Lo de Marías no es estilo, es sintomatología. Es una conducta compulsiva, recurrente. En Marías, narrar es ocuparse de una idea. Supone agotarla. Arremeter contra ella hasta dejarla lisa, exhausta en la posibilidad de su propia narración; y no mediante la acción en sí, sino en el ejercicio de la especulación, en la reflexión que acompaña una acción simple. En estos días leo Tu rostro mañana, el primer tomo, Fiebre y lanza. Y lamento que haya sido el apretado vagón del metro el lugar de este hallazgo mariano -¿o Mariísta?-. Jaime Deza –un médic de quien aún sabemos poco, excepto que trabaja en la BBC, que está divorciado y a quien se le ha encargado la se precisar a Mr. Tupra- se adentra en la biblioteca del hispanista Peter Wheeler buscando referencias de un tal Nim. En su nocturna incursión, nuestro personaje, que nos ha dado ya amargas páginas de abandono e inteligencia, revuelve volúmenes enteros de la guerra civil española, bebe copas de Oporto y da buena cuenta de bombones y novelas policías, cuando asiste ante nosotros al hallazgo de una redonda y fresca gota de sangre de la que nada sabemos y con la que Javier Marías nos lleva, de nuevo, a otro alcoba de esa rara casa literaria tan suya... en la que no se acaban las emboscadas ni las ideas circulares. Cita Marías nombres, fechas, enlaza hombres con ideas; episodios con etimologías. Hace lo que desearía cualquiera con un mínimo de ambición por contar una buena historia. Y aprieto los puños de rabia y deleite. Contra su prosa enloquecida, de arrebato.
Hace unos años, cuando leí Mañana en la batalla piensa en mí y me topé con aquel, entonces pensaba maniático, ahora pienso, otra vez, Mariano -repito, ¿Mariísta?- hombre que asaltaba El País para buscar en la lista de fallecidos en Madrid para encontrar por la eme de Marta el nombre de la amante muerta a la que deja, durmiente y arropada, pensé que me encontraba a un narrador de un brillo agotador. Seguí las páginas de un escritor que hacía caminar a su protagonista por calles de Serrano tras la pista de la hermana de la difunta no por el simple de hecho de que algo fuera a ocurrir, que también, sino con el propósito de agotar la idea de la culpa en aquella persecución. Y es que en Marías alguien siempre persigue para explicar algo. Nada ocurre sin un sentido, sin la permanente obsesión de la idea: desde la palabra que está siempre envuelta coquetamente en un idioma que él despoja de significados para traerlos a la narración como un ser más –el lenguaje en Marías es también un personaje-. Cuando lo leo, sus compulsiones me dominan y siempre me queda la dulce resignación de que siempre es posible celebrar la amargura pateando contenedores. Sus páginas me malhumoran y me inquietan. Sacan lo peor de mí como aprendiz de storyteller y lo mejor de mí como entregado lector. Y justamente lo hacen por su amanerada y exagerada corrección, por lo tanto que me gusta esa manera refinada de contraer una manera tan compulsiva y afiebrada de pensar mientras se narra o de narrar mientras se piensa. No lo sé. Aún tengo Fiebre, mejor dicho, apenas tengo fiebre. Me resta todavía el baile, el sueño y rematar con el veneno.
1 comentario:
Mi primera experiencia narrativa con el señor Marías fue llevándomelo a la cama con "Corazón tan blanco"...Y coincido en todo lo que dices, aunque parece que lo tamices. Like it.
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