Cada paso hacia el Bernabéu dura minutos. Tropiezos. Tarantines. Revendedores. Bufandas. Pipas. Caramelos. Gente y más gente. Los Ultrasur –hinchas del Madrid agrupados bajo ese nombre- suben desde algunos bares alrededor del Paseo de la Habana. Cada vez que gritan “a por ellos, oéee”, me gustaría saber a quién más, además del equipo visitante, se refieren.
Detrás de los ultra -a veces entre ellos, a su alrededor, más allá o más acá- entran el anciano; el niño; el hermanito; el señor y la señora; el rentista; el chulito; el macarra y el repartidor; el obrero, el pijo de derecha; el pepero irredento y uno que otro rojo de centro izquierda, porque a la izquierda-izquierda –por progre- muy poca veces, o nunca, le iría al Madrid. Y si preguntaran en ese estadio quién mató al comendador, todos responderían Fuenteovejuna, Señor.
Hace cuatro grados de temperatura y 60 años desde que el estadio está en pie. "En 1964, en la Eurocopa, Marcelino marcó el gol del triunfo contra la Unión Soviética y Franco, que estaba sentado en ese palco, allí, justo allí, se puso de pie...", dice un anciano abonado, mientras otro, con un grueso puro en la boca le responde: "Será que el cabrón estaría salvando el culo, porque todo el mundo decía que ese día le iban a poner una bomba".
Cuatro años antes, el régimen de Franco, desde el principio autopromocionado como el “primer vencedor del bolchevismo en el campo de batalla” –no en vano a los republicanos les llamaban “rojos”- no permitió a España enfrentarse a la URSS en los cuartos de final de la Eurocopa de 1960. Sólo a cuatro días del encuentro, la Federación Soviética recibió la noticia de que gobierno español había prohibido a los jugadores viajar a Moscú para disputar el partido de ida. Llegó entonces 1964. España celebraba 25 años bajo el mando de Franco y cuatro desde la última Eurocopa.
Después del cabezazo de Marcelino Martínez en el minuto 39 del segundo tiempo, el partido quedó dos a uno. El seleccionador español José Villalonga ofreció la copa a “su excelencia el Jefe del Estado” y el delegado de Educación Física y Deportes, José Antonio Elola, remató: “Éste es el gran triunfo deportivo de la Paz. Es nuestro ofrecimiento al caudillo en los Veinticinco años de Paz”. Año 1964. España nunca volvió a ganar una Eurocopa. Lo demás es historia, misiles, bocattas de chorizo y fichajes de 32 millones de euros.
“La liga sabe a Derby, a domingo, a pipas, a caña bien tirada...La liga sabe a fútbol, la liga sabe a Maou”, dice el comercial de esa cerveza que patrocina la liga española. Si no fuera por esta noche, diría que los publicistas de la marca de cerveza cultivan los lugares comunes. Pero en efecto, la liga sabe a eso y bastante más. Raúl y Van Nistelrooy juegan de titulares; Guti ha quedado como suplente y los pases de Sergio Ramos van al equipo contrario. Molestias van y vienen. En las butacas del estadio rechina esa manera local de hacer equipo: amar es destrozarse. Y si ganan, la pelea ya no será por la victoria, sino la aclaratoria sobre quién la predijo primero. “A por ellos, oéeee”. Son lo que son: ese desastre con Rey. El estadio grita gol. ¿Quién mató al comendador? Fuenteovejuna, Señor.