Un hombre alto habla de baloncesto. Está sentado en la única mesa de una redacción abandonada. Le rodeamos tres, cuatro, quizás cinco personas. En 1997, dice, tenía cerca de 24 o 25 años, un puesto de redactor deportivo y un billete de avión a Sarajevo. Dos años después del fin de la guerra,el reportero llegó a los Balcanes buscando a Mirza Delibasic.
Además de las preguntas para una entrevista, llevó lo convenido con Delibasic: cajas de tabaco, un lujo en una ciudad bombardeada -más aún si quien lo pide es un prócer de un metro noventa y siete centímetros de alto-. Cuenta el reportero que Delibasic era un ídolo dentro y fuera de la cancha. Más que una estrella, una efeméride ambulante: campeón olímpico, mundial y europeo con la selección yugoslava. Jugó 700 encuentros y anotó más de 14.000 puntos para su equipo, el Bosna, de Sarajevo.
Apenas un año después de la independencia de Bosnia y Herzegovina, estalló la guerra. Delibasic sacó a su mujer y su hijo de Bosnia, pero inmediatamente volvió a Sarajevo. Corría 1992. Habían pasado diez años desde sus dos temporadas como jugador en el Real Madrid y casi nueve desde el derrame cerebral que le alejó de las canchas. Aún así, Delibasic volvió a su ciudad. “Decía no poder estar lejos mientras existiese una guerra en su país”, contó el periodista sobre el prócer de un metro noventa y siete centímetros.
Delibasic vio pasar la guerra y lo que ella había dejado tras de sí. Equipos de baloncesto difuntos y selecciones enteras desaparecidas. Los que tenían futuros promisores los aparcaron -los más afortunados- a causa de un desgarre por un perdigón o la esquirla de una granada; los otros, la mayoría, por un disparo en la sien. El talento hizo trasvase desde el mundo de los vivos al de los muertos e incluso a otro, aún peor, el de los sobrevivientes. .
Pasaron frente a un pabellón destruido. “Aquel es una promesa” le dijo Delibasic al periodista. Se refería a un chico, como ellos un hombre alto, que encestaba una canasta. Fue el propio benjamín quien lo explicó todo. Una bala en el culo desgarró su musculatura; adiós al baloncesto profesional. La guerra lo había convertido en una ex promesa, pero no le molestaba. Podía dar las gracias: la bala le dio en el culo, no en la cabeza.
Pero la historia no acaba en la pólvora, los cascos azules o el amor propio. Termina donde empezó: en la redacción. El lugar donde, al fin y al cabo, comienzan y acaban todas las historias, sean cuales sean. Del lugar de donde provengo, el trasvase entre vivos y muertos ha dejado de existir. En las canchas de baloncesto se libra otra guerra de cañón recortado. Todos los días, poco a poco, a golpe de balas, camellos o jíbaros, van desapareciendo. Y si alguno de quienes juegan en ellas podía llegar a ser una promesa, ese fue todo el milagro: que le rindiera la vida para parecerlo. En Caracas, diariamente 46 personas mueren asesinadas -que no te toque a ti, ruega al Santo Ismael y la Corte Malandra-.
Un hombre alto habla de baloncesto. Le escuchamos unas tres, cuatro… no sé cuántos somos. Me miro las manos, pienso en la bala del culo o la de la sien. Pienso en el azar, la distancia. Pero qué más dá, estando a salvo todos somos eso: hombres altos que hablan de baloncesto en la única mesa de una redacción abandonada.
No puedo dejar de pensar en Delibasic.
Él sí volvió.
9 comentarios:
Por eso es que esos que dicen que hace falta una guerra en nuestro paìs, son unos ignornates que no saben lo que dicen. sólo conocesn la guerra por las películas de Jon Wey
hombre, el problema es que nuestra guerra, como la lluvia fina, deshace todo lenta y sordamente. Pero ¿sabes? Me gusta la historia de Delibasic, mucho. Como te dijo: él sí volvió.
Hiciste que se me arrugara el corazón con el final, "él si volvió".
Abrazos
¿Qué vamos a hacer? Andaremos por ahí con el corazón arrugado, ¿no?
Un abrazo
Receta para las arrugas:
No fumar
Almidom
Brazo
y una plancha.
TE faltó la plancha, para extender las arrugas....
Qué buena historia... Un abrazo
La plancha esta indicada ... no faltó el ingrediente.
Tienes razón, no lo había visto...
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