martes, 11 de diciembre de 2012

James Ellroy: “Vosotros los europeos sois predecibles, por eso soy controvertido aquí”


Son las dos menos cuarto de un jueves en el que llueve a cántaros. En el número 40B de la calle General Perón el escritor estadounidense James Ellroy concede entrevistas a unos cuantos periodistas. El autor de La dalia negra está en Madrid por un día para participar en el seminario Literatura y Automóvil, organizado por la Fundación Barreiros.
En el pasillo no queda casi nadie, apenas el jefe de prensa y un fotógrafo. Desde la sala de espera puede escucharse la voz ronca y profunda del “perro rabioso de la literatura norteamericana”, como Ellroy se hace llamar. A través de la puerta, se escucha el susurro de un periodista que pregunta al escritor por la victoria de Barack Obama. De pronto, el silencio se rompe con el estruendo de la voz de Ellroy.  “No estoy aquí para hacer un jodido discurso, sino para responder a tus malditas preguntas. Si vas a hacerme preguntas, házmelas, pero no me toques los cojones, ¿quieres?”.
Nacido en Los Ángeles, en 1948, Ellroy ha sobrevivido a todo, incluso a sí mismo. Tras el asesinato de su madre cuando era apenas un adolescente, Ellroy se dio al alcoholismo y las drogas. Fue voyerista, pasó un tiempo en la cárcel por robo y actos de violencia. Se dedicó, durante buena parte de su pubertad a masturbarse compulsivamente y a entrar a las casas para robar  bragas usadas que inhalaba con ansiedad. Casi a los 30 dejó el alcohol y las drogas, consiguió un empleo como caddy en un campo de golf y se dedicó a escribir, así lo cuenta en su primera novela Requiem por Brown.
Hoy día James Ellroy reconoce dos cosas: que es el mejor escritor de novela negra que existe en la historia literaria de los Estados Unidos y que tiene grandes lagunas en las que se anegan nombres como el del mismísimo William Faulkner.  Ellroy lo lleva claro, sólo lee lo que interesa: novela policiaca, a la que se aficionó desde muy joven con folletines que su padre le traía. Es, para muchos, el maestro del género negro. Su estilo es directo, cortante, magistral, mucho más desde que publicó L.A Confidential , novela que forma parte del llamado L.A Quartet, que lo lanzó a la fama.
La calma vuelve al pasillo del número 40B de la calle general Perón. Se abre la puerta por la que asoma James Ellroy. Mide un metro noventa, viste pantalones blancos, camisa hawaiana y unas gafas redondas que hacen más brillante su rapada cabeza. Ellroy sonríe, muestra sus dientes blancos y alineados, perfectos para triturar manzanas o desgarrar filetes. Está sorprendido al verme. Había dado por terminada la ronda de entrevistas. A pesar de eso, extiende su mano, me invita a sentarme a la vez que enumera con los dedos de la mano: “No Obama, no presidential elections, no politics”.   Si se cumplen estas tres condiciones, puede que la entrevista con el Demon Dog llegue a buen puerto.
-Vino a Madrid para hablar de coches, pensé que sólo le interesaban el boxeo, las mujeres, los perros, la música clásica, la historia y la novela negra.
-Me gustan los coches. A ver, no es una moda o algo que en mí sea un interés pasajero. He tenido coches clásicos y fantásticos. Así que voy a hablar al respecto.
-Hablemos de dos cosas que a usted le interesan y que conoce muy bien: los asesinatos y las mujeres. ¿Cree que los crímenes cometidos por mujeres son más brutales, incluso literariamente más atractivos?
-No sería verosímil. Si mira las estadísticas, las mujeres no matan con la regularidad de los hombres. No hay asesinos en serie mujeres. Las mujeres suelen matar con una justificación, porque han sido sometidas a maltrato durante mucho tiempo o muchas veces porque reaccionan ante una situación determinante, pero no suelen ser el prototipo de un asesino.
-Usted ha dicho que sólo cuando escribió El gran desierto  se dio cuenta de que L.A Quartet era un cuarteto. Con La trilogía negra americana fue diferente, quizás por el hecho de que De Lillo le influyó. ¿Puede considerarse que lo mejor de su obra está pensado como conjunto y no como libros individuales?
-La dalia negra la pensé, libremente, como una novela que podría unirse, o no, a una serie. En cambio, desde un comienzo supe que American Tabloid sería el primero de una trilogía y sí, digamos que fue justamente en El gran desierto que empecé a pensar, a lo grande, en el L.A Quartet. Incluso, muchos de los personajes que aparecen en la Trilogía de USA provienen de LA Quartet.
-¿Por qué tardó tanto en escribir La dalia negra? Fue su séptima novela y sin embargo es una historia que deseaba escribir desde mucho antes.
-Tampoco crea que en ese entonces yo podía escribir todo lo que quería o lo que me venía en gana. No me había establecido como novelista. No era conocido. Para darme a conocer tuve que publicar primero una trilogía policial, crear un personaje para darme a conocer, que fue el oficial de policía Lloyd Hopkings, y sólo después pude proponerme La dalia negra. Mucha gente me dijo que no publicara esa historia hasta que no me afianzara primero como escritor.
-Tuvo una adolescencia difícil: el asesinato de su madre, el alcoholismo, la drogas, la cárcel. Sin embargo, en esos años usted ya sabía que quería escribir. ¿La furia de esos años le sigue funcionando como combustible de su escritura?
-Una persona escribe cuando está lista. Y yo lo hice cuando estaba listo, y tuve éxito haciéndolo. Probablemente no tenga la furia de aquellos años porque estoy más maduro emocionalmente y tengo una vista más amplia del mundo. Los libros que hago no los llamaría menos apasionados, pero sí menos furiosos. Escribo desde la furia pero no veo los libros como furiosos, los veo menos apasionados. Los libros de Ellroy, por decirlo así, son por un lado rigurosos, cerebrales y austeros, y por otro lado apasionados. Trabajo con esos dos elementos.
-En 1995, después de American Tabloid, usted interrumpió lo que iba a ser la Trilogía americana para dedicarse a un género como las memorias. Y lo hizo de un golpe, ¿por qué?
-Porque es el modo en que pude hacerlo. Eso lo describo en Mis lados oscuros. En verdad fue una coincidencia. En aquella época yo vivía en Connecticut y por navidad mi segunda esposa me consiguió una foto mía que hizo Los Ángeles Times  el día del asesinato de mi madre. Me dijo algo como, ‘¿tú recuerdas ese momento?’  Y entonces boom, todo me vino a la cabeza de golpe. Yo pensé que había resuelto a mi madre con La dalia negra. Luego, por coincidencia, un reportero de Pasadena Star-News me dijo que iba a revisar el expediente de mi madre para una historia que estaba escribiendo para GQ y fue ahí cuando me dije, tengo que ver ese expediente. Visité la oficina de homicidios sin resolver de Los Ángeles, fue allí donde conocí a Bill Stoner, él me enseñó el expediente y las fotos de mi madre asesinada… y así comenzó todo, fue una coincidencia.  Era el libro que tenía que escribir en ese momento y lo hice con toda la pasión y el rigor con que tocaba hacerlo.
-¿Nunca pasó más nada después de escribir el libro?
-Nunca supimos nada del asesino. Nada pasó.
-Usted ha escrito una historia del crimen en Estados Unidos, que es, hasta cierto punto, una historia social de Norteamérica. En estos 50 años, ¿quién es o quiénes han sido los asesinos en Norteamérica? ¿Han cambiado?
-Créame: No lo sé, ni me interesa. La historia termina para mí cuando termina la trilogía. Después de mayo de 1972 no tengo absolutamente nada qué decir.
-Usted odia Hollywood, pero Hollywood le adora, adora sus libros. Se han adaptado L.A Confidential y La dalia negra. ¿Cómo lo lleva?
-Tengo dos casas, una asistente a tiempo completo, pago impuestos. Me dan dinero por eso y para mí está bien. No pueden tocar mis libros. El resto, me la pela.
-El fenómeno Larsson, no sé si llegaría a Estados Unidos, pero en Europa significó una especie de boom con el género negro, y creó una confusión, incluso creó una versión light del género.
-Sí, a Estados Unidos llegó y fue exitoso. Vi la película y me pareció profundamente estúpida. Eso no tiene nada que ver conmigo. Es un fenómeno cultural y no me toca de ninguna manera.
-Estando en una época de crisis, el género de novela negra y policíaca suele cobrar más fuerza. ¿Está ocurriendo esto también en los EE UU?
-No lo sé y, créame,  es la verdad. No lo sé.
-Escuche. No voy a hablar de política. Sólo quiero saber porqué le molesta tanto cada vez que en una entrevista le preguntan su opinión sobre la actualidad política de su país. Porque no es la primera vez que pasa…
-No vine aquí para hablar de la actualidad norteamericana. Yo soy un producto de los Estados Unidos de los años cincuenta, que es sobre lo que escribo y es lo que me interesa. Vosotros los europeos son tan predecibles, siempre quieren extrapolar lo que ocurre en mis historias con la actualidad, por eso aquí siempre soy tan controvertido. ¿Y quiere que le diga algo? Lo sabía, desde el momento en que cogí un avión en Los Ángeles para volar a España el día de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, lo supe: me van a preguntar por Obama. Que lo que los editores de su periódico realmente quieran preguntarme sea qué pienso de Obama, me parece más bien triste.

sábado, 3 de noviembre de 2012

El medio metro de Marías

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Su entrada es nupcial: lenta, tardía y ceremoniosa. Avanza por el medio del pasillo de la Sala Ramón Gómez de la Serna del Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde ha convocado a la prensa, a las seis en punto de la tarde. Lleva una mano en un bolsillo, la otra permanece a  la vista. Viste una americana azul en cuyo ojal lleva prendido, como siempre, ese raro y diminuto camafeo de esmalte;  le acompaña una levísima sonrisa en el rostro.  Para no gustarle las ruedas de prensa, Javier Marías luce en verdad bastante cómodo. 

Ha sido Premio Nacional de Narrativa por unas horas. Lo que ha tardado el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes español en concedérselo  y él en rechazarlo. Es una cuestión de coherencia, dice él mientras lee un escueto comunicado de cuatro párrafos fechado el 25 de octubre de 2012. No aceptará nada que venga de una institución del Estado, llámese invitación, premio, reconocimiento, puesto, o lo que sea; dice. El último reconocimiento de ese tipo que aceptó fue en tiempos de Adolfo Suárez, en 1979, con el Nacional de Traducción. Tuvo otro, en 1998, que le otorgó la Comunidad de Madrid, pero no lo trae a cuento.

La decisión de evitar al Estado, dice, la tiene tomada desde hace tiempo. Año 1998, cuando resolvió mantenerse alejado de esas disputas que generan los salones del libro y los reconocimientos literarios. Todo esto lo explica sentado sobre una tarima desde donde nos mira, a todos, por encima de nuestra altura real. Nosotros estamos al ras del suelo, él se eleva algo así como medio metro. Y así nos habla, como si ese medio metro le viniera dado.

De habérselo dado, también habría rechazado el Cervantes, dice. Quizás han sido los premios internacionales, entre ellos el premio Austríaco de Literatura Europea o el Rómulo Gallegos, los que lo han hecho sentir menos ansioso por los premios españoles, explica. Pero no se trata de eso. En este país, donde existe la manía de “tergiversarlo todo políticamente”, esto será visto  como un desplante. De eso está seguro y entonces apoya su dedo medio e índice en su sien. Alguien pregunta algo. Marías arruga el gesto. No escucha. Las palabras del periodista no se elevan lo suficiente para llegar al medio metro de altura de más que lo separa de la sala.

Los reporteros insisten sobre si es éste un mensaje para el gobierno de los populares, a quienes ya ha comparado anteriormente con el franquismo, por la magnitud de sus recortes en los presupuestos de sanidad, educación y cultura. Después de aclarar que también lo habría hecho de haber gobernado el PSOE, Marías se despacha a gusto. “El dinero que no me van a dar ya podrían dárselo a las bibliotecas, que este año tienen un presupuesto de cero euros”.

Transcurrida  una hora de preguntas y disparos de cámaras fotográficas, la conferencia de prensa se vuelve circular. Marías repite a Marías. Y su frente, como la de una actriz cansada, brilla de sofoco y cierta extenuación. Un pañuelo, por favor.   El novelista pregunta si existe alguna otra duda más. La verdad es que, si quedan, el micrófono ha dejado de circular hace rato en la sala. El escritor se pone de pie. Un último enjambre de reporteros gráficos se abalanza sobre la tarima. Él vuelve a sonreír, aunque nunca ha dejado de hacerlo del todo, y baja al suelo de mármol, sobre el que sigue caminando, todavía,  con su medio metro de más  pegado a la suela de los zapatos.

sábado, 13 de octubre de 2012

Madrid, 13 de octubre. Seis años




Me daba a mí por imaginar cosas, por buscar palabras y anotarlas en libretas, por pensar que era posible contar historias como en verdad ocurrían. Me tomaban por sorpresa los ancianos con acordeones, las estaciones de metro de Argüelles y Moncloa , los autobuses bajo la lluvia, las calles inundadas por paraguas y las farolas sin sueño del paseo pintor Rosales a las dos de la mañana.  Entonces siempre llovía y yo siempre pensaba en volver.
Pensaba que las cosas eran rápidas y sencillas y que las historias se escribían solas. Que ellas nos escogían para contarlas y no que había que cogerlas, fuertemente, como se hace con las palabras cuando se desbocan. No entendía yo que lidiaba con caballos a dos patas. Ignoraba cuán fuerte había que tirar de las riendas para que cada párrafo no echara a correr cuesta abajo.  No sabía yo que esta vida era una doma.
 Cuando llegué aquí  tenía mucho menos claro el sonido de las multitudes y el valor que van cobrando los días cuando se juntan, unos junto a otros, año tras año, como un conjunto invisible de verdades que se revelan, amarillas, sobre las paredes. No entendía el valor de una habitación con ventanas, cuán importante es una noche continua de sueño o el abrazo recuperado de a quienes en verdad echas de menos.
Aprendí a perder. A darme cuenta de que perdía lo aprendería mucho después. Perdí la costumbre de las libretas y dejaron de sorprenderme losancianos con acordeones. Todavía me impresionan los aviones y los autobuses bajo la lluvia. He perdido la costumbre de salir a caminar bajo la noche y también la idea de que las historias se cuentan solas.
Cuando llegué aquí, hace seis años, no pensé que quien se marchaba de un lugar lo hacía de esta forma, tan como si no ocurriera. Porque comienzan a llegar los días en que los regresos se parecen cada vez más a las visitas. Y cuando menos lo esperas,  descubres que has estado marchándote demasiado tiempo.
Me bajé de un avión en la Terminal 4 de Barajas, hace seis años. Era un trece de octubre. Llevaba entonces, creo, dos maletas llenas de ropa que no abrigaba. Y entonces creía que iba a algún sitio. Pensaba cosas definitivas que debían cumplirse en plazos más o menos  perentorios. Pero los días, como los equipajes, se extravían. Y cambian los viajeros de sitio como los aeropuertos de año. En mi país siguen gobernando los mismos –ya no sé si les odio o si sólo les he dejado quedarse con todo-, en mis libretas ya no manda nadie.
Aún extraño a los mismos que eché de menos ese día, y el siguiente a ése, y a ése y a ése. Todavía lloro cuando llueve y, aunque creé estas crónicas –los barbitúricos ciudadanos las llamé, a los pocos días de llegar- aún no me queda claro cómo ni cuándo voy a encontrar valor para contar esta historia como en verdad ocurrió. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

La Sagrada Familia

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Esta es una Sagrada Familia.  Una pareja inseminada por obra y gracia de un Espíritu Santo, que la  ha credo a ella Virgen de las plataformas e inspiradora de las Drag queens: un prodigio, una mártir.  Señora y madre de un individuo de 38 años; poseedor de unos pómulos sobrenaturales  y de una personalidad adolescente, femenina y enloquecedora: esposo, hija y puddle, todo a la vez.  En este matrimonio no necesitan criaturas, él es todas a la vez. Alaska y Mario Vaquerizo entran a la galería con quince minutos de retraso. Ella lleva un ajustadísimo vestido de colores flúor, medias de malla, zapatos Loboutin y bolso de Loewe. Él lleva unos ceñidos vaqueros rotos y camiseta negra; el pelo teñido, también negro, espeso y abundante peinado a ambos lados de una raya. Mario Vaquerizo da saltitos de alegría, muchos. “Las Nancys rubias han comprado ya tres fotoooooooooooos”. Mario Vaquerizo se abraza con la galerista, un tiarrón con peluca rubia,  tetas, cambio de sexo y taconazos, que le dice a Alaska, a modo de saludo: “te voy a robar ese vestido, te voy a robar ese vestido”. Los periodistas que estamos convocados para la rueda de entrevistas damos vueltas por la sala y miramos las instantáneas de la exposición. La muestra se titula Superstars. Hay cerca de 100 o 150 polaroids. Alaska y Mario comiendo hamburguesas; él de Burguer King, ella de McDonalds. Alaska y Mario en una cama. Bimba Bosé fotografiada de perfil. La hija mayor de Bimba Bosé de frente a la cámara.Fabio Mcnmara con Mario Vaquerizo. Fabio MCnamara de perfil. Fabio MCnamara de frente. El loro del peluquero que los peinó en el reality de MTV. El loro del peluquero de frente. El loro de espaldas. Mario Vaquerizo ya ha tomado asiento. Ni él ni ella han hecho una pausa después de la entrevista anterior. Son quince minutos por periodista. No más. La gente de La Fresh Gallery, en el número cinco de Conde de Aranda en el madrileño barrio de Salamanca, se lo toman muy en serio.


A Mario esta muestra le parece muy entrañable, un diario de sus vidas en estos últimos cuatro meses. Alaska piensa lo mismo, pero no puede decirlo a causa de una afonía que le quita la voz. Está sentada en un taburete, cual gran virgen de sujetador talla 40 que guía a Mario Vaquerizo con sus silencios de madre. Vaquerizo no para de hablar. Está eufórico o vive eufórico. Habla de cuánto le gusta tomar cerveza. De que él viviría para beber cerveza. No le ha importado, dice con voz muy orgullosa,  convertir su vida en una exhibición en estos meses con todo esto del programa de MTV. Eso de enseñar su vida en un reality no tiene nada de particular. Él muestra lo que quiere, dice con retintín de toma ya. Alaska le explica brevemente y en voz muy baja que la pregunta no va por ahí. Que lo que quiere decir la periodista es que, esta vez, para la exhibición ellos están detrás de una cámara y no frente a ella. “Ah, ya. Ya entendí”, dice recuperando la sonrisa. “No me había parado a pensar en eso. Qué buena pregunta”. Aspira con fuerza un cigarrillo. El humo incomoda a su esposa afónica-Virgen-santísima-mártir de la Movida madrileña y continúa: “Bueno, en realidad yo soy muy cotilla, me gusta cotillearlo todo. Por eso mi género favorito son las biografías”. “Ponme una cara sexyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy”, grita el tiarrón con peluca a Vaquerizo mientras le hace una foto con el móvil. Vaquerizo entorna con los ojos, hace morritos, lanza un beso a la cámara y continúa hablando, esta vez de los proyectos que él y su esposa tienen para los meses que vienen. Un nuevo disco de Fangoria que grabarán en otoño –Vaquerizo es el representante de su mujer-. Una gira en argentina. La biografía de Fabrio MCnamara que Vaquerizo está haciendo. “Soy el biógrafo oficial de Fabio Mcnamara; para mí primero está Fabio, después Andy Warhol y después Jesucristo”.
-¿Vosotros dos sois como dos humanistas a tiempo completo?
-¿Humanistas? ¿Qué quiere decir con humanista? No sé qué es eso- pregunta Vaquerizo.
-Un hombre del renacimiento –responde Alaska con hilo de voz.
-Yo es que no sé nada de estas cosas- responde, divertido, Vaquerizo- Imagínate que me enteré qué era el existencialismo por la portada de un disco de John Waters.
A ninguno de los dos le queda tiempo para hacer mucho. Quizás algo más a Vaquerizo, que ahora cuenta divertido cómo su esposa le sorprendió bebiendo cerveza a las diez de la mañana en el baño. A Alaska menos, dice con la poquísima voz que le queda. Apenas y le resta tiempo para matricularse en la carrera de historia que está por terminar. Santa Madonna del sentido común que brilla con luz propia en este bajo exterior convertido en galería. Termina la entrevista y comenzará la otra sin siquiera pausa. Cierro la libreta y avanzo por el pasillo. Me detengo a mirar la instantánea de Señor Burguer King y Señora McDonald's cuando escucho las carcajadas de Vaquerizo mientras afirma. “Andy Warhol es nuestro Dios”. Tengo la impresión de que, desde mi llegada, se han vendido dos fotos más. El tiarrón con peluca amarill, tetas y cambio de sexo limpia las fotos enmarcadas con un pequeño paño amarillo. Todo debe de estar impecable para esta noche. La Sagrada Familia –Madre, esposo y puddle-  tendrá que recibir la adoración en pleno.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Un episodio con fuego del Sr. Hudson




“Si las palabras mueren inéditas en nuestra conciencia   
vienen a ser como señales luminosas caídas dentro de un pozo”.
Enrique Bernardo Núñez. Cuaderno de notas, 1950.   

Lo que pasó con Cubagua fue un enigma. Nadie tiene una idea relativamente fija de aquella novela. En su Panorama de la literatura, Juan Liscano escribe cómo, al momento de su publicación en Venezuela, nadie la entendió.  Osvaldo Larrazábal, en su prólogo a la edición Novelas y ensayos de la Biblioteca Ayacucho recoge algunas menciones, no muchas. El libro pasó por el país como una sombra. Circularon sólo 70 ejemplares de una primera edición que desaparecería, sin explicación, aunque no a la manera apoteósica de La Galera de Tiberio.
Dedicada a la narración fantástica del surgimiento de la isla Cubagua, Enrique Bernardo Núñez trató de publicarla en 1930, “porque cada libro, al menos de esta clase, tiene  un año”, escribió el propio autor refiriéndose a una novela de la que debía esperar mucho más que de sus anteriores y juveniles Sol interior (1918) y Después de Ayacucho (1920).  Con un libro de “esta clase” aspiraría Bernardo Núñez a superar las composiciones criollistas de sus tempranos veinte. Con Cubagua, EBN ya tiene 30 años y la conciencia de que puede escribir como Faulkner y Dos Passos.
Sin embargo, algo ocurre.  Un episodio echa por tierra sus esfuerzos de publicación en 1930. El mismo EBN escribe sobre lo ocurrido: “(…) algunos inconvenientes mayores lo impidieron, siendo posible que el resto de la edición fuese incinerada por aquel tiempo en la aduana”.
Cubagua, la novela que, se supone, le daría galones literarios y le sacaría del arrebato positivista en prosa de alpargata de Enrique Aracil y Reinaldo Solar,  se quema en el puerto de la Guaira en 1930. La Galera de Tiberio, la novela en la que EBN se colgaría la medalla del escritor latinoamericano termina, ocho años más tarde, en 1938, hundida, por su propia mano, en el río Hudson. Algo en ambos episodios coquetean con el infortunio por voluntad propia.
Según los datos proporcionados por EBN, Cubagua ha debido de ser escrita en dos momentos: la primera, en La Habana, entre los meses de enero y abril de 1929, cuando es enviado como Primer Secretario de la Delegación Venezolana a Cuba durante el gobierno del general Juan Vicente Gómez, y  la segunda, en Panamá, desde marzo hasta julio de 1930.
Su fecha final de publicación fue 1931. No eran los mejores días del escritor, quien estaba a punto de volver como secretario interino del Gobierno del Estado Anzoátegui, en medio de una situación económica asfixiante que le obligó, en más de una ocasión, a escribirle a Juan Vicente Gómez para hacerle saber de sus apuros.
Ya para ese año, a la mermada edición de Cubagua se suma la publicación de tres libros que se convertirán en referencia de la literatura venezolana y cuya aparición dejarán en un segundo plano la novela de EBN. Se trató de La bella y la fiera, de Rufino Blanco Fombona; Odisea de tierra firme, la primera novela de Mariano Picón Salas y, finalmente, Lanzas coloradas, la primera y una de las más destacadas novelas de Arturo Úslar Pietri.  Para más inri, Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos,  se había publicado apenas dos años antes, en 1929.
Para muchos, la desaparición de la tirada es anecdótica. El lector venezolano no estaba preparado para una novela de tiempos quebrados, con abundantes rupturas, voces superpuestas, anacronismos  o reescrituras a la manera de Alejo Carpentier en Los pasos perdidos (1949). No se habría leído de todas formas, a diferencia de Doña Bárbara o Lanzas coloradas que obedecían a la estructura de la novela moral,  de orden cronológico y escritas a la manera de gran tapiz nacional, evocador, criollista.
Cubagua nace en los años de la novela de la tierra, justamente para superarla y, sin embargo, arde solitaria en una aduana, y circula a duras penas. Cuánta complicidad del propio Enrique Bernardo Núñez hay en el silenciamiento del que fueron objeto sus propios libros en la literatura venezolana. Su obcecación en reescribir los libros una vez publicados o de tirarlos al agua para volverlos a reescribir 40 años más tarde. Su rara manía de novelista que abandona para dedicarse al periodismo y la crónica, no son cosas que existan sólo alrededor del infortunio, tienen una naturaleza interior bastante más destructiva y disciplinada, de alguien que espera demasiado de sí mismo o de sus lectores. Alguien a quien no le bastará un episodio de fuego.