A las cinco de todas las tardes, nos reunimos alrededor de
una mesa ovalada para hablar de los temas que llevaremos para el día siguiente.
Las aperturas de la mañana, el editorial, los buscones –chascarrillos,
políticos en su mayoría-. Nos reunimos los redactores de todas las secciones
junto con el director, que preside la mesa sentando en el centro con un cuaderno de hojas cuadriculadas. Me quedo, casi siempre
mirando su libreta largo rato, me recuerda a los antiguos cuadernos Caribe de
las matemáticas de primer grado. Con un bolígrafo de tinta verde apunta el
director unos temas. Con otro de tinta azul violeta apunta notas a esos temas.
Con tinta morada apunta los nombres de
los redactores.
Esta tarde, hablamos de este verano en el que no ocurre
nada. “Por mucho que no pase nada, nunca podremos sacar un periódico en blanco”,
dice Fonseca, el redactor se sucesos y
Tribunales. Aparecen chascarrillos por debajo de las patas de la mesa. El
director está todavía ocupado, apuntando la fecha del día en su cuaderno de
hojas cuadriculadas. Los chascarrillos continúan deslizándose. Yo hago croll con mi índice sobre la pantalla
del iPad para acelerar el historial del twitter. Fonseca insiste con las páginas
en blanco. Un redactor responde. “Yo jamás he visto un periódico con páginas en
blanco”. Mi dedo se paraliza. Un bofetón me devuelve a un desayuno de infancia
y algo me saca de mi autismo. “Yo sí”, respondo en una voz tan alta que hasta
me arrepiento de mi tono.
Recuerdo aquellos soles de febrero perfectamente. Eran
amarillísimos y las ganas de salir al patio se acrecentaban a medida que mis
padres nos prohibían salir a jugar, no fuera que una bala perdida se nos
derritiera, bobalicona, por mala fortuna, en el cráneo. Hacía unos días, una semana más o menos, un tanque de guerra
había intentado tumbar las puertas del Palacio de Miraflores para derrocar el
gobierno de Carlos Andres Pérez, presidente socialdemócrata, quien ya había
tenido que enfrentar el paquete de medidas de ajuste impuesto por el Fondo
Internacional Monetario, un estallido social a una semana de su toma de
posesión y ahora un levantamiento militar –no sería el único-. Los rebeldes,
comandados por el teniente coronel Hugo Chávez Frías, se habían rendido a las
pocas horas de la intentona, aún así, el país vivió días de toque de queda, las
garantías constitucionales habían quedado suspendidas y a la hora del desayuno
llegaban a casa las principales cabeceras nacionales con páginas enteras en
blanco, convenientemente editadas con níveos brochazos. En esos días aprendí el
significado de varias palabras. Golpe de Estado fue una; censor fue otra.
Todo esto me vino a la mente como una transfusión cuando mis
compañeros de trabajo se me quedaron mirando después de aquella tajante y algo
enloquecida afirmación. Lo mínimo que debía hacer era al menos dar una
referencia coherente sobre dónde había visto yo páginas blancas, que no fueran
las de una resma de papel. Como una Wikipedia averiada, me limité a decir: “Durante
el primer intento de Golpe de Estado de Hugo Chávez, la prensa salía publicada
con páginas en blanco. Por la suspensión de garantías constitucionales, hubo
censores de prensa”.
Se hizo un raro silencio. Como si hubiese confesado tener un
padre estafador, un quinto dedo, una deformación de corazón o miles de pústulas
en el rostro. Sólo el director, que ya había apuntado completa la fecha en su
cuaderno de hojas cuadriculadas, afirmó: “He leído algo en estos días. Decía
que las cosas en Venezuela estaban tan complicadas, que aún si Chávez perdiera
las elecciones, los venezolanos que estaban fuera no volverían. ¿Es eso cierto?”.
Lo que podía ser una pregunta hipotética, se hizo de pronto
un artefacto de uso personal, un espejito
espejito… Y respondí, casi con la
boca como un lanzallamas. “Sí, creo que es totalmente cierto, las cosas han
empeorado muchísimo en 14 años”. Cinco minutos después, dábamos un repaso a la
situación de qué escenarios estaban dando algunos informes acerca de la
situación de los mercados y el BCE para después del verano y un eventual
rescate a Italia.
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