domingo, 2 de septiembre de 2012

Un episodio con fuego del Sr. Hudson




“Si las palabras mueren inéditas en nuestra conciencia   
vienen a ser como señales luminosas caídas dentro de un pozo”.
Enrique Bernardo Núñez. Cuaderno de notas, 1950.   

Lo que pasó con Cubagua fue un enigma. Nadie tiene una idea relativamente fija de aquella novela. En su Panorama de la literatura, Juan Liscano escribe cómo, al momento de su publicación en Venezuela, nadie la entendió.  Osvaldo Larrazábal, en su prólogo a la edición Novelas y ensayos de la Biblioteca Ayacucho recoge algunas menciones, no muchas. El libro pasó por el país como una sombra. Circularon sólo 70 ejemplares de una primera edición que desaparecería, sin explicación, aunque no a la manera apoteósica de La Galera de Tiberio.
Dedicada a la narración fantástica del surgimiento de la isla Cubagua, Enrique Bernardo Núñez trató de publicarla en 1930, “porque cada libro, al menos de esta clase, tiene  un año”, escribió el propio autor refiriéndose a una novela de la que debía esperar mucho más que de sus anteriores y juveniles Sol interior (1918) y Después de Ayacucho (1920).  Con un libro de “esta clase” aspiraría Bernardo Núñez a superar las composiciones criollistas de sus tempranos veinte. Con Cubagua, EBN ya tiene 30 años y la conciencia de que puede escribir como Faulkner y Dos Passos.
Sin embargo, algo ocurre.  Un episodio echa por tierra sus esfuerzos de publicación en 1930. El mismo EBN escribe sobre lo ocurrido: “(…) algunos inconvenientes mayores lo impidieron, siendo posible que el resto de la edición fuese incinerada por aquel tiempo en la aduana”.
Cubagua, la novela que, se supone, le daría galones literarios y le sacaría del arrebato positivista en prosa de alpargata de Enrique Aracil y Reinaldo Solar,  se quema en el puerto de la Guaira en 1930. La Galera de Tiberio, la novela en la que EBN se colgaría la medalla del escritor latinoamericano termina, ocho años más tarde, en 1938, hundida, por su propia mano, en el río Hudson. Algo en ambos episodios coquetean con el infortunio por voluntad propia.
Según los datos proporcionados por EBN, Cubagua ha debido de ser escrita en dos momentos: la primera, en La Habana, entre los meses de enero y abril de 1929, cuando es enviado como Primer Secretario de la Delegación Venezolana a Cuba durante el gobierno del general Juan Vicente Gómez, y  la segunda, en Panamá, desde marzo hasta julio de 1930.
Su fecha final de publicación fue 1931. No eran los mejores días del escritor, quien estaba a punto de volver como secretario interino del Gobierno del Estado Anzoátegui, en medio de una situación económica asfixiante que le obligó, en más de una ocasión, a escribirle a Juan Vicente Gómez para hacerle saber de sus apuros.
Ya para ese año, a la mermada edición de Cubagua se suma la publicación de tres libros que se convertirán en referencia de la literatura venezolana y cuya aparición dejarán en un segundo plano la novela de EBN. Se trató de La bella y la fiera, de Rufino Blanco Fombona; Odisea de tierra firme, la primera novela de Mariano Picón Salas y, finalmente, Lanzas coloradas, la primera y una de las más destacadas novelas de Arturo Úslar Pietri.  Para más inri, Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos,  se había publicado apenas dos años antes, en 1929.
Para muchos, la desaparición de la tirada es anecdótica. El lector venezolano no estaba preparado para una novela de tiempos quebrados, con abundantes rupturas, voces superpuestas, anacronismos  o reescrituras a la manera de Alejo Carpentier en Los pasos perdidos (1949). No se habría leído de todas formas, a diferencia de Doña Bárbara o Lanzas coloradas que obedecían a la estructura de la novela moral,  de orden cronológico y escritas a la manera de gran tapiz nacional, evocador, criollista.
Cubagua nace en los años de la novela de la tierra, justamente para superarla y, sin embargo, arde solitaria en una aduana, y circula a duras penas. Cuánta complicidad del propio Enrique Bernardo Núñez hay en el silenciamiento del que fueron objeto sus propios libros en la literatura venezolana. Su obcecación en reescribir los libros una vez publicados o de tirarlos al agua para volverlos a reescribir 40 años más tarde. Su rara manía de novelista que abandona para dedicarse al periodismo y la crónica, no son cosas que existan sólo alrededor del infortunio, tienen una naturaleza interior bastante más destructiva y disciplinada, de alguien que espera demasiado de sí mismo o de sus lectores. Alguien a quien no le bastará un episodio de fuego.

3 comentarios:

Bernard Tieck dijo...

Hmmm. Esta historia necesita mucho más. Espero, querida KSB, que se trate solo de un anticipo.

La Azotacalles dijo...

Episodios de fuego.
Lástima que no pudimos hablar más.
Tú, sigue escribiendo.

La KSB dijo...

Bernard: estoy buscando cosas. Llevo dos diarios. Uno forrado e piel sintética y otro, más desordenado, aquí; anoche me enteré de que además del episodio del Hudson, existió el incendio; digamos que estoy cotilleando... querido diario y esas cosas.
Daza... necesitamos al viejo Sanoja.