Año 1932.
Ya el escritor sospechaba que no llegaría a ser tal. Y como quien vive con miedo, daba grandes atajos al poco tiempo disponible, pasándole de lado a los textos con paso rápido y cobarde. Atravesaba la vida como quien no puede escribirla, no por falta de tiempo sino de talento. Tal era su temor a constatar lo que ya sospechaba, que rasguñaba cuartillas en blanco con cosas que seguramente consideraba menores, sólo para hacerlas pasar por escritura. Metía tripa el escritor frente al ovalado espejo de su escritorio. Contenía a tal punto su aliento, que terminaba perdiéndolo por completo. Y él mismo escocgió la sospecha como una vocación. Bartleby sin compañía.
Me estás asustando Bartleby. Quítate de ahí. Sal de una vez de donde estás.
martes, 18 de octubre de 2011
Antonio Díez escribe una carta
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