueron mejores</b>. Más que ropa, lleva un hábito; un sayo de misa, cartón y padrenuestro; una oración que en sus manos anticipa peineta y en las mías promete <b>chupitos de espidifén.</b><br />
<br />
Hoy es feriado. Atravieso las puertas automáticas como si bajara a por quinina, como si fuera hasta las bodegas de <b>un barco de vela l</b>lamado Otago. El hombre del vaso de papel elige la mesa contraria a la mía, la misma que elijo día tras día. Él, a diferencia de mí, prefiere dar la espalda al monumento de los abogados, como si los despreciara, como si le diera igual cualquier carnicería distinta a la pergeña en sus hojas gruesas y asalmonadas. Él prefiere ver venir la mañana en lugar de avanzar hacia los números de la calle Atocha. Él da marcha atrás a una calle que va a degollarse primero a Benavente y luego a la Plaza Mayor. Yo apuro en cambio, aprieto el paso con la mirada. Esa esperanza estrecha de quienes jamás han sangrado en una batalla con muertos. </div>
<div>
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>Su presencia existe en mis días por el solo hecho de quitarle a la mía el ventanal donde cada mañana leo y escribo </i></b></blockquote>
<div>
<br />
Nunca lo he visto llegar. Su presencia existe en mis días por el solo hecho de quitarle a la mía el ventanal donde cada mañana leo, escribo y me preparo para dejarme arrollar por la furgoneta que venga de paso. Él, como yo, pide <b>un café de 550 mililitros</b>. Él, como yo, no habla con nadie. Él, como yo, mira la calle Atocha con el mismo desdén de quienes, en secreto, quieren arder … Da igual lo que venga a matarnos, el cielo azul de los días de verano o <b>los vencejos enloquecidos </b>que buscan <b>pelea en el aire</b>. Ambos queremos estar ahí, plantados en el cielo mustio de una vidriera sin atributos. Ambos ardemos en el eco de <b>un café recalentado.</b> Ambos somos marinos sin batalla, flotando en la goma arábica a las ocho de la mañana de un día de <i>fiesta</i>.</div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8905597710040336146.post-59669393547969909892016-08-18T03:31:00.000+02:002016-08-22T01:29:53.900+02:00V, de verano: no hay que olvidar la noche <table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpNe7DnYoo4JHa3RLfRfdxqqubSWiyVePc4Ggu8pSJ3xqGVHWb5kRVUFFwCJvfqRfiJ1PV_E-1ZKizfuyJHeZsLDLbaKE6gc7Mh3ww0HC8d6moNd6dtRjh6xTN8H5zk46m5u973lm0tmIA/s1600/caballeroingles.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpNe7DnYoo4JHa3RLfRfdxqqubSWiyVePc4Ggu8pSJ3xqGVHWb5kRVUFFwCJvfqRfiJ1PV_E-1ZKizfuyJHeZsLDLbaKE6gc7Mh3ww0HC8d6moNd6dtRjh6xTN8H5zk46m5u973lm0tmIA/s400/caballeroingles.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto: KSB</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<div class="MsoNormal">
<o:p> </o:p><b><i>No hay que olvidar la
noche</i>.</b> Tampoco darse de baja en sus modales de vertedero, mucho menos perder
la forma ni hacerse fofo en la
amnesia de la oscuridad, ese <i>sprint </i>que
separa la celebración del garrotazo; ese dique que aparta a los vivos de los
muertos y confina a los que quedan entremedias a la <b>dehesa del espanto</b> –fantasmas
elevados en plataformas; esperpentos tatuados; la tumba de la minifalda sin
depilar-. <i><b>No hay que olvidar la noche</b></i>
ni perderla de vista. No hay que afelparse. No es posible renunciar a la pregunta sobre cuánto de nosotros hay en
ella: la lenta frustración de los trenes y los ascensores, los <b>besos agusanados</b>
que se dan los desconocidos y los
nudillos rotos de los que se dan <b>puñetazos</b> porque temen volver solos a casa, aunque no lo sepan.</div>
<blockquote class="tr_bq">
<br />
<b><i>"No hay que olvidar la noche... Ni los besos agusanados que se dan los desconocidos y los nudillos rotos de los que se dan puñetazos porque temen volver solos a casa"</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Son las <b>cuatro de la madrugada</b> de un 14<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de agosto. Las fiestas de verano
purgan Madrid con su santiamén de pañuelo y eructo: pasacalle, abanico y
borrachera. La pira de los días en el desafuero del sol. Un sujeto de pecho
tatuado tira del cabello a una rubia con el alma desdentada; ella intenta
golpearlo, él tira con más fuerza. Tropiezan. Ruedan. Se pegan. Llega la policía.
Acaba el espectáculo que nunca nadie consiguió grabar con el móvil –fue todo <i style="mso-bidi-font-style: normal;">tan </i>rápido, maldita sea-. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Son las cuatro de una mañana sin luz, ni
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">luces</i>. Esa hora en la que todos
parecen querer algo que no irían a comprar vestidos de sí mismos.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un hombre de camiseta roja y aspecto británico tropieza con
una chica que parece cobrar en céntimos los malos besos y las plegarias de
portal –la calderilla de ponerse de rodillas-. Su rostro me resulta familiar.
No es la primera vez que lo veo embestir contra una dama esta noche. Pero a esta hora –ya se sabe- a la hoguera se le olvida que arde
feamente. Sentado a una mesa a la que nadie lo ha invitado –la joven de los
céntimos está acompañada de algo que podría ser un grupo de clientes o una
familia con malas pintas-, el caballero británico de camiseta roja delata
estropicio en cada gesto. Luce un bronceado infierno; vacaciones con quemadura
de tercer grado. Despliega, cuando la borrachera se lo permite, una sonrisa
tiesa y carbonizada. En su sangre, seguro, la ginebra pasó de gasolina a
monóxido. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>"En la carrera de San Francisco, convertida ya en dehesa de muertos vivientes, los entresijos chisporrotean en los calderos y Pitbull resuena como una ventosidad en los oídos" </i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En la carrera de San Francisco, convertida ya en dehesa de
muertos vivientes, los entresijos chisporrotean en los calderos y las últimas
tiras de tocino se asan sobre una plancha de metal. A esta hora, las cuatro de
una madrugada de agosto, todos tenemos algo de San Lorenzo: nos arrancamos la
piel a tiras para arrojarla a alguna parrilla dónde arder más rápido. El
asunto, claro, es quemarse.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Olvidar
que la vida tiene botones y ascensores. Eso: perder el conocimiento mientras
ocurre el infierno y un cantante con nombre de perro –Pitbull- resuena como una
ventosidad en los oídos.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El sujeto de aspecto británico y camiseta roja prodiga mordiscos a los gomosos calamares de algo que parece
sacado de la basura. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>La joven que
cobra por desabrochar, así sea una mirada, se ríe de la manifiesta borrachera
del estropeado señor. Él la mira como si fuera un hombre de trapo, como si cada
gota de alcohol lo hubiese despojado de la más elemental inteligencia. La mira
y se disculpa. Una y otra vez.<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>Ella enseña su sonrisa sin muelas y los muslos prietos,<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>rematados con hoyos de salchicha a la
altura de una falda mal cortada. Todo avanza hacia el precipicio; hacia esa
línea quebrada que dibujan las uves del verano.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>"Él la mira como si fuera un hombre de trapo, como si cada gota de alcohol lo hubiese despojado de la más elemental inteligencia"</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En su novela <i style="mso-bidi-font-style: normal;">La fiesta
de la insignificancia</i>, Milan Kundera agrupó a las personas a ambos lados de
una línea: los que al tropezar piden disculpas y los que al embestir al prójimo
reprochan y manotean. El caballero inglés de los calamares gomosos y la mirada
borracha supera por completo esa frontera. Su territorio es el accidente; y a
juzgar por los mordiscos y la bocanada de vomito que parece a punto de
derramarse sobre la mesa a la que no ha sido invitado, esto tiene pinta de
tragedia. Puro verano, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">sandungueo</i>.
Ganas de pegarse y besarse. Verter. Arder.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Derrotado por el bocadillo, el caballero británico saca de
su boca una larga tira de pescado procesado. La arroja al suelo. Se mira los
pies deformados en las sandalias. Hay desamparo en la piel roja de su rostro.
Tiene algo de pobre crustáceo, como una langosta que por querer escapar de la
olla de agua hirviendo fue a meterse en un cazo de aceite requemado. Aburrido,
con los dedos llenos de calamar masticado, el caballero de camiseta roja<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>decide abandonar la mesa. Intenta
ponerse de pie. Una. Dos. Tres veces. Parece un rascacielos a punto de
desmayarse. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<b><i>"Intenta ponerse de pie. Una. Dos. Tres veces. Parece un rascacielos a punto de desmayarse (....) Lo rodean las risas de los extraños. Un enjambre de aguijones que celebran con veneno que él sea penúltimo payaso de la noche"</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Al inglés lo rodean las risas de los extraños, un enjambre
de aguijones que celebran con veneno que él sea penúltimo payaso de la noche –el
bufón siempre es el otro, claro-. Si pudieran, quienes ahora lo rodean arrojarían
monedas a su soledad. Incluso alguien propiciaría un cuerpo a cuerpo con otra
alma perdida, para ver cuál desagracia le parte la nunca la otra. Habría
risotada, eructos, pedos. El vapor caliente de las cosas que se pudren
abriéndose paso en una nube de aceite. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El caballero de camiseta roja consigue, al fin, lo que los
homínidos en algún tiempo: erguirse sobre sus dos piernas. Una embestida más de
vómito amenaza con regar el asfalto. El hombre saca un cigarrillo e intenta
avanzar por la carrera de San Francisco, ya convertida por completo en un río
de peces muertos, una lenta sopa de cosas que no parecen vivas. Una mano
anónima extiende una silla, acaso para evitar el destrozo y asegurarse así algo
más de espectáculo. Nunca tres pasos tambaleantes fueron celebrados con tan
tabernarias carcajadas. Si el caballero inglés quisiera, podría llenar sus
bolsillos con la calderilla de quienes ven en él el mejor payaso de la
madrugada. </div>
<blockquote class="tr_bq">
<br />
<b><i>"No hay que olvidar la noche. Hace falta volver a ella. Ponerse de pie en ese escalón del día donde la vida traviste en fantasma. Ese momento donde surgen los besos agusanados y los puñetazos de quienes tienen miedo de volver solos a casa"</i></b></blockquote>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En el filo de la acera, con los pies llenos de saliva,
sangría y azúcar, miro el lento desolladero. Veo la espalda de este hombre sobre el que alguien ha descerrajado una desgracia nocturna. Observo. Me detengo en el morro sangrante
de los que beben, de esos a los que se le va la vida en un vómito de pizza y
mojito. Me detengo, intento recordar lo que veo.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Celebro con mi silencio de vestal sin vientre la furia de
otros. A las cuatro de una madrugada de agosto, viene a mi cabeza una novela de
Salman Rushdie que leí hace años, en un país extinto que me olvidó como olvidan los hogares a los que beben sin parar. El libro de Rushdie hablaba
de dos gemelos que nacen al filo de la media noche: ese<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>segundo que antecede al día y la
oscuridad, esa posición del segundero donde si alguien nace, lo hace a la mitad
de su vida, siendo el anterior y el próximo, siendo todas las horas en una distancia,
a solas con su celaje, como una sombra. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
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<div class="MsoNormal">
A mi alrededor veo espectros, gente muerta que vino a beber
para resucitar de otra forma. Me reflejo en ellos. Me pregunto cuándo me tocará
a mí la calderilla, el cuerpo a cuerpo contra otra soledad.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Así, en el filo de una acera llena de
babas , pienso lo mismo. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">No hay que
olvidar la noche</i>. Hace falta volver a ella. Ponerse<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de pie en ese escalón del día donde la
vida traviste en fantasma. Ese momento donde surgen los besos agusanados y los
puñetazos <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de quienes tienen miedo
de volver solos a casa, aunque no lo sepan.</div>
La KSBhttp://www.blogger.com/profile/12057176378529146286noreply@blogger.com0