domingo, 13 de diciembre de 2009
Animales de azúcar y rosas para microondas
Limón Gutiérrez tiene el cabello largo hasta la cintura y un uniforme verde con el panda de la red WWF. Hasta hoy, ha soñado quince veces con el mismo número de cuatro ceros para un billete de lotería, con la transformación de la Catedral de León en un inmenso Mp3 en llamas y la total desaparición de la luz eléctrica en Las Ramblas a causa de un incendio producido por el exceso de fósforo de La Boquería.
Está a menos de un metro de una máquina que vende ramos de rosas. Sí, una especie de congelador que en lugar de coca-colas o bolsas de patatas fritas, expulsa flores si le metes dinero por una ranura del tamaño de un billete. Limón Gutiérrez parece verdoso y mareado. Pero no creo que sea él, es el invento ése que lo hace ver tan enclenque. Con una mano sostiene una carpeta con información ecológica que nadie quiere escuchar y con la otra un boli azul de la derrota –si nadie escucha, nadie firma-. Es diciembre. Proliferan los niños, los paquetes y las mujeres de abrigos abultados que congestionan el tráfico en los pasillos. A Limón Gutiérrez no le importa en absoluto. De lo contrario se iría, ¿cierto?
Hasta hace poco –mientras la descripción de Limón Gutiérrez ocurría para ustedes-, un hombre hosco, Francisco Pelayo, de rasgos fuertes y una estela sudor avinagrado, se detuvo frente a la máquina de flores recalentadas para examinar su billetera. Estaba vacía. Su mujer, Pepa, una rubia de raíces oscuras y vaqueros nevados, dijo algo que podría parecer una derivada –se tardó demasiado en explicarlo- . Después de tanta indicación, se perdieron los dos en la inmensidad del centro comercial.
Limón Gutiérrez sigue cerca de la máquina, inofensivo, sonriente, maquinando un avatar para secuestrar todo el pescado que amenaza La Boquería. Una pareja de quinquis navega alrededor de Limón, quien intenta un abordaje pirata sin éxito alguno. Los quinquis tocan el istmo que hace la máquina con las escaleras mecánicas. Cero ecología, cero rosas. Limón y la máquina parecen invisibles en una galería donde todo está hecho para ser visto, y comprado. Y con ese naufragio ocurren muchos otros. La madre –Cayetana- con el carrito de gemelos y el marido de abrigo Belfast y engominada cabellera. Pilar, una bondadosa cuarentona que al menos se toma la molestia de sonreírle a Limón. Encarnación, una manicurista que llega tarde al cambio de turno del salón de belleza.
A todos les corre prisa, excepto a las flores para microondas y al buen Limón Gutiérrez, que ahora mastica sin mucha convicción un osito que ha sacado de una bolsa plástica llena de animales de azúcar, su dulce consuelo para el panda invisible de su uniforme. Limón Gutiérrez piensa que mejor hubiese hecho lo que Forteza, que de haberse hecho con una portería por los pueblos de Asturias, ya se hubiese hecho una mejor suerte jugando a parar los penaltis a los mozos de los pueblos, quizás así y hasta impedía lo de la Catedral de León y La Boquería Pobre Limón y sus animales de azúcar. Ahora la máquina sigue encendida, ofreciendo rosas verdosas, a 15 euros el ramillete.
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6 comentarios:
Me gustó el principio pero me perdí al final. Bonito y cruel el detalle del osito de azucar. Maravilloso el personaje del Limón Gutiérrez. Saludines, Icaco Pérez.
Una descripción muy dulce para un hombre con un nombre tan acido.
es una historia muy triste hermana....
¿Por qué Cris? Si todos somos un poco Limón GUtiérrez. O mejor dicho, hay Limones GUtiérrez en todas partes.
pero aún asi la forma en la que lo cuentas es muy triste, aunque sea verdad... quizás lo que Limón Gutierrez necesita es encontrar su lugar, lejos de la máquina de rosas..
Ácidamente dulce, como el nombre del personaje, y esperanzadamente solitario, como estos días. Hermoso y cruel. ¿O es esto redundante? Un beso
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