domingo, 7 de octubre de 2007

Bésame, bésame mucho



En la estación Sol, en el último vagón del andén a Legazpi, un matrimonio rumano se apea como puede para hacerse espacio en la trajinada conexión de las ocho de la tarde. El hombre, moreno y curtido como un pan duro, sostiene un pesado acordeón de teclas de mármol; la mujer, de unos setenta, mueve sin ganas una pandereta que servirá para recoger después -si los hay- unos céntimos. La anciana canturrea con aspecto de virgen ortodoxa. El Bésame mucho más mendigo de la historia ha terminado de sonar. A ellos no les importa que nadie los mire, así como a los pasajeros tampoco parece importarles que se bajen o permanezcan. Si se callan, bien; si no, da lo mismo. Y como “El Hombre del piano”, de Bukowski, yo –sinceramente- preferiría que abandonasen el vagón.

Dos chicos de 17 o 18 años se echan en un asiento, examinan la pulcritud de su engominada cresta mohicana, emparejan los pellejos de sus manos con los dientes, se acicalan y miran en el espejo, cambian sus anillos dorados de sitio, chocan sus zapatos al ritmo de la melodía que se desprende de los audífonos. La pareja de “quinquis” -así les llaman a las Jenny o los Mike de Vallecas-, mejor dicho los macarras, está bastante ocupada en la pulcritud de los chandals. Y así, muy echados y coquetos, parecen decirle al resto del mundo: yo también tengo poder adquisitivo. A su lado, una pareja ecuatoriana discute si el modelo RZA o el Nokia; si Orange o Amena. El móvil es un asunto de hidalguía. El matrimonio rumano sigue en lo suyo: atormenta al vagón de un extremo al otro.

“Crecen los inmigrantes que cobran el paro”, reza un arrugado ejemplar de El Mundo. Según datos del Ministerio del Trabajo, 5,79% de los ciudadanos que perciben la prestación por desempleo provienen de otros países. La cifra, cercana a las 80.000 personas, es cuatro veces mayor que se registró en 2004. La mesa editorial del matutino condena la laxitud de la política de inmigración del actual gobierno. En la página siguiente, en la sección internacional, un alcalde italiano sonríe como si levantara una copa de ping pon de salón. Su ofrecimiento de un bono de productividad de 500 euros para aquel ciudadano que denuncie a un inmigrante ilegal ha sido recibida con beneplácito en su localidad.

El hombre con rostro de pan duro canta El día que me quieras, los ecuatorianos siguen enfrascados en la dialéctica amena-orange y yo me llevo las manos a los bolsillos. Todo en Santa Paz. “No vas a tener casa en la puta vida”, dice una pegatina que alguien, diligentemente, se ha encargado de colocar en la ruta de la salida para promocionar una protesta el próximo fin de semana. Gran Vía, el punto de encuentro de la protesta, está llena de ellas. La queja es, también, una estampa de esta edad media ciudadana. Y tras el sonido del silbato, las puertas del vagón se cierran. Los rumanos se alejan, pierden fuerza en el ronco túnel de la estación. Yo, en cambio, he perdido el tren a Argüelles.

1 comentario:

Francisco Pereira dijo...

Allí van al vuelo unos centavos que hagan sonar la pandereta..."como si fuera esta noche la última vez".