(* Lo siento Coupland)
La primera vez que Iznardo Bienvenido Bravo vio una comitiva oficial tenía siete años. Un jeep blanco se atravesó frente a sus ojos mientras se miraba las uñas, sentado en la puerta de su casa, bajo el achicharrante del mediodía. Luego pasó otro, y otro más. Iznardo Bienvenido se restregó los ojos y empezó a contarlos. Dentro iban hombres de uniforme militar y otros de traje claro con sombrero de camarita. Desde ese momento, y para siempre, Iznardo Bienvenido entendió muy claramente las cosas importantes de la vida. Lo único que no le quedó muy claro era porqué los candidatos vestían de safari para ir a su barrio.
Su padre, Alcides Trinidad Bravo, simpatizante de la izquierda moderada y bedel, miraba el asunto sin tomar partido, bebiendo su cerveza y componiendo el motor -siempre ahogado- de su Malibú modelo 86. Bernarda Amalia Chacón Chacón, su madre, trabajaba como cocinera. A veces, se ofrecía para guisar un caldo para las romerías, por eso Iznardo Bienvenido escuchó todos y cada uno de los discursos de candidatos, delfines políticos, chivos expiatorios y demás animales. Y así como Bernarda, su madre, escuchó los discursos del primer presidente democráticamente electo que logró terminar su período de gobierno, a su hijo Bernardo Eliseo le tocó lo propio, pero llevando encima una bandeja de empanadas de queso sobre la cabeza.
En más de una ocasión, el candidato a presidente del quinquenio se acercó al tarantín de Bernarda para tomarse un jugo de caña recién exprimido, entonces Iznardo Bienvenido soltaba la bandeja y corría para colarse entre la comitiva. Lo que más le gustaba no era sólo el refresco que le brindaban, sino la repentina familiaridad de aquellos hombres vestidos de safari.
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