"Y aun de mí, que desde que tuve fuerzas para roer un hueso tuve deseo de hablar"
Miguel de Cervantes. El coloquio de los perros.
"Y en cualquier desfile/ mi paso cambiado siempre irá".
Sr. Chinarro. Yo no soy militar
¿Cuál es la velocidad que adquiere una moneda de cincuenta céntimos al ser arrojada? ¿Cómo cae en el aire una circunferencia de ocho gramos de cobre y dos milímetros de grosor? ¿Hace piruetas? ¿Describe una trayectoria? Pero qué digo, si la chica no tuvo valor para arrojarla. Le pareció un gesto distante y aéreo. ¿Tirar una moneda? Pero si eso lo hacen los arrogantes o los tontos que confían sus deseos a los pozos y las fuentes ¿Mejor acercarse al estuche abierto y dejar puesta la moneda, como si se tratara de comillas? ¿Y se puede saber quién usa monedas para hablar?
Poco después de entrar en la estación de metro Bilbao, a un lado del blanco pasillo de mosaicos que conduce hacia los torniquetes, la chica metió la mano en el bolsillo del abrigo y palpó entre la calderilla, la sorprendió la moneda fría que no había usado en toda la mañana. Era un martes, a la dos menos cuarto de una tarde con transeúntes. No sabe cuánto duró el tiempo de la moneda, ni el suyo, ni la secuencia interminable de sus ojos llenos de céntimos, zapatos y baldosas. No sabe.
¿Cuánto demora en caer una moneda en una estación de metro? ¿Se inclina quien la da? ¿Por qué la deja allí quien decide desprenderse de ella? ¿Es realmente la moneda lo que quiso quedarse allí? ¿Por qué cincuenta céntimos de euro, que tiene a Miguel de Cervantes en un reverso, y no la página arrancada de un libro? ¿Quién prescinde de esos céntimos y en nombre de qué? ¿Es visto quien los deja?¿Quien recibe los céntimos sospecha, acaso, los minutos de vergüenza, la coreografía de duda y timidez de quien los ha dejado allí?
Era imposible mirar hacia otro lado. El suelo, el suelo, el suelo, un granito oscuro y sucio, el suelo y su rumor de marquesinas que alguien envenena con frases extrañas. El suelo y aquella voz extranjera, que ahora tampoco reconocería. Una voz que no sabría, tampoco, si cantaba en español, o inglés. Nada, no recuerda nada, excepto la combinación de cosas inexactas. Una guitarra, una camisa a cuadros, un estuche negro abierto y deshabitado con unas escasísimas monedas y una voz anónima que desata de sus huesos los nudos de las palizas, los lacitos de tristeza que llevan días atados con toda clase de curiosas y necias diligencias de la cordura y el orgullo.
Son las dos menos cuarto de una tarde con transeúntes. En la estación de metro Bilbao un chico toca la guitarra y canta mirando algún trocito perdido –son tantos- del blanco mosaico que recorre el pasillo de la estación. Y como ocurre con los habitantes imaginarios, con estos mundos veloces bajo tierra, alguien, una chica, pasa, deja una moneda que selle sus huesos rotos. Se detiene y la deja dentro del estuche de la guitarra. Sus cincuenta céntimos no son un limosna, pero no distan de ser un deseo confiado a una fuente. No quiere, no puede, mirarle a la cara. Se pone de pie y sigue andando. Da unos pasos más, gira el rostro, mira al chico y su guitarra. Luego reanuda su paso.
En la estación de metro de Bilbao un chico toca una guitarra, una moneda de cincuenta céntimos pierde peso en el aire y las marquesinas enfurecen con el sonido de los rieles. Cinco días más tarde, mientras pasa revista a los perros que no son suyos en la Plaza 2 de Mayo, la chica volverá a ver al guitarrista y sus huesos seguirán siendo una vajilla rota sin un solo céntimo para arrojar en un pozo o una fuente. Es la coreografía de la duda, son los lacitos de la cordura odenando los destrozos. Una semana después, sentada en una silla del Pepe Botella, bebiendo una cerveza, volverá a verle pasar, esta vez sin guitarra. No es la chica, no es el guitarrista, tampoco los 50 céntimos. Soy yo, asoleándome en la bancarrota. Pero, después de todo, ¿quién usa monedas, como si fueran comillas, para hablar?
7 comentarios:
que hermoso, mientras lo leia podia sentir la moneda de 50 centimos en mi bolsillo y volando dorada por los aires!
:)
Me encantó. Solamente tengo una apreciación... era café. La cerveza llegó después. :)
Espera,porque es importante, ¿antes o después de que apareciera, de la nada, el Kebap? ;)
Con tu relato me fui a una calle de Firenze en la que estaba un chamo guitarrista con un perrazo a sus pies, al lado del estuche en el que se reunían las monedas... y al metro de Barcelona.... Gracias por inducir este viaje!!!
Karinilla... long time no see :)
Me gustó el relato, yo soy de la que lanza monedas a las fuentes, probablemente porque dentro de mi rutina es algo extraordinario, si viviera al lado de la Fontana di Trevi yo te echo un cuento.
Beso.
(BTW, el blog del siervo hace rato que ya no es mío en algo que sólo puedo considerar un robo, deberías quitarlo de tu blogroll)
A-nah! QUé maravilla verte, o mejor dicho leerte muchacha!!!!!! Desde que te retiraste de Querida CRistina la vida ya no es la misma ché!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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