jueves, 18 de marzo de 2010

Enrique Vila-Spider contra los Hikikimoris



Esto comienza sesenta minutos antes. En la esquina de Noviciado con la calle San Bernardo, en un taburete del bar Expres, desde donde le veo cruzar la calle . La última vez que le vi llevaba gabardina y gafas de sol, aunque era de noche, supongo que debía ser por la foto que le había hecho en ese entonces Daniel Mordzinski, cuyo libro se presentaba ese día en Casa de América. Sospecho que Enrique Vila Matas asistió en calidad de retratado y también como un doble de sí mismo.

Hoy, que vuelvo a verle, Enrique Vila Matas no lleva gafas de sol, no parece el doble de nadie y en lugar de sus despeinados mechones grises, lleva el cabello casi blanco y en su sitio. Se me ocurre dejar la cerveza en la barra, abandonar el pesado volumen de cuentos de Faulkner como garantía de pago, caminar hasta la mitad de la calle y saludarle. “No sé si usted me recordará…”. Miro la triste anchoa de la tapa que no me comeré. “Preferiría no hacerlo”.

Sesenta minutos más tarde, en el número 3 de la calle Noviciado, un auditorio entero recibe al catalán, que entra acompañado de Ray Loriga, un escritor de cejas furiosas, brazos tatuados y novelas fulminantes. El madrileño dará inicio a una conversación sobre Dublinesca, la más reciente novela escrita por el hombre que descubrió a los Bartleby y visitó el manicomio de Walser.

Enrique Vila Matas conserva ese aspecto neurótico, entrañable y a la vez indefenso. Podría ser cualquiera de sus personajes. Él mismo, el mejor de todos. Todo en sus movimientos parece ensayado. Su americana, las manos agarrotadas, la mirada fija y nerviosa. Deliberadamente irónico en todo cuanto dice (y deja de decir).

“Este libro no es una acumulación de citas y experiencias. Ocurre por encima de eso”. Loriga es capaz de hablar, por partes, de un libro que da la impresión de resistirse al orden de la expresión oral. (Vila Matas puede ser leído, pero difícilmente contado). En Dublinesca parecen existir tantas capas como cebollas o centros, trozos de lo que ha hecho, desde siempre, Vila Matas: rastrear, no sé si el fin de la literatura, pero sí su huella hacia la desaparición. He aquí, de nuevo, el viaje.

Samuel Riba, un editor jubilado y quebrado, de 60 años, organiza un viaje a Dublín. Convoca a algunos escritores para el bloomsday -el 16 de junio, cuando sucede el Ulises, de Joyce- con el propósito de celebrar un funeral para la literatura, aniquilada por la expansión del mundo digital.

Loriga ilumina la conversación y acerca la bombilla sobre ciertos temas . “Spider, el personaje de la película de David Cronenberg , está presente en el personaje de Samuel Riba. La voluntad del niño que sujeta cosas con hilos también pertenece al editor. Hay una asociación entre el tamaño de la escritura, los hilos de Spider y la escritura de Joyce y la de Samuel Beckett, que es la escritura que lo borra todo”.

Enrique Vila Matas tiene las manos entrelazadas, y puestas como una maraña de dedos sobre la mesa. Todo su blanco cabello sigue en su sitio. (Y a mí me da por seguir viéndole indefenso, como hace una hora desde la banqueta del bar). “El origen de la novela está en Spider, el mundo de Spider me llamó especialmente la atención. De hecho, publiqué un relato de verano sobre Spider, y fue ese relato el que puso en marcha Dublinesca. La tela de araña se parece tanto a ese personaje como al de la novela”. Vila Matas hace una pausa de la que hay que aprovecharse para darle sentido a la crónica, suponiendo que hayáis llegado a este párrafo.

James Joyce fue escogido por Enrique Vila Matas en este libro como el máximo exponente a quien rendir homenaje. De allí que sea uno de los centros del libro y que Loriga -el escritor de cejas furiosas- hable de Spider y la tela de araña, porque es ese recurso (el empequeñecimiento, como la letra de Robert Walser en Doctor Pasavento) con el que Vila Matas se desplazará también hacia Samuel Beckett, pupilo de Joyce.

El tiempo de la novela abarca tres meses: mayo, abril y junio –dice Vila Matas-. Cada mes incluye un libro de Joyce. Mayo sería el Joyce costumbrista de Dublineses, pasando por la cumbre del Ulises, hasta la afonía de Finnegan’s Wake (la última novela publicada por Joyce), que vendría a ser la afonía de Samuel Beckett. Es decir, del esplendor a la miseria deliberada. Ese es el comentario que hace el libro hacia la historia de la literatura”.

No lo ha dicho
, pero Dublinesca sigue siendo sus bitácoras, sus diarios, sus Vilamatadas o Vilamatianismos. Es él, Bela Lugosi, atacando de nuevo. Aunque sigo sintiendo ese impulso del bar, que compruebo nada más comenzar el turno de preguntas. Primero las preguntas jubiladas, luego las impertinencias, de las que sin darme cuenta participo a mansalva.

El hecho de que no sea Anagrama quien edite esta vez a Enrique Vila Matas crea una cierta e inexplicable ansiedad. La costumbre, la plácida costumbre. La tendencia a pastar en el mismo lugar, ese tipo de cosas que el ganado considera parte de su quehacer. Cencerro+hierba+agua. Hay un tipo de ganado que muge, otro que piensa, otro que decide pensar y especular, y otro que especula y escribe al respecto.

No fue buena idea tocar el tema Herralde. El hombre de cejas furiosas no enfureció sus cejas pero sí cambió el semblante y el tono, incluso tomó para sí una pregunta que no le correspondía.

Enrique Vila Matas respondió más calmado. Prefería no hablar de algo que no podía resolverse con una frase. Fue tajante. Nada en su voz pareció impostado o puesto en escena y me arrepentí en el acto de la pregunta.
Yo, que siempre le he comparado con Bela Lugosi, quise convertirlo en Ferenc Dezső Blaskó, conseguir una capa en algún sitio y sacarlo de mis palabras como quien desaparece en un manicomio en medio de la nieve.
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Al llegar a casa redacté un correo electrónico disculpándome. Y pensé que lo mejor hubiese sido hacerlo al momento, o quizás un poco después, entre señoras jubiladas y editores en activo. ¿Bartleby o Hikikimori? No lo sé. “Preferiría no hacerlo”. Pero ya había presionado el botón enviar en el menú de Gmail.
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Ahora tendré que dormir de día y navegar en el ordenador de noche.

14 comentarios:

  1. siempre tan impertinente con nuestro querido Enrique, ay ay ay

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  2. Sí, una impertinente.
    Pero creo que he sido disculpada. Aún así, ahora hablas con un Hikikimori.

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  3. Son jovenes japoneses adictos al ordenador. No salen de sus casas porque navegan todo el dia en Internet. Presiona la palabra en la cronica. Te. Llevara al link. (Disculpa la falta de acentos)

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  4. Estimada Karina, siempre es un placer leer tus crónicas barbitúricas, pero creo que hoy te has superado a tí misma. me ha parecido una más que notable crónica de una presentación de un libro. A ver sinos vemos algún día. UN SALUDO

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  5. José Antonio, ¿cómo estás? Estoy segurísima que por las inciales eres tú. Muchas gracias, de verdad, por tus generosas palabras.
    Y sí, es cierto, tenemos tiempo que no coincidimos. Deberíamos vernos pronto. Tengo tieeempo sin ir a Zaragoza.
    María Antonieta: va en serio, hay un Hikikimori agazapado en cada uno de nosotros!!!!!!

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  6. Y yo hace tiempo que tampoco paso por Madrid. Pero bueno como se suele decir todo a su debido tiempo, eso sí, espero sea pronto. UN SALUDO

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  7. Mejor ver el monitor que la realidad...

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  8. De uno u otro modo, las impertinencias siempre nos tejen historias memorables.
    Interesante blog.

    Saludos...

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  9. Bueno Jorge, depende de la impertinencia pero muchas gracias por pasar a conocer el blog.

    Dinobat: no entendí el comentario que dejaste. ¿? Hombre, Vila Matas está guay, por decirlo de un modo ligero.

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  10. Oh, ahora veo que no sólo estuvo en la presentación de Vila-Matas, sino que además fue la autora de la pregunta más peligrosa. Yo estuve apoltronado y apolillado entrevistándolo justo antes de esa presentación que tenía, creo que a tono con Dublinesca, un cierto aire funeral.

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  11. Lo funeral no era la presentación en sí -que podría y debía-, sino el tufillo a pompa fúnebre de la sala (lo digo en serio). ¿Notó el rojo quemado de aquellas cortinas? Usted, que es aficionado a las polillas (un poco raro siendo el gobernador de California), debería de haberlo notado.

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