Domingo. Diez de la mañana. Un grueso intestino de gente se empuja desde el andén hacia la boca del metro de La Latina. Divertirse. Beber. Sentir el leve y dulce mareo del alcohol. Está bien. A mí me gusta. Lo apoyo. Lo celebro y promuevo, pero no en mi barrio. Haberlo previsto antes de mudarme aquí, por eso me callo y resigno. Punto y aparte. Al meollo.
Bajo las escaleras a empellones. Trepo sobre los hombros de turistas. Me disculpo. Derribo francesas que escuchan sus Mp3 en las escaleras mecánicas, en grupos de a tres. Pido permiso, inútilmente, a una pareja de italianos entregados al tutorial de cómo besar con lengua. Si la ginebra de anoche me hubiese hecho efecto, me parecería hermoso -bueno en realidad no, me seguiría pareciendo un incordio-. Llevo prisa. Y preferiría que se besaran a un lado, sólo un poco, un poco más a la derecha. Llego al andén. Finalmente.
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Respiro porque he escogido el que va en dirección a la Alameda de Osuna, el aburrido destino al que nadie quiere ir. El andén está solo. Como de costumbre, me da por pensar en las posibilidades del suicida. Quién de los que está a mi lado podría tirarse y quién no. A ver, a ver… Esa señora; no. Ese chico, tampoco. El hombre del palestino; tampoco. Llega el tren. (Nadie se tira, como de costumbre) Un nuevo convoy de maquilladas mujeres y hombres arreglados o de esmerado descuido vuelven a hacer la pesada oruga en procesión a la escaleras mecánicas. Entro al vagón. Está vacío. Soy feliz.
Justo abro la página 99 de mi ejemplar de Siruela de Si una noche de invierno un viajero cuando levanto la vista y veo a un hombre delgado. Viaja solo. Viste un traje Príncipe de Gales, a juego con una blanquísima camisa de puños, con una corbata azul, de lunares blancos. No hay una arruga que se atreva a estropear su atuendo. El pelo, peinado todo hacia atrás, es color plata, aunque dependiendo del ángulo tiene tonos niveos, perlados; otras, grises. Los zapatos, unos mocasines negros lustrosos. Podría tener unos ochenta años o más. Es pura piel y huesos. Y sin embargo, su aspecto de pellejo es severo, elegante, casi de monje. ¿De dónde salió este hombre y adónde va, tan bien vestido?
Lo miro y me avergüenzo de mi lápiz de ojos mal desmaquillado de la noche anterior, de mi chándal, mis zapatillas de correr y mi gitana sudadera de Sergio Ramos. Me encierro en el libro, para espiarle un poco mejor, pero no me concentro ni en el libro ni en el espionaje. Hasta mí llega un olor neutro a agua de colonia, un aroma fuerte pero masculino, ni muy estridente ni excesivamente discreto. Levanto la mirada, otra vez. Lee El Marca de la única forma en que podría leerse este periódico, absorto. Por eso no nota que lo miro con tanta minuciosidad ¿Por qué viaja solo? ¿Por aburrimiento? ¿Es viudo? ¿Homosexual? ¿Cura convicto? ¿Quién lo ha traído –y por qué- a este subterráneo reino de la vulgaridad que es la línea cinco del Metro de Madrid?
No es un dandy, porque no hay nada amanerado en sus modales. Repito, hay una clásica y sobria elegancia. Casi diría un humilde y digno saber estar que me hipnotiza. Narcotizada como estoy por el Smartphone, saco el Iphone, y lo silencio, para que no haga ruido al momento de activar la función cámara. Me tomo mi tiempo. Hago como si revisara mensajes. Encuadro. Escojo de ese hombre que lee el periódico la porción que quiero llevarme conmigo, aprieto el botón y ahí lo tengo, en mi pequeño acto criminal de memoria dominical.
No sé por qué lo hice, ni por qué lo cuento. Pequeñas reconciliaciones en la batalla permanente con la longeva tribu que me bastonea , me quita la vez en cualquier fila, me mira raro si le cedo el asiento y me amenaza con sus bolsas de lechugas y su escrutadora mirada de todo tiempo pasado fue mejor. Actos criminales para una mañana de domingo. Esta rara delincuencia sentimental.
6 comentarios:
Qué bueno que lo hiciste. Hermoso texto
Muchas gracias Sandra, muchas, muchas gracias.
Y sentir en el estómago ese pinchazo de furtividad que te produce a vez inquietud y satisfacción...
Imaginarnos la vida de la gente, colocarlos en percheros que no son los suyos, con pasta de dientes que no usan, y atribuyéndoles macarrones cuando quizás prefieren espaguetis. Es uno de mis ejercicios de imaginación preferidos, aunque muchas veces pienso que no sólo se trata de uno de esos ejercicios de extrapolación; a veces creo que es más algo así como pensarte en la carne de otro, verte desde lejos con sus calzoncillos puestos...¿entenderte más allá de tu piel? No se...
Por cierto, creo que te puede inquietar. A mi me dejó algo en Shock...merece la pena.
http://video.google.com/videoplay?docid=-2926360700535018534#
pues a mi me encantan tus crímenes, sigue sigue...
Concha: a mí me da un cosquilleo, pero de miedo, no sea que me pillen... buajaa jaa; Dr. letra, el grupo que me recomendó me gustó muchísimo, así que ya mismo voy a mirar el link; Chase: ayer me acordé muchísimo de ti, pero te lo voy a contar en un post... un abrazo enorme para ti.
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