sábado, 19 de junio de 2010

No me da la gana de cantar



En 1867, tras el fusilamiento de Maximiliano I, Benito Juárez regresó a Ciudad de México para asumir el gobierno. De forma casi simultánea, Domingo Faustino Sarmiento ocupó el poder en Argentina, entonces libre de Rosas y sus mazorqueros. En Venezuela, después del chiquero ciudadano de los Monagas y la Revolución Azul, Antonio Guzmán Blanco dio inicio a su primer período: el septenio. Eran tres personajes completamente distintos, pero que impulsaron, como el colombiano Rafael Núñez, la misma empresa. El Estado liberal.

Como las independencias, las autocracias modernizadoras (y los militarismos después) estallaron de forma casi simultánea en América Latina. Una vez centralizado el poder y amansados los caudillos, comenzamos a pensar qué y quiénes éramos. Las herramientas al alcance hablaron por quienes las usaron. ¿Positivistas? Sí. ¿Eurocéntricos? Tal vez ¿Heroinómanos? Sin duda, yunkies de la estatuaria, la efeméride y el fetichismo del souvenir ideológico, como ningunos. ¿Demasiado asombrados ante el reflejo de nuestra propia imagen ante un espejo? El discurso de la raza cósmica que Vasconcelos crearía, años después y que hoy día abre las puertas de la Unam, ¿no lo demuestra? ¿No fuimos también algo paranóicos? El Ariel de Rodó lo indica. ¿Moralizadores? Domingo Faustino Sarmiento y la réplica de Doña Bárbara en el siglo XX, vaya liga, menudo revolcón sociológico.

Me he mudado otra vez. Mejor dicho, me estoy mudando desde hace años ¿Saben? Hay trasiego de libros.Llevo años dejando atrás bibliotecas. Esta tarde he ido a recoger otros libros para llevarlos conmigo a otra parte. En medio de la diligencia, abro mi correo electrónico. Leo la convocatoria para un concierto en protesta por los encarcelamientos a los miembros de la junta directiva de Econoinvest, entre ellos a Herman Sifontes, ordenados por el gobierno del presidente Hugo Chávez, quien ha declarado una medida en contra de las Casas de Bolsa en Venezuela.

¿Un concierto? Meten preso a uno de los pocos mecenas que quedaba en las ruinas de la Venezuela culta y democrática, ¿y nos reuniremos a cantar? Repaso los libros que debo llevarme al lugar en el que ahora vivo. Llego al ejemplar de Tráfico y Guaire, una serie de reportajes que escribí hace unos años y que sólo vieron luz porque Rafael Arráiz Lucca, director de la Fundación para la Cultura Urbana, brazo cultural de Econoinvest, tuvo la generosidad de publicar en 2007. Perdónenme pero yo no puedo cantar. No puedo.

Releo El espejo enterrado de Carlos Fuentes. Repaso los volúmenes de Enrique Krauze. Recorro el siglo XIX latinoamericano. ¿Fuimos impostados? ¿Somos demasiados jóvenes como continente? El bicentenario de la independencias pone de moda estos temas. El negro primero y la madre que lo parió. Pienso. Ya sé que yo no tengo derecho a opinar sobre un país que he clausurado en mi pasaporte. Un país que he postergado en mis días. Un país con el que no peleo día a día y en el que no estoy autorizada a disentir, porque no lo padezco.

Pero una cosa sí tengo derecho a decir. Día a día, en los años que estuve en Venezuela y aún hoy, a kilómetros de distancia, hago lo posible por difundir lo que hacen escritores y creadores venezolanos. Me niego a nadar en el estiércol, me resisto a agregar más desazón al mar que ahoga toda discusión que pretenda la inteligencia. Y por eso levanto la voz y grito. Porque no me da la gana de cantar y porque quedarme callada es una estupidez.

No quiero en absoluto menospreciar el esfuerzo de todos los que participan en la iniciativa del concierto.Las herramientas al alcance hablan de quienes las usan. Los músicos harán sonar los acordes. Muchos amigos, gente a la que respeto y quiero, seguramente está trabajando duramente en hacer posible este evento. Y sé que en momentos como los que vivimos, todo intento equivale al cruce de una ciénaga. ¿Pero cómo vamos a reunirnos a cantar cuando están silenciando a una de las principales fuentes de difusión de cultura en Venezuela? Yo no puedo aplaudir canciones, mucho menos seguir melodías. Yo necesito gritar. Debo desafinar. Estar fuera de tono. Necesito golpear fuertemente las teclas. Arder y perder la compostura.

Hace pocos días murió José Ramón Medina, cuya antología de la literatura venezolana junto con la de Juan Liscano y la de Orlando Araujo es indispensable para entender la litertura venezolana que cada día se me hace más rara, esquiva, inmanejable, como una navaja en un bolso de playa. Repaso mi biblioteca, miro el siglo XIX latinoamericano porque no me atrevo a entrar en el siglo XX, el mismo cuya impuntualidad quedó certificada por el maestro Mariano Picón Salas tras la muerte de Juan Vicente Gómez. ¿Pasó lo mismo con el XXI?

Llevo días campaneando la rabia, desmenuzándola como un despecho. Llevo años empacando y renunciando, pero opto por el silencio. Porque de un tiempo a esta parte mi nacionalidad es una ausencia, una opción, una consecuencia. Yo me he ido. Y eso me quita derechos, para hablar. Pero esta vez no puedo. Esta vez no.

Repaso mi biblioteca, mientras pienso en los Monagas y los aires de familia que no se agotan, que no extinguen, que nadie espanta, que no desisten, que no claudican, que no paran. Y me quedo de pie frente al siglo XIX, pensando en Ariel y Calibán. Aprieto los puños, de rabia. Porque a mí, señores, no me da la gana de cantar.

2 comentarios:

Alvaro dijo...

Querida y admirada Karina:

En algun momento consideré la posibilidad de someter a tu reconsideración el uso del verbo "cantar" en tu texto.

Después lo descarté y simplemente, me alegré, porque nuestra actividad, que es juzgada como un saludo a la bandera por tí, al menos sirvió para despertar la respuesta de una intelectual como tú al respecto de una terrible injusticia.

Lo que sería inaceptable es el silencio.

Sábato, hablando de Borges, dijo: "hay que desconfiar de los genios, porque a veces se hacen los muertos".

La KSB dijo...

Álvaro, en absoluto -y lo sabes- menosprecio ni el acto, ni a quienes lo convocan y mucho menos la música.

Si hay algo que eleva es la música, si hay algo en lo cual es posible refugiarse (y no lo sabré yo acaso) es la música... pero en este momento, para mí, de frustración ... mi ira no puede aspirar a la armonía, ni al acorde, ni al arpegio.

NO puedo, como ustedes, entonar nada. No puedo Álvaro. no puedo. Perdónenme, por la impostura y mi rabia, pero no puedo. Por favor, discúlpame si en algún momento sonó a menosprecio mi amargura.

Probablemente ustedes sean más fuertes que yo. Ustedes sí saben y sí pueden cantar.