Después de una desastrosa e irregular edición dedicada a Los Ángeles en 2010, Carlos Urroz, el nuevo (y precipitado) director de ARCO, retoma el criterio que su antecesora Lourdes Fernández intentó eliminar sin éxito. ¿El resultado? Un nuevo fracaso en el haber de esta feria, cada vez más obsesionada en su regusto por el brocado pueblerino y todavía mucho más firme en su vocación por el despropósito.
Con el aniversario a cuestas –la feria cumplió 30 años-, ARCO se expone al bochorno de un balance que es incapaz de sostener. Números rojos. Una completa bancarrota estética e intelectual. Un proyecto que nació apoyado en la ortopedia del subsidio del Estado llega a las tres décadas arrastrando los mismos problemas que hicieron renunciar a Juana de Aizpuru a la dirección en 1986 o al comisario encargado de la selección de la edición alemana de la feria Kasper Köing, en 1996.
Con Rusia como el país invitado -¡Rusia, uno de los de mayor extensión y complejidad política, ideológica y social en Europa!- la representación nacional apenas alcanzó las 8 galerías. ¡Ocho galerías! Parece difícil que la totalidad del arte contemporáneo del país de donde surgió Malévich y que padece, cada vez más, la osteoporosis de su democracia –a pesar de la Perestroika- pueda explicarse en tan sucinta criba.
La selección de este país, además de escasa, asombró por su discurso monocorde y achatado, dos rasgos muy perfilados en una convocatoria que cada día parece más un corralón en el que pastan abuelas y madres con carritos que una feria de arte. A diferencia de grandes convocatorias como Frieze o Art Basel, ARCO parece incapaz de producir un debate sobre el arte que vende.
Entre los cromos más mediáticos de las galerías rusas relució, en efecto de estornudo entre los visitantes, la galería moscovita M & J Guelman, que mostró Radical Abstractionism, cuatro obras del artista ruso exilado en Praga Avdei Ter-Oganian. La obra de Ter-Oganian, que levantó picores y alergias en la delicada piel del primer Ministro Vladimir Putin, ha pasado desde los juzgados hasta la más explícita censura cuando el Gobierno ruso impidió que las piezas Radical Abstractionism fuesen expuestas en el Louvre en la muestra Contrepoint: l'art contemporain russe, de l'icône à l'avant-garde en passant par le musée. Las obras, que finalmente fueron expuestas en el museo parisino, son conservadas por M & J Guelman casi cual reliquias alrededor de las cuales se impuso más el asombro que la reflexión.
¿Una visión panorámica de este ARCO? (¡Qué peligro de palabra!) 197 galerías, 20 menos que el año pasado. Y así como se mantuvieron algunos clásicos españoles e internacionales, también persistió el gusto por exhibir un arte vulgar y simple. Damien Hirst y Julien Opie, artistas fáciles de digerir y cuyas obras, de colores vistosos, parecen venir como anillo al dedo para dar más bombo a un encuentro al que le falta de todo menos pintoresquismo. Apenas los Solo Projects (así se llama a la selección de galerías que participan con un solo artista bajo una convocatoria comisarial específica) se preocuparon por proponer, con sus bemoles, algo cuya complejidad sobrepasara al Pop art bajo en calorías.
Centrados en Latinoamérica, los Solo Projects contaron con la participación de 13 galerías y tres comisarias: Luisa Duarte, crítica y curadora independiente brasileña; la comisaria venezolana Julieta González y Daniela Pérez, curadora mexicana asociada al Rufino Tamayo. Patrocinio de la AECID aparte –el omnipresente subsidio de esta feria reluce, otra vez -, la selección de los Solo Projects creó saltos e interrupciones, a veces injustificadas duplicidades como la de la galeria Faría+Fábregas, pero también afirmaciones –desatinos para algunos ortodoxos- donde lo identitario no se limitó al insistente recipiente de la nacional.
En el concierto de lo eurocéntrico, la propuesta de la venezolana Julieta González resaltó, justamente porque es difícil precisar si se trata de arbitrio o ironía. Tres de los cuatro artistas seleccionados por González no eran latinoamericanos: Terence Gower (canadiense), Lothar Baumgarten (alemán) y Antoni Miralda (español). Sólo el argentino Sergio Vega parecía cumplir el requisito nacional exigido para agrupar, coherentemente, un discurso.
¿Ejercicio o subversión? Frente al discursillo exotista, necesariamente territorial, de este tipo de proyectos que entienden lo latinoamericano como una categoría fija, la selección de González podría haber sido un guantazo o un accidente. Respuestas aparte, el resultado tuvo un efecto agradecido. Detuvo bostezos y propuso, al menos, una interrogante en una feria en la que, este año, del total del programa general, apenas 11 galerías pertenecen a América Latina, cuando en 2008 la cifra total era, también, un modesta selección de trece .
Como si la mirada asombrada sobre lo Latinoamericano (desde el Baumgarten de manual hasta las bitácoras gustativas de Miralda) intentara ser disuelta en su propia exageración, la propuesta de Julieta González jugó al desconcierto, a diferencia de las lecturas –necesariamente planas- que se nos han inoculado sobre el tema desde estos círculos donde suelen ser tan bien aceptadas propuestas como las de la galería neoyorquina Douze and Mille con un trabajo -ofrecido sin ningún tipo de contexto- que podría pasar por confitura antropologista, de no ser por el hecho de que está realizado Ángela Bonadies y Juan José Olavarría, dos artistas cuyo estudio de lo urbano y la crítica a “la modernidad” cuenta con suficientes credenciales.
En lo que a las editoriales se refiere, saltaron a la vista verdaderos y sacrílegos inventos, como incluir a Neo2 en el mismo saco que ART in America o Art Forum, y en los stand institucionales y de empresas saltaban a la vista mensajes del Apocalipsis, por no decir verdaderos manifiestos corporativos, como fue el caso de el Grupo Prisa con su instalación Los Carpinteros, una sala de juntas que se supone ha estallado en pedazos y que permanece, detenida en el aire, ante la mirada de los espectadores. ¿Réquiem por CNN Plus?
De esta convocatoria número 30 podrían decirse miles de cosas más. Podrían mencionarse, claro está, honrosas excepciones como el alemán Hans-Peter Feldmann y la artista iraní Sara Rahbar, representada por la galería Hilger Modern Contemporary... Que la vocación de comunicarse entre los artistas contemporáneos sea poca o nula... eso no es nuevo. Que los comisarios intervengan y carguen ese proceso con discursos cada vez más pretenciosos, forma parte de un cierto mercadillo intelectual... eso tampoco es nuevo: pero que los círculos de producción y comercio de estos circuitos opten por embrutecerse y marginarse con sus propias reglas me parece francamente increíble. Es casi performativo. ¿Acaso la extinción es, también, una propuesta estética?