He descubierto, con mucho retraso, el poder del gorgojeo. De ahí viene la palabra twitter, ¿no? Del sonido que emite esa esponjosa avecilla azul enmarcada en un cubo blanco. Consumo buena parte del día revisando la columna de mensajes que se apilan. Me conduzco por la aplicación como si caminara por una fiesta con una copa en la mano, migrando de grupo en grupo, picoteando las conversaciones y dándome por enterada de lo que mis contactos dicen, o a veces proclaman –curioso, las venganzas sentimentales no abundan-.
El síndrome de “estoy comiendo gazpacho” de Pérez Reverte parece menos común que antes. Incluso hasta podría decir que, para la estricta actualidad, he sustituido las bases de datos de EFE y Europa Press por la, insisto, avecilla azul que salta cada tanto de rama en rama. “Dimite Berlusconi”. “Se desploman las bolsas”. “Otoño en el Whitney”.
Bien, todo eso suena fantástico. Es lo que hemos leído en todas partes y que, a efectos de esta crónica, no supone novedad alguna y suena, para remate, una reflexión algo pastoril de mi parte.
Sin embargo, gracias al tuiteo, he contraído una gravísima enfermedad que empeora día a día. El límite de 140 caracteres le ha prendido fuego a la prosa –defectuosa o no- que antes usaba para referirme a algo y que solía volcar aquí. He comenzado a sustituir mi discurso mental por un pensamiento en verso del que, pensé, me había curado del todo.
Incluso, ¡lo que es peor! Ya no sólo pienso en verso –nunca podré hacer un endecasílabo- sino que me ha dado por redactar titulares imaginarios. Ahora pienso cosas como “Jesucristo viene y trae cestatickets” , “Guardiola comerá con Bartebly al amanecer”, “Manual para tomar el té con Ángela”. Y no es que eso haya mejorado mi capacidad de titular –que siempe ha sido mala-, mucho menos que me haya vuelto más aguda. Es que parezco una video-instalación averiada. Escupo frases de 140 caracteres.
Si no me cuido, voy a terminar como Elena Medel, pensando que por escribirle versos a la tele soy la ostia. He pensando en racionar el uso del programa, pero ya el mal está hecho. Ahora, cuando me siento a escribir un párrafo, me toca empujar las frases, arrastrar las letras de sus bracitos para no morir en la orilla de la página en blanco.
Entonces pasa lo que pasa, me da por poner cara de poeta y, ¡hala!, 140 caracteres, otra vez.
5 comentarios:
yo soy malísima con el tuiter, es toda una ciencia que no logro manejar...
ni te asomes, porque después... se te pega!
yo no me contagiaré. no he entrado jamás en el twitter. todavía. pero como todo el mundo habla de ello me siento una ignorante (bueno no sólo por este motivo :)
"cara de poeta" no está mal como consecuencia
Años esperando a Godot, a Jesuscristo y a los cestatickets... y nada que llegan.
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