miércoles, 30 de septiembre de 2009

Soy yo, el gorrión



"¿Pinta usted? -. dijo el prof. G.
No, pero en cierto modo el resultado es el mismo".
Alejandra Pizarnik. Textos. (Humor) Sin fecha.


Vengo de una familia de mujeres imposibles, mujeres demasiado valientes para ser ciertas.Vengo de ellas como quien procede de un viejo y extinto linaje, una nobleza de herederos descastados, incapaces de honrar sus modales.

Las mujeres de mi familia, insisto, eran hermosas y parecían haber nacido ya formadas. Venían ya hechas, por eso sabían cómo reaccionar ante todo: la muerte, el nacimiento, el olvido, el abandono, la soledad de las máquinas Singer y el viento duro que soplan hijos y maridos. Todo lo sabían, todo.

Las miro con atención. Repaso sus fotos. Sus anillos. Me gustaría vestirme como ellas, pienso. Me gustarías vivir en casas como las suyas y presidir enormes zagüanes en mecedoras de madera. Me gustaría haber alumbrado con su fuerza. Me gustaría, insisto, vestir sus zapatos.

Ellas vienen de otro siglo, de otro tiempo, de otro lugar que ahora se me antoja habitable, perfecto y sincero. Ha de ser la tarde, el calor y el sonido de una chicharra triste al final del invierno. Falta poco para que la lluvia se marche definitivamente. Y aún así no entiendo de dónde sale esta costura que estropea mi ropa y me separa de las bellas. Porque eso son. Las bellas.

Desde hace unos días he comenzado a escribirles cartas; imaginarias y reales. Varias de ellas las dirijo a una en especial. Estoy segura de que, si pudiera leerlas, cantaría algo hermoso, me diría esas cosas que sólo ella era capaz de saber, con esa sabiduría de manos cuarteadas y ojos limpios. Siempre pensé que ella sabía hablar con los pájaros. De otra forma, no habría manera de explicar cómo, desde su balcón en un primer piso, era capaz de verlo y entenderlo todo.

Aquí, en esta carta rara e impotente, sólo le pido, si me está viendo atravesar la calle, que susurre. Que me explique el vuelo de otros pájaros mecánicos que depositan gente en tierra. Trasunto de viajeros. Gallinero feroz. Aeropuerto en punto. Llegadas y salidas. Gorriones en el cableado de la luz.

Si me estás viendo, susurra. Puedo oírte, de verdad. Susurra, por favor. ¿No me reconoces? Soy yo, el gorrión.

martes, 29 de septiembre de 2009

Leñador, mírame


A quién si no a ti, leñador.

En un bosque hipotético, un gigante hipotético se mira las manos. Como todo gigante, está triste y furioso. Lo hace con esa ambivalencia con la que sólo estos grandes hombres saben desarmar a quienes los observan a escondidas: sus enormes pulgares heridos, esas rodillas que parecen islas y el corazón hecho un pantano. Para sentirse menos solo, el gigante blande su sierra contra la nada. Lastima el aire con sus ganas. Esas ganas de llorar que esconden los gigantes en sus pechos de leñadores.

También en un bosque hipotético, un árbol hipotético se ha derrumbado antes de tiempo. Nacido de una espora venida desde México, el ejemplar creció a trompicones, abriéndose paso a pesar de los líquenes y los aeropuertos. Raro, muy raro sin duda, tenía la impronta del sauce pero el arrojo de los árboles de caucho, esos que crecen contra todo. Siempre rebelándose contra su flemático destino de arrebato, el árbol aguantó, fuerte, único en ese hipotético bosque de bonsáis y matas plásticas. Entre sus raíces durmió muchas veces el gigante que ahora entristece. A su sombra tuvo sueños dulces. Soñó cosas con las que sólo sueñan los gigantes. Y como si de un melocotonero se tratara, el árbol dio al gigante frutos suaves y jugosos. Pero su cepa, maltratada desde algún regreso, dejaba un gustillo amargo en cada bocado de sus frutos. Por eso al dulce sueño el gigante sumaba siempre una lágrima inesperada. El mordisco amargo, la lágrima escondida acudía siempre, cual pequeña herida triste que el árbol no podía perfumar . Para remediarlo, el árbol intentaba mudar en cada estación, a pesar de sus raíces, a pesar de sí mismo. Intentaba cambiar la cepa amarga de su dulce perfume. Así estaba el árbol cuando lo sorprendió una ventisca.

En el mismo bosque hipotético, un gigante y un árbol caído se topan de frente. No necesitan preguntas. El perfume lo dice todo. Pero un gigante triste no sabe qué hacer con un árbol muerto. Lo cree deshecho. Lo cree incapaz de emprender el vuelo y aspirar el viento. ¿Acaso no había leído el Gigante a Rodolfo Santana? No, no lo había leído. Es un gigante triste y los gigantes tristes no entienden canciones ni arrullos. Aunque caídos, los árboles mueren de pie. Por eso el suelo nunca los toca. Por eso su copa sigue enamorada del viento que los mece y los gigantes que regresan, tristes, a dormir la siesta en su difunta sombra.

En un bosque hipotético un gigante enfurece por la muerte de un árbol que fue dulce. Para sentirse menos solo, para desbaratar su desdicha contra algo, el gigante blande ahora su sierra contra el abatido sauce que parecía caucho. Cree que lo mejor sería hacerse un nuevo juego de comedor que parezca roble. Lo que el gigante no sabe es que, en la soledad de un bosque hipotético, un perfume amansa las fieras y esconde las sombras. Es el fruto haciéndose de nuevo. Es el milagro esperando no ser leña para fuego.

Leñador, acércate. Leñador, mírame. Ese árbol no está muerto, sólo está caído. Recuerda, leñador, los arboles mueren de pie.

Leñador, mírame.

Leñador, escúchame.

No soy una hipótesis. Soy el bosque susurrándote al oído.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Sobre las piñatas y otros propedéuticos


Hoy, por alguna razón, me levanté pensando en piñatas. No hace mucho organicé una (la segunda después del osito amoroso de mis ocho años). Y aunque esa vez, a mis 24, pretendí lo mismo, no funcionó. Todo fue demasiado adulto. Ningún ajusticiamiento es moderado. Nadie se pone de acuerdo para apalear un muñeco así como así, sólo porque sería una buena idea. No. La piñata es un instrumento de la infancia. Un propedéutico ciudadano y sentimental con el que aprenderemos a reír y golpear al mismo tiempo, como si lisiar a un osito a palazos fuera algo normal.

Las piñatas son el abecé del hombre masa, la gragea del alegre maltratador, el proyecto del juez y delincuente que seremos. Ocurren siempre en el transitado patio de colegio, en la plaza del barrio o el parking del edificio. Se celebran en sitios públicos, en lugares de paso para el escarmiento y la alegría.

Decorado el lugar para la ocasión, la piñata requiere el acompañamiento, el sentimiento primigenio de multitud que un niño puede tener a su alcance, familia y amiguetes. Y todos arengan al enclenque homenajeado en su paliza contra el superhéroe o la princesa de papel higiénico al que, curiosamente, ha elegido por una cuestión de afecto. Y ahí radica otra sádica característica de la ocasión: el niño escoge una figura por la que existe algún afecto, para pegarle más duro. Con la mayor suma de felicidad y bienaventuranza posible.

Porque las piñatas son y han sido siempre lo mismo, un festivo linchamiento, un sacrificio en honor del anfitrión y sus invitados, una tierna lapidación con tarta y gelatina de fresa al final de la masacre. La piñata es el único crimen contra los derechos humanos al que eres invitado con una linda tarjetita. “Ven a mi cumpleaños”, algo así como, ven al linchamiento que ofrecen mis papis.

Algunos padres intentaron alguna vez enmendar la crudeza del ritual. Pero en lo que a piñatas se refiere, de nada sirven los paliativos civilizadores. Eso de sólo abrir la panzuda coraza, sacar los caramelos y arrojarlos cual improvisada lluvia, ¡ni pensarlo!

El verdadero espectáculo de la piñata consiste en el acometimiento colectivo de su fin. Se trata de aguardar por el turno. Esperar ansioso el grueso palo de escoba y una vez con él en las manos, dárselas de feliz verdugo y emprender a palazos contra el mundo. Entonces uno golpea ciegamente, con furia y ansiedad. Uno golpea con la esperanza de ocasionar el diluvio de caramelos, soldaditos, confetis y piruletas. Lloverán caramelos, se dice uno, con la mano derecha metida en una bolsita de plástico –a juego con la piñata- dentro de la que se sancochan los dedos.

Y cada quien desarrolla su propia coreografía criminal. Las niñas de nueve lo hacen de una forma distinta de las de cuatro, que apenas tienen fuerza y altura para llegar al monigote. Los primeros y más feroces suelen ser, sin embargo, los varones. Sólo superados en número y resultados por un cierto tipo de abuela cabrona, de procedencia no del todo identificable, y que suelen ser las más crueles a la hora de arrebatar caramelos. Lo hacían con la saña de la medicación caducada, raspándole a uno el alma contra la grama con esas uñas color escarlata.

Hoy, por alguna razón, me levanté pensando en piñatas. Sentada en una antigua plaza de la ciudad, desplumo palomas con el corazón. Repaso con horror el ritual de la piñata. Y aunque trato, no puedo evitarlo. Temo ser el osito amoroso de crepé que alguien –alguno de esos niños- destrozará con saludable ahínco.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Es (sólo) un relato


"Violently happy/ Overemotional". Björk. Violently happy

Sus pies están torcidos hacia adentro. Parecen esculpidos desde otra vida justo para ese momento. Ella era una mujer sin sueño que en sus ratos libres solía soñar con bosques y escribir en libretas negras. Como los peces, las noches nadaron en cardumen hasta la orilla de su lápiz. Se despeñaron bosque abajo. El lavamanos chupó lentamente el agua. Se hizo de día aquella noche.

Ahora la veo pasar a menudo a la pobre. Camina colgada cual camisón en tendedero. No avanza ni llega. Sólo se columpia. ¿A quién miran sus ojitos de colgante? ¿Con quién sueña ahora la mujer sin sueño? ¿Adónde fueron sus libretas? Al Sur, detrás de los pájaros.

En una estepa silenciosa un reloj deja pasar el tiempo. Tic. Tac. Tic. La mujer sin sueño se columpia como sólo saben hacerlo los sacos de arena en las tramoyas de los teatros. Hasta que un buen día la rama se rompa y se haga de día, otra vez, aquella noche.

Menos mal que ella no sabe cantar, así el telón no tendrá que caer. Para ese entonces, la mujer sin sueño habrá encontrado el cardumen, el lápiz y una percha desde dónde guindar sus ojos al viento.

viernes, 18 de septiembre de 2009

A los pececitos de oro ni los tocó

"Archimboldi tenía una visión de la literatura en tres compartimentos (...): en el primero estaban los libros que él leía y releía y que consideraba portentosos (...). En el segundo compartimento estaban los libros de los autores epigonales y de aquellos a quienes llamaba la Horda, a quienes veía básicamente como sus enemigos. En el tercer compartimento estaban sus propios libros". Roberto Bolaño. 2666

Si Arturo Belano es el narrador de la historia de Benno von Archimboldi, un soldado que podría ser el escritor que todos buscan, entonces Bolaño hace lo que los genios, liarse a tiros con una katana literaria, levantar su propio reino. Vivir y mandar en él como quien más.

En el país de la ficción, Bolaño parece prócer. Una estatua para llorones, souvenir para ágrafos, detective de los que sí escriben. Porque en Bolaño, a diferencia de Vila Matas, la más rabiosa tristeza es la bujía de una historia que siempre es la misma, aunque esté escrita en varios trozos.

Si en efecto, como dice Ignacio Echevarría, es Arturo Belano quien cuenta todo esto, 2666 y sus cinco partes, Bolaño sigue, monarca, en su mundo de los muertos. Reina, perfecto, en su trono. Hace libros desde la muerte y nos los envía, cariñoso, a nosotros, sus descastados.

Voy a terminar por creer que en verdad el chileno logró lo imposible. Le rompió la piernas a Macondo. Mandó al hospital a las mariposas amarillas. Enterró una muleta en La casa verde de La región más transprente, El Laberinto de la soledad se lo comió cual sopa de macarrones con queso servida en una cafetería de la frontera y el hielo de Buendía lo derritió en un whisky. A los pececitos de oro ni los tocó, ellos ya estaban ensartados, hace años, en otro anzuelo. El suyo, me da por pensar, ahora duerme en el Port Olimpic.

Bolaño, ¿dónde firmo? Yo quiero apuntarme a Sonora, el nuevo Yoknapatawpha de los chicos nebulizados y las muertas de cabello largo hasta la cintura.

Atentamente,

KSB.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Variaciones del No.


"La palabra libertad le sonaba a Espinoza como un latigazo en un aula vacía. Cuando despertó estaba sudando"
. Roberto Bolaño. 2666

No dices. No quieres. No escribes. No sabes. No preguntas. No respondes. No haces. No quisiste. No hiciste. No puedes. No pudiste. No supiste. No tienes. No entiendes. No piensas. No creas. No aciertas. No aclaras. No sales. No entras. No encuentras. No aceptas. No arreglas. No ordenas. No recuerdas. No repites. No rebajas. No reduces. No aumentas. No duermes. No comes. No vives. No hueles. No oyes. No sabes. No cabes. No dejas. No empiezas. No terminas. No comienzas. No vas. No fuiste. No regresas. No sientes. No buscas. No encuentras.

No.

No te pintes así, Cesárea, que me pongo triste.

martes, 15 de septiembre de 2009

Hueso de mis huesos


Sinceramente, creo que me estaba volviendo loca. Esas voces que escuchaba (voces, nunca rostros ni bultos) provenían del desierto” (Azucena Esquivel Plata a Sergio González).Roberto Bolaño. 2666

"Por ello, corren arroyos sin decirlo, apenas tendidos entre el verde y las nubes que han copiado". Adriano González León. Hueso de mis huesos

Eras las seis de la mañana. Vestía deportivas, camiseta blanca y unos jeans derrotados y caídos. Salía, como todas las mañanas, a dar un paseo. Algo fétido soplaba en el aire, hueso de mis huesos, un tufo a naranja podrida y mierda tibia al sol. Ay, hueso de mis huesos. Qué inmundicia.

Aquel lugar igual podía ser un banco en el desierto de Sonora, la calle del barrio de toda la vida –las mismas casas, envejecidas y desganadas- o un parque con gallinas flacas. Esa mañana, hueso de mis huesos, podía ser cualquier cosa.

Sin saber porqué, sacó del bolsillo una bolsa del súper. La abrió sacudiéndola en el aire, como si alisara una camisa de golpe. Sin tenerlo muy claro, dio unos pasos. Uno, dos, tres… hueso de mis huesos. Entonces se detuvo.

Sus deportivas se toparon con una serpiente, una jugosa y gruesa culebra enrollada sobre sí misma como una caracola de canela sobre el pavimento. Extendió su mano y la cogió por la cabeza. La serpiente comenzó a repartir coces de agitada serpentina.

La sostuvo, muy fuerte. Mientras el reptil daba sus azotes de látigo en el aire, ella parecía regar el césped con una manguera furiosa y estropeada. Con la mano libre sostuvo la bolsa del súper y guardó en ella a la serpiente. Hizo un moño fuerte y siguió su camino.

Eran las seis de la mañana, vestía deportivas, camiseta blanca y unos jeans derrotados, cuando, inexplicablemente, sacó a pasear una bolsa. Una bolsa del súper agitada en su interior por una serpiente. Enloquecido paquete, cual sangre que golpea un corazón o gatos que riñen dentro en un saco. Eso fue lo que pasó, hueso de mis huesos. Tal cual como te lo cuento.

Así ocurrió, hueso de mis huesos.


viernes, 11 de septiembre de 2009

Ulises Lima piensa en Barcelona


"Amanece otro día en que no estaré invitado
ni a un momento feliz"
Jaime Gil de Biedma. De Senectute


La culpa es de Bolaño, Arturo Belano y Ulises Lima. También de Marsé, niño clavileño prendido de aquel broche. Culpables, todos. Goytisolo, Vázquez Montalbán y Gil de Biedma. Herralde y compañía. Balcells y sus secuaces. Una catedral convertida en tobogán hace flexiones en una cafetería de la calle Mallorca. La ramblas y sus gallos en situación de rehenes. Santa Catalina y sus hervores. Una cuesta para caracoles que sueñan con el Parc Güel o una ciudad cuyo mar huele a gasolina y guayaba. Algo se enciende dulcemente. Es la ciudad acelerando en la memoria. Los adoquines del Paseo de Gracia rompiendo contra las farolas y mis pies durmiéndose a mitad de camino hacia ninguna parte. Amanecí pensado en bicicletas. Amanecí pensando en Barcelona.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Flugzeuge i sobre altres avions



"Todo había empezado, según Piel Divina, con un viaje que Lima y Belano hicieron al norte, a principio de 1976".
Roberto Bolaño. Los detectives salvajes

Se sabe lo justo de ellos.

Que despegan y aterrizan.
Que se retrasan o adelantan.
Que caen o desaparecen.
Sabemos de su perfume agridulce
y sus bandejas de comida sospechosa.
En ellos todo es igual,
ocurre de la misma forma,
en un tiempo sin carbono.

Alguien se marcha o regresa,
gritando palabras apagadas.
Aviones.
Se sabe lo justo de ellos.
De sus pasajeros también.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Que si la ciruela o el barbero


En una redacción bastante más decorosa que ésta, David Gistau escribió en su Barra Brava de los lunes una ácida ciruelita en el manual de las apreciaciones. No puede atribuírsele el fruto seco al columnista, pero tampoco regateárselo. Decía el rabioso periodista: si en literatura hay que hacer una diferencia entre los que hacen frases y dicen cosas, en el fútbol hay que distinguir a los que hacen jugadas de los que juegan. Se refería, por supuesto, a los merengues del sábado pasado.

Obsesionada como estoy últimamente por los cortes de pelo y la simetría de las autovías, se me ha ocurrido comparar el asimétrico corte de pelo a lo Victoria Bekcham con la estructura actual del conjunto merengue: una abundante melena delantera y severo trasquile en la nuca (de ahí lo indecoroso y reprochable de este post). “Un corte de pelo puede ser asimétrico, un club de fútbol no”, me respondió mi esposo con una cierta indignación por la barbaridad que acababa de decir.

Prefiriendo la ácida ciruelita de Gistau a la deslucida comparación de un corte de pelo, los merengues hacen de perezosa yema que no levanta en suspiro. Mal de amor de la primera jornada y morbosa apostilla del sorteo de la Champions, el rabioso Madrid sufre de un Xabi del juicio y de un cariado y purulento Arbeloa en su afilada dentadura. Que hay que darles tiempo, dice García Caridad. Que la cosa está muy cruda y la liga muy tiernita. Que el césped anda aún sin estrenar. Que si el mercado de fichajes aún no estaba cerrado. Que si la ciruela o el barbero.
p
Mi enciclopedia europea del fútbol, mi cerveza sin alcohol de mierda y yo nos entendemos, a golpes, con el televisor y las futbolerías. Hacemos lo que podemos. Pedimos una borrachera o una fiesta como las de los azulgrana. Fútbol, coño, futbol. Como el que hace Villa cuando se calza sus botas azul asturiano y, cual Pelayo, agita las cuerdas en la red del oponente.