que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas.
Federico García Lorca. Poeta en Nueva York (1929-1930)
Enrique Bernardo Núñez lanzó la edición entera de su novela La Galera de Tiberio al río Hudson. Elisa Lerner hizo desfilar por sus orillas a esbeltas mujeres, todas calzadas sobre copas de champán. Allí Rubén Darío pasó cuatro de los cinco últimos meses de su vida y José Martí vivió más de 14 años. Gabriela Mistral murió en el Hospital General de Hempstead, en Long Island, y Juan Ramón Jiménez se casó en la Iglesia St. Stephen, en la calle 125 con 28. Parece que en sus orillas todos dejan algo. Aquí, en Nueva York, las lenguas, como las patrias, arrastran un tufo de equipaje.
Ilegales como la Reyna y el Marlon de Jorge Franco en su novela Paradiso Travel; poseedores de visa; despachadores de comida; dependientes; intelectuales; invitados y fisgones; escritores; estudiantes; vividores y oprimidos; exilados, unos por fuerza, otros por voluntad propia; periodistas; banqueros; peluqueras; repartidores… Vivir en Nueva York es ya una ocupación, pero llegar a ella es, también, un tipo de ciudadanía. Sí, una ciudadanía.
Juan trabaja en el Dely market de la calle Bowery con Amsterdam en el Upper West side. Lleva ocho años viviendo en Estados Unidos, tres de ellos en Nueva York. Empezó como trabajador golondrina –“que se mueve de un lado a otro”-. Pasó por Texas, Carolina del Norte y Arizona. “El bagel, ¿lo quieres tostado o normal?”. “Normal, por favor”, digo mientras miro su visera. Es amarilla y lleva estampada un gallo. “Es un trío americano –dice, señalándose la cabeza-, una mezcla de sangres brown red y sweater. Es un auténtico gallo de pelea”. Uno de sus primos los vende desde 530 dólares en Cuautitlán, al norte del Estado de México, donde aún vive una parte de su familia. “Son seis cincuenta”, dice tras dejar un bulto forrado en papel de aluminio sobre el mostrador. Avanzo hasta la caja para pagar mi desayuno. Pienso en devolverme para preguntarle, pero una fila larga fila de obreros con bolsas, paquetes y órdenes de comida anotadas en papelitos, me hace desistir. Me doy por respondida. Ahora, supongo, ya no necesita volver.
De los más de 40 millones de latinos que viven en Estados Unidos, 14% reside en Nueva York. Más de seis millones de personas que habitan por igual una ciudad y una categoría. Lo latino, el latino, los latinos, el hispano, los hispanos; palabras estrechas, porosas, acaso imprecisas, para una región tan abultada y variopinta como América del Sur.
¿Lo latino, la hispanidad? ¿Es una efeméride, un sector de mercado, una categoría migratoria? La hispanidad. Algo que parece una nacionalidad sin llegar a serlo, aunque Martí, Rodó y Vasconcelos se partieran la cabeza para concebirla como tal. Ni Ariel –el espíritu hispano de la razón- ni Calibán –la encarnación del invasivo espíritu del norte-. Y de tanto buscarse, de urdir en la idea de una identidad común que desveló a los intelectuales de los siglos XIX y XX, América caminó por sus propios pasos más allá de Río Grande y Key West. Después de California, Nueva York es la ciudad que mayor cantidad de trabajadores latinos posee, y ocupa el tercer puesto en lista de envío de remesas con 3.6 billones de dólares, por delante de Texas con 3.2 billones y Florida con 2.4 billones. El progreso no se parecía a esto, ¿o sí?
En las elecciones de 2000, justo un año antes del derrumbe de las Torres Gemelas, de los 18 miembros latinos del Congreso, la representante por Nueva York, Nydia Velázquez, fue electa con 85% de los votos. Si se revisa la lista de ganadores del resto del país para ese año, muy pocos congresistas alcanzaron porcentajes superiores al 60%. La puertorriqueña, hija de un granjero de caña de azúcar en Yabucoa, había sido electa en 1993 como la primera congresista boricua. Desde ese entonces ha sido la congresswoman del distrito 12, que agrupa Brooklyn, Queens y parte de Manhattan.
Por encima del chicano, una categoría teórica especialmente placentera para el sanedrín de los Cultural Estudies, y más allá de la épica del bracero –así se llamó a los trabajadores mexicanos trasladados desde 1942 hasta 1964 para cubrir la falta de mano de obra en EEUU en condiciones de trabajo deplorables-, existe un lugar cultural tan esperpéntico como espontáneo, un sitio del que nacen nuevas repúblicas postales, o quizás se trate más bien de una sola, un enorme e informe paisaje donde algo, siempre, queda atrás.
Delante del Hudson, en el puerto que mira a la Upper bay de Nueva York, un pequeño barco con el logo de Ikea alborota el agua y remueve algo de espuma sucia. “Taxi libre para visitar nuestra tienda en Brooklyn”, dice el cartel amarillo del bote. Me quedo mirando el chapoteo verdoso mientras dos gaviotas se pelean por un aro de cebolla que finalmente cae al agua. Pienso en La Galera de Tiberio, en las hojas desaparecidas hace años por obra del agua, los peces o lo que sea que habite este río. Me quedo mirando el río, como si se tratara de una piscina olímpica a la que todos terminan arrojándose. Me siento un poco ridícula viendo cómo se hunden sobras de comida y colillas de cigarro. El barco de Ikea avanza, una bandada de algo revuelve el aire. A mis espaldas, sigue de pie Nueva York, esa ciudad donde algo, siempre, queda atrás.
5 comentarios:
¡Qué buena foto!
He pensado mucho en NYC en estos días... ¿estás allá?
Y yo con unas ganas asquerosas de conocer esta ciudad (desde el año 99 estoy con el mismo tema). El año pasado me negaron la renovación de visa ¿te acuerdas?, me tuve que ir al DF. En fin, por los momentos me tocará compartir anecdotas de Salta y Jujuy, las Llamas parecen ser un poco agresivas en ocasiones (te escupen así no más).
Me gustó este texto, provocar estar aterrizando en JFK...
Ana: regresé de NY hace una semana. Me acordé de ti en las farmacias -por las curitas, ja ja- y en Chinatown, por la foto ésa genial que tienes del chino.
Its: no te preocupes, Nuva York te espera. Ella sabe que tú "reinarás".
:)
Excelente revisión de lo latino y de los escritores.. pero se queda corta al poner en esa fila a los pintores, especialmente la saga de Rivera y Fridha cuando vivieron allí.
Felicitaciones
Tienes razón, totalmente. Uhm... me ha picado el gusanillo...
Je je je
Gracias :)
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