jueves, 20 de noviembre de 2008

Una monja en el congreso


Una cosa son los «hijos de puta» y otra los hijos del Señor. Algo que Bono parecía no tener muy claro hasta ayer, cuando llamó a reconsiderar una propuesta que él mismo, en contra de la línea del PSOE, había apoyado para ser votada en el pleno: la colocación en el congreso de una placa en honor a la madre María Maravillas Pidal y Chico de Guzmán, beata y monja perseguida durante la guerra civil.

La moción, presentada por Jorge Fernández Díaz, del PP, vicepresidente tercero y miembro del Opus Dei, pretendía honrar la memoria de una religiosa nacida en las dependencias del edificio. ¡Albricias! La idea surgió apenas una semana después del bochornoso aforo del que había hecho gala la Cámara Baja: apenas 60 disputados, de 350. ¡Ah, picarones! No váis cuando toca interpelar a Solbes, pero sí para honrar a una monjita.Pero no todo quedó allí.

El apoyo de Bono para votar la propuesta levantó polémica entre las filas de un PSOE que se ha rasgado las vestiduras al hablar de laicidad del Estado y la memoria histórica, y que ahora parecía indirectamente dispuesto a deshacer su discurso. No faltó quien dijese que, de darse una placa a esta monja perseguida en la guerra civil, habría entonces que tapizar España entera con los nombres de todos aquellos que pasaron por algo similar.

Las cosas fueron a más. Aparecieron los que, para sostener la tómbola, defendían no la religiosidad de Maravillas sino su estrecha vinculación con lugar: su padre había presidido el parlamento. El parentesco, los hábitos y la persecución parecían elementos suficientes para encaramar a la religiosa junto al Rey y la sufragista Campoamor.

Como si fuera poco, a eso se sumó el descuido de Bono, quien en un desliz de naturalidad y chanceo con otros diputados del PP., llamó «hijos de puta» a sus insensibles compañeros de partido, negados a votar semejante homenaje. Bono ignoraba que los medios, como Dios, están en todas partes. Así que la información no tardó en llegar a la opinión pública.

Pero las aguas volvieron a su cauce y los diputados a sus puestos de trabajo. En medio de una crisis económica de cuidado, el aumento del paro, la negativa de aumentar o no las tropas en Afganistán, todos los partidos, celosos paladines del consenso y la armonía, esquivaron el avispero clerical y dijeron lo que Cristo: «Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».

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