… Yo era un inadaptado y él era un inadaptado
Yo luchaba y perdía. Él luchaba y vencía.
John Fante. Mi perro Idiota.
Yo luchaba y perdía. Él luchaba y vencía.
John Fante. Mi perro Idiota.
Hay fiebres que se contraen fácil y dulcemente. Deslizar los ojos sobre las lecturas de los desconocidos, trazar medias lunas con la punta del pie en los vagones de metro, hacer la misma ruta cuando en verdad pensábamos ir sin rumbo o repetir la misma canción en el Ipod justo cuando aún no termina siquiera de sonar. Tantos y tan inofensivos síntomas, algo así como un catarro cotidiano que se alimenta de vientos para los que nunca se está del todo abrigado.
Domingo de resurrección. Son las diez y media de la mañana en la plaza del 2 de mayo, en el adoptivo barrio de Malasaña, el lugar donde transcurren las Postales del Santísimo Tedio, el mismo que he elegido para llevar a cabo mi desintoxicación de John Fante y el que de un tiempo a esta parte me resulta un lugar amigable para fumar y perder el tiempo.
Después de bajar por Fuencarral y doblar a la derecha en Velarde, tomé asiento en uno de los bancos de cemento al final de la plaza. Encendí uno, dos, tres cigarrillos y escuché Transference #2, de Madee, una, dos, tres, cuatro… No sé cuántas. Fueron muchas. Y justo terminaba de leer El destino de Cordelia cuando un cuerpo robusto, no mayor de 30 centímetros, rozó mi pierna derecha. Levanté la vista y me quité los cascos.
Un bulldog color miel frotaba su cabeza contra mi pierna. Su cuerpo de tanque y sus piernas cortas. Esos ojos vidriosos y pequeños. Esa respiración torpe. Su cara ancha, su hocico ñato y tierno. ¿Por qué si hay tantos árboles y otros perros mucho más divertidos y animados, con dueños más amigables que yo, este chucho se acerca a la persona más aburrida de toda la plaza, es decir, a mí? No soy de las que acaricia perros y abraza niños, pero sentí la necesidad de poner mi mano sobre su lomo. Y lo hice.
El bulldog me miró y echó unas babas, algo blancas. Quise abrazarlo, contarle que últimamente trazaba demasiadas medias lunas con la punta del pie en los vagones, que hacía días que no caminaba por la calle Montesa ni visitaba a Las Meninas, que no creo que logre superar a Bandini y que era una pena que una banda como Madee no volviese a grabar un nuevo disco. “Curro, ven aquí, no seas pesado, deja a la chica”, escuché.
Y cómo le explico yo al dueño de Curro, un tío de lo más trendy, de unos 40 años, cabello blanco, cazadora de cuero y aretes en ambas orejas que él no me molesta, que preferiría que se quedara un rato, que sus ojos mansos y su hocico achatado de toro me han elegido a mí, entre toda esta plaza, por alguna razón.
Quizás Curro tiene una misión antibiótica, mitigar estas fiebres repentinas y cotidianas. Pero cuando me doy cuenta, el Bulldog ya se ha dado la vuelta y se va trotando, torpemente, detrás de una pelota de goma. Miro mis zapatos y comienzo a trazar medias lunas entre el pozo de baba que ha quedado entre Curro y yo.
6 comentarios:
No me extraña en absoluto que ese perro te eligiera a tí entre todos los que había en la plaza. UN SALUDO
Fante, GRANDE Fante.
José Antonio, como siempre, eres demasiado indulgente conmigo ;) . Un saludo!!!
Macakuaya, espera, voy a La Casa de la loca a llevar algo para brindar. Por la hora que es (mis 9 am), llevo café. Gracias!!!!!!!!
Todos tenemos razones...
¡Gracias Dinobat, por pasar siempre a visitar!
Publicar un comentario