“Si las
palabras mueren inéditas en nuestra conciencia
vienen a ser como señales luminosas caídas
dentro de un pozo”.
Enrique Bernardo Núñez. Cuaderno de notas, 1950.
Lo que pasó con Cubagua
fue un enigma. Nadie tiene una idea relativamente fija de aquella novela. En su
Panorama de la literatura…, Juan Liscano escribe cómo, al
momento de su publicación en Venezuela, nadie la entendió. Osvaldo Larrazábal, en su prólogo a la edición
Novelas
y ensayos de la Biblioteca Ayacucho recoge algunas menciones, no
muchas. El libro pasó por el país como una sombra. Circularon sólo 70
ejemplares de una primera edición que desaparecería, sin explicación, aunque no
a la manera apoteósica de La Galera
de Tiberio.
Dedicada a la narración fantástica del surgimiento de la
isla Cubagua, Enrique
Bernardo Núñez trató de publicarla en 1930, “porque cada libro, al menos de
esta clase, tiene un año”, escribió el
propio autor refiriéndose a una novela de la que debía esperar mucho más que de
sus anteriores y juveniles Sol interior
(1918) y Después de Ayacucho (1920). Con un libro de “esta clase” aspiraría Bernardo
Núñez a superar las composiciones criollistas de sus tempranos veinte. Con Cubagua, EBN ya tiene 30 años y la
conciencia de que puede escribir como Faulkner
y Dos Passos.
Sin embargo, algo ocurre.
Un episodio echa por tierra sus esfuerzos de publicación en 1930. El
mismo EBN escribe sobre lo ocurrido: “(…) algunos inconvenientes mayores lo
impidieron, siendo posible que el resto de la edición fuese incinerada por
aquel tiempo en la aduana”.
Cubagua, la novela
que, se supone, le daría galones literarios y le sacaría del arrebato
positivista en prosa de alpargata de Enrique
Aracil y Reinaldo
Solar, se quema en el puerto
de la Guaira en 1930. La Galera de
Tiberio, la novela en la que EBN se colgaría la medalla del escritor latinoamericano
termina, ocho años más tarde, en 1938, hundida, por su propia mano, en el río
Hudson. Algo en ambos episodios coquetean con el infortunio por voluntad
propia.
Según los datos proporcionados por EBN, Cubagua ha debido de ser escrita en dos momentos: la primera, en La
Habana, entre los meses de enero y abril de 1929, cuando es enviado como Primer
Secretario de la Delegación Venezolana a Cuba durante el gobierno del general Juan Vicente Gómez, y la segunda, en Panamá, desde marzo hasta
julio de 1930.
Su fecha final de publicación fue 1931. No eran los mejores
días del escritor, quien estaba a punto de volver como secretario interino del
Gobierno del Estado Anzoátegui, en medio de una situación económica asfixiante
que le obligó, en más de una ocasión, a escribirle a Juan Vicente Gómez para
hacerle saber de sus apuros.
Ya para ese año, a la mermada edición de Cubagua se suma la publicación de tres
libros que se convertirán en referencia de la literatura venezolana y cuya
aparición dejarán en un segundo plano la novela de EBN. Se trató de La bella y la fiera, de Rufino Blanco Fombona; Odisea de tierra firme, la primera
novela de Mariano Picón Salas y,
finalmente, Lanzas coloradas, la primera y una de las más destacadas novelas de
Arturo Úslar Pietri. Para más inri, Doña
Bárbara, de Rómulo Gallegos, se había publicado apenas dos años antes, en
1929.
Para muchos, la desaparición de la tirada es anecdótica. El
lector venezolano no estaba preparado para una novela de tiempos quebrados, con
abundantes rupturas, voces superpuestas, anacronismos o reescrituras a la manera de Alejo Carpentier en Los pasos
perdidos (1949). No se habría leído de todas formas, a diferencia
de Doña Bárbara o Lanzas coloradas que obedecían a la
estructura de la novela moral, de orden
cronológico y escritas a la manera de gran tapiz nacional, evocador,
criollista.
Cubagua nace en
los años de la novela de la tierra, justamente para superarla y, sin embargo,
arde solitaria en una aduana, y circula a duras penas. Cuánta complicidad del
propio Enrique Bernardo Núñez hay en el silenciamiento del que fueron objeto
sus propios libros en la literatura venezolana. Su obcecación en reescribir los
libros una vez publicados o de tirarlos al agua para volverlos a reescribir 40
años más tarde. Su rara manía de novelista que abandona para dedicarse al
periodismo y la crónica, no son cosas que existan sólo alrededor del
infortunio, tienen una naturaleza interior bastante más destructiva y
disciplinada, de alguien que espera demasiado de sí mismo o de sus lectores. Alguien
a quien no le bastará un episodio de fuego.
Hmmm. Esta historia necesita mucho más. Espero, querida KSB, que se trate solo de un anticipo.
ResponderEliminarEpisodios de fuego.
ResponderEliminarLástima que no pudimos hablar más.
Tú, sigue escribiendo.
Bernard: estoy buscando cosas. Llevo dos diarios. Uno forrado e piel sintética y otro, más desordenado, aquí; anoche me enteré de que además del episodio del Hudson, existió el incendio; digamos que estoy cotilleando... querido diario y esas cosas.
ResponderEliminarDaza... necesitamos al viejo Sanoja.