martes, 11 de mayo de 2010
Los pases, como las críticas y los golpes…
Lo intenté el verano pasado, pero tuve que dejarlo a causa de una grave lesión en el sentido del ridículo. Fueron semanas de baja leyendo Futbol against the enemy, de Simon Kuper. Hice lo posible por aprender recibir pases e intentar hacerlos. Que estuviesen bien hechos no estaba en mi lista de buenas -pero novatas e inexpertas- intenciones. Pero me encontré con el primer problema. Los pases, como las críticas, los besos o los golpes, resultan mucho más complicados de recibir que dar.
Puestos con la adrenalina, el noséqué del ya-ya-espera-a-ver, apuntar y disparar resulta un arrebato, un acto de locura, una desafinada desinhibición de la que podemos no ser conscientes. Uno va, ejecuta su mamarracho a solas y tan tranquilo. Pero no sentirse torpe, sonrojado o imbécil intentando controlar un balón que se escurre veloz mientras te repites “no lo dejes pasar, no lo dejes pasar, no lo dejes pasar” es casi tan difícil como mantenerse de una pieza cuando alguien -o algo está- a punto de cortarte en pedacitos con una mirada –o porqué no, una sonrisa- demoledora. He allí el primer punto: sobreponerse al efecto pendular de un pase. La pelota, en ese instante un cuerpo en movimiento, proviene de alguien que lo envía.
Figurémonos indefensos ante ese cuerpo esférico y escurridizo. Y te repites: “controla con la cara interna del pie, controla con la cara interna del pie”. Concéntrate, mujercita. Ajá, vale. Muy lento, muy lento. Y uno sintiéndose aún más idiota. Primero vencer la propia torpeza practicando el tiro contra la pared, venga. Y una vez superada la vergüenza del frontón, entonces venga el pase con el mártir que se inmola enseñándote. Y entonces venga la derrota del beso, el insulto o el puñetazo. Te desmoronas con el pedazo de cuero que los fines de semana te arranca gritos y que ahí, tendido en el césped, te fulmina con sus botes inconstantes.
Quince minutos. No es que no recibas un pase, ¡es que los desvías! De ser un defensa, probablemente se lo colocarías al media punta en bandeja. Y de ser el media punta, probablemente te enredarías con ella y terminarías por comerte el césped, con todo y esférico. (Este es el lugar para los chistes machistas acerca del cerebro de las mujeres, la incapacidad para el fútbol, y esas chorradas que dan audiencia). Y se supone que quien recibe un pase alivia la carga del que lo administra, y debe de hacerlo en espacios relativamente pequeños (no siempre,es cierto), pero sí rodeado de defensas que marcan como pirañas o, en su defecto siendo la piraña que arrebata el cebo al tiburón.
Del Bosque tiene montada una capilla de 30 apóstoles, es decir, la oncena por dos, más dos de repuesto. La liga está por acabarse (yo ya estoy pensando en la pretemporada). La Europa League está lista (tengo muy claro que no me apetece ir a Neptuno). La Champions League espera el 22 entre bostezos y desilusiones, y yo, miserable hooligan, me siento a repasar el apresto futbolero del que llevo reprobadas bastantes lecciones en el campo. Creo que nunca podré tener el gusto de entender el fútbol como lo hacen quienes saben y pueden jugarlo. Tendré que estar confinada al marginal gusto del comedor de pipas y fumador de puros. ¿Me tocará releer a Kuper de nuevo?
Nooooooooooooooooooo. Creo que mañana me compraré un balón nuevo.
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