Eni Lestari nació en Indonesia. Tiene menos de 30 años y vive en Hong Kong, ciudad desde la que dirige y coordina las actividades de The International Migrant's Alliance (IMA), una red que protege los derechos de trabajadores migrantes y refugiados en el Sureste asiático, Oceanía, África, Europa, Canadá, Estados Unidos y el Medio Oriente. Actualmente, la organización brinda apoyo y protección directa a más de 150 trabajadores y trabajadoras en situación de persecución, indocumentación, riesgo y desamparo legal. 150 personas dependen de ella. 150 personas.
Eni tiene la piel de un indeciso color chocolate, una rara mixtura de oliva con cacao que la distingue del resto de asiáticos que inundan esta tarde una de las terrazas de la Universidad de Manila. Las dos acabamos de fumar un cigarrillo y hablamos. Primero de la lluvia que está por desatarse. Sí, de la lluvia, claro. Primero la lluvia. El Tag-ulan. Las dos nos reímos de nuestras zapatillas inútiles contra el chubasco filipino. Al segundo cigarrillo, Eni ya se enumera como la última en una familia de cinco hermanos, todos varones. Eso, en Asia, significa, sin duda, llevar las de perder.
Eni comenzó trabajando como empleada doméstica. Así salió de Indonesia, un país del que todos se marchan con una intención: sobrevivir en el extranjero para hacer que los suyos vivan algo mejor. El largo trecho del migrante le llenó los bolsillos de mierda y confirmó la certeza sobre cómo y de qué manera alguien puede llegar a convertirse en un fantasma. “Son trabajos invisibles, trabajos que no existen. No tienen contratos. No están amparados por ninguna ley y, por lo general, en Asia, suelen estar asociados al tráfico de personas… ¿Sabes cuántos trabajadores se ven obligados a asumir el estatus de indocumentados para no devolverse y poder ganar algo más de dinero?”.
No. La verdad es que lo ignoro. Estoy muy lejos de saber hasta dónde podría llegar alguien con tal de asegurarse un oficio. Cuando habla, Eni no deja de parecer dulce y sin embargo, un alambre muy tenso hace que su discurso no decaiga. Algo, insisto, evita que su tono flaquee en la tentación de la arenga. Por eso cuando se expresa, lo hace con datos y ejemplos concretos. "La migración y los movimientos de trabajadores que envían remesas a sus familias supone en Asia una de las principales fuentes de ingreso para los gobiernos, que se hacen la vista gorda con un tema cada día más complejo. Un trabajador indocumentado y asustado siempre será más barato y más eficiente que un local, en Asia y todas partes del mundo… ".
Eni no sólo se refiere a aquellos que migran porque lo desean o porque escogen –comillas de por medio, por favor- hacerlo. No habla exclusivamente de mujeres. Habla de mujeres, niños y hombres desplazados por conflictos armados, tal y como ocurre en Bangladesh, Jordania o la misma Filipinas, que ocupa el tercer lugar en los cinco países asiáticos, después de China e India, que más trabajadores migrantes produce. Para estas personas, inventarse una vida supone dejar atrás otra. Hacerla pedazos. Por eso Eni insiste en permanecer visible. Alguien sin contrato, sin papeles ya es un fantasma. Por eso, desde IMA, Eni y las personas que trabajan con ella piden dos cosas: contratos para los trabajadores migrantes, una política de documentación transparente que evite el crecimiento de un mercado negro de seres humanos y algo tan sencillo como lograr que el trabajo doméstico sea reconocido como trabajo.
Para quienes hablan de Asia como la potencia que habrá de comerse el mundo, mejor dicho, cuando incurrimos en el tópico de Asia como potencia económica, como cuna de una nueva mina industrial, manufacturera e incluso financiera… ¿a qué demonios nos estaremos refiriendo? ¿a las empresas radicadas en Asia o a las personas que como Eni intentan reivindicar algo tan aparentemente simple como que su trabajo sea considerado trabajo?
La lluvia sigue cayendo, babosa, sobre Quezon City. Los yipnis, como llaman los filipinos a los jeeps que viajan abarrotados de personas en su interior, y en el exterior también, levantan olas de agua sucia. Eni ríe con todo el blanco de sus dientes. Me hace pensar , por un momento, en nuestras zapatillas inútiles contra el sucio y la lluvia. Me hace pensar en la edad que probablemente compartamos y en las muchas distancias que han existido entre nosotras antes de esta lluvia y las que seguirán cayendo sobre Quezon City.
Gracias por darnos a conocer un poco la historia de Filipinas y la situación de los migrantes.
ResponderEliminarQuerida María Antonieta: gracias a ti por leer el blog y comentarlo. No creo que estas crónicas se acerquen ni un poquito a la realidad filipina o asiática, son sólo una arbitraria y muy subjetiva visión de lo que tengo frente a mí. No sé si sirva de algo, pero escribirlo es una manera de entenderlo, aunque a veces creo que no lo consigo. Un abrazo muy grande.
ResponderEliminarHola, Karina. Bello texto. Una realidad que se vive en diversos ámbitos. Aquí mismo, en Venezuela, muchos indocumentados colombianos trabajan en tales condiciones. Es una situación, que desde mi punto de vista, tiene que ver con la pérdida de valores humanos... En fin. Un abrazo, Raúl
ResponderEliminarY con la pérdida de derechos, Raúl. Un abrazo
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