_
En días como hoy, el 26 pasa cada ocho o diez minutos. Mientras
ese tiempo transcurre, hago lo que siempre: inspecciono la rotonda, acumulo en
mi mente un número razonable de cosas por hacer, examino mi silencio el tiempo
que dura en desinflarse un suspiro. Me saco de los bolsillos motivos, como
quien rasca monedas al final de un una billetera. Pienso en algo parecido a una
manta y entonces pasa lo que pasa: cruza frente a mi un raro trencito de
turistas que pedalean; se desarma de un golpe el reloj de Atocha y voy quedándome
sin ideas, sin nada qué decir. Levanto la vista. Me dejo abatir. Subo al autobús
pensando que hay cosas que deberían ser distintas y otras que ya lo son. Y me
quedo ahí, redondeando esa idea con la yema de los dedos. Me dejo licuar, de a
poco. El 26 sube Atocha dando pesados tirones.
Hay cosas que deberían de ser distintas y otras que ya lo
son.
No hay comentarios:
Publicar un comentario