En el vagón de las once un hombre escarba con sus dedos la barbilla de una chica. Él tiene la piel lisa y morena, ella los ojos negros y furiosos. Él insiste. El dedo anular, medio e índice, al compás con el pulgar, todos a la vez, en aplicada tarea por obtener un armisticio o ronroneo. Ella finge mirar hacia ningún lugar, a solas con su enfado.
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En el vagón de las once él se aferra a su barbilla, ella a su rabia, y yo a una maleta que viaja vacía y apenas quince minutos atrás reventaba, llena de postales y abrigos de invierno. Levanto la mirada, buscando aire o razones.
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Mis ojos se topan con un pequeño pelirrojo que aprieta compulsivamente los botones de su consola. A un lado viaja su madre, convertida por fuerza de la costumbre en apéndice del niño –o la consola-. ¿Cuál habría sido el primero en perder la necesidad de hablar? ¿el niño, la madre o la consola?
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Hace poco conversaba –aunque conversar es un decir- con un Superhéroe. Intercambiábamos ideas acerca de las razones que empujan a un hombre a hundir su propia obra, por voluntad propia, en el fondo de un río. (Ningún árbol es capaz de juzgar su propio fruto, Miguel Torga dixit). No llegamos, como era de esperarse, a una conclusión convincente (al menos yo no). Aún así, sobre el escritor, decía el Superhéroe, que lo importante no era saber el por qué lo había hecho. Los por qué son sólo una abstracción.
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(¿Por qué arroja alguien su obra entera a un río? ¿Por qué se enfada una mujer de ojos furiosos? ¿Por qué buscamos contentar a otro escarbando en su barbilla? ¿Por qué empacamos? ¿Por qué nos peleamos? ¿Por qué traicionamos? ¿Por qué viajamos bajo tierra si podríamos hacerlo por mar? ¿Por qué ahora? ¿Por qué así? ¿Por qué de esa forma? ¿Por qué tan pronto? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué dejaste de hacerlo? ¿Por qué las novias visten de blanco? ¿Por qué las tardes de mayo embellecen con el tiempo? ¿Por qué septiembre parece tan lejos? ¿Por qué ella es tan culpable? ¿Por qué enloquecer es tan fácil? ¿Por qué, gorrión, estás tan solo?)
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Lo verdaderamente importante, sostenía el Superhéroe, es el para qué hacemos o dejamos de hacer las cosas. Los para qué, decía, “implican una acción”. Hacemos algo para “provocar consecuencias”. Según el enmascarado –porque pertenecía al grupo del antifaz- ya sea “de forma consciente o inconsciente, son las consecuencias lo que estamos buscando. Después, claro está, llenamos esas consecuencias con un montón de por qué”.
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No miré al niño de la consola más de treinta segundos. Apenas volví la mirada sobre hombre y la chica enfurecida, noté que los dedos del chico habían resbalado desde la barbilla hasta el muslo de ella. El altercado se había esfumado de sus ojos, el reproche dejó de columpiarse en sus cabellos y los dedos de él, ahora detenidos en círculos alrededor de su rodilla, hicieron ronronear el que, hasta ese entonces, había sido el vagón más gris de todo el verano.
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Once y cinco minutos. Mi maleta se hizo más hueca. Mi falda se encogió, como si la hubiese recuperado en una casa de empeño para muñecas sin hogar. Hubo más intemperie en ese vagón que en todas las tormentas del Caribe por esta época del año.
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Hace poco conversaba –aunque conversar es un decir- con un Superhéroe. Intercambiábamos ideas acerca de las razones que empujan a un hombre a hundir su propia obra, por voluntad propia, en el fondo de un río. (Ningún árbol es capaz de juzgar su propio fruto, Miguel Torga dixit). No llegamos, como era de esperarse, a una conclusión convincente (al menos yo no). Aún así, sobre el escritor, decía el Superhéroe, que lo importante no era saber el por qué lo había hecho. Los por qué son sólo una abstracción.
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(¿Por qué arroja alguien su obra entera a un río? ¿Por qué se enfada una mujer de ojos furiosos? ¿Por qué buscamos contentar a otro escarbando en su barbilla? ¿Por qué empacamos? ¿Por qué nos peleamos? ¿Por qué traicionamos? ¿Por qué viajamos bajo tierra si podríamos hacerlo por mar? ¿Por qué ahora? ¿Por qué así? ¿Por qué de esa forma? ¿Por qué tan pronto? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué dejaste de hacerlo? ¿Por qué las novias visten de blanco? ¿Por qué las tardes de mayo embellecen con el tiempo? ¿Por qué septiembre parece tan lejos? ¿Por qué ella es tan culpable? ¿Por qué enloquecer es tan fácil? ¿Por qué, gorrión, estás tan solo?)
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Lo verdaderamente importante, sostenía el Superhéroe, es el para qué hacemos o dejamos de hacer las cosas. Los para qué, decía, “implican una acción”. Hacemos algo para “provocar consecuencias”. Según el enmascarado –porque pertenecía al grupo del antifaz- ya sea “de forma consciente o inconsciente, son las consecuencias lo que estamos buscando. Después, claro está, llenamos esas consecuencias con un montón de por qué”.
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No miré al niño de la consola más de treinta segundos. Apenas volví la mirada sobre hombre y la chica enfurecida, noté que los dedos del chico habían resbalado desde la barbilla hasta el muslo de ella. El altercado se había esfumado de sus ojos, el reproche dejó de columpiarse en sus cabellos y los dedos de él, ahora detenidos en círculos alrededor de su rodilla, hicieron ronronear el que, hasta ese entonces, había sido el vagón más gris de todo el verano.
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Once y cinco minutos. Mi maleta se hizo más hueca. Mi falda se encogió, como si la hubiese recuperado en una casa de empeño para muñecas sin hogar. Hubo más intemperie en ese vagón que en todas las tormentas del Caribe por esta época del año.
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Me sé esta historia de memoria, pensé mirando a la pareja, al niño, a la madre, a la consola, a los viajeros. Me sé esta historia de memoria. Pensé en mi libreta llena de garabatos que ya no publico. Pensé en que alguna vez fui periodista, aunque aún lo repita en una mesa llena de gambones y café americano.
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Bajé en Diego de León para conectar con la Línea 4. Ya en el andén con dirección Argüelles, miré los rieles mientras sostenía mi maleta vacía. Faltaban todavía unos 4 minutos para que llegara el tren. Alcé un poco el falso equipaje. “Soy fuerte, muy fuerte. Hace dos horas apenas y podía levantar el bulto con dos manos, ahora puedo. Y con una sola”, pensé para distraerme a solas con mis bobadas.
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Volví a mirar los rieles, esta vez más fijamente. Tarareo Elephant Gun, de Beirut, un melancólico músico que me han recomendado desde el Salón de la Justicia. Uno de mis amigos imaginarios -no el Superhéroe, otro- me ha aconsejado no escucharlo mucho. Es demasiado triste, que me espere a que él publique su próximo disco, dice. A mí ya no me importa la tristeza de los indies y los paquidermos.
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¿Para qué arroja alguien su obra entera a un río? ¿Para qué olvida alguien su ciudad? ¿Para qué viajar con maletas vacías? ¿Para qué dar macha atrás? ¿Para qué demolerlo todo, otra vez, si lo has hecho ya? ¿Pegamento, Ungüento? ¡Cuánto antes! Pero… ¿Quién quiere más consecuencias cuando no hay más espacio para las circunstancias? Hoy no es un buen día para llenar armarios con abrigos de invierno en verano. No es un buen día para seguir escribiendo novelas que aún no son tales. Hoy no es un buen día para tirar cañas con casera. Hoy no es un buen día. Hay todavía demasiadas consecuencias buscando piso.
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Son los vagones de las once, asoleándose en Madrid. Son los periodistas sin periódico. Soy yo, mirando los rieles de la estación. Soy yo, apuntándome con la pistola del elefante y con unas ganas enormes de bailar de la mano de mi equipaje mientras escucho esta canción, a solas, en el andén. Sí. Soy yo y que os jodan.
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Bajé en Diego de León para conectar con la Línea 4. Ya en el andén con dirección Argüelles, miré los rieles mientras sostenía mi maleta vacía. Faltaban todavía unos 4 minutos para que llegara el tren. Alcé un poco el falso equipaje. “Soy fuerte, muy fuerte. Hace dos horas apenas y podía levantar el bulto con dos manos, ahora puedo. Y con una sola”, pensé para distraerme a solas con mis bobadas.
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Volví a mirar los rieles, esta vez más fijamente. Tarareo Elephant Gun, de Beirut, un melancólico músico que me han recomendado desde el Salón de la Justicia. Uno de mis amigos imaginarios -no el Superhéroe, otro- me ha aconsejado no escucharlo mucho. Es demasiado triste, que me espere a que él publique su próximo disco, dice. A mí ya no me importa la tristeza de los indies y los paquidermos.
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¿Para qué arroja alguien su obra entera a un río? ¿Para qué olvida alguien su ciudad? ¿Para qué viajar con maletas vacías? ¿Para qué dar macha atrás? ¿Para qué demolerlo todo, otra vez, si lo has hecho ya? ¿Pegamento, Ungüento? ¡Cuánto antes! Pero… ¿Quién quiere más consecuencias cuando no hay más espacio para las circunstancias? Hoy no es un buen día para llenar armarios con abrigos de invierno en verano. No es un buen día para seguir escribiendo novelas que aún no son tales. Hoy no es un buen día para tirar cañas con casera. Hoy no es un buen día. Hay todavía demasiadas consecuencias buscando piso.
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Son los vagones de las once, asoleándose en Madrid. Son los periodistas sin periódico. Soy yo, mirando los rieles de la estación. Soy yo, apuntándome con la pistola del elefante y con unas ganas enormes de bailar de la mano de mi equipaje mientras escucho esta canción, a solas, en el andén. Sí. Soy yo y que os jodan.
NOVELAS!
ResponderEliminarnovelas...o folletines... o novelas por entregas... o novelones... o culebrones... o serpentarios... o premios literarios... el veneno es el mismo.
ResponderEliminarGran texto, grandes preguntas y grande final en el mejor estilo Rodrigo García.
ResponderEliminarSu última obra se titula "ESTO ES ASÍ Y A MÍ NO ME JODÁIS"...
Siempre serás periodista y sobre todo, una buena periodista que lee el periódico en las caras de la gente y en los vagones que pasan.
ResponderEliminarDisculpa que tardara tanto en escribir algo. Yo también tengo amigos superhéroes, pero para trabajar, cuidar a mi hijo y preparar una mudanza nunca vienen a ayudarme.
También he pasado un verano lleno de "para qué", y recién voy aterrizando y saco la cabeza de la oficina.
¡Qué bien escribes KSB! No pares, ¡Sigue, sigue!...
Un abrazo inmenso