Desde hace más de veinte años, Danilo milita en la Coalición Asiática de Campesinos, asociación que agrupa a más de 20 millones de campesinos en China, India, Bangladesh, Malasia, Indonesia y Filipinas, y de la que ahora es Secretario General. Desde ahí, Danilo pide dos cosas: acceso a la tierra y mejores salarios.
Mientras hablo con él, Danilo Ramos saca de su bolsillo una cartulina, que desdobla con rapidez. Es un mapa de Asia. Y mientras me señala las zonas más afectadas por la militarización que desplaza a miles de productores, me repite, una y otra vez, que quiere de mí que entienda una cosa: la tierra no ha sido ni será nunca suya.
Al escuchar a Danilo, un hombre de ojos rasgados y cabello cenizo que bien podría ser mi padre, me viene a la cabeza una imagen. Una sola. La idea de quien rebaña los granos de un plato casi vacío. El problema empeora cuando quien lo hace, quien rebusca con la enfebrecida cucharilla, es el productor.
En Asia, la situación de la propiedad de las tierras enciende desde hace décadas la relación entre las autoridades, productores y campesinos. Tan sólo durante el gobierno de Gloria Arroyo, en Filipinas, el ejército utilizó los campos empobrecidos de Mindanao, al Sur del país, como cantera paramilitar.
En solares mal explotados resultaba mucho más atractivo la recompensa por la caza de un miliciano del Frente Moro de Liberación Islámica que la hipotética y escasa paga diaria por las siembras. Todo creció en esos años. Los jóvenes que abandonaron el campo por las armas; también los falsos positivos. La muerte como una mancha pringosa y abultada.
Cuatrocientos campesinos y activistas desaparecidos y dos mil asesinados entre 2001 y 2010, una cifra reconocida por Amnistía Internacional, que parece no avergonzar a nadie excepto a quienes las padecen, una cifra que brota en medio del plato de gomoso y blanco arroz que acompaña todas las comidas en este lugar.
Regreso al hotel con la grabación en vídeo de Danilo. Y mientras intento editarlo, escucho sus palabras y sus frases, repetidas mil veces. Me siento ridícula, pertrechada con la camarita y la Mac, interponiendo entre ese campesino y yo una lente mucho más gruesa de la que ya nos separa. Edito, sin saber qué hacer. Corto frases, las clasifico. Me mareo y opto por una cerveza en algún bar sucio de los que abundan en Quezon City.
En los cinco minutos que me toma llegar al bar, un enjambre de niños me rodea. “Ma’an, Ma’an”. No he terminado de escucharles cuando ya dos de ellos me sujetan los brazos, me piden dinero, comida, cosas... Camino como lo hacen quienes adquieren el poder de hacer invisibles a quienes les hablan. Camino como los cretinos. Alzo la mirada, la fijo en un punto muerto. Acelero el paso. Me escabullo. Desaparezco.
Salir a la calle en Manila es, a veces, un acto de fe, un intento, una duda. Constante. Y cuando escribo constante me refiero a la fe –o su ausencia-, al número de intentos por recuperarla y, por supuesto, a la duda. A la sospecha permanente que se le pega a uno en la mirada. El problema acaso no sería dudar. El asunto es aprender a dudar correctamente.
Para quien teclee Manila en el buscador de Google, lo primero que encontrará será una galería de potentes y acristalados rascacielos, todos ellos ubicados en Makati City, el distrito financiero de la ciudad. Rugid tigres asiáticos, rugid. Sin embargo, existe otra ciudad que se comporta como una cebolla, que nubla la vista y pide, de una vez, que uno deje de trocearla.
5 comentarios:
y todo lo que "tengo que hacer" es tan absurdo... y mañana y al otro y al otro
La realidad supera la ficción!!!!
Camino, Susan: muchas gracias por leer la crónica y por dejarme sus comentarios. No sé si ésta es la realidad, lo que sí sé es que es una visión muy personal de lo que encontré. Para mí Manila no fueron los rascacielos de Makati City. Eso se los aseguro.
Conozco la sensación, he fingido ser la cretina que se deshace de las manos de los niños que te increpan ma'am y no sé serlo. Hay dos mundos, quizás hay más de dos no sólo en Manila pero no todos los ojos quieren ver, tú lo haces y al detenerte en esas cosas tan "insignificantes" para tantos, creces y arrojas un granito de arena, solo así, tal vez...
Buen trabajo!
Ophir
Muchas gracias Ophir.
un abrazo
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