viernes, 23 de septiembre de 2011

El movimiento del caballo


He comenzado una novela de Andrea Camilleri que tiene por epígrafe una cita del ajedrecista ruso Anatoli Karpov:

"El caballo es la única pieza del juego que puede saltar por encima de las demás. Se mueve de una manera verdaderamente especial, describiendo una L: primero dos casillas en horizontal o vertical, como una torre, y después una casilla a la derecha o a la izquierda. Un detalle que no hay que olvidar: un caballo que sale de una casilla negra siempre va a parar a una blanca. Y, al contrario, un caballo que se mueve desde una casilla blanca llega siempre a una casilla negra. El caballo puede saltar por encima de cualquier pieza".
Leo la cita en medio de un vagón de la línea uno del metro. Estoy rodeada de gente que me impide el paso. Son las ocho de la mañana y no me apetece avanzar en líneas rectas. No quiero que para llegar a Plaza Castilla sea necesario atravesar primero Sol, Gran Vía, Tribunal, Bilbao, Iglesia, Río Rosas, Cuatro Caminos, Alvarado, Estrecho, Tetuán, Valdeacederas y entonces, sólo entonces, Plaza Castilla.

Quisiera, también, que al bajar en el andén, fuese posible salir por una ruta distinta a la que alguien ha trazado y que acato, invariablemente, para poder llegar al Terminal de Autobuses de la Superficie -donde más gente agolpada me rodeará- y en el que cogeré un bus que me llevará, circuito de por medio, a la dirección a la que no podré llegar de no atravesar la calzada de líneas rectas, verticales y horizontales.

Me siento un pacman con tacones, alguien a quien se le ha retirado, por completo, la potestad de atravesar un descampado o saltar la autovía cogiendo carrerilla como Mario Bross -25 años de videojuegos no han pasado en balde-. Pienso al respecto y me preocupo. Porque yo, a diferencia del caballo, no puedo saltar por encima de cualquier pieza.

Y de pronto, podría coger entre mis manos uno. Un caballo de los negros como aquellos del ajedrez en la mesa del sótano de la casa. Aquel tablero ejercía una fascinación sólo superada por el caballo que invariablemente sustraía para hacerlo cabalgar por toda la casa repitiendo su paso de L. El caballo, la primera pieza que me enseñó a mover mi padre. La que memoricé, justamente por su fácil ele, una consonante con privilegios aéreos.

A diferencia del antipático alfil o de la aburrida torre, el caballo puede saltar. También es cierto que lo que un alfil haría en un solo movimiento si no tiene ninguna pieza de por medio, al caballo le tomaría seis. Sin embargo, y si algo lo distingue, es que no está obligado el rocín a permanecer pegado al tablero. No necesita que otros le dejen pasar. Todo puede volver a inventarlo en las posibilidades de su propio movimiento.

De pronto, como cuando tenía ocho años, me maravillo. Repaso el movimiento del caballo como un descubrimiento. Y me haría con una ficha para jugar con ella, haciéndola galopar sobre el vidrio de la ventanilla de este autobús en el que ahora viajo. Quizás hasta ensayaría un relincho, para hacer más real el simulacro infantil del juguete que no está hecho para jugar, aunque así sea.

Algunos le llaman a la pieza caballero. En inglés se le denomina knight. Ya lo decía Javier Marías en Mañana en la batalla piensa en mí, cuando extrae de la palabra knightmare, el lento hilo del sufijo femenino: yegua, mare en inglés, al galope de un mal sueño en medio de la noche. PIenso, también, en el buen Duchamp, quien después de cargarse con el gesto de un urinario el arte conceptual de los siguientes setenta años, decidió dejarlo todo y retirarse a jugar ajedrez. Menuda forma de darle la espalda al personal. Libre, y soberbio como una consonante. Seguramente Duchamp sentiría predilección por la L del caballo.

Viajo en una lenta escalera mecánica. Y hoy, a diferencia de otros días, no estoy por la labor. No voy a correr, ni adelantar, ni esquivar gente -porque, aunque lo intento, jamás lo consigo-. Así que iré, de pie, sin mover un músculo. Renuncio a amañar la ruta con saltitos que en nada recomponen los caminos previamente dados y con los que no puedo evitarme tampoco la larga fila de quienes, como yo, siguen el circuito. Fantaseo, ahora, con llegar al opuesto de mi propia casilla. De blanco a negro. Y de negro a blanco. Ser claro y oscuro, a la vez. Pero entonces pasa lo que pasa. Porque yo, a diferencia del caballo, no puedo saltar por encima de cualquier pieza. No puedo.

7 comentarios:

camino roque dijo...

no sé jugar a la ajedrez pero cuando me lo explican "de nuevo" alguna vez siempre me llama la atención la posibilidad de retroceder. no es el objetivo no avanzar pero es tan real

La KSB dijo...

Es cierto. Creo que el Nintendo, al menos a mí, me acostumbró a juegos donde sólo era posible avanzar. Juegos donde retroceder no era una opción.

Juan Ignacio dijo...

¡KSB!

Me recordaste una adivinanza:

¿Cuál es el único animal que come saltando?

¡Muchos besos!

La KSB dijo...

Ja ja ja Es verdad superhéroe!!!

Doctor Letra dijo...

Me encantó!A secas.

La KSB dijo...

¡Doctor Leeeeeeeetra!
¿Dónde está usted? Hace mucho tiempo que no recibo correspondencia suya.
Un abrazo

Doctor Letra dijo...

He estado cambiando de ciudad, cambiando de piel, mudando las manos. Ahora con todo renovado me he dado cuenta de que escribo sobre lo mismo. Y es que idiota de mi, se me olvidó cambiarme el alma...