domingo, 15 de mayo de 2011

Un Cadillac negro atraviesa Michoacán

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Antonio Cisniegas, un general de la Revolución Mexicana; Longinos Brummel, un adinerado y poderoso abogado tapatío, y los hermanos Justicia, dos guerrilleros de la Liga 23 de Septiembre, viajan a bordo de un Cadillac negro, a más de 120 kilómetros, desde Morelia a Michoacán.


Los une un secuestro. Una rara situación de rehenes en la que los captores serán rescatados por su prisionero: Longinos Brummel, un abogado que hizo fortuna vendiendo tequila del malo como si fuera bueno, un anciano que 60 años atrás tuvo que firmar, a punta de pistola, la venta de la finca familiar al general Cisniegas, que ahora viaja a su lado en animado compadrazgo. Tres Méxicos convertidos en una tripulación imposible, pero verídica. Tres países enlazados entre sí por Longinos Brummel, el personaje principal de Decencia (Anagrama, 2011), la última novela del escritor mexicano Álvaro Enrigue.


Le tomó ocho años escribirla. Casi una década entera para contar una historia que dura 24 horas y 60 años: las veinticuatro del secuestro y los sesenta en la vida de un personaje que hace travesaño entre una sociedad agraria, de hombres a caballo que encienden sus puros con la lumbre de otro clavado en el cañón de un revólver, y ese otro país resultante en el que surgió una clase política urbana donde sólo era capaz de sobrevivir aquel que supiera negociar su pellejo mejor que los otros. A mitad de camino entre un retrato de familia y un estropeado mural, Decencia abarca un viaje total que avanza en dos planos, el tiempo vital de Longinos y un presente específico, 1973, una fecha vértice: la década en que el gobierno mexicano extermina las guerrillas, la misma en la que aparece el narcotráfico.

El trapicheo de licor e influencias con el que Longinos, y los de su clase, amasaron riqueza, deja de ser rentable frente al tráfico de marihuana; que se convertirá en un nuevo negocio nacional. Los mismos caudillos administran las mismas rutas, esta vez con nuevas mercancías y peones de convicciones más blandas. Individuos que, como los hermanos Justicia, son capaces, en una noche, de abandonar la militancia en el marxismo antiimperialista para convertirse en empresarios de la droga. “El mundo está cambiando, hay que ponernos al día”. Así apostilla Don Longinos una novela que comienza con la épica de la Revolución y termina, 60 años después, con la fundación del Cartel de Guadalajara.


En Decencia lo sustantivo no está en describir una nueva casta de matones, policías y capos. Con acotarla como broche basta. Porque esta novela privilegia el tránsito a la llegada, de ahí el afán por construir el camino de vuelta que recorre una sociedad para responder a la tácita e hipotética pregunta cómo llegamos hasta aquí. Con una prosa irónica y fustigante, Enrigue se propone en Decencia escribir una novela decimonónica actualizada en un Road Trip en el que cada personaje es un tiempo extinto. El resultado es contundente, redondo y doloroso, como un balazo bien dado.



“Eran otros tiempos. Y otros hombres (…) ¿Y ese Antonio Cisniegas que viene por nosotros? Es distinto, es un viejo criminal pero a él todavía lo escuchan en México porque le salieron hijos ministros, respondió Longinos; ni él ni ninguno de mis socios secuestra en la oscuridad; en nuestros tiempos no desaparecían el cadáver de los enemigos, lo presumían. El viejo se terminó de un trago largo su whisky para acentuar el efecto de la frase siguiente. Eran matones, no asesinos”. Así responde Longinos a unos captores que saben de revolución sólo lo que han leído en manuales.

En Decencia, resurgen y se amplían aspectos que ya había asomado Álvaro Enrigue con Jerónimo Rodríguez Loera, el mostrenco niño de Vidas perpendiculares (Anagrama, 2005), e incluso con el Sebastián Vaca y el Andrés Brummell de La muerte de un instalador (Mondadori, 1996): la idea del personaje literario como “suma final de un clan, el superviviente de una estirpe” (Christopher Domínguez Michael dixit). La salida de Longinos Brummell del Limoncito, el rancho familiar de Autlán, es la misma que sufrió el abuelo de Álvaro Enrigue. Y así lo cuenta el autor, tal y como sucedió: un chico de 12 años que pasa de señorito terrateniente a improvisado hombre de tequila, tabaco y pistola la noche en que un grupo de polvorientos revolucionarios les arrebatan las tierras a cambio de una mesa llena con pilas de cinco pesos de oro y el derecho a permanecer vivos. Destronados, pero vivos.

A Álvaro Enrigue no le interesa el tiempo inofensivo de los relatos lineales. No le interesó antes, mucho menos ahora. Sin embargo, en Decencia aparca la tensión cuento-novela que inició en Hipotermia (Anagrama, 2005), un conjunto de relatos que podrían leerse, perfectamente, como una novela quebrada. Sin defraudar al lector de Vidas perpendiculares (una novela que técnicamente parece posterior a ésta), Enrigue deja de lado la abundancia de planos simultáneos para crear un tiempo –histórico y literario- maleable, acaso más gentil. Y lo hace a favor de una estructura que le permita relatar las vidas mínimas, íntimas, de una sociedad que va descomponiéndose –¿o estaba ya descompuesta?- en sus propios mecanismos de supervivencia.

Para abrirse paso en el México que sobrevino a la revolución, Longinos se ve obligado a apartar escrúpulos, a engañar a sus compadres, a pasar por encima de cabezas peor colocadas que la suya y a dejar a la mujer que ama, La Flaca Osorio, para permanecer al lado de Isabel, una ricachona tapatía que le dio un matrimonio, cuatro hijos y la alcurnia necesaria para sobrevivir a la intemperie política y social. Todo ocurre en medio de un agreste y raro paisaje político donde la Revolución Mexicana brota como reajuste; una especie de progreso de la demolición donde la providencia anda a caballo. En ese tránsito, personajes como el general Jaramillo o el mismísimo Antonio Cisniegas le sirven a Álvaro Enrigue para hablar del revolucionario que lleva la pistola en el cinto y la corrupción en las entrañas.


Entre plano y plano del viaje que emprenden Longinos y los hermanos Justicia por las carreteras perdidas de México, la novela se detiene en largas fotografías de la sociedad que resultó de la Revolución: “(…) Pudimos haber sido terratenientes liberales favorecidos por el dictador, pero estábamos listos para convertirnos en industriales favorecidos por el nacionalismo revolucionario”. En el relato de su propia vida, Longinos pasará de ser el niño que le perdió el asco a la muerte luego de tener que quemar cadáveres podridos a ser el adolescente que se admira ante los tranvías, el tendido eléctrico y el cinematógrafo de Guadalajara. Así mira Longinos Brummel el México que ha vivido, perdido en el recuerdo del bar Los Heloínes, del brazo de la Flaca Osorio, mientras Agustín Lara firma el piano del local con un picahielos.

En Decencia, los hombres ásperos y polvorientos de la revolución terminarán por convertirse en mitos, padres de una sociedad que descubre la radio, el cine… La vida alegre y urbana en la que cada quien disfruta su desagravio y prepara el de otros. El México que cuenta Álvaro Enrigue en Decencia es uno y sus pedazos; ése en el que convivieron revolucionarios y ladrones; asesinos y matones; el mismo que obliga a compartir asiento en un Cadillac negro al inocentón marxismo de los hermanos Justicia, al oscuro poder de hombres como Cisniegas o el desamor que ocasionan las mujeres y las patrias en el corazón de un hombre viejo. Es ése el país que, viaja a toda velocidad, con prisa y urgencia, rumbo a su propia silueta, donde quiera que se encuentre -antes o después, en el pasado o el futuro-. Eso es, acaso, Decencia: la amarga lectura de un tiempo que engulle a quienes intentan mirarlo, un raro ovillo de odios y despojos que volverán, una y otra vez, pesar de las edades y los años.

4 comentarios:

Doctor Letra dijo...

GRan crónica!Chapó!

María Antonieta Arnal Parada dijo...

Interesante libro. Pero me queda la duda entre matones y asesinos. ¿Cuál es la diferencia?

La KSB dijo...

El asesino tiene intención, propósito; el matón sólo lo hace por dinero. Bueno, al menos eso creo yo, pero tú sabes que este blog es barbitúrico ;)

La KSB dijo...

Doctor Letra: ¡Muchas grcias! ¿Cómo está usted?