viernes, 8 de octubre de 2010

Enajenarme no puedo

Llegué al anfiteatro Gabriela Mistral arrastrando una pesada bolsa negra llena de libros que no he devuelto a la biblioteca. Van a multarme, por primera vez en cuatro años que llevo aquí, van a multarme por no devolver a tiempo los libros que desde hace un mes llevo conmigo. Pero esa no es la historia de este post. Es una de las tantas que me persigue en estos días, pero no es ésa.

Iba a decir que llegué a la Casa de América buscando palabras amables, lúcidas; palabras para anotar en la pequeña Moleskine que habita ese bolso imposible, lleno de pesos olímpicos y domésticos, pesos que cansan la espalda. Pesos. Fui buscando palabras. Y las conseguí; a mi manera y a la suya, la de quien las pronunció, quiero decir.

Llevo cerca de cinco años sin escuchar de viva voz a Héctor Abad Faciolince, a mi juicio uno de los más lúcidos y menos pretenciosos escritores latinoamericanos. La oportunidad la pintaban calva, en su caso canosa, durante el Festival Vivamérica que organiza la Casa de América cada octubre desde hace tres otoños.

Después de 10 años sin pisar España, el colombiano volvió a poner sus zapatos en tierra ibérica, y lo hizo con su humor inteligente y sus frases cítricas de quien hace negocios para sobrevivir con la intemperie. El cuento, para ir centrándome, es que para salir al paso a una extraña convocatoria sobre Ficciones y fricciones -así se llamaba el ciclo de conferencias- Abad comenzó diciendo: para escribir un autor puede hacer dos cosas, ensimismarse o enajenarse.

Ensimismarse, pues hacerse sobre sí mismo y allí emprender el hecho literario, desde sus propias fronteras. Lo de enajenarse me pareció aún más complejo. Una verdadera guarandinga. Y fue cuando empecé a garabatear en la oscuridad de la sala sobre una página en blanco de mi confundida Moleskine. Enajenarse, según Abad, suponía meterse en la vida de los otros. “Hacer que vivan los que nunca vivieron y que resuciten los que vivieron”.

Habló el colombiano de Cervantes y de cómo, "para salir de la hazaña de su propia realidad", buscó al Quijote, un personaje que en verdad ya estaba dentro de sí, una especie de alucinación universal que todo hombre posee en su interior, alguien que podría pasar por externa nube pasajera cuando en verdad está hecho del material de quien lo crea. Enajenado en cambio, según Abad, el mismísimo Sancho Panza, alcaloide del campesino español del siglo XVI.

Explico ahora, como puedo, las palabras de Abad. Repaso mis desaliñadas notas, a veces claras y minúsculas, a veces compulsivas, letras pequeñas, y en otras una quebrada línea de palabras abrumadas. Y me asombra ver que la última oración, la que cierra con broche los 20 minutos de su intervención, está hecha del mismo material que hace tan pesado mi bolso negro lleno de dudas e irrevocables multas de libros que no deseo devolver.

“El abrumador deber de traducir el mundo en palabras”... ¿La sensación que describe Jorge Luis Borges al mirar a Lugones sentado en el tren que lo lleva al lugar donde habrá de suicidarse? ¿sólo eso? ¿O acaso el atragantado ir y venir de enajenados que visten un número de zapatos menor al mío? Ficciones, fricciones.

Esta pesada bolsa negra de libros y multas. Anoto en mi libreta cosas que no puedo hacer. Que no salen, no ocurren. Cosas que están lejos, incluso allí, revueltas en medio de cualquier cosa. Cosas que se disuelven y hacen papel mojado al contacto con mis ojos.

2 comentarios:

  1. te sigo echando flores KSB? mejor te mando un elefante, pronto, pronto que yo tambien trabajo...

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  2. ¡Elefante, Adriana! ¡Elefante! ¡Elefante! ¡Elefante! Necesito un elefante, en especial porque tengo mi teoría del paquidermo y necesito que seas tú quien lo dibuje.

    :)

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