martes, 28 de septiembre de 2010

"Una novelita díscola"


Primer
miércoles de mes. El matrimonio Rodríguez Canales venía de inspeccionar las abolladuras de la reja que separa la calle Lento Verde del resto del barrio. Un par de días atrás, el camión repartidor de las botellas del agua había chocado al salir de su ronda y con el golpe del guardafangos contra la caja del motor rompió la cadena corredera. Desde entonces, todos corrían peligro. Vivían con la certeza de estar expuestos a que cualquier conductor no identificado entrara a robar sus casas; hurgar entre sus pertenencias; arrebatarles sus cosas; cortarles el cuello; violar a sus hijas o sus hijos; secuestrar a sus maridos y esposas, a sus hermanos y hermanas ; quizás robar sus coches, obligar a algún miembro de su familia a subir con ellos y hacerles dar largos paseos por la ciudad para despistar a la policía y dejarles luego tirados, vivos o muertos, en un hombrillo; o quizás, porqué no, ducharse en sus baños, probarse su ropa; comerse su comida y beberse su mejor alcohol, todo mientras les apuntaban con el cañón frío de un revolver, y después, sólo después, matarles tan sólo por gusto. Lo harían con el rostro descubierto mientras orinaban la alfombra o hacían de vientre en el sofá de su víctima, a la que dirían, entre risas, que todo lo que hacían era por hambre. Por eso estaba allí el matrimonio Rodríguez Canales, por miedo. El temor, incorporado en sus actos cotidianos, era una segunda musculatura capaz de gobernarse a sí misma. El temblor de una hoja, el sonido de un paso, la sensación de una presencia. Cualquier cosa era suficiente para saberse amenazado. Por eso estaba ahí el matrimonio Rodríguez Canales, para comprobar que la reja volvía a cerrarse, que sus mandos a distancia funcionaban, que si los oprimían desde el asiento del piloto, el portón se abriría apartándolos de la guerra que existía más allá de Lento Verde, una calle ciega habitada por 13 casas y veinte vecinos, una calle ciega que ya no tenía que esperar la noche para morirse de miedo; y en la que crecen más rápido las alambradas que los árboles.

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