Mi biblioteca está arriba, en el pasillo. La repasé, un par de veces. La recorrí, con la sensación de no ser ya la persona que leyó todos esos libros. De no ser capaz ya de recordar ni una página de todo lo que alguna vez leí en ellos –y los leí, sé que los leí-. Borges, Cortázar, Celan, Faulkner, Foucáult, Chejov, Coetzee, Amis, Woolf, Shakespeare, Picón Salas, Ramos Sucre, Whitman, Juarroz, Yeats, Ginsberg, Burroughs, Vargas Llosa, Azúa, Fusco Baudelaire, Wilde, ¿Pizarnik?, ¿Miyó? No, ellas están en Madrid, muy necesarias, siempre… De izquierda a derecha, como siempre. Así recorrí mi biblioteca. Y quise llevármela completa, cogerla como quien saquea, con la angustia de quien ya no conserva un verso, ni una página.
No creo que sean todavía las seis. Amanece con ruido de pajaritos, y en la terraza de las tardes viejas, me miro los pies de uñas rojas. Miro el esmalte que antes fue mi favorito y ahora me parece vulgar. Me miro como a un circo de esos de los que siempre se vuelve horrorizado y triste. Mi casa no es ésta, ni aquélla, ni en la que ahora paso los días al otro lado del mar. Mi casa tal vez, esté por llegar o no llegue jamás. Se puede vivir en el mar o la oscuridad; prefiero el vaivén del primero al sepulcro de la segunda. En la terraza de las tardes de marzo, me miro los pies. En la terraza de las tardes de marzo, mis muebles se irán a la calle y los que quedan cambiarán de sitio. En la terraza de las tardes de marzo… me tranquiliza saber que no hay lugar al cual volver.
Las ventanas que antes batían permanecen ahora cerradas y sucias; acumulan en sus cristales la tierra que caerá sobre nosotros. En la plaza donde alguna vez vi ardillas, el mismo hombre a caballo me parece el mismo hombre a caballo; los edificios parecen los mismos edificios, remozados, pintoreteados, patriotas, pero los mismos; ciegos y llenos de balcones. Miro a mi alrededor personas disfrazadas de combatientes, inspecciono el fortín de hace siglos convertido en quién sabe cuál guerra. Porque parece que alguien más va hacerse con tus almohadas. Que alguien más va a llenar con sus sueños los espacios en blanco que has dejado. Pero eso, ¿a quién importa ya?
No soy nómada ni valiente. Soy una tonta pasajera con una maleta de vientre de pez. Soy la transeúnte que arrastra una ballena tirando de su cola en las terminales de los aeropuertos (Cómo pesan sus arpones y los míos). Y esta mañana, descalza, en la terraza de toda la vida, fumo… dejo pasar el silencio, las guacharacas y los helicópteros. Y lo sé. Soy lo que siempre voy a odiar y lo que no me cansaré de castigar. Vengo de un lugar que se borra. De una tierra de hombres y mujeres que se recuerdan más altos, más listos, mejores de lo que son. Vengo de una ciudad ciega que ahora parece limpia.
No necesito moverme para saberlo, con esta silla me basta. Con este mueble descolorido, con este asiento de avión, con esta silla de patas rotas. Aún joven, y tan poca. Tan poquita Margarita y tan linda la mar. Tan poquita, a pesar del demasiado espacio. Elefanta, inmensa… enorme para querer, para abalanzarme sobre los lugares, sin saber que las estanterías de cristales se rompen con un solo giro de mi corazón paquidermo. La elefanta loca. La inmensa quebradora de casas. La demasiada. La que ahora mira las astillas de su paso. La que no entiende cómo de tanto desear cosas se puede llegar a no tener ninguna. Veo libros a mi paso como bajas de una guerra. Veo calles a mi paso como lisiados combatientes. Veo frente a mí sobrevivientes. Y entonces pienso, como quien desea, que con escribir me basta, pero ni siquiera esta línea me sirve para hacer vértigo y saltar a la siguiente como una suicida correcta y esmerada. Ni siquiera, elefanta. Ni siquiera.
Anda… levanta tu triste trompa en el circo sin trapecio. Mira las tacitas de cuando fuiste, alguna vez, pequeña. De cuando no rompías cosas. De cuando no eras lo que eres ahora. Ahora. Entristeces, elefanta, mientras pasas revista al jardín sin culebras. Animales grades de corazón lento, ¿qué vamos a hacer después del mar? ¿Quizás perseguir el sonido de los ríos que tragan novelas? Pero… ¿no sabes, acaso, que tus pirañas más amorosas están en otra parte? Si tan solo fueras capaz de escribirlas y conjurar con ellas las cosas que se rompen. Si sólo fueras capaz, animal lento. Si sólo fueras capaz.